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“Yo soy pasado”, Teodoro Petkoff en retallones de entrevistas

Teodoro Petkoff, de la serie "El ojo en la letra", 2008 / Fotografía de Lisbeth Salas ©ArchivoFotografíaUrbana

04/11/2018

Entrevisté a Teodoro Petkoff (Maracaibo 1932 – Caracas 2018) en diversas ocasiones a lo largo de tres décadas. Como es mi inclinación, solían ser largos diálogos, de los que yo sacaba las declaraciones directamente relacionadas con el asunto periodístico del momento y luego quedaban amplios fragmentos inéditos. Son decenas de páginas casi todas relacionadas con su vida personal, sus creencias, su manera de percibir el mundo. En esta ocasión, he seleccionado algunos tramos de conversación para celebrar, a la hora de su muerte, la vida de un venezolano singular. Aquí está su voz, su acento.

De entrada, aclaro que jamás sondeé a Petkoff sobre el tren del Encanto, porque siempre supe que él no había tenido nada que ver con eso. Américo Martín saldó la cuestión en sus Memorias: “Guillermo [García Ponce], jefe militar del PCV, planificó por su cuenta el atentando contra el tren de El Encanto, que por años atribuyeron a Teodoro, hasta que aquél admitió su autoría”.

Nacido el 3 de enero de 1932, Teodoro fue el hijo mayor Petko Petkoff e Ida Maleç, quienes un año más tarde tendrían a los gemelos Luben y Mirko.

-¿Qué lengua se hablaba en su casa cuando usted estaba pequeño?

-Ruso y español, y hasta que estuve grande también. Papá y mamá hablaban con nosotros en español, pero entre sí hablaban ruso. Mi mamá era polaca, mi papá, búlgaro. Cuando se conocieron, ninguno de los dos hablaba el idioma del otro, pero como todos los eslavos ambos hablaban ruso. Tenían el ruso y lo conservaron. Yo entiendo vagamente el ruso doméstico, el que se habla en la mesa. Pero ellos nunca hablaron con nosotros otro idioma que no fuera español. Mamá abría la boca y tú pensabas que había nacido en El Saladillo. Hablaba español perfecto, sin el más mínimo acento y así hablaba todos los otros idiomas. Estando aquí, se puso a estudiar italiano e inglés y llegó a hablarlos a la perfección. Mamá era una gran lectora. Era una mujer muy especial y está en la historia de la medicina venezolana porque fue la primera mujer que obtuvo un título de médico en Venezuela, en 1928 ó 1929, no graduada aquí sino revalidada. Mamá ya tenía su título, fue la primera mujer que ejerció la profesión de médico en Venezuela.

-Si su mamá era judía, ¿eso no lo hace a usted automáticamente judío?

-Según la ley judía, sí. Mamá provenía de un hogar hassidim, los ultraortodoxos. Te imaginarás la personalidad que fue mi mamá, primero por estudiar, que en un hogar hassidim es inconcebible, pero, además, para poder estudiar Medicina se tuvo que ir de su casa a Checoslovaquia. Papá, como búlgaro, era cristiano ortodoxo. Ninguno de los dos era religioso. De hecho, yo me enteré que mis fuentes religiosas eran de un lado el judaísmo y del otro el cristianismo ortodoxo, ya prácticamente adulto, porque en mi casa no hubo ningún tipo de práctica religiosa. Yo no me siento judío, pero sé que lo soy. Y no tengo ningún inconveniente. Mi madre es judía y, de acuerdo a la ley, el hijo de un vientre judío, es judío. Pero no me siento ni judío, ni búlgaro, ni polaco, ni nada de eso. Como dijo el viejo Velásquez una vez: “Es sorprendente que siendo usted venezolano de primera generación, sea tan absolutamente venezolano y criollo como es”. En estos días María Josefina Tejera me decía “es que yo leo tus editoriales nada más que para darme cuenta qué profundamente venezolano eres tú, la manera como tú utilizas todos los venezolanismos…”. Me da muchísimo gusto sentirme tan entrañablemente venezolano.

-¿Nunca le ha hecho falta un pequeño ritual o una figura sobrenatural?

