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Entre 1958 y 1969 Germán Carrera Damas cambió para siempre la historiografía venezolana. Fueron once años de producciones vertiginosas: cuatro grandes estudios que hoy se consideran clásicos, al menos seis libros que compilan artículos académicos y ensayos, muchos de ellos también clásicos en la actualidad; varias decenas de otros textos para la prensa y revistas especializadas, sus famosísimos trabajos escritos en coautoría con los alumnos sobre problemas historiográficos, y todo eso liderando la renovación de los estudios históricos en la Universidad Central de Venezuela.
Haber escrito uno solo de aquellos libros, ya sería bastante para cualquier historiador. No puede decirse que fue el único exponente de aquella “revolución historiográfica” que tuvo como epicentro a la Escuela de Historia de la UCV, pero su capacidad de trabajo, y sobre todo el talento para ver nuevos problemas, para demoler verdades consagradas, para replantear todo lo que habíamos venido pensando hasta el momento, hacen de él un fenómeno excepcional. Si hoy celebramos sus noventa años y lo reconocemos como uno de los grandes historiadores de América Latina, es debido a ese trabajo, vertiginoso en los años sesenta, pero sostenido hasta la actualidad. A la pasión sistemática, radical, generosa, por la libertad. Por pensar sin las ataduras de los ídolos de los viejos mitos. Por liberarnos, como él lo hizo, de las ideas totalitarias. Por construir, como sigue haciendo, una sociedad en la que todos tengamos los mismos derechos, vividos en libertad.
Don Germán, como le decimos con cariño y profundo respeto, alcanza las nueve décadas de vida con la misma pasión del veinteañero que en 1958 regresó de su exilio y tocó las puertas de la oficina de Juan David García Bacca, entonces decano de la Facultad de Humanidades y Educación en la UCV. Aquel muchacho ya traía dos plantes en la cabeza: escribir la historia de Venezuela con criterios científicos, y contribuir a la modernización del país. Un compromiso doble, que se mantiene sesenta años después. Estudiar la historia tiene sentido en la medida en la que contribuye a vivirla, o mejor: a construirla. Pero precisamente por eso hay que ser tan cuidadoso al escribirla, ser tan crítico, tener tanta precaución con las manipulaciones y las falsificaciones.
Como todo proyecto político y social se alimenta de una visión de la historia, que justifica su diagnóstico de la sociedad y el destino por el que alega luchar. Las tentaciones que al respecto tienen los historiadores militantes son muy grandes, a veces tanto como puede serlo el Estado y sus recursos. Inventar mitos, callar verdades incómodas, construir ídolos, torcer los hechos, son sólo algunos de los recursos con los que la historia se vuelve ideología en muchos libros, discursos políticos y sobre todo aulas de clase. Y si eso ha tendido a ser así en todas partes, cuando se trata de movimientos basados en ideas historicistas, es decir, en la convicción de que es posible identificar un sentido en la historia, como es el caso del marxismo, las tentaciones de manipular son todavía más altas. Para el historiador militante comunista es un verdadero problema cuando las evidencias no indican que las cosas van hacia el socialismo.
El joven Carrera Damas que regresa a Venezuela tras la caída de Marcos Pérez Jiménez, es todavía un historiador militante. Un comunista. Pero uno que empieza a tener dudas. Uno en el que la libertad se está posicionando como valor fundamental. Los diez años anteriores, que fueron los que separaron su graduación de bachiller de la de historiador, lo habían dotado de una formación política e intelectual privilegiada, en promedio superior a la de los comunistas locales. Y no sólo por la preparación académica. Primero, estaba su familia. Los Carrera, aunque no eran ricos, formaban parte del pináculo letrado del Oriente venezolano. Uno de sus tíos abuelos había sido el padre Jesús María Guevara Carrera, historiador y escritor eclesiástico de principios del siglo XX.
