Perspectivas

La transformación disciplinar de la arquitectura en Venezuela durante el siglo XX

Proyecto para el edificio sede del Centro de Ingenieros de Carabobo cuya inauguración estaba pautada «…para el día 16 de febrero [de 1957], coincidiendo con la celebración del VI Congreso Venezolano de Ingeniería». Revista del Colegio de Ingenieros de Venezuela, no. 250, enero de 1957

20/12/2021

Los autores del quinto capítulo de La arquitectura en el siglo XX venezolano, abordan la enseñanza de la arquitectura; se concentran en la profunda transformación de la disciplina en cuatro de sus dimensiones: el ejercicio de la profesión y sus bases jurídicas y gremiales; la educación de pregrado y postgrado en arquitectura; la divulgación de los logros profesionales en distintos medios de comunicación y los premios y reconocimientos a la trayectoria y obra de los arquitectos.

Introducción: un oficio entre la tradición constructiva decimonónica y la moderna tabla rasa

Diversos autores han señalado que es en el siglo XV cuando comienza a constituirse la profesión de arquitecto tal y como la conocemos en la actualidad. Al proyectista anónimo medieval, que actuaba al pie de la obra junto con un grupo de artesanos a los que usualmente dirigía, se contrapone la figura del arquitecto como un especialista que marca distancia, tanto en conocimientos teóricos como en categoría social, respecto con sus anteriores pares artesanos. Este proceso toma lugar en ciertas ciudades-estado de Italia, en particular en Florencia, cuna del movimiento artístico conocido como el Renacimiento.

Con el paso del tiempo, la disciplina de la arquitectura fue afinando las coordenadas relativas tanto a los saberes constitutivos de la misma como a su práctica profesional. El tránsito de los programas de estudio desde las primeras academias italianas hasta su introducción en escuelas de bellas artes, encuentra un primer punto de inflexión en Francia a finales del siglo XVIII, cuando las academias de pintura, escultura y arquitectura establecidas previamente en París bajo patrocinio real por Luis XIV se funden, como secciones diferenciadas, bajo una sola figura institucional, conocida a partir de 1819 como la École des Beaux-Arts. Allí se establece un modelo de enseñanza que se convertirá en paradigma de civilización para el mundo occidental, el cual será tardíamente replicado en Venezuela en 1887, ya finalizado el último período de gobierno de Antonio Guzmán Blanco, con la creación de la Academia de Bellas Artes de Caracas, en donde se incluyó un curso de arquitectura, dirigido primero por Juan Hurtado Manrique[1] y luego por Manuel Felipe Herrera Tovar[2].

En materia de la producción arquitectónica decimonónica venezolana, la misma estuvo marcada por una tradición que oscilaba entre la ingeniería y las bellas artes, colocando sobre el tapete la eterna discusión sobre si la arquitectura es ciencia o arte. Fue un tiempo marcado por la formación de ingenieros en la Academia de Matemáticas, creada en 1831, y continuada en la Universidad Central a partir de 1872[3]; por la consecuente presencia de ingenieros-arquitectos como Olegario Meneses (c. 1810-1860), el propio Herrera Tovar y Alejandro Chataing (1871-1928), quienes, ya finalizando el siglo, pueden ampliar conocimientos en el tema arquitectónico a través de la Academia de Bellas Artes de Caracas; y por la adopción del lenguaje del neoclasicismo y el eclecticismo, el cual frecuentemente fungía como revestimiento de las fachadas de edificaciones existentes.

También fue una era en la que, a escala modesta, se introdujeron sistemas constructivos con técnicas y materiales importados. A la vez, surgieron nuevos tipos edilicios y espacios públicos de raigambre europea que tímidamente ocuparon las ciudades mayores del país con paseos, parques y bulevares, teatros, monumentos y obras de ingeniería como puentes, ferrocarriles e instalaciones portuarias.

Durante el mandato de Guzmán Blanco, con el especial interés en promover los estudios de arquitectura e ingeniería, también surgieron organizaciones como la Sociedad Venezolana de Ingenieros Civiles, creada en 1891 la cual contó con 29 afiliados[4]. De manera similar, el 24 de agosto de 1895, los ingenieros Eduardo Calcaño Sánchez, Alejandro Chataing y otros seis profesionales vinculados al curso de arquitectura de la Academia de Bellas Artes de Caracas, establecieron la Sociedad de Arquitectura y Construcción de Venezuela, con en el objetivo primordial de «acumular el mayor número de hechos históricos, estéticos, científicos y prácticos relativos al arte arquitectural y a la construcción (…) y propender al desarrollo y perfeccionamiento de dichas materias en el país», tal y como rezaba el segundo artículo de su Reglamento[5].

Los saberes arquitectónicos estaban entonces anclados en la retórica y didáctica de las bellas artes y en el lenguaje plástico del eclecticismo surgido desde mediados del siglo XVIII en Europa. Tales saberes continuaban bastante ajenos al impacto de la revolución industrial del propio siglo XIX; impacto que indujo el paso de la construcción artesanal a la reproducibilidad técnica y a la reformulación profunda de la epistemología, didáctica y ejercicio profesional de la arquitectura en el mundo.

La arquitectura venezolana, partiendo de unas condiciones imperantes de inestabilidad, pobreza y desinstitucionalización, desde las primeras décadas del siglo XX se debe poner al día en el apoyo al proyecto nacional de modernización. Con el paso de los años, con el proceso de urbanización y el auge de la industria de la construcción, la arquitectura se consolida como disciplina académica y profesional distinta de la ingeniería. Sin embargo, ambas actividades siguen estrechamente vinculadas, tanto por los puntos de conexión históricos y curriculares, como por la importancia gremial del Colegio de Ingenieros de Venezuela (CIV), que asumirá la defensa del ejercicio legal de estas profesiones.

Había mucho por hacer en la refundación de la relación de los venezolanos con el paisaje natural y edificado, abriendo paso a la condición inaugural presente en muchos otros aspectos de la vida nacional. Por ende, no debe sorprender que fueran el tractor y la demolición los grandes aliados de la transformación social a través del medio físico[6]. Un medio ampliado, cada vez más a escala metropolitana, con lo cual cobra relevancia la planificación urbana, nuevo campo de conocimiento interdisciplinario.

El ejercicio de la arquitectura y el establecimiento de sus contenidos académicos vinieron acompañados con la importación de ideas de la modernidad europea, primero, y norteamericana, después, mediante la contratación de profesionales extranjeros como proyectistas, asesores y profesores, así como el retorno de profesionales venezolanos graduados en el exterior. Por ende, fue una época de una modernidad importada, de una arquitectura que, partiendo de los moldes internacionales en auge del racionalismo y el organicismo, se va convirtiendo en una fuerza expresiva nacional, cuyas obras llegan a ser punteras en América Latina. Mediante la acción inicial del Estado, y luego de los particulares, hubo una amplia cosecha de realizaciones, las cuales constituyen un núcleo fundamental del patrimonio inmobiliario venezolano.

Ese proceso de diferenciación e institucionalización de la arquitectura como disciplina en el siglo XX venezolano se verificó en diversas dimensiones: la profesional y gremial; la académica, en docencia e investigación; la divulgativa, destinada a los nuevos profesionales y al gran público, y la del reconocimiento de méritos, mediante premios a las obras o las trayectorias profesionales, como se ve a continuación.

Formas organizativas, gremiales y jurídicas de la profesión de arquitecto Venezuela

El ejercicio profesional

En medio de entornos urbanos y suburbanos en expansión sin precedentes, la arquitectura, la planificación urbana y la ingeniería fueron instrumentos idóneos para enfrentar la nueva escala de las ciudades y para superar las carencias del país. En paralelo con el crecimiento de los ingresos de la nación, durante buena parte del siglo XX se produjo un incremento sustantivo de los volúmenes de trabajo y la demanda de los servicios específicos brindados por los arquitectos en proyectos y obras que buscaban ostentar los atributos de la clásica tríada del arquitecto romano Vitruvio: solidez, utilidad y belleza.

La respuesta a esas enormes demandas sociales se canalizó inicialmente a través del gasto y la inversión pública, motor de la industria de la construcción, la cual tuvo un salto espectacular en la participación de Producto Interno Bruto de la nación. En poco más de dos décadas, entre los años 1935 y 1957, el PIB total del país se multiplicó por seis y el del petróleo, como era de esperar, por siete. Lo sorprendente es que el PIB de la industria de la construcción lo hizo por más de 13 veces (Cuadro 1).

Cuadro 1

Producto Interno Bruto Venezolano y su composición

(en millones de bolívares a valores de 1968)[7]

Año PIB Total Petróleo Agricultura Construcción Manufactura
1935 5.333,8 999,7 814,5 319,6 (1936=623,4)
1957 32.628,0 6.817,4 1.571,2 4.298,0 3.618,0

 

En el marco de una política oficial que procura dotar al país de un mínimo de equipamientos e infraestructuras, el Ministerio de Obras Públicas (MOP) ―creado por Guzmán Blanco en 1874― será el despacho oficial que encauzará gran parte de estos recursos para la elaboración y ejecución de importantes proyectos urbanísticos y arquitectónicos y ofrecerá la oportunidad a arquitectos (muchos de estos últimos nacidos y/o graduados en el extranjero[8]) para desarrollar la práctica profesional[9]. No obstante, durante las primeras tres décadas del siglo XX, la actuación pública se aboca al desarrollo de un sistema de comunicaciones (carreteras, puertos, aeropuertos, etc.) que propicie la unificación y el control del territorio nacional. Es solo a partir del año 1936, tras la muerte de Juan Vicente Gómez, cuando el Estado asume progresivamente el rol de principal agente de transformación social y termina por convertirse en el empleador más importante de arquitectos en el país, al impulsar planes en materia de educación, salud, alojamiento de bajo costo y urbanización que, finalmente, requerían la realización de proyectos de cierta complejidad. De esta manera, se abrió una nueva etapa en la historia del ejercicio de la profesión, tal y como lo señala el arquitecto-urbanista y profesor universitario Víctor Fossi:

…[L]a labor profesional de los arquitectos, como grupo, cuenta apenas, en Venezuela, a partir del año 1940, cuando se inicia en forma sistemática la programación y construcción de edificaciones escolares y asistenciales y se lleva a cabo en Caracas el primer ensayo de renovación urbana en la zona de El Silencio. Hasta esa fecha son contados los arquitectos que cumplen labor profesional en el país, sujetos a difíciles condiciones de trabajo aislado e individual[10].