-No, la verdad es que no. Yo me he hecho, con el tiempo, muy respetuoso de la religiosidad popular. Por ejemplo, me encanta tener ahijados. Tengo una gran cantidad de compadres y disfruto mucho los bautizos. Una vez bauticé un muchacho en Cabimas y el cura, monseñor Roa Pérez, me obligó a hacer un examen con él y hasta tuvimos unas discusiones teológicas. Creo comprender perfectamente la naturaleza de la religiosidad y a estas alturas de mi vida puedo darme cuenta de cuán petulante podía ser la ciencia que pensaba que el avance científico iba a ir desalojando la religiosidad de los rincones del alma. Resulta que no. El alma humana tiene una necesidad… será que la mayoría del alma humana está aposentada en los pobres y los pobres siempre necesitan alguna forma de esperanza, de trascendencia. Y la religión les da eso.

-Y en un momento de temor, de gran riesgo suyo o de personas muy cerca de usted, ¿no ha habido un titubeo de esa falta de fe?

-Quisiera poder decir que sí, pero no. Yo he vivido la muerte de mis padres, de mis dos hermanos, he pasado por muchos trances muy angustiosos; y la verdad es que nunca los enfrenté desde la perspectiva de que me hiciera falta rezar o dirigirme a alguien, algún ser superior para que me ayudara. Crecí así. Puedo entender que la mayoría de mis compañeros de la izquierda se hicieron ateos después de haber nacido en hogares católicos, de haber sido bautizados y bebido la religiosidad católica, pero yo no. Yo nací en un hogar que no tenía absolutamente ningún tipo de conducta o comportamiento religioso, de manera que cuando fui llegando a la edad de la razón, de modo muy natural me encontré totalmente “arreligioso”.

-¿Usted recuerda su primera infancia en el Central Venezuela, en El Batey?

-Sí y de una manera que a mí mismo me sorprende. Yo nací en el 32. Gómez murió en el 35 y yo recuerdo ese día. Recuerdo las sirenas del Central sonando largas horas. Recuerdo haber inquirido qué era lo que estaba pasando, por qué había aquel ambiente raro y, sobre todo, las sirenas sonando, y alguien, seguramente mi papá o mi mamá, me dijo “se murió el presidente”. Papá y mamá eran del staff del Central, que eran todo extranjeros, europeos básicamente, y yo recuerdo perfectamente las reuniones de ellos en la veranda de la casa. Nuestra casa era como las del sur de los Estados Unidos. Yo la recuerdo muy románticamente. He vuelto cantidad de veces al Central. La casa se quemó, por cierto. Pero todavía hay algunas de esas viejas casas de madera del sur de Luisiana, de las zonas azucareras. Yo crecí con los negritos del Central. Era muy libre ahí, no había zonas que no pudiera traspasar. A los morochos y a mí nos encantaba bañarnos con los muchachos de la zona en el río Torondoy, que pasaba al lado del Central.

-Si revisa su vida, ¿podría decir que usted ha cambiado mucho?

-Obviamente, soy muchísimo más maduro, más paciente, pero creo que los rasgos esenciales de mi personalidad siguen siendo los mismos desde que me conozco. Siempre he tenido ese temperamento rebelde y relativamente aventurero, en el buen sentido. Es decir, una vida movida, que no rehúye el riesgo, que incluso lo busca, el gusto por la vida muy activa. Desde que me conozco soy así, impulsivo, más de lo que yo quisiera. Lo he sido siempre. Quisiera no hablar tan golpeado, seguramente la percepción que tienen de mí es que soy arrogante. Pero yo hablo así, entonces parece que estoy bravo o estoy regañando a la gente. Y no es mi intención.

-¿Qué le hizo pensar que podía ser Presidente?