En 1948 la familia se establece en París. Germán, que acababa de graduarse de bachiller en el liceo Fermín Toro, hará de aquella ciudad uno de sus sitios entrañables y del francés, que lo habla casi como un nativo, una segunda lengua materna. En París explora su vocación en La Sorbona y en la L’École libre des sciences politiques. Ni el Derecho ni la Geografía, las dos carreras escogidas, lo convencen. No obstante, entra también entonces en su otra gran escuela de formación: el Partido Comunista Francés. Asignado a la célula de los ferroviarios, le tocó compartir labores nada menos que con Tristan Tzara. Estar en La Sorbona y en una de las Grandes écoles, compartir con Tzara, presenciar las turbulencias de las la IV República Francesa, y además hacerlo desde uno de los partidos más grandes y lleno de figuras de Europa, son experiencias que ampliaron enormemente la formación recibida en la ya de por sí muy culta casa.
Pero estalló la Guerra de Corea, había un temor genuino de que desembocara en una tercera guerra mundial y, como muchas, la familia Carrera decide poner mar de por medio con Europa. La experiencia europea del último medio siglo aconsejaba hacerlo. Venezuela no era una opción porque ya Germán está fichado de comunista, por lo que la opción es México. Aquello fue el encuentro definitivo con su destino y con su nación. Casi pudiéramos decir que sin la guerra de Corea tal vez hubiéramos perdido al gran historiador latinoamericano que es Carrera Damas, y en su lugar hoy celebraríamos los noventa años de un gran historiador francés nacido en Cumaná.
El joven Germán, que ya había comprendido que lo que quería estudiar era Historia, se inscribió en la Universidad Nacional Autónoma de México, y al mismo tiempo consiguió un trabajo como asistente de investigación en el Colegio de México. Es aquella una época dorada de la maquinaria cultural de la Post-revolución. El COLMEX, el Fondo de Cultura Económica, los grandes intelectuales están haciendo vida allá. Daniel Cosío Villegas, Alfonso Reyes, Wenceslao Roces, del que llega a ser buen amigo, José Gaos, José Miranda: ese es el nuevo universo en el que el joven Germán se forma como historiador. Pero en México hay también otro hito en su formación: un importante exilio venezolano. Entrar en contacto con los desterrados del Partido Comunista de Venezuela, en especial con los hermanos Gustavo y Eduardo Machado, colaborar con su periódico, Noticias de Venezuela, fue el ingreso de Germán a la política venezolana. Tanto, que cuando se enteró de la caída de Marcos Pérez Jiménez, hizo lo que probablemente no ha vuelto a hacer en su vida: entregó su tesis en la UNAM tan rápido como le fue posible, sin someterla a las revisiones a las que suele depurar sus trabajos; recogió sus cosas y compró un boleto para regresar a su país.
Pero una cosa es el entusiasmo por investigar la historia venezolana y luchar por la revolución proletaria mundial, y otra tener claro de qué se puede vivir mientras tanto. Germán sabe que la Universidad Central de Venezuela ha venido ampliándose en carreras e infraestructura. Ve en ella una oportunidad, pero no tiene contactos en la institución. Así, le pide ayuda a Alfonso Reyes, patriarca de las letras hispanoamericanas y gran artífice del Colegio de México. Reyes está muy comprometido con las luchas y el exilio venezolanos (tanto, que en el Colegio se las ingeniaron para poder darle trabajo a pesar de sólo contar con una visa de estudiante), y le da una carta de recomendación: que se la entregue a García Bacca, Decano de la Facultad de Humanidades y Educación, figura prominente de los transterrados de la República Española en México, al que había contratado la UCV. García Bacca queda sorprendido. Si Don Alfonso se atreve a recomendar a este muchacho es por algo. Y decide darle una oportunidad.
Por aquella época el departamento de Historia de la carrera de Filosofía y Letras se convertía en Escuela de Historia, bajo la dirección de J.M. Siso Martínez. Había una democracia que consagraba la libertad de pensamiento, la autonomía universitaria y además garantizaba buenos sueldos y recursos para la investigación. Era el momento y era el lugar para que el joven Germán desplegara toda su energía. Aunque aún es un historiador del Partido Comunista, en su consciencia la libertad (de la que Siso Martínez fue tan celoso), terminó de abrirse camino. Con Tzara ya había discutido sobre el Decreto Zhdánov y la imposición del realismo socialista. Tzara se preguntaba si uno de los fundadores del dadaísmo estaba en el lugar correcto siguiendo directrices de Moscú. En México, a contracorriente de los otros comunistas, sintió rechazo por la invasión soviética a Hungría. Ya en Venezuela descubre que Siso Martínez, uno de esos detestados adecos, a los que los comunistas ven como la encarnación de la traición reformista y pequeñoburguesa, es un intelectual capaz, sensible y con gran apertura al pensamiento de los demás. De hecho, es su inesperado aliado en el proyecto de crear otra historiografía. ¿Será que el democratismo peqeñoburgués no es tan malo? Pero la gota que derramó el vaso fue la orden del Partido de no publicar nada sin antes pasar por su revisión.
