Perspectivas

Y la carne se hizo verbo

Detalle de "Dance Diagram", de Andy Warhol

02/03/2019

Quien mejor define los misterios del lenguaje es el apóstol Juan en su evangelio: “El verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Es sano pronunciar todas las mañanas esta breve oración, así nos prepararemos para invocarla al enfrentar la muerte, ese paso que sugiere, con su carga de enigma y carencia de testigos, que al morir la carne y los huesos retornan a la eternidad del verbo hasta perderse en un archipiélago cada vez más silencioso.

El medio por el cual el verbo se hace carne es el lenguaje. Solo un lenguaje capaz de unir los extremos del verbal espíritu y de la carnal materia será capaz de lograr una trasmutación tan prodigiosa (aunque pocas veces advertimos eso que llamamos “encontrar la palabra”).

No es casual que para satisfacer nuestra manía de separarnos de los otros animales usemos esa facultad como prueba irrebatible.

Para los enamorados no siempre es fácil verbalizar su amor y sus deseos de poseer. Aún hoy, a más de dos milenios del evangelio de Juan, el más místico de los evangelistas, hay quienes no logran decir “te amo”, o les brotan estas mismas palabras con un trasfondo de egoísmo y mohosos resentimientos. Mala cosa, pues el verdadero amor es siempre presentido, nunca resentido.

Hoy quiero revisar cómo la está pasando el lenguaje en tiempos de nuestro cataclismo colérico y aparentemente estático. Da la impresión de que estamos tomando el camino opuesto al anunciado por Juan, marchando con paso firme hacia una inversión difícil de revertir: nuestras carnes se están esfumando al convertirse en verbos de paja y de violencia, un proceso que relaciono con la muerte. Y en esto de morir la lentitud no es un consuelo.

Veamos el caso de Maduro. Perdonen el facilismo, pero se nota en su verbo un afán de lucir maduro, “jecho”, blandiendo un principio cartesiano: “Me repito luego existo”. Va incluso más allá del “Yo soy el que soy” que le soltó Dios a Moisés, al insistir todos los días con un “Yo soy el que estoy”. Aquí tenemos un caso de resentimiento en su versión más evidente y pedestre. La idea es hacernos sentir lo que ya sentimos y sufrimos. No se celebra el futuro, solo se reconfirma el pasado, que es una manera de estancarse. ¿Le han escuchado una idea nueva que no sea un disparate? Se limita a promoverse como víctima. Su única meta es la sobrevivencia y la perpetuación, dos metas negadas con un genuino vivir compartiendo.

Dos particularidades de Maduro nos asoman a su posición ante el lenguaje. La primera es la celebración de no hablar una papa de inglés. El intento de convertir una limitación en un recurso tiene su mérito, si esta manera de hacerse el chistoso no fuera tan de vieja data. Chávez abusó de ella, pero lo hacía con más gracia.

A Maduro se le siente el regocijo con que exhibe sus errores llegando al alarido y el rugido, como imitando un lenguaje animal y no el de Mark Twain. Pareciera promover que ignorar es bueno cuando se enfrenta al imperio y conviene blandir el arma de lo que no se entiende. Quien ama el lenguaje celebra que existan idiomas diferentes y sus distintas maneras de relacionarse con el mundo.

Otro síntoma interesante es su lenguaje corporal. Se le ha desatado una pasión por el baile y la exhibe sin delicadeza en días muy tristes para Venezuela, que lo son casi todos. A raíz del asesinato de varios líderes pemones tuvo una sesión en la que pude notar su manía de observar extasiado los movimientos de sus propios pies. Esta autocontemplación de unos pasos que no van a ninguna parte, guarda una inquietante relación con la vida de la nación: mientras más trágicos y graves son los hechos más baila Maduro, como un gigantesco Cipriano Castro (aunque este prefería los amplios recorridos del vals). Quiere ser liviano, volátil, y se le nota pesado, estancado en un hormiguero.

El otro ejemplo a examinar es el del novísimo Juan Guaidó. En medio de la alegría y perplejidad que produjo su aparición, se habló mucho de su parecido con Obama. Puedo ver semejanzas en las mangas remangadas, los movimientos de brazos, manos, torso y, sobre todo, en la sonrisa, que tiene algo muy juvenil y a la vez ancestral.

Un amigo me señaló que hay una coincidencia mucho más importante:

—Ambos tienen una gran cualidad que puede pasar desapercibida: cuando hablan uno siente que están en paz consigo mismos.

Yo diría que es la paz del presentimiento, propio de las almas que se mantienen jóvenes, más orientadas hacia el futuro, no hacia el pasado y su carga creciente, irreductible. El discurso de Guaidó puede ser entrecortado con algunos momentos de gran fluidez, también el de Obama. La gran diferencia es que Guaidó es puro verbo. Habita en el mundo de los proyectos, de la posibilidad, de los intentos, de las alianzas, del porvenir. No es el creador de las circunstancias, sino la representación más visible y creíble de una alternativa.

Es difícil la odisea política hacia la concreción del poder, pero prefiero ese verbo que está por nacer en un nuevo país al descenso de la carne hacia ese otro extremo que es el morir.

Para encontrarle a Maduro un parecido con un presidente estadounidense propongo a Donald Trump. Vean sus miradas cuando hablan, su ceño, la indignación contenida o en ebullición, la tensión en sus mentones. ¿Hay acaso señales de paz, de piedad, de compasión? Su relación con el mundo es de enfrentamiento sin importar los costos. Alcanzar los niveles de cinismo a que llegan ambos personajes requiere de un gran desprecio por los demás. Y por el lenguaje.

Propongo una diferencia, o una medida en la que Maduro lleva la ventaja. El peor enemigo del socialismo no es Trump sino Maduro. Dicho en otras palabras: más daño le ha hecho Venezuela al socialismo que el socialismo a Venezuela. Personajes como la Bachelet deberían ser los más escandalizados. Maduro les está carcomiendo la bandera, su norte, la oferta de su franquicia.

Maduro se concibe como el creador de un cielo que fuerzas exteriores han convertido en un infierno. Habla de guerra económica sin comprender ni asumir que el mundo y la vida son una lucha perpetua y él ha elegido el camino del conflicto y la imposición. Esa misma conflictividad la exhibe como prueba de su pureza ideológica mientras celebra la disposición de lucha de sus ejércitos basándose en una gesta histórica de hace dos siglos.

Su poder se ha ido alejando aceleradamente de lo civil para blindarse en el poder de las Fuerzas Armadas. De manera que se trata de un lenguaje sustentado en la fuerza pura, que es la expresión más impura y tóxica del vivir y el coexistir.

Maduro está feneciendo y a la vez diseñando un estilo de muerte. ¿Cuánto más habrá de morir Venezuela para ajustarse a la inmolación o a la mengua que ha elegido como salida política? Antes de que nuestra nación se convierta en el verbo de la paz de los sepulcros, necesitamos elegir una nueva carne que permita al verbo renacer y habitar entre nosotros lleno de gracia y de verdad.


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