Junto a las salas técnicas del MOP, otros despachos oficiales también introducen oficinas de arquitectura dentro de sus organigramas; tal es el caso de los Ministerios de Educación, de Sanidad y Asistencia Social o del Banco Obrero (BO). A partir de la década de 1970, a raíz de la nacionalización de las industrias petrolera y del hierro, las funciones edilicias del MOP serán continuadas por el Ministerio de Desarrollo Urbano (MINDUR), mientras que el BO se transformará en Instituto Nacional de la Vivienda (INAVI).

Paralelamente a ese salto cuántico en el crecimiento de la construcción pública, también se registra un repunte en el campo de la actividad privada. El desalentador retrato de la situación previa en la Caracas de comienzos de la década de 1920 ―una vez finalizada la Primera Guerra Mundial― es descrito así por el ingeniero Edgar Pardo Stolk:

La demanda de servicios profesionales para la construcción era casi nula. Cada quien hacía su propia obra. Abogados, médicos, comerciantes, farmaceutas; cada quien construía lo que tenía que realizar; bastaba buscarse un buen maestro (…) y se mezclaban las improvisaciones estructurales y arquitectónicas con los métodos clásicos de la construcción. Se construyeron así muchas casas en el casco viejo, en El Paraíso y en Los Chorros…[11].

A mediados del siglo XX, en medio de un crecimiento sin precedentes de las ciudades, este panorama ha cambiado radicalmente: se produce una expansión del ejercicio profesional independiente, sin la mediación del sector público, permitiendo variaciones en el rol de los arquitectos mediante su asociación con constructores y promotores e, inclusive, como propietarios o gerentes de empresas inmobiliarias integradas verticalmente, con tareas que iban desde adquisición de terrenos, preparación y gestión de proyectos y comercialización de productos inmobiliarios. En oportunidades, las empresas estaban potenciadas por un sello o marca distintiva, como fuera la de Federico Beckhoff, por mencionar a una de las más conocidas a partir de mediados de siglo.

El espacio acondicionado para la práctica de la arquitectura igualmente fue cambiando, pasando de la oficina o taller gubernamental al del estudio o empresa particular, siempre expresando la tensión entre, por una parte, las relaciones tradicionales y carismáticas del artista o «genio» individual y, por la otra, el trabajo en equipo y de la organización corporativa o burocrática, siguiendo los moldes internacionales del ejercicio de una profesión liberal.

Se requirió entonces la adopción de fórmulas asociativas en roles especializados, adecuadas para hacerle frente a encargos de mayor dimensión, pues hay una brecha entre la escala y producción doméstica usuales en los inicios de los profesionales recién graduados y los conjuntos multifamiliares, rascacielos de oficinas y grandes equipamientos de periodos posteriores. Fue entonces necesaria la inclusión de otros colegas, ingenieros, administradores y dibujantes o delineantes profesionales, de manera similar a lo ocurrido en otras empresas de ingeniería y consultoría, que no dependen del nombre de fundador, sino del prestigio de la experiencia de una sociedad anónima, lo cual trae frecuentemente a la palestra el controversial asunto de la autoría[12].

La fórmula asociativa, empleada en los Estados Unidos con empresas o partnerships, como las de Burnham & Root, McKim, Mead & White o Skidmore, Owings and Merril (SOM), a veces como compañía anónima, se repitió en nuestro país con objeto de facilitar la colaboración entre colegas y brindar una imagen empresarial que facilitara las contrataciones y la sensación de seguridad de clientes y empleados, al no depender de las decisiones de una sola personalidad[13]. En muchos casos, esta fórmula también posibilitó el ingreso de arquitectos sin reválida del título profesional al mercado laboral.

La oficina de proyectos buscó locales en lugares céntricos o en edificios comerciales, por economías de aglomeración. Fue el caso del Centro Profesional del Este (1953), obra de los arquitectos Jorge Romero, Dirk Bornhorst y Pedro Neuberger en la urbanización El Recreo, concebido desde sus inicios como entidad para proveer espacio de oficina para arquitectos e ingenieros, o, posteriormente, en la Torre Bello Monte (1970), de Manuel Fuentes, Carlos Gómez De Llarena y Moisés Benacerraf, en la avenida Principal de Bello Monte.

Los interiores de las oficinas contaron con similar instrumental durante varias décadas: mesas de dibujo con reglas paralelas, escuadras, escalímetros, lápices y plumillas con borradores, sistemas de rotulación, papeles y materiales diversos para dibujo y elaboración de maquetas, algunas veces fotocopiadoras y copiadoras de planos, todo con apoyo de textos y revistas para actualización y consulta de normas. Todo gradualmente sustituido desde las últimas décadas del siglo por programas de diseño asistido por computador.

La construcción de un gremio.

El surgimiento y reconocimiento de una profesión requiere de procesos asociativos tanto para la defensa y protección de los miembros del gremio como para la designación de las reglas de juego y los códigos éticos o deontológicos correspondientes. Esa tarea gremial, descontando el tratamiento especial que los ingenieros habían recibido durante el periodo colonial, se había iniciado en el siglo anterior, entre 1860 y 1861, con la creación e instalación, respectivamente, del Colegio de Ingenieros de Venezuela (CIV)[14]. A este órgano, constituido en un principio por «todos los ingenieros de la República», el Estado le asignó como tarea el «fomento de las ciencias exactas y naturales en Venezuela» y fungir como asesor en el proyecto y construcción de obras públicas[15]; pero este alcance se amplió con el Estatuto decretado en 1922 por el presidente provisional de la República, Victorino Márquez Bustillos, al incorporar también como Miembros a los arquitectos «que hayan obtenido sus títulos o la reválida de los mismos en Venezuela» (Art. 1°) e incluir entre sus fines «gestionar ante  los Poderes Públicos la sanción de Leyes reglamentando el ejercicio de las profesiones citadas» y «denunciar ante las autoridades competentes los casos de ejercicio ilegal de las profesiones enumeradas» (Art. 2°)[16].

De unas pocas decenas de miembros en sus inicios, todos ellos ingenieros civiles o militares, para 1900 el Colegio contaba ya con 199 inscritos, incluyendo los tres primero arquitectos titulados en el país por la Escuela Nacional de Ingeniería[17]. Los números crecieron exponencialmente en las primeras décadas del siglo XX, y para 1950 el CIV tenía 1.350 agremiados, 34 de ellos arquitectos. Para el año 1955 alcanzó 1.847, de los cuales 1.310 eran ingenieros civiles y 54 arquitectos, lo que muestra la creciente importancia de la industria de la construcción y la todavía incipiente especialización de las ingenierías. Los números siguieron creciendo y un lustro más tarde ya eran 3.100 los agremiados, de los cuales 177 arquitectos[18], con decenas de miles a finales del siglo.

La consolidación del CIV tiene su contrapartida arquitectónica en sus sedes de la capital y del interior del país. En Caracas, luego de compartir sus años iniciales con los espacios del Colegio Santa María (1861-83) y con la antigua Universidad Central (1883-1940), la nueva sede ocupó terrenos cedidos gratuitamente por el Estado en el sector de Santa Rosa, frente al parque Los Caobos, y su construcción se produjo luego de un concurso de diseño en 1939, con un jurado integrado por Oscar A. Machado, Gustavo Wallis y Alfredo Jahn Jr.

En el concurso participaron 14 proyectos, los cuales fueron exhibidos en el Museo de Bellas Artes, lo cual brinda una muestra de la importancia del evento. El proyecto ganador fue el de Luis Eduardo Chataing y recibieron menciones Roberto M. Henríquez, Carlos Guinand, Erasmo Calvani, Carlos Raúl Villanueva y Rafael Bergamín. La propuesta de Chataing se transformó, en octubre de 1941, en una sede permanente que incluso daría, a finales del siglo, nombre a una de las estaciones del Metro de Caracas.

Pero el CIV no se limitaría a la capital, convirtiéndose en una red de cobertura nacional, la cual poseía 15 centros regionales para 1960[19]. Además, contó con proyectos de arquitectura para nuevas sedes como las de los estados Lara, realizada en 1953 por el arquitecto colombiano Pedro Rafael Avendaño Sihera, un egresado de la Universidad de Brasil quien trabajaba entonces en la Comisión Nacional de Urbanismo del MOP; la de Carabobo, de 1957, y el Centro de Profesionales Universitarios de Aragua, por los arquitectos Guido Bermúdez y Pedro Lluberes, de 1964.

Con la especialización funcional, se verifica desde la década de 1940 un gradual deslinde entre arquitectura e ingeniería, tanto en el campo académico como en el laboral. Como efecto cascada, se produce un doble movimiento de independencia; por una parte, del CIV para librarse del control gubernamental, en pro del espacio profesional independiente y, por la otra, de los arquitectos para afianzar la especialidad de su disciplina y desprenderse del yugo o control de los ingenieros.

El 4 de julio de 1945 significó un hito de gran relevancia, al crearse la Sociedad Venezolana de Arquitectos (SVA), dentro del CIV, la cual contó con siete miembros fundadores: Rafael Bergamín (1891-1970), Luis Eduardo Chataing (1906-1971), Cipriano Domínguez (1904-1995), Enrique García Maldonado (1905-1990), Heriberto González Méndez (1906-1992), Roberto Henríquez (1905-1990) y Carlos Raúl Villanueva (1900-1975), varios de los cuales habían participado seis años antes en el concurso para la sede del CIV. Al poco tiempo se sumaron otros profesionales al incipiente órgano gremial[20].

