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Jiang Zhenghua es quince centímetros más bajo que sus compañeros de trabajo. Le molestan las bromas y en especial que lo llamen “el pequeño”. Pronto aprendió que disimular las emociones puede ser una estrategia de supervivencia ante lo inmodificable. Su corta estatura tiene una explicación que nunca ha querido verbalizar: su madre no pudo alimentarse adecuadamente durante los nueve meses de gestación. Tampoco pudo alimentarlo bien durante los tres primeros años de su vida, a pesar de todos los sacrificios que hizo. Zhenghua, a pesar de su tamaño y las burlas, siempre ha creído que su destino pudo ser peor: treinta millones de sus compatriotas murieron de hambre en la mayor catástrofe alimentaria de la historia en términos de vidas humanas.
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Mao Zedong estaba impaciente. Quería resultados rápidos y efectistas. Su revolución necesitaba superar el poderío económico de la U.R.S.S para ampliar su influencia sobre los países comunistas y poder sentarse como un igual en la mesa de la geopolítica internacional con las potencias occidentales. Ambición no era lo que faltaba. Mao decretó como objetivo que China debería superar económicamente a Gran Bretaña en quince años, es decir, en menos de una generación. Para igualarse con las potencias occidentales era necesaria la industrialización acelerada de China y, para lograrlo, la producción agrícola tenía que multiplicarse para alimentar a la creciente población urbana y financiar la compra de maquinarias y plantas en el extranjero.
La producción agrícola china había obtenido resultados alentadores a principios de los años cincuenta. Las familias de campesinos que habían recibido tierras otorgadas por la Revolución comenzaron a disfrutar de una relativa prosperidad. Pero Mao, ante el incipiente progreso económico en el campo chino, empezó a recelar del compromiso revolucionario de los campesinos. Según su opinión, los campesinos se estaban convirtiendo en una nueva clase de propietarios que sufría de “tendencias espontáneas hacia el capitalismo”. Fue entonces cuando decidió suprimir a esta nueva clase y lo hizo mediante la instauración de las cooperativas agrícolas: los campesinos debían entregar a la cooperativa sus tierras, animales y maquinarias y sólo serían compensados por su trabajo. Las cooperativas, para tranquilidad de Mao, acabaron con el fantasma del capitalismo en el campo chino.
Los resultados de las cooperativas fueron insatisfactorios. La producción en el campo se vio disminuida y, además, se produjeron continuos enfrentamientos de los campesinos con los supervisores estatales. En 1955, el Estado chino anunció su decisión de permitir separarse de las cooperativas a aquellos campesinos que así lo desearan. El éxodo fue masivo e inmediato. Mao se sorprendió ante lo que interpretó como una muestra de la falta de compromiso revolucionario y, ante el desmoronamiento del sistema de cooperativas, decidió que la creación de empresas estatales de producción agrícola era la solución. Todos los campesinos chinos tendrían que pertenecer a una empresa estatal. Dentro del Partido Comunista Chino, varios funcionarios sugirieron lo inadecuado de esta política, pero Mao, una vez más, impuso la radicalización.
Ya en la primavera de 1956, el 92% de las familias campesinas trabajaban para las empresas estatales de producción. Bajo esa nueva política, la propiedad de la maquinaria y de las tierras entregadas a los campesinos durante la primera etapa de la revolución pasaba ahora definitivamente a manos del Estado. Los campesinos sólo recibirían compensación por su trabajo.
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Mao estaba convencido de que la superación de los instintos burgueses sólo sería posible llevando una vida en colectivo. A partir de 1957 se inauguraron grandes comunas en China que combinaban las empresas estatales agrícolas con las pequeñas unidades de producción industrial. Las comunas absorbían las tierras y, como dice Johnathan Fenby, “creaban una existencia colectiva para sus miembros, con muchas horas de trabajo y la abolición virtual de la vida privada”. Pronto llegaron a establecerse 25.000 comunas con un promedio de cinco mil hogares, aunque algunas llegaron a tener 130.000 miembros. Si eras campesino sólo tenías dos opciones: o pertenecías a una comuna o trabajabas para una empresa estatal.
En mayo de 1958, durante el Octavo Congreso del Partido, se aprobó “El Gran Salto Adelante”, el ahora famoso proyecto de industrialización acelerada y colectivización de China. El plan consideraba el acero como el producto vital para la industrialización, por lo que se dedicaron ingentes recursos a incrementar la producción de acero. El Estado había establecido para el país la ambiciosa meta de producir 6 millones de toneladas de acero pero, en medio del optimismo inicial, la meta se incrementó rápidamente a 11.5 millones. Se crearon hornos improvisados en los patios de las casas y se fundían desde cuchillos hasta bicicletas: toda una nación volcada a la producción de acero.
Los reportes de la producción agrícola desde las empresas estatales y las comunas eran sorprendentemente halagadores. El partido decidió —de acuerdo con los favorables reportes de producción agrícola de las regiones— incrementar las requisiciones de alimentos del campo con el objeto de exportar alimentos a cambio de maquinarias y plantas. En agosto de 1958, el periódico oficial People´s Daily informaba que China estaba produciendo más trigo que los Estados Unidos de América y que el país se encontraba en capacidad de producir todo el arroz que deseara. Cuando le preguntaron a Mao qué se haría con el excedente de granos, respondió: “todo los chinos deben comer cinco veces al día”. Había triunfalismo en China. Mao disminuyó el tiempo necesario que requería la Revolución para sobrepasar a Gran Bretaña. Ya no necesitaría quince años: sólo harían falta dos.
