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Valerie Brathwaite, por Ricardo Armas

21/05/2023

Valerie Brathmaite, 1989 ©Ricardo Ramas ©Archivo Fotografía Urbana.

Debes mirarla con detenimiento, lo que no te hará cambiar la impresión de que la imagen convoca un festín de volúmenes extraños. A ver, se trata aquí de una señora vestida con un camisero de bluyín, sentada en una silla de Viena y recostada en un ceibó, en cuya superficie descansan unas esculturas. Las formas artísticas se avecinan con el peinado de la dama y configuran un conjunto curioso; mucho más, porque el fotógrafo, en vez de hacer la composición con el cortinaje como único fondo, optó por incluir el rincón el que rebasa límite de la colgadura, dejando ver un barullo de objetos que no alcanzamos a discernir, pero que nos parece un jardín nocturno. Hubiera bastado con moverse un poco hacia la izquierda para tomarla a ella en contraste con la tela, sin más elementos. Es evidente, pues, que la intención del autor es hacer un retrato clásico (no clásico en el contexto de la fotografía, sino de la pintura), con una profundidad que es correlato de la hondura sicológica que se propone captar.  

—Qué bueno escribas sobre esa enigmática imagen —dice Ricardo Armas, el aludido autor—. Enigmática para mí, porque cuando la fotografié a ella, no la conocía. Y, sin embargo, cuando llegué a su apartamento en Los Palos Grandes, Caracas, todo estaba listo para hacer el retrato. No tuve que buscar mucho ni mover nada. Lo único que le dije fue: “siéntate aquí y mira a la cámara cuando yo te lo pida”. Y ocurrió esto que ver en la imagen. Creo que ese fenómeno se da con gente como ella, hermosa, sencilla, y accesible.

«Es, sin duda, uno de mis mejores retratos de esa época, cuando trabaje el formato cuadrado», concluye Armas.

La mujer de la foto es la artista plástica Valerie Brathwaite. En este momento, un día de 1989, ella tiene 51 años. Nació en San Fernando, Trinidad y Tobago, en 1938 (no 1940, como dicen algunas biografías en la red). Proviene de una familia muy conservadora y religiosa, según, dice el galerista Henrique Faría. «Su padre era un hombre de negocios y su madre, ama de casa. Lograron buena posición en Trinidad, lo que les permitió enviar a sus hijos a estudiar al exterior y tener una formación profesional internacional. Gente que le gustaba la literatura y la música, sin alejarse a los preceptos de la iglesia local anglicana. Y, en ese seno familiar, se gestó ese cabeza tan compleja y volada. Un espíritu libre que, amén de haber sido distinta en muchos sentidos al resto de su familia, tuvo el apoyo de sus padres para que estudiara en Europa».

La madre sería ama de casa, pero el asistente de la artista, Freddy Castro, precisa que «a la mamá de Valerie le gustaba vestirse bien (Valerie también es aficionada al fashion). La mamá adoraba comprar buena ropa en sus viajes, especialmente zapatos italianos (y usó tacones hasta los 90 años). Viajaba a Nueva York para conseguir buenas cosas que añadir a su escaparate».

Brathwaite estudió la secundaría en la escuela católica para niñas St. Joseph’s Convent de Port of Spain, el más antiguo de Trinidad y Tobago, fundado en 1836 y todavía en funcionamiento. Al momento de su graduación, no tenía claro si cursaría Diseño de Modas o de Interiores. Sin forzarla a elegir, en 1959, sus padres la enviaron al Hornsey College of Art, donde, al comprobar sus talentos y dotes imaginativas, los profesores le sugirieron que se decantaran por Artes Plásticas. Con la decisión tomada, siguió sus estudios en el Royal College of Art, en Londres, y luego en la Escuela de Bellas Artes, de París. Terminados sus estudios, en 1964, regresa a Trinidad, pero no por mucho tiempo. En 1968 hizo un primer viaje exploratorio a Caracas y un año después se instaló en la capital venezolana. En ese último año de la década febril, los acontecimientos se precipitaron en la vida de Brathwaite. Alguien la llevó a la casa de 

Gego (Gertrude Goldschmidt), quien ya era una figura central del abstraccionismo en Venezuela, y esta quedó encantada con esa mirada de dulce inteligencia que vemos en la foto. La gran Gego facilitaría la transición de la artista trinitaria entre la ruta aprendida en Europa y su camino personal, que se desplegaría en Caracas.  

En 1971 hace su primera exposición individual, en una galería en Sabana Grande, que se llamaba Banap, dirigida por Teresa Casanova. La muestra se componía de esculturas biomórficas en yeso y en cemento, policromadas. Puede decirse que, con variaciones, con búsquedas y tanteos, con experimentaciones en los materiales y los formatos, esta es la línea que la artista ha mantenido a lo largo de una carrera que ya abarca medio siglo.  

A partir de este momento, su agenda estuvo siempre llena. Tanto con exposiciones individuales como en colectivas. Baste recordar que, en 1983, hizo una pieza de gran formato para el edificio sede del Metro de Caracas, en la estación La Hoyada (una obra preciosa, de líneas redondeadas, que podría evocar una tea, una hoguera, pero también un objeto lúdico de espíritu triunfante). Entre sus exposiciones individuales más recientes se cuentan: “Valerie Brathwaite. Obra reciente”, Galería G7, Centro de Artes Los Galpones, Caracas (2011); “Valerie Brathwaite. Dibujos y cerámicas”, Periférico Caracas, Caracas (2008); y “De rerum natura”, Galería Spazio Zero, Caracas (2005). Pero, además, se desempeñó como D.J. (disc jockey). La primera vez que tocó fue con Manuel Lebon, a finales de los 90, en el Bar Altrote, sitio de encuentro de artistas, cineastas y músicos, que dirigía Ramón Vega.