El predominio masculino en el ejercicio profesional en esa época se manifiesta en la constitución de la directiva y membresía originales de la SVA, en la composición del profesorado y estudiantado iniciales de la carrera ―restringido, como se verá luego, a la UCV― y en el listado de los premios nacionales de arquitectura. Esta situación irá cambiando de manera importante al avanzar el siglo, lo que es consustancial con la presencia de lo femenino en la arquitectura a lo largo de la historia y con su creciente participación en los cursos universitarios y gremios, siguiendo la tendencia mundial de incorporación plena de la mujer a la fuerza laboral[21].

La SVA se constituyó legalmente al año siguiente de su creación, el 15 de abril de 1946. La más palpable demostración del éxito de esa iniciativa fue el crecimiento del número de participantes y la ampliación de sus esferas de interés. Por ejemplo, para el año 1959 poseía 204 miembros de número, 31 miembros afiliados y tres miembros honorarios: Maurice Rotival, Rino Levi y Oscar Niemeyer[22]. Ese mismo año se produjo la Primera Convención de Arquitectos, auspiciada por el CIV y la SVA. Cinco años más tarde, en 1964, la Sociedad llegó a 375 miembros.

La SVA sumó actuaciones en materia de previsión social, defensa de honorarios profesionales y establecimiento de códigos deontológicos, logrando alcance nacional, apoyándose en las sedes regionales del CIV[23]. Dando un paso adicional hacia la autonomía, el 4 de octubre de 1966 la SVA se transformó en el Colegio de Arquitectos de Venezuela (CAV), siendo su primer presidente Ernesto Fuenmayor Nava. Actualmente el CAV cuenta con cinco filiales regionales (Aragua, Carabobo, Mérida, Táchira y Zulia) y representa al país ante la Unión Internacional de Arquitectos (UIA), la Federación Panamericana de Asociaciones de Arquitectos (FPAA) y la Regional de Arquitectos del Grupo Andino (RAGA).

No obstante, el campo de actuación continuó vinculado al de la ingeniería, normado mediante las Leyes de Ejercicio de las Profesiones de Ingeniero, Arquitecto y Agrimensor (1925) [24] y de Ejercicio de la Ingeniería, Arquitectura y Profesiones Afines (1958, vigente) [25]. Ello significa que los arquitectos, al obtener su título en cualquier universidad acreditada por el Estado, deben inscribirse en el CIV para practicar legalmente la profesión, habiéndose mantenido como opcional la inscripción en el CAV, algo que establece una notoria diferencia con los colegios de arquitectos de otros países.

El tiempo demostró la dificultad que representó para los arquitectos el separar su ejercicio profesional del CIV y, en este sentido, también evidenció la debilidad del propio gremio. La carencia de recursos para consolidar una sede adecuada ―las sucesivas mudanzas a localizaciones temporales se prolongarán hasta el siguiente siglo― es algo que resulta paradójico para una profesión que aspira a la duración mediante la creación de estructuras y lugares permanentes.

El marco legal del ejercicio profesional.

.Si bien el CIV se concibió originalmente como institución científica y como órgano asesor del Estado, ya el Estatuto de 1922 le otorgaba el rol regulador de la práctica profesional de la arquitectura, al disponer que solo sus Miembros tuvieran permiso oficial para ejercer las profesiones de ingeniero y arquitecto[26]. Esta disposición vino a ser ratificada en 1925 por la Ley de Ejercicio de las Profesiones de Ingeniero, Arquitecto y Agrimensor, instrumento que, no obstante, solo exigía la participación de estos profesionales en el proyecto y ejecución de edificaciones de más de dos pisos, dejando abierto a los artesanos un amplio campo de actuación, sobre todo en el interior del país; en este sentido, autorizaba a los «Maestros de Obras» a dirigir cualquier tipo de construcción «en los lugares donde no haya Ingenieros ni Arquitectos» (Art. 15, § 2°)[27].

La Ley es reformada el 24 de noviembre de 1958 mediante el Decreto 444 de la Junta de Gobierno, presidida por Edgar Sanabria. Complementada en materia deontológica por el Código de Ética Profesional del propio CIV, de 1957, la nueva legislación, que reserva la actividad profesional exclusivamente a los inscritos en el Colegio, ha permitido contar con una base jurídica fundamental que se mantiene vigente, a pesar de algunos proyectos para sustituirla. A la par de fijar un marco dentro del cual se desarrolla la práctica de cada especialidad, la actual Ley genera la protección o barreras de ingreso al campo de trabajo mediante el registro de los títulos y la solicitud de solvencia ante el CIV para la firma de documentos y proyectos[28].

Otras normas para reglar el ejercicio aparecen en el ámbito general del país. Aunque con concurrencia de competencias con las ingenierías, se asume en ellas la fortaleza de los arquitectos en el proceso proyectual, con el soporte de distintas ramas de la ingeniería en el proyecto y cálculo de estructuras y de las instalaciones presentes en las edificaciones.

En la esfera local, han surgido ordenanzas de arquitectura, urbanismo y construcciones en general, así como las de zonificación, las cuales regulan aspectos como procedimientos para edificar, componentes de los proyectos, cantidades de obra, alturas, ubicación, alineamientos y retiros, etc. Este tipo de normalización de las capacidades, competencias y campos de actividad constituyen lenguajes específicos y herramientas heurísticas que son propios del discurso arquitectónico e ingenieril, los cuales formarán parte de los conocimientos requeridos para la adquisición de la titulación y para ejercer en el país.

Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UCV. Diferenciación funcional y espacios de taller. Revista Punto, no. 49-50, octubre de 1973

Didáctica de pregrados y postgrados: educación para la arquitectura y arquitectura para la educación

Del taller medieval al salón de clases: la arquitectura entra a la universidad.

Como ocurre con otras carreras, la formalización de los estudios de arquitectura en el mundo conllevó variaciones en enfoque y métodos para ingresar al sistema de educación superior, de acuerdo tanto con los protocolos del sistema como con los cambios en la concepción de la propia disciplina en el tiempo.

Las primeras escuelas se debatieron entre fortalecer o bien los atributos artísticos o los científico-tecnológicos de la arquitectura, con la paradigmática división francesa, extendida al resto del mundo occidental, entre la Escuela de Bellas Artes y las escuelas de Puentes y Caminos y Politécnica en París, la primera centrada en el taller o atelier vinculado a las otras artes y las segundas con una mirada asociada estrechamente a la ingeniería y la construcción de infraestructuras.

El proceso de institucionalización de la enseñanza de arquitectura en Venezuela desde el siglo XIX -entre lo artístico y lo técnico, lo artesanal y lo profesional- reflejó, en la escala nacional y en un tiempo relativamente corto, las profundas transformaciones de las cuales era entonces objeto la propia disciplina, afectada sucesivamente por las ideas artísticas del Renacimiento italiano, el racionalismo de la Ilustración y los cambios tecnológicos de la modernidad reciente.

Inicios de la enseñanza de arquitectura en Venezuela

Generalmente se afirma que los estudios de arquitectura se inician en Venezuela en el año 1941, con la creación de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela. Así, la institucionalización académica de esta disciplina tendría menos de un siglo de desarrollo en el país. No obstante, como ya se ha señalado, los primeros cursos y la entrega de los primeros títulos profesionales, ocurren en el siglo XIX[29].

En efecto, desde la creación de la Academia de Matemáticas de Caracas en 1831 ―que siguió muy de cerca el modelo politécnico francés― y luego en la Universidad Central, los estudiantes de ingeniería contaron siempre con una clase en la cual se impartían temas de arquitectura, acompañando tópicos relacionados con la construcción de obras civiles[30].

La necesidad de establecer estudios de arquitectura en el país, justo en el momento en el que la ciudad capital es objeto de un primer proceso de modernización, debió estar en la mente del presidente Antonio Guzmán Blanco en 1879, cuando constituyó el llamado Instituto Nacional de Venezuela. En el Reglamento de este fallido Instituto ―que no llegó a funcionar― se señala que su Escuela de Bellas Artes contaría con un curso de arquitectura[31]. Posteriormente, la dificultad de poner en marcha estos estudios pudo motivar la aparición del decreto de 1881, en el cual Guzmán Blanco dispuso que «todo ciudadano que se considere suficientemente instruido en el arte de construir y de hacer edificios, puede optar al título de Arquitecto, previa presentación de un examen ante el Colegio de Ingenieros de Venezuela»[32]. A este decreto, que significó uno de los primeros reconocimientos oficiales de la profesión[33], le siguió otro de 1885, que estableció las reglas que debían observarse en el examen[34]. No existen, sin embargo, testimonios del otorgamiento de títulos a través de este sistema[35].

Finalmente, a partir de 1887, la creación del curso de arquitectura de la Academia de Bellas Artes de Caracas vino a materializar los deseos del Ilustre Americano, quien abandona definitivamente el poder y el país a los pocos días de haber firmado el decreto fundacional. A pesar de su perfil eminentemente artístico, el curso de la Academia ―que no conducía a un título sino solo a un certificado de asistencia― será tomado casi exclusivamente por estudiantes ―e incluso por egresados― de ingeniería civil de la Universidad Central.

Si bien la situación económica y la inestabilidad política hacían decaer cada vez más la actividad constructiva, casi una década más tarde, en el año 1895, se conformó el primer programa de arquitectura a nivel profesional en Venezuela. En efecto, signado por un ambiente crítico al tipo de enseñanza que entonces se impartía en la Universidad ―excesivamente teórico-filosófico y alejado del oficio― el presidente Joaquín Crespo crea la Escuela Nacional de Ingeniería (ENI), una institución educativa dependiente del CIV que, en muchos sentidos, vino a restituir a la antigua Academia de Matemáticas clausurada por Guzmán Blanco, absorbiendo los estudios de ingeniería civil de la UCV y agregando los de ingeniería militar y agronómica y de arquitectura[36].

Inicialmente la carrera de arquitectura contaba con un pensum de solo dos años (la mitad de la duración de los estudios de las ingenierías), compartiendo todas sus materias con el curso de ingeniería civil, a excepción de una relacionada directamente con la especialidad: «Arquitectura y Arte de construir», a cargo del ingeniero Eduardo Calcaño Sánchez[37]. Dos años más tarde, acaso percibiéndose la duplicidad de esfuerzos, esta clase fue eliminada, siendo obligatorio inscribir un año de «Arquitectura Artística» en la antigua Academia de Bellas Artes[38].