Carrera Damas decidió no convertirse en una figura patética como Tzara o Picasso, que pusieron su talento a la disposición de hombres como Stalin y Zhdánov. Tal vez no lo pensó con esas palabras, pero fue lo que hizo. Dejó la militancia y utilizó su libertad, la libertad que se les ofrecía a todos los venezolanos con la democracia, para hacer una gran revisión de su historia. Pero para eso, antes que nada, había que saber qué se había escrito, hacer un balance, buscar las raíces de lo que dábamos por verdades históricas. Tal fue la base de los cuatro grandes libros que producirá en los siguientes diez años: el primer tomo de la Historia de la historiografía venezolana (1961, los otros dos aparecerían en los siguientes treinta años); «Estudio preliminar: Sobre el significado socioeconómico de la acción histórica de Boves», que está en el primero tomo de los Materiales para el estudio de la cuestión agraria en Venezuela (1800-1830) (1964, en 1972 aparecerá como un libro aparte); “La crisis de la sociedad colonial”, aparecida como introducción a la compilación de documentos de los realistas publicada en los tomos IV, V y VI del Anuario del Instituto de Antropología e Historia de la UCV (1967, después saldría como un libro aparte en 1983); y finalmente El culto a Bolívar: esbozo para un estudio de la Historia de las ideas en Venezuela (1969).
Aquello simplemente terminó de demoler las visiones tradicionales de nuestra historia. No es que no hubiera habido antecedentes. José Gil Fortoul, cuya lectura como adolescente fue clave para formar su vocación de historiador, Laureano Vallenilla-Lanz y Caracciolo Parra-Pérez, con quien llegó a entablar amistad, habían abierto un camino. Pero fuera de ellos no había demasiado más. En el prólogo a la Historia de la historiografía venezolana propuso el esquema general de nuestra historiografía. Aún hoy es una de las primeras lecturas que debe hacer cualquiera que quiera formarse como historiador o tener al menos una idea del quién es quién de nuestros historiadores. Lo de Boves fue una respuesta a ciertos marxistas que querían verlo como un antecedente glorioso del agrarismo y una tentativa revolución socialista venezolana. No, aunque lo de Boves en efecto expresó las tensiones de la sociedad y sus luchas, no fue un programa revolucionario, nos dice Carrera Damas después de revisar toda la documentación disponible.
La Crisis de la sociedad colonial cambió de arriba a abajo nuestra idea de la independencia. Hubo, como no, grandes hombres. Y también grandes ideas. Pero aquel proceso fue básicamente la expresión de una profunda crisis en el orden social. La guerra fue solo una de sus manifestaciones, por lo que no puede agotarse en ella su estudio. Y las tensiones sociales no se pueden despachar con la simplificación de clases dominantes y dominadas. Cada clase tenía sus intereses y tenía una agenda propia para luchar por sus ideas de libertad e igualdad. Eso incluía también a los grandes olvidados: los realistas.
Pero la gran obra fue, de lejos, El Culto a Bolívar. Aunque no fue la primera vez que se señalaba la relación enfermiza de la sociedad venezolana con la figura del Libertador, Carrera Damas trató de identificar sus mecanismos internos, cómo se construyó una ideología para legitimar el Estado o los diferentes movimientos políticos, que poco o nada tienen que ver con lo que Bolívar pensó. Pero no se trata de reivindicar al pensamiento bolivariano como una verdad definitiva e impoluta, pervertida por malos exégetas. Bolívar debe ser tratado con el mismo sentido crítico que cualquier otro hombre. No es un dios al que hay que defender. Es la manipulación la que se señala. Aquello fue como un bombazo en medio de la sociedad venezolana. Una de las rebeliones más grandes a una fe establecida de las que se tenga noticia. Llovieron las críticas. Cundió la indignación. Hubo cartas solicitándole al rector de la UCV que se le removiera de su cargo. Pero estábamos en democracia, en la UCV se respetaba la libertad de pensamiento y del rector Jesús María Bianco en adelante, salieron en defensa de Carrera Damas. Nadie en aquel momento podía imaginarse hasta qué punto aquel fenómeno que dibujaba el libro daría de qué hablar.