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Pronto la realidad empezó a contradecir las grandilocuentes declaraciones oficiales. En el otoño de 1958, aun cuando la producción no fue mala, había insuficiente mano de obra en el campo para la cosecha y los campesinos estaban exhaustos, debilitados por las exigencias del trabajo y por la mala alimentación. Ahora China echaba en falta los dieciséis millones de campesinos que habían sido movilizados del campo a la ciudad en cuestión de meses para convertirse en mano de obra industrial. Se trató de revertir la situación organizando “batallones de obreros” que fueran al campo a cosechar, pero por no ser campesinos, su trabajo resultó infructuoso. Ése fue el comienzo del reino del hambre en China.
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Los sorprendentes y halagadores resultados de la producción agrícola, sobre los cuales Mao y el Partido tomaban decisiones, estaban basados en una larga cadena de falsedades. Los dirigentes de las empresas estatales y de las comunas mentían descaradamente sobre sus niveles de producción. Nadie deseaba quedarse atrás. Todos decían que producían más. En ocasiones, inspectores del Partido supervisaban la producción en las comunas. La noche anterior al arribo de los supervisores, llegaba un cargamento de cerdos proveniente de otra comuna. Los inspectores se sorprendían al ver tan elevada cantidad de animales y reportaban a sus superiores, con alegría, los altos niveles de productividad de esa comuna y el éxito de la estrategia. Una vez que se marchaban a supervisar la próxima, los campesinos movilizaban los cerdos por otros caminos hacia el mismo destino de los supervisores, con la intención de que en esa comuna pudieran también constatar el éxito de la estrategia. Los mismos animales eran reportados cientos de veces.
La mentira alcanzaba todos los niveles: una vez le presentaron a Mao un ingenioso horno casero y le mostraron una pieza de acero fundido. Mao sonrió e improvisó un discurso alrededor de la calidad del metal que se estaba produciendo en China y su glorioso futuro industrial. La audiencia aplaudió. Nadie se atrevió a decirle que el acero que sostenía en sus manos era importado. La producción de acero en China alcanzó las 7 millones de toneladas anuales, de las cuales sólo 2,8 eran de calidad aceptable. Cientos de depósitos secretos se llenaron de acero inutilizable para ocultar el desastre productivo que estaba aconteciendo.
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Desde 1958 hasta 1959, la producción de granos cayó en un 15%, para luego caer un 16% adicional durante los dos años siguientes. El hambre estalló con fuerza en los campos de China. Al igual que unas décadas antes en la Unión Soviética, la antropofagia hizo su aparición como una medida extrema de supervivencia. China no reconoció la hambruna hasta principio de los años ochenta, cuando el mundo se enteró. La explicación oficial atribuyó la hambruna a un período de desastres naturales entre 1958 a 1961. Estudios recientes demuestran que sólo un 11.6% de las muertes son atribuibles a la naturaleza. Los riesgos sistémicos de la planificación centralizada fue la principal causa de la gran hambruna china, de sus treinta millones de fallecidos y de una generación que, como Zhenghua, tiene una menor altura de la que debería tener y sufre problemas de salud mucho más preocupantes, como una alta incidencia de esquizofrenia.
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Mao, ya en medio de la hambruna, declaró como enemigos a los gorriones, pues estas bellas aves se alimentaban del trigo en el campo. Ordenó que los niños mayores de cinco años tuvieran como responsabilidad trepar a los árboles y tumbar lo nidos de los gorriones. Debían correr por el campo durante la noche y generar mucho ruido, haciendo sonar ollas hasta que los gorriones, asustados y alarmados, murieran de cansancio al volar sin poder detenerse. Con el paso del tiempo, la desoladora imagen de niños corriendo durante la oscura noche de los campos chinos haciendo sonar ollas vacías al aire se transformó en un triste recordatorio de que las políticas públicas, cuando son malas, pueden matar.
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En 1978 se dio inicio a una serie de profundas reformas económicas. Se estima que, desde esa fecha, China logró que trescientos millones de personas superasen la pobreza. Mucho se debate sobre la China de hoy, sus contradicciones y su futuro. Por lo pronto, ante el cambio en las políticas económicas a favor de la inversión privada y la prosperidad, parece difícil un retorno a la visión maoísta de la Economía, pues el mismo Mao ofició de profeta en 1957, ante un grupo de estudiantes, cuando expresó: “Nuestra China tiene dos cosas, una, la pobreza, la otra, la ignorancia… los chinos son analfabetos. El nivel de vida es muy bajo; el nivel educativo también. Nuestra revolución se sostiene sobre esos dos pilares. Si China se convierte en un país próspero, y alcanza un nivel de vida como los del mundo occidental, la gente no querrá revolución”.
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Referencias
Fenby Johnathan (2008). Modern China: The fall and rise of a great power, 1850 to the present. HarperCollins Publishers
Yang, Dennis (2007).“China’s Agricultural Crisis and Famine of 1959-61: A Survey and Comparison to Soviet Famines”.
Wei Li et all. (2005) “The great leap forward: Anatomy of a Central Planning Disaster.”
Yuyu Chena and Li-An Zhou (2007) . The long-term health and economic consequences of the 1959–1961 famine in China.
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Este texto fue publicado originalmente en Prodavinci el 3 de junio, 2010
Ángel Alayón
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