La ENI es suprimida como ente autónomo en el año 1904 y sus estudios reincorporados a la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Central, incluyendo los de arquitectura. El balance de los resultados obtenidos por la nueva carrera ―y por la finada Escuela― tras una década de actividad resulta exiguo: solo dos cohortes con ocho estudiantes inscritos y solo cinco egresados: Pedro S. Castillo, Manuel A. Diez Tresselt y Jesús M. Rosales Bosque en 1898; Antonio F. Ríos en 1903 y Luis B. Castillo en 1905[39].

Aunque se hacen varias reformas en el plan de estudios de arquitectura, que llevaron a igualarlo al de ingeniería civil en tiempo (4 años) y hasta en contenidos (con casi el mismo número de materias, añadiendo cursos especiales como «Arquitectura y su historia, Arqueología y Estética», «Modelado en barro» y «Arquitectura: composición de edificios»)[40], la carrera no volvió a contar con estudiantes activos en los siguientes 36 años; no obstante, durante los diez años que la Universidad se mantuvo clausurada por decisión del dictador Juan Vicente Gómez (1912-24), funcionó en Caracas un centro de enseñanza alterno que sólo impartía docencia, la Escuela de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, en la cual se formaron otros dos arquitectos a quienes el Ministerio de Instrucción Pública confirió directamente los títulos en 1921: Alfredo Jahn López y Guillermo Pardo Soublette.

La reapertura de la Universidad, en el año 1922, coincidió con la aprobación de un nuevo estatuto del Colegio de Ingenieros, que implicó su relanzamiento como organización de tipo gremial, y con la promulgación de la “Ley de Ejercicio de las Profesiones de Ingeniero, Arquitecto y Agrimensor”. Para entonces, el reducido mercado laboral determinó que los estudios de ingeniería civil asumieran un carácter «generalista», que permitiera a sus egresados enfrentar un amplio rango de actividades, entre ellas la elaboración de proyectos de arquitectura.

La ausencia de estudiantes en la carrera se vio matizada por el inicio de una política de validación de títulos otorgados en el exterior, tanto a venezolanos que realizaron estudios en centros educativos de Europa y los Estados Unidos como a extranjeros radicados en el país. Entre los años 1934-40 se sistematiza el procedimiento que, a la larga, permite legalizar el ejercicio de once profesionales, algunos de los cuales ya actuaban desde tiempo atrás de manera ilegal, tanto en el ámbito público como privado[41].

A finales de la década de 1930, el fuerte impulso que ha tomado la industria de la construcción hace evidente la necesidad de reactivar la carrera. La posibilidad de establecer Escuelas de Arquitectura dentro de las Facultades de Ingeniería existentes en el país―prevista por la nueva Ley de Educación de 1940[42]― y en particular la creación de la Escuela de Arquitectura de la UCV ― decretada por el presidente Isaías Medina Angarita el 13 de octubre de 1941[43]―  serán el resultado de la iniciativa de algunos ingenieros que desarrollaron su actividad profesional en el campo proyectual, entre los que figuran Luis Eduardo Chataing, Cipriano Domínguez y Willy Ossott, junto con otros arquitectos que revalidaron sus títulos durante la década anterior. No obstante, el pensum administrado mantuvo el enfoque científico-técnico que exhibían los anteriores programas, lo que terminó siendo adverso. Según un reporte del propio decano de la Facultad, Eduardo Calcaño hijo:

[La cohorte de 1941, de 70 estudiantes]…languideció desde sus comienzos y pereció al concluir el primer año. Los inscritos en ella se dividieron en dos grupos: los incapaces para asimilar las matemáticas para ingenieros, que se retiraron de un todo, y los que superaron esas dificultades, que se incorporaron a los cursos de ingeniería y abandonaron la arquitectura[44].

Esta situación cambia a partir de la revisión del plan de estudios que se hace en 1944, incluida en la Reforma Parcial de la Ley de Educación de ese año[45]; aunque este instrumento transforma la Escuela en simple Departamento[46], el pensum que se implementa, con una duración de cuatro años divididos en semestres, cuenta entre las 64 materias que lo conforman con un importante porcentaje de cursos propios de la disciplina, como Teoría de la Arquitectura, Historia de la Arquitectura, Composición Arquitectónica y Diseño Arquitectónico, distribuidos en todos los períodos académicos, junto con novedosos tópicos como Urbanismo  y Arquitectura Precolombina y Colonial en Venezuela. La participación de arquitectos graduados en el exterior en el cuerpo profesoral (Erasmo Calvani, Juan Capdevila, Fernando Salvador, Rafael Bergamín, Luis Malaussena y Carlos Raúl Villanueva entre otros) también será un elemento clave que posibilitó contar en 1944 con una nueva cohorte y, cuatro años más tarde, con la que se considera la primera promoción de arquitectos de la UCV, llamada “Promoción Alejandro Chataing”, la cual inicia una serie progresivamente creciente de promociones que aún se mantiene en la actualidad. Finalmente, la Ley de Universidades Nacionales de 1953 incluyó entre las facultades universitarias, las de Arquitectura y Urbanismo, siendo la de la UCV la primera del país, tras emitirse una Resolución Rectoral que la creó el 20 de octubre de ese mismo año[47].

La extensión en cantidad y geografía de los estudios de arquitectura en el país.

El número de lugares de estudio para pregrados y postgrados y, con ello, la cantidad de estudiantes en las distintas escuelas y facultades creció de manera sostenida durante la segunda mitad del siglo XX, a partir de la experiencia desarrollada en la Universidad Central de Venezuela, la cual se replicaría en otros centros de educación superior públicos y privados.

No obstante algunos experimentos fallidos, como los de la Universidad Católica Andrés Bello, a finales de la década de 1950, y la Universidad Ávila, en la década de 1970, la tendencia ha sido a la proliferación y establecimiento de grados universitarios en arquitectura que abarcan la casi totalidad de la geografía venezolana; así, a comienzos del período democrático, se instituyen escuelas de arquitectura en la Universidad del Zulia (1959) y la Universidad de los Andes (1961). Luego, otros nueve centros de educación superior públicos y privados incorporaron oportunidades de estudio en arquitectura, algunos con varios núcleos o extensiones en el país, como las universidades Simón Bolívar (1971), Rafael Urdaneta (1982), Nacional Experimental del Táchira (1983), José María Vargas (1984), Politécnico Santiago Mariño (1992), de Oriente (1998), Santa María (2001), José Antonio Páez (2002) y Bolivariana de Venezuela (2005).

Varios aspectos merecen ser destacados, el número creciente de opciones de estudio no necesariamente coincidentes con las demandas del mercado laboral, la creación de variantes epistemológicas de corte regional y la creciente participación de estudiantado femenino, con el consiguiente impacto en el mundo profesional, al cual hemos hecho referencia anteriormente (Gráficos 1 a 4).

 

Gráfico 1 Egresados de Arquitectura por año, FAU/UCV  (1948-2000)
Fuente: elaboración propia.
Gráfico 2 Egresados de arquitectura por sexo y año FAU/UCV (1948-2000)

Fuente: elaboración propia.
Gráfico 3 Egresados de Arquitectura por año, USB (1977-2000)
Fuente: elaboración propia a partir de DACE-USB.

 

Gráfico 4 Egresados de Arquitectura por sexo y año, USB (1977-1989).
Fuente: elaboración propia a partir de DACE-USB.

En paralelo a la creación de escuelas y facultades, surgieron una serie de especializaciones, maestrías y doctorados en áreas tales como urbanismo, transporte urbano, planificación, gestión y diseño urbano, tecnologías constructivas, diseño arquitectónico, historia de la arquitectura, restauración y conservación patrimonial y paisajismo. En cada una de ellas se produjo una serie de protocolos, tanto teóricos como prácticos, los cuales han propiciado una mayor expansión en el campo de actuación de los profesionales.

Propedéutica in situ: edificios que enseñan.

La didáctica de la arquitectura tomó lugar inicialmente en espacios adaptados en inmuebles existentes y posteriormente en edificaciones proyectadas para cumplir esa finalidad. De hecho, resulta un reto especial y poco frecuente para un arquitecto el proyectar una facultad o escuela de arquitectura, plasmando en un conjunto edificado su desiderátum acerca de la transmisión de conocimientos de la disciplina.

Los grandes maestros del siglo XX así lo hicieron. El ejemplo más famoso es el de la escuela de la Bauhaus en Dessau, conjunto proyectado por su director Walter Gropius, desaparecida con la llegada de los nazis al poder. Otros grandes maestros tuvieron similar oportunidad: Mies van der Rohe con el Crown Hall del Illinois Institute of Technology en Chicago, Frank Lloyd Wright con sus estudios y residencias de Taliesin y Le Corbusier con la Escuela de Arte y Arquitectura en Chandigarh, la nueva capital del Punjab, también de su autoría. También del siglo XX es la Escuela de Arte y Arquitectura de la Universidad de Yale, un polémico proyecto de su entonces Decano, Paul Rudolph, el cual tuvo reacciones iniciales adversas de la crítica y, además, fue objeto de un incendio, al parecer premeditado, que ha forzado a varios procesos de reconstrucción y ampliación.

Más recientemente, es significativo el trabajo de las oficinas de Bernard Tschumi y Steven Holl, quizá los más prolíficos proyectistas contemporáneos de escuelas de arte y arquitectura, con edificaciones en Florida, Lausanne y Marne-la-Vallée, el primero, y en Houston, Iowa, Nueva York, Glasgow y Pensilvania, el segundo. En el ámbito latinoamericano, destaca la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU) de São Paulo, proyectada entre 1961 y 1969 por João Batista Vilanova Artigas y Carlos Cascaldi , la cual es emblemática del interés por sintonizar la forma construida con ideas pedagógicas y de responsabilidad social[48].