Para la década de 1970 ya es Carrera Damas una figura central en el mundo cultural venezolano. Se ocupa de muchos temas y aún produce un par de clásicos más, como Una nación llamada Venezuela (1980), uno de sus libros más editados y leídos; los estudios que reunió en Venezuela: proyecto nacional y poder social (1986), El dominador cautivo: ensayos sobre la configuración cultural del criollo venezolano (1988) o Aviso a los historiadores críticos (1995), un tratado sobre teoría y metodología de la historia extraordinario. Pero es sobre todo un momento en el que sus servicios son requeridos por el Estado en otro nivel. Convocado para formar parte de la COPRE y, tras su jubilación en la UCV, para ingresar al servicio diplomático, cada vez más sus reflexiones se fueron decantando por la crisis de la democracia y por la necesidad de reformar el Estado. Al mismo tiempo, la UNESCO lo nombró presidente del comité académico de la Historia General de América Latina (1999, nueve tomos), así como miembro del comité para la segunda edición de la Historia del desarrollo científico y humanístico de la humanidad.
El proceso político que arrancó en Venezuela en 1999 avivó sus temores por el destino de la democracia, así como su pasión por la libertad. A los setenta años el profesor y embajador jubilado, multiplicó su trabajo. En Venezuela, teme Carrera Damas, no sólo se está demoliendo la democracia, sino ya en sí la república, y algo hay que hacer al respecto. Así, como si todo lo hecho hasta el momento no hubiera sido suficiente, ha producido desde entonces una serie de trabajos muy importantes: “La larga marcha de la sociedad venezolana hacia la democracia” (1998), Fundamentos históricos de la sociedad democrática venezolana (2002), El Bolivarianismo-Militarismo, Una ideología de reemplazo (2005), Colombia 1821-1827: aprender a edificar una república (2010) y Rómulo histórico (2013). Muy activo en la política, escribió un conjunto de “Mensajes Históricos”, difundidos por la red, en los que analizaba y difundía problemas del momento. Muchos de ellos fueron recogidos en Recordar la democracia (mensajes históricos y otros textos), aparecido en 2006. Junto a eso, el gastrónomo que también es, le permitió publicar una crónica sobre el tema, Elogio de la Gula (2005), que se ha convertido en un best seller.
Es una etapa en la que ingresa como Individuo de Número a la Academia Nacional de la Historia, y como correspondiente a la colombiana y la mexicana. Su preocupación por la democracia lo ha llevado ha profundizar en el estudio de la figura de Rómulo Betancourt, cuyas reflexiones sobre la democracia, encuentra cada día más vigentes y útiles para atender la realidad venezolana. Es presidente de la Fundación Rómulo Betancourt, desde donde impulsa una intensa actividad pedagógica e investigativa. Acaso para asombro de aquel muchacho que trabajaba con Gustavo Machado en México, es hoy uno de los mayores especialistas en el pensamiento de Betancourt.
Buscado por los jóvenes, sobre todo los políticos, que requieren de su consejo, Don Germán llega a los noventa años con la pasión y el compromiso intactos. Su agenda de charlas, clases y reuniones apenas ha disminuido. Tiene proyectados varios libros. No es casual que el último que ha aparecido para este momento, Historia prospectiva (2018), no esté dedicado al pasado, sino francamente al futuro. Desde su primer escrito, la historia ha sido para él una herramienta de porvenir. Y pocas veces el porvenir le ha ocupado más que ahora. Sabe que el camino de la libertad es largo y escarpado, por lo que con todo su enorme talento contribuye a que su sociedad lo corone con satisfacción.
¡Gracias Don Germán por todo lo que ha hecho por la historia, por Venezuela, pero sobre todo por la libertad!
Tomás Straka
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