-La verdad es que nada, porque yo nunca pensé ser presidente. En honor a la verdad, la condición de candidato presidencial formó parte la construcción del MAS. Recuerda que esa era la época en que yo había dicho: “Diez años para construir una fuerza. Diez años para llegar al poder”. Yo me movía con el criterio de que teníamos que implantar un partido en toda Venezuela, en todos los caseríos… de lo que se trataba era de romper con todos los paradigmas del comunismo soviético. Había que construir otra cosa, dotarlo de una ideología… La segunda vez que fuimos a elecciones, pensamos que era necesarísimo que el candidato fuera del partido y el candidato lógico era yo. Esa fue la primera vez que aspiré a ser candidato, que perdí con José Vicente, porque la mayoría del partido pensó que José Vicente debía repetir, lo que dejó en mí y en el MAS (en la parte del MAS que después se volvió mayoritaria), la idea de que de ahí en adelante la candidatura tenía que ser del partido. Nosotros pensábamos en el ejemplo de los fundadores y los constructores de los partidos en Venezuela: Betancourt y Caldera. Es decir, unos hombres que sabían que su rol era el de construir el partido. Estoy seguro de que Caldera en el año 47 no pensaba que iba a ganarle las elecciones a Rómulo Gallegos, pero se lanzó para implantar el partido. Yo realmente nunca tuve la increíble falta de sentido de la realidad de pensar que podía ganar las elecciones, de manera que nunca pensé que iba a ser Presidente. Pero para mí en lo personal fue una experiencia maravillosa: yo conozco este país hasta en sus rincones mas apartados, porque eso me permitió recorrer el país, llevar el MAS a sitios que nunca hubiera imaginado, y por eso es que hoy todavía el MAS es un partido. A pesar de toda su decadencia, todavía hay masistas en todas partes. Yo viajo por Venezuela y me reciben con enorme afecto. El MAS está regado por todas partes.

-¿No se arrepiente de nada?

-Me arrepiento de haber participado en el error garrafal que fue la lucha armada. Me arrepiento, (pero con un arrepentimiento muy laxo, no estoy atormentado por eso), de haber participado del error de no haber asumido con audacia, con una audacia que encuentro en Alfredo Maneiro, que se fue del MAS inmediatamente que rompimos con el Partido Comunista, teniendo muy claro cuál era su proyecto en esa materia. Porque yo también tengo un espíritu muy conciliador, muy contemporizador, a pesar de lo golpeado que hablo y de lo arrogante que pueda parecer, en honor a la verdad, tengo un espíritu negociador muy grande.

-¿No se arrepiente de no haber sido novelista?

-¿Sabes por qué no me arrepiento? Porque cuando lo intenté, escribí algo tan malo que lo quemé. Me di cuenta que eso no era lo mío. Era una novelita. La escribí en el Cuartel San Carlos y era sobre los años 60. Era una tentativa personal del guerrillero. Estaba escrito en primera persona, pero no era yo. Y era lo que pasaba en su vida personal, familiar, con la decisión de irse a la montaña, lo que pasó en la montaña, etc., cosas que yo conocía. El personaje era una mezcla de mucha gente, pero después la releí y me pareció muy mala. Se la mandé a Jesús Sanoja y a otros amigos. No sé qué habrán pensado, pero no me respondieron nunca. Debe ser que les pareció tan mala que tuvieron la compasión de no hacérmelo saber. De manera que no estoy arrepentido de no haber sido novelista. Esa no era mi vena. Dejé por ahí unos cuentos, que Josefina Jordán quiere que los publique. Yo creo que no son malos. Son siete u ocho cuentos, escritos en la época en que estaba preso en el San Carlos. Después no volví a escribir ficción más nunca. Leerla sí. Eso es lo que más me gusta leer. Más novelas que cuentos.

-¿No le tienta una aventura presidencialista?

-No. Nunca he tenido tanta influencia política como ahora y estoy muy metido en lo político, lo que no estoy es metido en un partido, ni quiero estarlo tampoco. Yo formo parte del pasado, yo soy de la cuarta. La historia del país cambió de diciembre del 98 en adelante. Es otra época histórica, tiene otros protagonistas, yo estoy sobregirado, más bien. Este es un país joven, aquí aparecerán otros líderes, otros dirigentes. Yo no tengo vida electoral, porque formo parte de un movimiento político, de una historia política que los venezolanos rechazaron durante treinta años. Tengo la desventaja de haber sido comunista, masista, que eran percibidos como comunistas también, en un período en que el país era anticomunista. Y en este momento, los sectores populares me ven como un antichavista, y ellos adoran a Chávez.

-¿En qué es Venezuela distinta a otros países?

-Yo no conozco profundamente ningún otro país. Hay un rasgo de los venezolanos que a mí me gusta mucho, que es un modo de relacionarnos entre nosotros que sospecho que no es igual al de otros países, que es mucho más humano. A pesar de que hay un racismo larvado, un clasismo, que por cierto en este período chavista se ha manifestado con mucha fuerza, pero no tiene la naturaleza verdaderamente desdeñosa o aristocrática que uno percibe, por ejemplo, en Colombia. Este es un país mucho más horizontal. Que a mí la gente me diga “Teodoro” , me encanta.  Raras veces me dicen “doctor” o cosas así.


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