Pudiera decirse que en cada caso el asunto central es el valor propedéutico de esos edificios para enseñar, ofreciendo lecciones sobre estructura, infraestructura, iluminación, circulación y todo lo que la consabida tríada vitruviana dice sobre las formas correctas de la estabilidad, uso y estética de una edificación, de acuerdo con la particular interpretación de su diseñador.

Dos narrativas se encuentran en juego en torno a ese valor pedagógico de las edificaciones para la enseñanza, desde, al menos, la era de la Ilustración, a finales del siglo XVIII. La primera es la capacidad de la arquitectura para modificar las conductas de los seres humanos y estimular la transmisión de conocimientos. Hay una similitud conceptual entre la frase «los edificios moldean el comportamiento», del sicólogo alemán Rudolph Arnheim[49], y la de «nosotros damos forma a nuestros edificios y después nuestros edificios nos dan forma a nosotros», del premier inglés Winston Churchill[50], en un discurso de 1943 respecto a la reconstrucción del Parlamento Inglés luego de la Guerra.

El segundo aspecto es la pretendida correspondencia de la ortodoxia moderna entre la forma y la función. Acuñada por el arquitecto Louis Sullivan en 1896, la frase «la forma sigue a la función» se convirtió en un mantra en las escuelas de arquitectura por buena parte del siglo XX. En este sentido, la configuración de las escuelas de arquitectura adecuándose a un determinado enfoque de la enseñanza representa una reedición del discurso de Sullivan de la cual no estuvieron exentos los centros de enseñanza de arquitectura en nuestro país.

El patrimonio inmobiliario venezolano del siglo XX posee algunas edificaciones especialmente diseñadas para la enseñanza de la disciplina. La primera de ellas, ocupada desde 1957, es la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU) de la Universidad Central de Venezuela, proyectada, al igual que el resto de la Ciudad Universitaria, por Carlos Raúl Villanueva, quien, además, fue profesor de la Escuela que luego adoptó su nombre.

En la Ciudad Universitaria de Caracas, Villanueva tuvo ocasión de reflexionar sobre las distintas edificaciones para la enseñanza de cada disciplina, buscando formas adecuadas para generar actitudes proclives al intercambio de conocimientos y para organizar los espacios de acuerdo con su finalidad. Con respecto al edificio de la FAU, Juan Pedro Posani, uno de sus colaboradores en el proyecto de la Ciudad Universitaria, expresó lo siguiente:

Cada función está generosamente expresada en la volumetría. Los temas formales, contrastantes entre sí, se superponen en modo agresivo. La unidad conceptual, radicada en numerosas correspondencias locales entre forma y función, substituye al criterio de la coherencia con una forma total preestablecida a priori[51].

De esta manera, la Facultad de Arquitectura y Urbanismo se articula como agregado de funciones: talleres de diseño, salas de dibujo, salones de clase, auditorios y salas de conferencias, bibliotecas y hemerotecas, salas de exposición, oficinas, institutos de investigación, cafeterías y comedores, áreas recreativas, puestos de vigilancia y control, sistemas de circulación horizontal y vertical, cada una de las cuales busca propia expresión formal, como si fuera un mosaico. En este sentido, la Facultad es como una ciudad en miniatura, separada de las otras ciudades del conocimiento en un océano de verdor, otra de las premisas de la modernidad arquitectónica.

Curiosamente, ese arreglo de volúmenes y espacios ha sido transformado a lo largo del tiempo, relativizando la correspondencia unívoca entre forma y función de otrora.

Otro ejemplo de diseño ex novo es el de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad del Zulia (LUZ), proyectada por los arquitectos Humberto Vera Barrios y Tubal Faría González, ambos egresados de la Universidad Central de Venezuela en la década de 1950, quienes siguieron las líneas del proyecto de Villanueva para la Escuela de Ingeniería de Petróleo de LUZ, en materia de escala y articulación de partes diferenciadas.

Finalmente, cabe mencionar el edificio de la Facultad de Arquitectura de La Universidad de Los Andes (ULA), producto de un concurso entre los talleres del último nivel en el año 1987, ganado por Rafael Augusto D’Armas, quien fuera contratado al graduarse para desarrollar el proyecto, construido posteriormente y ocupado en la década de 1990.

Un esquema didáctico distinto tomó lugar en la Universidad Simón Bolívar. Buena parte de las actividades de la carrera se realizan en uno de los pabellones creados inicialmente para dar respuesta rápida a las crecientes necesidades de la institución. Adaptada esa edificación, informalmente denominada «Galpón 5» por su aspecto de gran cobertizo, a los requerimientos de esa rama de estudios, se buscó dotar a cada estudiante de un espacio individual o cubículo de trabajo permanente, siguiendo esquemas existentes en universidades del exterior, marcando la prioridad brindada al taller de diseño como eje curricular.

Difusión de la disciplina de la arquitectura en publicaciones, eventos y medios de comunicación

La arquitectura ha sido objeto de interés y divulgación a lo largo de la historia. Sin embargo, el siglo XX presenció una verdadera eclosión de mecanismos que propiciaron la difusión del conocimiento sobre la disciplina y sus logros para públicos cada vez más amplios, subrayando la urgencia de la arquitectura en programas de urbanismo, vivienda, salud y educación. Siguiendo estas tendencias, en Venezuela se fue ampliando el interés por la profesión y sus logros, más allá de aquellos iniciados en el conocimiento artístico. Un precedente decimonónico estuvo constituido por los 21 artículos del ingeniero Julián Churión en el Diario de Avisos de Caracas en el año 1875[52].

A finales de siglo se editaron las revistas El Zulia Ilustrado, entre 1888 y 1891, y El Cojo Ilustrado, entre 1892 y 1915 (antecedido por un folleto llamado El Cojo, entre 1881 y 1892), en las cuales se hicieron frecuentes las imágenes de edificaciones y lugares, y referencia a hechos arquitectónicos y urbanísticos de carácter nacional e internacional, como las perspectivas de los proyectos estudiantiles del concurso para un Pabellón de Venezuela en la Exposición Universal de París de 1900.

A lo largo del siglo XX se fueron agregando espacios o secciones especializadas dedicadas a temas arquitectónicos en medios de amplia circulación en el país, como la revista Élite, entre 1925 y 1959, donde aparecieron artículos de Rafael Seijas Cook[53]. Más adelante, con mayor rigor y continuidad, aparecieron las separatas de arquitectura en la revista Cruz del Sur, con la colaboración de varias oficinas de arquitectura, urbanismo e ingeniería y, a finales del siglo, secciones especializadas en el Suplemento Cultural de Últimas Noticias, la revista Feriado (o Todo en Domingo) del periódico El Nacional, las columnas en el diario Tal Cual, «Arquitectura» en El Nacional, y secciones especializadas en El Diario de Caracas y, en especial, Arquitectura Hoy del diario Economía Hoy.

Concentrados en aspectos técnicos y de edición gubernamental, circularon las Memorias y el Boletín del Ministerio de Obras Públicas, desde finales del siglo XIX y la Revista Técnica del MOP, desde 1911, cuyas páginas ilustraban proyectos y construcciones de edificios llevados a cabo en todo el país[54]. En tónica de propaganda gubernamental, la revista Venezuela up-to-date, de la década de 1950, mostraba los logros arquitectónicos y urbanísticos del Estado venezolano a un público internacional.

Los organismos gremiales dieron continuidad y complemento a la labor informativa del MOP. En 1923 se inició la publicación de la Revista del Colegio de Ingenieros de Venezuela. Unas décadas más tarde se sumaron la revista SVA, de la Sociedad Venezolana de Arquitectos, con 20 números entre 1959 y 1965, y la revista CAV, del Colegio de Arquitectos de Venezuela, cuyo primer número apareció en diciembre de 1966. Cabe resaltar en estas dos últimas la presencia de decenas de anuncios publicitarios de productos y entes patrocinadores, los cuales contribuyeron de manera decisiva a su viabilidad económica en las décadas iniciales.

Aparte de las revistas promovidas por entes gremiales y gubernamentales, se produjo un boom desde mediados de siglo de publicaciones sobre arquitectura. Al país llegaban revistas internacionales, haciéndose eco de las tendencias de la modernidad y, en no pocas ocasiones, con muestras de lo que se producía en Venezuela. Esas revistas tuvieron sus contrapartes locales y, sin pretender hacer un inventario exhaustivo, dada la multiplicidad de esfuerzos, muchos de los cuales apenas pudieron superar unos pocos números, surgieron las revistas a-Hombre y Expresión e Integral en la década de 1950, a las que se sumarían posteriormente aquellas dirigidas a un público amplio, con secciones o números completos dedicados a arte, arquitectura y decoración como Arquitectura e Ingeniería, Cuadernos de Arquitectura Hoy, Inmuebles, Estilo, Espacio, Arketipos y Entre Rayas.

Pero es en el ámbito académico desde donde se produjeron las muestras de mayor pluralidad y duración. Entre los productos de las editoriales y comunidades universitarias se encuentran el Boletín del CIHE, revista del Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas, Espacio y Forma, Taller, Punto, Tecnología y Construcción, Urbana, entre las de la Universidad Central; Croquis, De Arquitectura y Edificar, de la Universidad de Los Andes; Portafolio, de la Universidad del Zulia y Galpón 5, de la Universidad Simón Bolívar.

Acompañaron a las publicaciones periódicas la edición de libros y catálogos de las editoriales universitarias y las realizadas por entidades privadas como Armitano y Arte, dedicadas a colecciones y textos singulares de arquitectura[55]. Así, la arquitectura de los periodos históricos, regiones y autores se hizo objeto de curiosidad e interés, produciéndose una copiosa bibliografía sobre la historia del pensamiento y práctica arquitectónicos.

Adicionalmente a los testimonios gráficos, la sociedad venezolana presenció una considerable cantidad de conferencias, exposiciones, seminarios y congresos sobre arquitectura y urbanismo, con presencia de participantes nacionales e internacionales. La frecuencia y calidad de esos eventos, que sería sumamente largo enumerar, fueron dignas de encomio y se recuerda el esfuerzo de curadores y editores de tales iniciativas, entre los cuales se puede mencionar a la Fundación Museo de Arquitectura, creada en 1988.

