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Lea aquí un capítulo de “La Cosiata. Páez, Bolívar y los venezolanos contra Colombia” de Elías Pino Iturrieta
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La mole rocosa
Los venezolanos tratan de mirar sus asuntos a través de la guía de los antepasados que fundaron la república. No es poco lo que hacen para crear una cohabitación según las ideas de los hombres que promueven y profundizan la guerra contra el Imperio español para iniciar un camino inédito. Es lo que se ha tratado de mostrar hasta ahora, con el objeto de valorar la influencia de las ideas en el proceso de la independencia cuando terminan las hostilidades con los realistas. No se pierde el tiempo en pensamientos inaccesibles, porque los hombres de la primera generación que topa con los problemas de la autonomía procuran tenerlos como fundamento en un ensayo que no los pierde de vista. Más todavía: buscan la manera de usarlos como clave para la superación de valladares inimaginables que puede ser más atinada en el futuro. De momento, hacen un estreno de republicanismo que se puede captar en el asomo de conductas distintas a las coloniales frente a los negocios públicos y en el manejo de los cuerpos deliberantes. Pero ese estreno se vuelve complicado porque la realidad que deben manejar no es aquella en la cual se aclimataron ellos y sus antecesores cuando comienza el proceso, sino algo totalmente diverso y no necesariamente digno de continuidad.
La república se ha hecho demasiado grande y, por consiguiente, incómoda hasta extremos insoportables. Se sabe por estudios de calificados historiadores que la diversidad de las economías juntadas a la fuerza en Colombia, el crecimiento de los gastos de la burocracia, los problemas creados por grandes ejércitos que deben retornar a sus comarcas de origen con las manos vacías y sin ocupación provechosa, la rivalidad de las élites regionales, la subestimación del parecer de importantes voceros de la política y, en sentido panorámico, la creación de una criatura marcada desde sus orígenes por la inestabilidad, plantean un desafío sobre cuya satisfacción no existen fórmulas exitosas[1]. La falta de tales fórmulas da cabida a propuestas que parecen absurdas y a querellas en cuyo espejo no se quieren mirar los hombres de la actualidad porque les producen vergüenza, o porque una manipulación del patrioterismo ordena que las expulsemos de la memoria.
Quieren que las consideremos como una aventura de enanos levantados contra la gloria de unos próceres superiores. Pasamos de puntillas frente a la desmembración de Colombia como ante los pecados graves de la parentela, para no levantar el polvo tapado por una espesa alfombra. Pero era necesaria la ruptura y a ese trabajo se dedican quienes padecen la coyunda. En especial por las diferencias que separan a los hombres de Venezuela de los hombres de la Nueva Granada, o que ellos sienten que existen. Ahora trataremos de observarlas sin escándalo, partiendo de considerar cómo en ellas no influye el ideario del republicanismo porque no es capaz de penetrar su mole rocosa.
El descubrimiento de las diferencias
¿Cuándo se comienzan a ventilar las diferencias entre venezolanos y granadinos que pueden terminar en divorcio? Llama la atención que uno de sus primeros testimonios aparezca en el vocero primordial de la unión colombiana. El Correo del Orinoco, cuyo cometido es el apuntalamiento de la nación del futuro, publica una correspondencia confiscada a los correos del general Pablo Morillo en la cual hace una calificación de los enemigos que no puede llamar a su concordia. Volvamos a la edición del 4 de julio de 1818:
El habitante de Santa Fe ha mostrado ser cobarde y tímido, cuando el otro es arrestado y sanguinario. En el virreinato han escrito mucho, y los doctores han querido arreglarlo a su modo. En Caracas al instante desenvainaron la espada[2].
