Lucas Cepeda de Chile celebra segundo su gol frente al venezolano Jon Aramburu, durante el partido de eliminatorias sudamericanas para el Mundial de 2026 entre Chile y Venezuela, en el estadio Nacional en Santiago de Chile, este martes 19 de noviembre de 2024. Fotografía de Elvis González | EFE
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Venezuela perdió por 4 goles a 2. Aunque estuvo por delante en un par de ocasiones, no supo qué hacer con la ventaja. Aún con chances matemáticas de ir al próximo Mundial de Fútbol, el equipo pierde otra oportunidad de posicionarse en un mejor lugar de la clasificación. Mientras tanto, su juego decrece.
En el banquillo, Arturo Vidal sonríe. Arrancó de titular y ahora ve cuanto ocurre sin sudar. Mientras la cámara lo enfoca, parece que echa un vistazo a la pizarra del Estadio Nacional Julio Martínez Prádanos, este martes 19 de noviembre de 2024. El marcador muestra 4 goles para Chile y 2 para Venezuela. Minuto 94. La transmisión vuelve sobre lo que ocurre en el campo. Nada interesante. El lente busca y encuentra otra vez a Vidal, un futbolista especializado en ningunear adversarios y que ya no está en el banco, sino firmando autógrafos para algunos aficionados. Minuto 97. El árbitro aún no ha pitado el final del encuentro. Poco importa. Tras la cuarta anotación del local (Lucas Cepeda, 47’), Vidal, y cualquier persona que se fijara en la actitud apática de la Vinotinto a partir de ese momento, debió intuir que el juego estaba cerrado aunque quedase todo un tiempo por delante.
Cuando se vuelva sobre este partido, en unos meses, diez o veinte años, habrá que ponerle una nota al pie a esta goleada histórica para intentar explicar la falta de actitud de la Vinotinto durante el segundo tiempo. Mientras en las gradas había más de cinco mil venezolanos expectantes, un puñado de los más de 500 mil venezolanos residenciados en ese país, en la cancha los futbolistas de la Vinotinto se desplazaban vacíos, sobrepasados por el contexto. La diferencia entre unos y otros es que ellos sí tendrán la oportunidad de reencontrarse con sus familias o de volver al trabajo que soñaron, allá, con sus clubes, sin estar forzados por la necesidad económica ni tener que convivir con la xenofobia, mientras los aficionados, el día de mañana, tendrán que volver a convivir con esos fantasmas.
En esa hipotética nota al pie que se escribirá en el futuro, debería aclararse que desde hace años no basta con ganas y actitud en el fútbol ni en ningún deporte de élite; que para que esas palabras tengan sentido es necesario que los futbolistas cuenten con recursos, esos que Fernando Batista y su cuerpo técnico no han sabido darle al mismo equipo que hace un año goleó 3 a 0 a la selección que ahora acaba de atropellarlos, pese a que antes sólo había anotado 5 goles y recibido 18. Aunque la capacidad competitiva mantuvo viva a la Vinotinto en varios escenarios —Uruguay, Argentina y Brasil—, el juego del equipo decrece y su incapacidad para superar adversarios directos compromete la aspiración de ir al próximo Mundial de Fútbol: hace un año no gana en la Eliminatoria Sudamericana y de los 18 puntos en disputa sólo sumó 3.
El respeto ganado y las ventajas perdidas
Hace 23 años, cuando Venezuela ganó en Santiago (0-2), era impensable que el “Gloria al bravo pueblo” fuera pitado con la agresividad mostrada por la afición local. Chile no tenía los trofeos que luego acumuló y la Vinotinto no era el símbolo en el que se convirtió después, tampoco se había generado la rivalidad entre ambos conjuntos ni la tensión entre sociedades estaba instalada, diáspora mediante.
Es llamativo que ahora, en 2024, el irrespeto al himno de Venezuela sea una manera de intentar ganar el partido antes de que empiece a jugarse, algo que antes no era necesario. La Eliminatoria Sudamericana es uno de los últimos rincones en el que la malicia y la barbarie se admiten en favor de sacar resultados. Pese a eso, la Vinotinto sostuvo el pulso del encuentro durante los primeros 25 minutos, alcanzando a ponerse por delante en par de oportunidades, aunque Chile dominaba la pelota y el juego. Hasta que no supo contener al adversario ni entender que los goles de Jefferson Savarino (13’) y de Rubén Ramírez (22’) le daban margen de maniobra para tener la pelota, bajar el ritmo del partido, jugar con los nervios de Chile, evitar exponerse a la saga de errores en defensa que sucedió. No. Chile jugó al ritmo que quiso, trasladando el balón a placer, cayendo por ambas bandas, sacudiendo a la defensa venezolana de un lado para el otro, encontrando facilidades en la zaga.
La carpeta de antecedentes de ese estilo no para de engordar. Es válido sospechar que ya no se trata tanto de diferencias culturales, de que los adversarios regionales sí juegan al fútbol y no al béisbol. No, teniendo en cuenta que varios de los seleccionados compiten a buen nivel en sus respectivos clubes. Incluso el argumento de los lesionados y sancionados pierde fuerza ante la reiteración de las conductas. Si el equipo no evoluciona ni es capaz de adaptarse a los escenarios y un cuerpo técnico extranjero no puede reducir las diferencias culturales, ¿qué conclusiones positivas saca la Federación Venezolana de Fútbol (FVF) sobre el trabajo de Fernando Batista y sus asistentes con la selección de mayores?
La Vinotinto: una moneda al aire
Cuando su ciclo deportivo comenzó, Fernando Batista insistió en que el futbolista venezolano debía creérselo, mirarse al espejo, gustarse y sentirse capaz de competir contra cualquiera. El fondo de ese mensaje era evitar desplomes notables y, sin embargo, ante Bolivia, Paraguay y Chile, rivales directos, el equipo no dio con el tono en tarima y salió de El Alto y de Santiago hinchado de goles. ¿Entonces?
No hay manera precisa de saber qué ocurre, incluso quizá el propio Batista no sabe qué está pasando, a juzgar por el nerviosismo que mostró durante el segundo tiempo en Santiago. Interpretando lo ocurrido en los últimos partidos, toca volver a la relación entre actitud y juego, emociones y comportamientos sobre el campo. Luego de 12 partidos, la Vinotinto no tiene una identidad clara, aún compitiendo y sacando resultados relevantes contra las potencias regionales. No son suficiente para sobreponerse a la montaña de registros históricos adversos u ofrecer un rendimiento deportivo claro, que pese a cualquier ajuste circunstancial por características del rival o bajas propias, transmita la idea de que hay una base sobre la cual se está creciendo.
La malicia que se tiene para encender los aspersores de un estadio no surge para jugar con marcadores favorables. Esa sobriedad defensiva en casa, se queda en migraciones cuando juega de visitante. La única tendencia clara, en Venezuela o en cualquier parte de la región, sigue siendo la falta de volumen de juego. La suerte es que un par de resultados favorables puede servir para enderezar el rumbo, que las matemáticas aún están abiertas; la mala suerte es que los argumentos deportivos no invitan a la fe. Mientras se repiten preguntas, las respuestas parecen insuficientes y se continúa vendiendo la ilusión de un futuro mundialista, los rivales siguen riendo y el hincha venezolano se va a dormir o a pedalear con la frustración contenida en la garganta.
Nolan Rada Galindo
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