Apoyados por este nutrido dispositivo comunicacional, los profesionales de la arquitectura –cobijados por el nombre de algunas figuras emblemáticas como Carlos Raúl Villanueva- gradualmente ocuparon un mayor lugar en el imaginario colectivo, comenzando a aparecer en los medios de comunicación, en films y series de televisión nacionales e importadas, en el mundo de la publicidad, en cuñas que mostraban a los profesionales en sus oficinas o en presencia de sus obras e, inclusive, en el competido espacio de las telenovelas venezolanas como en Ilusiones, serial de 1996, donde una arquitecto, Marisol Palacios, es personaje principal, una demostración de que el ejercicio profesional había desbordado, ampliamente, el restringido mundo masculino de sus comienzos.

La aduana de Puerto Cabello del arquitecto Julián Ferris, Premio Nacional de Arquitectura en 1965 (2018). ©Archivo Fotografía Urbana

Premios y reconocimientos a autores y obras

Una de las formas de recompensar el trabajo de los arquitectos, aparte de honorarios y otras remuneraciones, está en la retribución mediante premios y reconocimientos de distinta índole, tanto a una obra específica como a la labor meritoria extendida en el tiempo.

Así, en el plano internacional cabe mencionar premios de abolengo como el Premio de Roma, cuya primera edición tuvo lugar en el siglo XVII y fue luego concebido en varios países a modo de beca para estancia de estudio en la Academia Francesa en Roma. Bastante más recientes son la Medalla de Oro y otras distinciones de la Unión Internacional de Arquitectos (UIA); el premio Mies Van der Rohe de Arquitectura Contemporánea de la Unión Europea; los premios de la Bienal Iberoamericana de Arquitectura e Ingeniería, que se entregan desde el año 1998 y el premio Pritzker, instituido en 1979. Este último es considerado el premio Nobel de Arquitectura y desde su creación han sido laureados cuatro arquitectos latinoamericanos: el mexicano Luis Barragán, en 1980, los brasileños Oscar Niemeyer, en 1988 y Paulo Mendes da Rocha, en 2006, y el chileno Alejandro Aravena, en 2016.

En Venezuela existió una temprana experiencia de estas formas de reconocimiento desde las postrimerías del siglo XIX cuando, siguiendo de cerca el modelo francés, la Academia de Bellas Artes de Caracas organizó una serie de concursos o certámenes semestrales, abiertos a estudiantes inscritos en las diversas disciplinas artísticas existentes en su seno. Este sistema, antecedente de los actuales premios nacionales, se impuso como una práctica para fomentar el desarrollo del arte en el país e incluía premios en metálico y, en algunas ocasiones, pensiones para completar estudios en Europa.

En el primero de tales concursos, llevado a cabo en febrero de 1898, el tema propuesto en la sección de arquitectura consistió en el diseño de una capilla. El premio fue otorgado a Mariano Herrera Tovar y el accésit al de Octaviano Urdaneta Larrazábal, quien sería posteriormente acreedor del premio de julio de ese mismo año por su propuesta para un Pabellón de Venezuela en la Exposición de París de 1900. En sustitución del anterior, la misma Academia creó en 1899 el Premio de Arte, ahora abierto al público general y compuesto por tres pruebas: una Iglesia Parroquial, un Bautisterio y un Hospital Militar, resultando ganador nuevamente Mariano Herrera Tovar, quien no pudo hacer efectiva la prometida pensión de estudios en París.

En 1900, en correspondencia con los altibajos políticos y académicos de la época, surgió un nuevo formato; el Concurso de Ciencias, Letras y Bellas Artes, el cual se mantuvo por ocho ediciones hasta el año 1909, con Octaviano Urdaneta, sobrino del conocido ingeniero y arquitecto Luciano Urdaneta, como ganador en el apartado de arquitectura de su primera edición[56]. Cabe mencionar que la siguiente convocatoria, en 1901, tuvo como tema una Escuela de Agricultura. En esa ocasión, fue galardonada la propuesta de los ingenieros Germán Jiménez y Félix Martínez Espino.

No obstante estos precedentes de entresiglos, será avanzado el siglo XX, con el crecimiento de la profesión, la nutrida cosecha de obras y la proliferación de escuelas de arquitectura, cuando surgirían una cantidad de formas de reconocimiento académico y profesional en arquitectura[57].

Con una finalidad más allá de lo académico, y con miras a la materialización del edificio o conjunto sujeto de la competencia, vale mencionar una cantidad de edificaciones que efectivamente se llevaron a cabo luego de concursos nacionales de arquitectura. A raíz de 29 convocatorias, llevadas a cabo entre los años 1894 y 1993, se materializaron, algunas con importantes modificaciones, 13 de las propuestas, entre las cuales se encuentran el Hotel Miramar de Macuto, la antes citada Sede del Colegio de Ingenieros de Venezuela, la Reurbanización de El Silencio, el Centro de Profesionales Universitarios del Estado Aragua, el Pabellón de Venezuela en Feria Mundial de Nueva York, el Palacio Municipal de Barquisimeto, el Edificio Sede de CADAFE, el Complejo Cultural Teresa Carreño, el Museo de Artes Visuales Alejandro Otero (MABAO) y el Pabellón de Venezuela en la Exposición Universal de Sevilla de 1992[58].

Pero serían los premios nacionales de arquitectura los que acapararían la atención del gremio y los medios de comunicación. En el año 1963 se creó el Premio Nacional de Arquitectura, otorgado por el Ministerio de Educación y, sucesivamente, por el Consejo Nacional de La Cultura (CONAC) y el Ministerio de la Cultura. Ese mismo año se crea también el premio de la SVA, luego del CAV, por resolución de su Junta Directiva del día 3 de junio, con Julián Ferris, Gustavo Walis y Carlos Raúl Villanueva como jurados. El Premio Nacional lo ganó Carlos Raúl Villanueva y el de las SVA Jorge Romero Gutiérrez por el Centro Profesional del Este[59].

Las primeras ocho ediciones del Premio Nacional, entre 1963 y 1987, se otorgaron a obras destacadas en el marco de las Bienales de Arquitectura (Cuadro N° 2) como es el caso del edificio para la Aduana de Puerto Cabello, proyectado por Julián Ferris.

 

Cuadro 2. Premio Nacional de Arquitectura  (1963-86)

Año Obra Autor
1963 Ciudad Universitaria de Caracas Carlos Raúl Villanueva
1965 Aduana de Puerto Cabello Julián Ferris
1967 Banco Central de Venezuela, Caracas Tomás J. Sanabria
1971 Edf. El Universal, Caracas Bernardo Borges, Francisco Pimentel y George Wilkie
1973 Edf. Seguros Orinoco, Caracas José Miguel Galia
1976 Torre Europa, Caracas Carlos Gómez de Llarena, Manuel fuentes y Moisés Benacerraf
1980 Terminal internacional Aeropuerto de Maiquetía Felipe Montemayor, Luis Sully, Joseba Pontesta, Estanislao Sekunda, Leopoldo Sierralta y Joaquín Leniz
1986 Metro de Caracas Max Pedemonte y División de Arquitectura del Metro de Caracas

La organización intermitente de las llamadas «bienales» nacionales de arquitectura, que realizaron ocho ediciones en sus primeros 35 años, permitió reconocer las obras más destacadas de la segunda mitad del siglo, incluso en categorías diversas, por tipos edilicios o especialidades como el urbanismo, la conservación del patrimonio, el paisajismo, las publicaciones y las tesis de grado. Asimismo, surgieron reconocimientos a proyectos en determinadas localidades, como el Premio Metropolitano de Arquitectura del Distrito Federal y el Distrito Sucre del Estado Miranda.

Por su parte, el máximo galardón, instituido por el gremio de los arquitectos, ha sido también otorgado en cada Bienal Nacional de Arquitectura, originalmente con el nombre de Premio Sociedad Venezolana de Arquitectos para enaltecer la labor gremial, la actividad docente y la obra destacada de los miembros. Entre 1965 y 1987 se le denominó Premio Colegio de Arquitectos de Venezuela, también para la trayectoria profesional, y, a partir de 1998, Gran Premio Bienal Nacional de Arquitectura[60]. En este último caso, se retornó a los galardones otorgados a obras en lugar de trayectorias, con el reconocimiento a la Abadía Benedictina en Güigüe, de Jesús Tenreiro, para cerrar el ciclo de reconocimientos a la arquitectura venezolana en el siglo XX.

Cuadro 3. Premio Sociedad Venezolana de Arquitectos (1963-65)
Año Galardonado
1963 Jorge Romero Gutiérrez
1965 Tomás J. Sanabria

 

Cuadro 4. Premio Colegio de Arquitectos de Venezuela (1967-87)
Año Galardonado
1967 Guido Bermúdez Briceño
1971 Ernesto Fuenmayor Nava
1973 Martín Vegas Pacheco y

Carlos Celis Cepero

1976 Heriberto González Méndez
1980 Roberto Henríquez
1987 Julio Coll Rojas

 

A partir de 1987, el Premio Nacional de Arquitectura pasó a ser entregado anualmente por el Presidente de la República, junto con los demás Premios Nacionales de Cultura, siendo asignado a un arquitecto por su trayectoria profesional[61].

 

Cuadro 5. Premio Nacional de Cultura: Arquitectura (1987-2000)
Año Galardonado
1987 Fruto Vivas
1988 Henrique Hernández
1989 Gustavo Legórburu
1990 Cipriano Domínguez
1991 Jesús Tenreiro (declinó el premio)
1992 Juan Pedro Posani
1993 Jimmy Alcock
1994 Juan Andrés Vegas
1995 Graziano Gasparini
1996 Jorge Romero Gutiérrez
1997 Edmundo Díquez
1998 Martín Vegas Pacheco
1999 Jorge Castillo
2000 Joel Sanz

 

Final

Toda esa gama de procesos de evolución disciplinar en la arquitectura, en conexión con tendencias globales, ha tenido su correlato en cantidad de obras desplegadas en el territorio, con el aporte de arquitectos graduados en el país y la presencia de centros de enseñanza de arquitectura en buena parte del territorio.