Los redactores copian un fragmento de la correspondencia del jefe expedicionario a sus superiores. En ella puede opinar con confianza sobre los rebeldes, pero resulta una temeridad la publicación de un comentario semejante en un papel de los insurgentes dirigido a todo tipo de destinatarios en tiempo de guerra, mientras la casa que promueven es apenas un boceto. No conviene, cuando se procura la compañía de conglomerados que no son idénticos ni han hecho su historia en comunión, desembuchar una clasificación que los divide en valientes y cobardes, en francos y taimados. El jefe de los ejércitos realistas informa sobre lo que recoge de una escena que debe descifrar partiendo de situaciones apuradas, pero es distinta la perspectiva de quienes la echan al viento desde el periódico. Morillo comunica un parecer desde el ojo de su huracán, pero los redactores republicanos, aunque tal vez pretendan el descrédito de la fuente, comienzan a sembrar distancias tempranas entre los compañeros que buscan para su causa. No ha debido ser inocente la intención del deslinde en un impreso dedicado a proclamar el nacimiento de una época dorada. ¿No quieren adelantar algunas de las plumas del Correo, porque es inevitable, un pleito entre peculiaridades regionales?
Un diputado de apellido Baños vuelve sobre el tema en 1821 desde la tribuna del Congreso de Cúcuta. Entiende la necesidad de una reflexión sobre las instituciones en ciernes, debido a las distintas sensibilidades de los ciudadanos por cuyos derechos debe velar:
No es posible, sin identificar el carácter de los pueblos, echar los fundamentos de su prosperidad por unas mismas instituciones. El carácter del venezolano y granadino es diferente; para aquel, vivo y fogoso, parece adecuada la democracia; para este, lento y tardío, un Gobierno que tenga más suma de energía[3].
No estamos frente a una sugerencia tendenciosa u orientada hacia propósitos de disgregación, sino ante la opinión de un político que quiere hacer su trabajo de congresista en el primer capítulo de un camino enrevesado. Se parece a la del oficial español, después de topar con enemigos extraños a quienes debe identificar para ocuparse de su derrota. El diputado habla de amigos, desde luego, pero no los considera como gotas de agua y quiere que las nuevas regulaciones los juzguen así. El conocimiento de tales fuentes permite apreciar cómo las repelencias a punto de estallar no obedecen a resortes subalternos, a malquerencias superficiales y absurdas, sino a diferencias cuyo origen y evolución disímiles se expresarán cuando las circunstancias lo soliciten.
En los análisis de los problemas que esperan a Colombia debido a la heterogeneidad de sus componentes destaca una carta de Bolívar para Santander, del 13 de junio de 1821, citada con frecuencia por los historiadores. También corresponde a la hora del natalicio y mira hacia la dificultad de los legisladores para crear instituciones ajustadas a una sociedad caracterizada por los contrastes. La misma preocupación expuesta por el diputado Baños en sus rudimentarias palabras, pero ocupada de un conjunto de matices sobre los cuales conviene volver para apreciar el sustento de los entuertos que provocarán situaciones de fragmentación.
Los párrafos que más importan ahora son los siguientes:
Piensan estos caballeros [los legisladores] que Colombia está cubierta de lanudos, arropados en las chimeneas de Bogotá, Tunja y Pamplona. No han echado sus miradas sobre los caribes del Orinoco, sobre los pastores del Apure, sobre los marineros de Maracaibo, sobre los bogas del Magdalena, sobre los bandidos de Patia, sobre los indómitos pastusos, sobre los guajibos de Casanare y sobre todas las hordas salvajes de África y América que, como gamos, recorren las soledades de Colombia[4].
Exhibe la inmensidad de un territorio capaz de aclimatar diversas expresiones del género humano, a través de cuya consideración se captan los factores que contienen material de sobra para el estallido de un espectacular trueno. Mientras se pasea por recónditos lugares, refiere la diversidad de oficios, de raíces lugareñas, temperamentos, orígenes raciales, mañas curiosas y formación cultural sobre la cual resulta difícil, o imposible, la creación de mecanismos susceptibles de sujetarla. «El pueblo está en el Ejército», escribe en el comienzo de la misiva, tal vez pensando en que solo la fuerza tenga capacidad para ordenar la más previsible de las confusiones. ¿No pueden ser los hombres de armas la simplificación más práctica de una amalgama sin destino?