Henrique Faría, galerista venezolano con muchos años de residencia y ejercicio profesional en Nueva York, es casi un biógrafo de Valerie Brathwaite.

—Ella fue a Caracas —recuerda Faría— por recomendación de Rudy Stejskal, su amigo austríaco, quien le abrió los ojos acerca de esa Venezuela pujante y generosa de los años 60. Podemos imaginar todo lo que Valerie Marie encontró en Caracas y con lo que se identificó, luego de haberse formado en una ciudad tan cosmopolita y multicultural como Londres. Venezuela ofrecía de manera generosa la libertad, sensualidad y colorido que Valerie necesitaba para desarrollar su obra.

«Poseedora de un singular estilo personal que se ve reflejado no solamente en su peculiar manera de vestir, así como en en sus esculturas tempranas y en la manera de abordar su trabajo y la vida, sus peinados, los colores de su ropa y su propia sensualidad encuentran un perfecto paralelo en sus creaciones, en las que puede sentirse su natal Trinidad. Lo más difícil para un artista es encontrar un estilo y voz propios, ese reflejo del alma que pocos logran y que es más que evidente cuando uno se enfrenta a la obra de Valerie: inmediatamente sabe que esa pieza rigurosa y juguetona a la vez solo puede ser producto de una mente tan rebelde como la de Val».

Al pedirle a Faría un comentario acerca de los inicios de Brathwaite en Venezuela, cuya nacionalidad obtuvo en 1989, el galerista enfatiza el momento en que se produjo la mudanza. «En ese preciso momento, Gego alcanzaba la cúspide de su investigación espacial con la reticularia, y Gerd Leufert llega a la culminación de su proyecto sobre las “Nenias”, también en 1969. La geometría, la abstracción, el cinetismo, se habían adueñado de gran parte de la producción venezolana, pero Valerie se mantuvo en su línea, mantuvo siempre ese camino personal, obviando lo que ocurría en su entorno para desarrollar ese estilo propio que está presente en cada una de sus piezas. Cuando uno se enfrenta con un Valerie Bradwaite, sabe que eso es una pieza de Valerie y eso es, en mi opinión, de las cosas más complejas de lograr».

—Esa Venezuela de comienzo de los años 70, —sigue Henrique Faría— era como un lienzo blanco donde todo era posible. La noción de espacio disponible estaba en plena vigencia y vitalidad, porque en todas partes se podía construir algo nuevo. A ese país llegó Valerie, cuyas excepcionales condiciones artísticas y personales la hicieron merecedora del respeto de la élite cultural venezolana, que en aquel momento estaba construyendo lo mejor que se ha hecho en el país en toda su historia.

Y al preguntarle cuál es cree que es el gran dolor en la vida de la artista, Faría aventura: «La pérdida de su pareja de vida, Rudy Stejskal, debe haber sido un fuerte revés en su vida. Yo creo que, a raíz de su partida que supuso para ella, además, la pérdida de su estudio, en una casa en Sebucán, marcaron su obra y la llevaron a trabajar en formatos más pequeños y en la utilización de otros materiales. En los 70, cuando contaba con un estudio grande y con la ayuda de Rudy, las esculturas de Valerie eran de cemento y de gran formato. Tras la muerte de Rudy, ella pasó a obras más pequeñas, menos pesadas y más fáciles de manipular por ella misma».

El cuento del peinado lo obtenemos por Freddy Castro, asistente y amigo de muchos años de la Brathwaite. La artista ha respondido a través de su gentil colaborador. «El corte de pelo se lo hizo la pareja de un bailarín amigo de ella (pero no recuerda el nombre de este ni del novio)». Vaya pues, un arreglo tan audaz para los estándares de Venezuela en esos años fue encomendado no a un peluquero de los varios que descollaban entonces en Caracas, sino “a la pareja de un amigo bailarín”, a quien nos imaginamos convertido en escultor de cabellos con la guía ni más ni menos que Valerie Brathwaite.

Castro señala que después de la exhibición en la galería Banap, la artista desembarcó en la Galería de Arte Nacional con un rebaño de piezas grandes, esculturas en cemento horizontales, pintadas, puestas en el suelo. «En 1977 cambia a esculturas más verticales, que buscaban la altura. Hacia 1984, empieza a trabajar cerámica y desarrolla una serie de placas sobre pared que están relacionadas, como todo su trabajo, con la sensualidad y las formas de la naturaleza», explica Castro, quien añade que la creadora ha trabajado, aparte de cemento y yeso, en bronce, plata, aluminio y telas.

Es él quien nos dice que la artista no recuerda mucho de la fotografía, pero sí de que fue un encargo de Miguel Miguel a Ricardo Armas, para ilustrar un catálogo de una exposición suya, de cerámicas, que se hizo en el Celarg, en 1989.

Ella recuerda también la brevedad del encuentro. Y la foto nunca la ha olvidado, cómo podría. 


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