Las últimas décadas del siglo XX y los inicios del siglo XXI supusieron cambios globales en la disciplina, acompañados en Venezuela por las transformaciones de la escena política y económica. Las corrientes globales de pensamiento en torno a la arquitectura se hicieron sentir, ahora acompañadas por nuevas técnicas e instrumentos de construcción y representación, empleando programas que han multiplicado las posibilidades del diseño, ahora asistido por computadora. No obstante las restricciones del mercado inmobiliario, con una notable reducción de los encargos por parte tanto del Estado como de los particulares, la tarea de los profesionales de la arquitectura ha continuado desplegándose, tanto al interior como al exterior del país.

***

Notas:

Leonardo González Casas es Arquitecto y Urbanista, PhD, Profesor Titular de la Universidad Simón Bolívar.

Orlando Marín Casteñeda es Arquitecto, MSc, Profesor Agregado de la Universidad Simón Bolívar.

[1] Con una destacada actuación profesional durante el guzmancismo, Juan Hurtado Manrique (1837-1896) fue el primer venezolano en formarse como arquitecto en Europa, luego de obtener el título de Bachiller en la Universidad Central en 1852, si bien aún no se cuenta con datos precisos sobre el lugar y el período en los cuales adquirió esa formación.

[2] Tras graduarse como ingeniero civil en la Universidad Central (1883), Manuel Felipe Herrera Tovar (1865-1932) es el primer venezolano en realizar estudios de arquitectura en la École des Beaux Arts de Paris, en la que permanece entre los años 1888 y 1890, siendo alumno del taller del arquitecto Jean-Louis Pascal. Edmond-Augustin DELAIRE et al., Les architectes élèves de l’École des Beaux-Arts, Paris, Librairie de la Construction Moderne, 1907: 40 y 293.

[3] Leszek ZAWISZA, La Academia de Matemáticas de Caracas, Caracas, Ministerio de la Defensa, 1980; Ciro CARABALLO PERICHI, «Del académico retórico al profesional pragmático. Crisis recurrente en la educación venezolana de la ingeniería y la arquitectura», Boletín CIHE, 27, Caracas, CIHE-FAU-UCV, 1987: 52-77.

[4] Luis Fernando GONZÁLEZ ESCOBAR, Luis Llach: En busca de las ciudades y la arquitectura en América, San José, Costa Rica, Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2004: 36.

[5] Archivo General de la Nación (AGN), Republica, Ministerio de Instrucción Pública, caja 494, legajo 758, año 1896-97, «Reglamento de la Sociedad de Arquitectura y Construcción»; Diario de Caracas, Caracas, 26 de agosto de 1896.

[6] Andrés STAMBOULI, «Concepción y desarrollo del Estado moderno venezolano a lo largo del siglo XX». En: Edgardo MONDOLFI GUDAT, La política en el siglo XX venezolano, Caracas, Fundación para la Cultura Urbana, 2020: 125.

[7] Asdrúbal BAPTISTA, Bases Cuantitativas de la Economía Venezolana, 1830-1989, Caracas, Comunicaciones Corporativas, 1991: 33-34.

[8] En el MOP prestan su servicio arquitectos procedentes de España (J. Yárnoz, J. Ortiz García, F. Íñiguez, J. Capdevila), Francia (P. Bled, J. Boistel, J. Lambert), Italia (D. Casasola, D. Filippone), Suiza (H. Blaser, J. Capt), Austria (F. Szokoloczi), Polonia (H. Stephan K.), México (G. Gutiérrez O.), Colombia (P. Avendaño H., C. Celis C.), Argentina (J. Kambo) y Bolivia (L. Salgueiro), entre otros países.

[9] Eduardo ARCILA FARÍAS, Centenario del Ministerio de Obras Públicas: influencia de este ministerio en el desarrollo, 1874-1874, Caracas, Ministerio de Obras Públicas, 1974; Alfredo CILENTO SARLI, «El Ministerio de Obras Públicas en la construcción de la infraestructura para el desarrollo (1874-1976» [Discurso de incorporación a la Academia Nacional de la Ingeniería y el Hábitat], Caracas, ANIH, 2015.

[10] Víctor FOSSI, «Palabras del Decano de la Facultad». En: Punto, n° 20, Caracas, octubre-noviembre, 1964: 11.

[11] Edgar PARDO STOLK, Las casas de los caraqueños, Caracas, Gráficas Herpa, 1969: s/n.

[12] Entre las firmas conjuntas de arquitectos de mediados de siglo, objeto de larga o corta asociación, se recuerdan las de Fuenmayor y Gutiérrez; Romero-Fuenmayor; Vegas y Galia; Carbonell y Sanabria; Vegas y Ferris; Carpio y Suárez; Bermúdez y Lluberes; Guinand y Benacerraf + Vestuti. Entre las asociaciones entre arquitectos e ingenieros (que generalmente sumaban la ejecución de obras al desarrollo de proyectos) están las de Velutini y Bergamín; Malaussena y Silveira; Salvador y Fernández; Guinand y Brillembourg; Guinand y Carrillo Batalla. Otras firmas, como las de Villanueva o Wallis, aunque apoyadas por numerosos colaboradores, permanecieron vinculadas al nombre del autor individual. Fueron pocas las que se establecieron bajo la forma de empresa anónima por acciones, como Arquitectura y Urbanismo de Romero, Bornhorst y Neuberger; Tekto C.A., de Celis Cepero; AISA C. A. de Vivas y Pérez; AA Arquitectos Asociados de Pimentel y Heufer. Arquitectos también laboraron dentro de empresas identificadas plenamente con el campo de la construcción como la Constructora Gama, de García Maldonado o la Constructora Anauco de Ossott.

[13] Alberto SATO, José Miguel Galia. Arquitecto, Caracas, Instituto de Urbanismo, Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad Central de Venezuela, 2002: 53-55.

[14] Dice Arcila Farías: «El 24 de octubre de 1860, Manuel Felipe de Tovar, en su carácter de Presidente de la República, firma el Decreto Reglamentario de la Academia de Matemáticas que da origen a la creación del Colegio de Ingenieros (…) [y el] 28 de octubre [de 1861] se efectuó la instalación con asistencia de veintidós ingenieros». Eduardo ARCILA FARÍAS, Historia de la Ingeniería en Venezuela, tomo 1, Caracas, Colegio de Ingenieros de Venezuela, 1961: 326 y 339.

[15] «Decreto de 24 de octubre de 1860 que reglamenta la Academia de Matemáticas». En: VENEZUELA, Recopilación de Leyes y Decretos de Venezuela (en lo sucesivo RLDV), t. 3, Caracas, Biblioteca de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales, 1982: 215-222.

[16] «Decreto de 24 de abril de 1922, por el cual se dicta el Estatuto del Colegio de Ingenieros de Venezuela». En VENEZUELA, RLDV, t. 45, Caracas, Litografía del Comercio, 1923: 44-46.

[17] Eduardo ARCILA FARÍAS, Centenario del Ministerio… 1974: 197-202.

[18] Ana Elisa FATO OSORIO, El Colegio de Ingenieros de Venezuela. Historia crítica de una institución, Trabajo de grado de la Maestría en Historia de la Arquitectura y del Urbanismo, Caracas, Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad Central de Venezuela, 2005: 48.

[19] COLEGIO DE INGENIEROS DE VENEZUELA, «Juntas Directivas de los Centros Regionales». En: Revista del Colegio de Ingenieros de Venezuela, no. 289, octubre-diciembre de 1960: 72.

[20] En octubre de 1945, en acto de instalación del local situado en el piso séptimo del Bloque 1 de El Silencio, luego de un breve periodo en el piso superior de una casa cercana a la iglesia de Las Mercedes, la SVA contaba con nuevos miembros. Aparte de los siete fundadores, se habían adherido a la iniciativa Luis Bello Caballero, Erasmo Calvani, Cipriano Domínguez, Gustavo Guinand, Luis Malaussena, Leopoldo Martínez Olavarría, Manuel Mujica Millán, Willy Ossott, Carlos Germán Ponte, Guillermo Salas, Rafael Seijas Cook, Guillermo Pardo Soublette, Luis A. Urbaneja, Pedro A. Yánez y Gustavo Wallis. S/A, «Sociedad Venezolana de Arquitectos». En: La Esfera, no. 6.664, Caracas, 16 de octubre de 1945: 1.

[21] Giovanna Mérola (1947-2003) comenta el paso de una participación femenina marginal en la profesión a una mucho más activa a partir de la década de 1970, llegando ya a un 40% de mujeres en el total de profesionales inscritos en el Colegio de Arquitectos de Venezuela. Giovanna MÉROLA ROSCIANO, Arquitectura es femenino, Caracas, Editorial Alfadil, 1991: 75.

[22] Revista S.V.A., no. 1, julio-agosto de 1959: s/n.

[23] SOCIEDAD VENEZOLANA DE ARQUTECTOS, «Centro de Ingenieros del Estado Mérida». En: Revista S.V.A, no. 5, marzo-abril de 1962: 57.

[24] VENEZUELA, Gaceta Oficial n° 15.668, Caracas, 20 de agosto de 1925.

[25] VENEZUELA, Gaceta Oficial n° 26.822, Caracas, 26 de noviembre de 1958.

[26] «Decreto de 24 de abril de 1922…». En VENEZUELA, RLDV, t. 45, Caracas, Litografía del Comercio, 1923: 44-46.

[27] VENEZUELA, Gaceta Oficial N° 15.668, Caracas, 20 de agosto de 1925.

[28] La Ley, que entró en vigencia el 1° de enero de 1959 con un régimen transitorio de tres años para regularizar la situación de profesionales no inscritos, define los profesionales, su titulación y especialidades, la firma de documentos técnicos por aquellos inscritos en el CIV, la organización del Colegio, el procesamiento de denuncias por ejercicio ilegal y las sanciones penales y disciplinarias por incumplimiento de la normativa.