No resulta curioso que sean los oficiales del Ejército Libertador quienes inicien el pugilato de las diferencias capaces de conducir al precipicio. La guerra los ha convertido en heraldos de los hombres de múltiple pelaje señalados por el Libertador. Hechuras de unas comunidades que los estiman como su más alta representación, como su traducción fiel en un teatro que no les facilita expresiones de peso, el influjo que les dan sus triunfos y el control de la tropa ofrecen oportunidades de comunicación y de mostrar agallas que resultan sólitas en tales tiempos y eventos. Subestimarlas es un anacronismo, un prejuicio del futuro resistido a topar con los pañales de un lapso que no ha tenido ocasión de lavarlos cabalmente porque carece de lavandería eficaz. No solo porque las diferencias existen de veras y deben buscar su derrotero, sino también porque, cuando están a punto de suceder, ya han sido advertidas por sus contemporáneos.
En la Gaceta de Colombia que circula el 7 de mayo de 1826 aparece un compendio de la situación. Pretende detener la estampida de las diferencias locales. Como la carta de Bolívar que acabamos de revisar, forma parte de la opinión que lidia con las escaramuzas en desarrollo:
En Colombia como en otras partes del mundo hay escritores quejosos porque los hijos de esta o de la otra provincia no monopolizan los destinos públicos. En los Estados Unidos se ha dicho que Virginia tenía el privilegio de dar los presidentes de la Unión, porque algunos de ellos eran naturales de aquel estado. En Caracas dice El Cometa que las legaciones son para los hijos del interior; El Chasqui bogotano le vuelve la pelota y se queja a su turno; otros periódicos hablan en el mismo sentido por su respectiva provincia. Nos parece que si el mérito o la aptitud son las cualidades que deben buscarse para conferir los empleos públicos, es inoficioso averiguar el lugar de nacimiento (…) Los empleos son ocupados y deben ocuparse para el servicio público, no para comodidad ni recompensa del empleado: Nosotros creemos que si el general Bolívar ha sido llamado a la presidencia de la república por el voto de sus compatriotas, más bien ha sido porque han creído que necesitan de sus relevantes cualidades para asegurar sus sacrificios, que por darle recompensa. Todos somos colombianos y nuestro propio mérito nos llamará a los destinos, ora seamos de Caracas o de Bogotá, ora hayamos nacido en la más oscura aldea de la república[5].
Pero el impreso no habla de lo que existe, sino de lo que debe existir. Encubre en las cualidades de Bolívar, expuestas como excelencias republicanas y como pruebas de una relación entre las opiniones de la ciudadanía y las cualidades del liderazgo, las antipatías que se incrementan por la idea que se tiene de la existencia de preferencias ilegítimas, producto de localismos en su mayoría, en la provisión de la burocracia. El encuentro de la verdad no sale de la lectura de unas letras que quieren ser un manual de civilidad, sino de las quejas caraqueñas y bogotanas a las que alude y en cuya vanguardia se encuentran voceros militares como los anunciados antes.
*
Notas
[1] Ver: David Bushnell, El régimen de Santander en Colombia; Germán Carrera Damas, Colombia, 1821-1827: aprender a edificar una república moderna, Caracas, Facultad de Humanidades de la UCV y Academia Nacional de la Historia, 2010; R. Cunninghame, José Antonio Páez, Buenos Aires, Imprenta de López, 1959; Ramón Díaz Sánchez, Guzmán, elipse de una ambición de poder, Caracas, Edime, 1968; Hans-Joachim König, En el camino hacia la nación, Bogotá, Banco de la República, 1994; Javier Ocampo López, «La microdinámica histórica en el proceso de integración y disolución de la Gran Colombia», en El Libertador Bolívar, macrodinámica y microdinámica de su pensamiento político, Tunja, Universidad Padagógica y Tecnológica de Colombia, 1995; Graciela Soriano de García Pelayo, Venezuela, 1810-1830. Aspectos desatendidos de dos décadas, Caracas, Cuadernos Lagoven, 1991.
[2] Citado por Hans-Joachim König, En el camino hacia la nación. Nacionalismo en el proceso de formación del Estado y de la nación de la Nueva Ganada, 1750-1856, Bogotá, Banco de la República, 1994, p. 410.
[3] Citado por König, op. cit., p. 409.
[4] Carta de Bolívar a Santander, Caracas, 13 de junio de 1821, Cartas del Libertador, París-Buenos Aires, Editorial Louis Marchand, 1911, p. 200.
[5] Citado por König, op. cit., p. 411.
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Elías Pino Iturrieta
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