[29] Similar recorrido tuvo la institucionalización de la enseñanza universitaria de arquitectura en otros países de Latinoamérica; curiosamente, fue bajo la rectoría del venezolano Andrés Bello en la Universidad de Chile cuando se dieron los primeros pasos para la enseñanza formal de arquitectura en ese país en noviembre de 1849. Ver: Myriam BAISBERG, «Creación y primera etapa 1849-1899, la clase de arquitectura y la sección de bellas artes». En: Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile, 2018: 31, ubicable en: http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-127159.html

[30] Entre los años 1860-72, por ejemplo, el curso se dictaba en el tercer bienio de la carrera y comprendía “la arquitectura en general en sus partes de resistencia de materiales, empuje de tierras, equilibrio de bóvedas y distribución y órdenes arquitectónicos”. En 1884, entre los textos recomendados para la materia, ya incorporada a la UCV, se encontraban tratados clásicos como el de Viñola (1562) y manuales franceses como Leçons élémentaires d’architecture por N. A. Thumeloup (1842); Formules, tables et renseignements usuels: aide-mémoire des ingénieurs, des architectes, etc. por J. Claudel y L. Laroque (1845) y Traité d’architecture por L. Reynaud (1850). Ver: VENEZUELA, MINISTERIO DE GUERRA Y MARINA, Memorias, 1861-69; VENEZUELA, MINISTERIO DE INSTRUCCIÓN PÚBLICA, Memoria, t. II, 1884: 71-72.

[31] VENEZUELA. RLDV, t. 8, Caracas, BACPS, 1982: 214-215.

[32] VENEZUELA. RLDV, t. 9, Caracas, BACPS, 1982: 450.

[33] Es en el Código Civil sancionado el 21 de mayo de 1867 cuando, por primera vez, se menciona la profesión dentro de la legislación venezolana: en el Libro Cuarto, «De las obligaciones en general y de los contratos», se señala: «El arquitecto o empresario de un edificio, responde durante diez años, si se arruinare por vicio de la construcción o del suelo…» (Art. 1431). Ver: VENEZUELA, RLDV, t. 4, Caracas, BACPS, 1982: 705.

[34] VENEZUELA. RLDV, t. 12, Caracas, BACPS, 1982: 103-104.

[35] Sólo se conoce un intento –aparentemente reprobado- de aplicación de esta opción: el del Br. Manuel S. Soto en Maracaibo, a quien el gobierno autorizó presentar examen en 1884, «ante el cuerpo de examinadores que de su seno designe la Facultad de Ciencias Filosóficas del Colegio Federal de Falcón». VENEZUELA. Gaceta Oficial n° 3.160, Caracas, 22/01/1884.

[36] La propuesta para la creación de la Escuela Nacional de Ingeniería, incluyendo en ella la carrera de arquitectura, fue elaborada en 1893 por una comisión del CIV conformada por los ingenieros Juan S. García, Jorge Nevett y Luis A. Urbaneja Tello. Ver: VENEZUELA, MINISTERIO DE INSTRUCCIÓN PÚBLICA, Memoria, t. II, vol. II, 1894: 476-479.

[37] Eduardo Calcaño Sánchez (1871-1940) era egresado de la UCV (1891) y había tomado el curso de Arquitectura en la Academia de Bellas Artes de Caracas, teniendo a Hurtado Manrique como profesor. Tras realizar estudios de perfeccionamiento en París, fue el primer presidente de la Sociedad de Arquitectura y Construcción de Venezuela, fundada el mismo año de creación de la ENI, en donde impartía también el curso de Geometría descriptiva.

[38] El programa de Bellas Artes, dirigido entonces por Manuel Felipe Herrera Tovar, incluía los siguientes cinco aspectos: Dibujo de ornamentación; Modelado en barro para piezas de ornamentación; Estudio comparativo de la Arquitectura en las diversas épocas; Perspectiva y; Formación de proyectos. Ver: VENEZUELA, RLDV, t. 28, Caracas, Imprenta Nacional, 1905: 773.

[39] En el mismo lapso se gradúan 19 ingenieros civiles y un ingeniero militar. Ver: Archivo Histórico de la UCV, Caracas, «Escuela de Ingeniería. Libro de Matrículas. 1895-1904» y «Libro de Grados. Arquitectura. 1898-1940».

[40] «Código de Instrucción Pública de 18 de agosto de 1905», en: VENEZUELA, RLDV, t. 27-1, 1905: 773; «Código de Instrucción Pública de 18 de abril de 1904”, en: VENEZUELA, RLDV, t. 28, 1912: 204; «Código de Instrucción Pública, de 25 de junio de 1910”, en: VENEZUELA, RLDV, t. 33, 1913: 169; «Código de Instrucción Pública, de 4 de julio de 1912”, en: VENEZUELA, RLDV, t. 35, 1913: 436; «Ley de Instrucción Superior y Especial, de 4 de junio de 1924”, en: VENEZUELA, RLDV, t. 47, 1925: 63.

[41] De esta forma, son resueltas positivamente las solicitudes de Ernesto E. Fröhlich (1934), Carlos Guinand Sandoz, Carlos Raúl Villanueva, Enrique García Maldonado, Antonio J. Ocando y Manuel Mujica Millán (1936); Roberto M. Henríquez (1937); Carlos G. Ponte (1938), Rafael Bergamín (1939) y; Heriberto González Méndez y Erasmo Calvani (1940).

[42] «Ley de Educación, de 24 de julio de 1940». En: VENEZUELA, Gaceta Oficial n° 44 extraordinario, Caracas, 22 de agosto de 1943.

[43] «Decreto por el cual se establece la Escuela de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela, con el pensum determinado en el ordinal 7° del artículo 111 de la Ley de Educación». En: VENEZUELA. MINISTERIO DE EDUCACIÓN NACIONAL, Memoria en 1942, Caracas, Editorial Sucre, 1942: 644-646.

[44] Juan José MARTÍN FRECHILLA, De vientos a tempestades. Universidad y política a propósito de la renovación académica en la Escuela de Arquitectura, Caracas, Ediciones FAU-UCV, 2007: 153.

[45] «Ley de Reforma Parcial de la Ley de Educación, de 27 de julio de 1944». En: VENEZUELA, Gaceta Oficial n° 90 extraordinario, Caracas, 27 de julio de 1944.

[46] El Estatuto Orgánico de las Universidades Nacionales, emitido por la Junta Revolucionaria de Gobierno de 28 de septiembre de 1946, restituye la Escuela de Arquitectura de la UCV, dentro de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas. Ver: VENEZUELA, Gaceta Oficial n° 22.123, Caracas, 28 de septiembre de 1944.

[47] «Ley de Universidades Nacionales, de 2 de agosto de 1953». En: VENEZUELA, Gaceta Oficial n° 22.206, Caracas, 5 de agosto de 1953; Víctor FOSSI, Óp. Cit.: 10-11.

[48] Mônica, JUNQUEIRA DE CAMARGO, «El edificio de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad de São Paulo, y la formación de los arquitectos». En: DEARQ, Revista de Arquitectura, no. 9, Universidad de Los Andes Bogotá, Colombia, diciembre de 2011: 168-181.

[49] Rudolph ARNHEIM, La forma visual de la arquitectura, Barcelona, Gustavo Gili, 1978: 210.

[50] Winston CHURCHILL, «Parliamentary Debates, United Kingdom, House of the Commons, 1943, Volume 393, Col. 403». En: J. B. MILNER, Community Planning: A Casebook on Law and Administration, Toronto: University of Toronto Press, 1963: 67.

[51] Graziano GASPARINI y Juan Pedro POSANI, Caracas a través de su arquitectura, Caracas, Fundación Fina Gómez, 1969: 429.

[52] Beatriz Eugenia MESA [sic] SUINAGA y María Zuleny GONZÁLEZ HERRERA, «Escritos del Ingeniero Julián Churión en el Diario de Avisos, Caracas, 1875». En: Portafolio, no. 18, 2008: 22-29

[53] Beatriz MEZA SUINAGA, «La Caracas de Rafael Seijas Cook ‘El Arquitecto-Poeta’». En: Memorias de la Trienal de Investigación FAU 2017, Caracas, Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela, 2017: 1-15.

[54] La profesora Meza ha estudiado también los contenidos de la Revista Técnica de Ministerio de Obras Públicas. Ver: Beatriz MEZA SUINAGA, «La Arquitectura en la Hemerografía venezolana de la primera mitad del siglo XX. Casos de estudio: Revista Técnica del MOP y Revista Élite». En: Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela, 2012, ubicable en: https://www.fau.ucv.ve/investigaciones/beatriz.htm

[55] Es de destacar la obra editorial y museográfica de un número considerable de personas, entre las cuales pudiera mencionarse a Eligia Calderón, Azier Calvo, Carlos Celis Cepero, Graziano Gasparini, Hannia Gómez, Antonio Granados Valdés, Silvia Hernández, Fabiola López, Francisco Mustieles, William Niño, Juan Pedro Posani, Jorge Romero, Alberto Sato, Oscar Tenreiro, Henrique Vera y Leszek Zawisza.

[56] Orlando MARÍN CASTAÑEDA, La implantación de una disciplina: enseñanza y práctica de la arquitectura en Venezuela (1881-1941), Mimeo, Proyecto de Tesis, Doctorado en Arquitectura, Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad Central de Venezuela; Caracas, 2014, pp. 61-74.

[57] Martín J. PADRÓN, «El reconocimiento a la mejor arquitectura nacional: 36 años de bienales nacionales de arquitectura». En: IX Bienal Nacional de Arquitectura, Caracas, Colegio de Arquitectos de Venezuela, CONAC y Museo de Bellas Artes, 1998: s/n.

[58] Guido BERMÚDEZ BRICEÑO, Diccionario del Arquitecto, Caracas, Miguel Ángel García e hijo, 1993: 187-190.

[59] Revista SVA, no. 12, julio-agosto de 1963: s/n.

[60] Ibid: 452.

[61] Guido BERMÚDEZ BRICEÑO, op. cit, 454.

,
ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo