Entrevista

Una conversación sobre Simón Alberto Consalvi (con Diego Arroyo Gil)

20/12/2021

Esta entrevista forma parte del libro “Miradas reversas”, editado en 2021 por la editorial Alfa. Recoge a grandes rasgos la importancia de un hombre que hizo historia en el siglo XX desde tres perfiles: actor, periodista e historiador.

Simón Alberto Consalvi retratado por Vasco Szinetar

Simón Alberto Consalvi trabajó en dos tiempos: el presente con el que dialogaba como periodista y el pasado que narraba como historiador. Si a esa dualidad le agregamos su oficio como político, tendremos una triada bastante singular: un testigo, un periodista y un historiador. Las tres dimensiones de un hecho histórico. Por eso su presencia dentro de esta serie de entrevistas era imprescindible, porque estamos ante un hombre que vivió, dialogó y narró la historia de Venezuela mientras hacía la suya propia.

No hubiera podido cerrar mi libro Miradas reversas sin hablar sobre Simón Alberto Consalvi. Pensé escribir una semblanza, pero no me sentí preparado para una tarea así. Estamos ante un sujeto multifacético y el solo hecho de abordar su vida implica un monumental esfuerzo investigativo. También pude haber hecho una entrevista imaginaria, pero no lo conocí en persona y también temía que el personaje se escapara de mis manos. De hecho, antes de llegar al texto final, le pedí a Diego que me ayudara a cerrar el libro con un escrito suyo, pues fue él quien escribió el volumen especial sobre SAC para la Biblioteca Biográfica Venezolana, y quien, además, trabajó con él durante los últimos años de vida de SAC como directores de ese proyecto en El Nacional [1].

Diego no se negó, pero me propuso otra cosa: “Hagamos una conversación sobre SAC, en la que podamos perfilar su trabajo y su aporte historiográfico. Así lo firmas tú y yo sólo transmito la información”, me escribió un día. La idea me pareció fantástica, la conversé con Ulises, el editor del libro, y él la aceptó sin objeciones. El intelecto de Consalvi no podía quedar por fuera dentro de la compilación de entrevistas. Le envié las preguntas a Diego y después de unas cuantas semanas, me llegaron sus respuestas. Allí entendí que haberle hecho caso fue la mejor decisión.

A pesar de que la voz de Diego no abarca todos los aspectos de la vida de Consalvi, sí forma parte de un ejercicio de síntesis histórica y periodística sobre la obra de un personaje de primer orden en el siglo XX venezolano. Un personaje que no sólo hizo historia desde la tribuna académica, sino también desde las pasiones de un actor estelar del pasado reciente.

*

—Simón Alberto Consalvi fue un hombre que hizo historia literalmente: hizo historia desde sus múltiples facetas, la mejor demostración de esto es la biografía que escribiste tú, la última de una colección de 150 historias de venezolanos que forjaron la república desde diferentes ángulos, visiones y aportes.

—Una colección, la Biblioteca Biográfica Venezolana, que Consalvi creó y dirigió junto con Edgardo Mondolfi Gudat y Carlos Hernández Delfino, dos de los mejores aliados que él tuvo durante sus últimos años. De ese período también hay que mencionar a amigos suyos como Ramón J. Velásquez –que fue un guía inmemorial para SAC, una especie de oráculo en el tiempo– y a otros colegas de generaciones posteriores como Elías Pino Iturrieta, Inés Quintero, Elsa Cardozo y Ramón Hernández, entre muchos otros. Entiendo tu enfoque: eso de que Consalvi hizo historia además de escribir sobre la historia. Lo más relevante de esa singularidad, digamos así, desde mi punto de vista, es que Consalvi realmente no hizo historia como dirigente o líder partidista sino como luchador por la democracia, primero, y luego, cuando ejerció cargos públicos, como servidor de un Estado que era democrático, lo cual viene a ser lo mismo, si te pones a ver. Es verdad que fue militante de Acción Democrática durante muchos años –y que se convirtió en un referente del partido–, pero pese a la figuración que le permitió descollar en diversos momentos de su trayectoria en ese aspecto, él fue, en general, un hombre bastante discreto si se lo compara con otros “compañeros” de AD. Discreto, digo, pero incansable. Don Simón era un amante de la libertad, y eso se advierte lo mismo en su faceta como figura de poder que en su faceta como historiador y periodista. Como anécdota te puedo contar que una vez le pregunté por qué no había aspirado nunca a la presidencia de la República –algo que bien pudo haber hecho– y me dijo: “Porque yo no tenía cuerpo para esa guerra”. Lo suyo era, insisto, servir a la democracia, y puesto que estaba muy claro con respecto a sus aptitudes, se ajustó a ellas sin dejarse desviar por ambiciones que le hubieran resultado ajenas. Consalvi era un hombre ejemplarmente fiel a sí mismo. Una sola vez, que yo sepa, asumió una responsabilidad gubernamental para la que, creo, él mismo sabía que no estaba hecho, aunque no fuera capaz de decirlo abiertamente: cuando, al final del gobierno de Jaime Lusinchi, aceptó ser ministro de Relaciones Interiores. Lo pagó caro. Un día Lusinchi salió de Venezuela y dejó a SAC encargado de la presidencia. Entonces hubo un intento de golpe de Estado, un episodio todavía muy sombrío de la historia contemporánea de Venezuela, la llamada “Noche de los tanques”. Era muy difícil lograr que Consalvi hablara de ese episodio; un episodio, sin embargo, que María Teresa Romero aborda muy responsablemente en su libro El enigma SAC y que yo traté de reconstruir, en clave de crónica, en la biografía que escribí sobre él. La noche de los tanques ocurrió el 26 de octubre de 1988 y tiene toda la pinta de haber sido un antecedente de envergadura de la intentona golpista de 1992. Ustedes, los historiadores, tienen un trabajo grande que hacer para dilucidar la trama de esa noche y proyectar el alcance que tuvo, o no, en los años posteriores de Venezuela.

—Dices que hizo historia como luchador por la democracia, pero, ¿cuándo y cómo entra Consalvi en esa historia?

—Consalvi entró en la historia gracias a los sucesos que ubicamos en torno al 18 de octubre de 1945, una fecha que él defendió como necesidad de enterramiento del gomecismo entonces aún actuante, aunque ni el general López Contreras ni el general Medina Angarita eran el Bagre Juan Vicente Gómez. El derrocamiento de Medina es un complejo histórico nuestro que sigue y que seguirá dando que hablar, pero es comprensible que en el 45 un muchacho recién iniciado en la filiación partidista –que además tenía como amigo a esa candela que era Domingo Alberto Rangel–, asumiera su adhesión el movimiento social como un punto de honor. Consalvi participó esa fecha en la toma de la prefectura civil de su pueblo en Mérida, no hay que olvidarlo. Es cierto que luego de eso siguió con sus estudios y que se planteó ser escritor, pero se atravesó la caída de Rómulo Gallegos y él sintió que tenía que volver al ruedo político. El 24 de noviembre de 1948 sacudió a Consalvi hasta el punto de que abandonó las aspiraciones literarias y se sumió de lleno en la lucha contra la dictadura militar, una lucha que lo atenazó para siempre cuando asesinaron a Leonardo Ruiz Pineda, en 1952. Ruiz Pineda se había convertido en su mentor. Un año después, Consalvi cayó preso y fue torturado por la Seguridad Nacional a las órdenes de ese criminal que era Pedro Estrada. Y ahí sí es verdad que ya no hubo vuelta atrás. Primero fue la clandestinidad, luego la cárcel y la tortura, y luego el exilio. SAC regresó a Venezuela el 26 de enero de 1958, es decir, tres días después del derrocamiento de Pérez Jiménez, un hombre que inexplicablemente hoy en día mucho venezolano irresponsable e ignorante echa de menos. Debería darles vergüenza, pero eso es pedirles demasiado.

—Entonces, fue a partir del 24 de noviembre cuando él miró a la historia como su terreno, pero ya de edad bastante avanzada fue cuando se dedicó a escribirla.

—Ese planteamiento es cierto, pero no exacto. Consalvi escribió sobre la realidad histórica venezolana desde antes de los 20 años. Solo que lo hizo valiéndose de lo que a la fecha se les permitía mucho a los periodistas, quiero decir: que aun siendo militantes de un partido político, figuraran en la prensa no solo como articulistas de opinión sino incluso como reporteros. Otra cosa es que a Consalvi se le considere un historiador consagrado en su vejez. Quizás es cierto que para ser historiador sea necesario tener de por medio la distancia del poder o la del tiempo, no lo sé. Pero, veamos, ¿solo una vez que SAC abandonó el ejercicio activo de la política pudo dedicarse a ser un historiador? No. Uno de sus períodos más fructíferos como historiador obedece a los años en los que fue embajador de Venezuela en Washington, o sea, cuando era funcionario del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez. Es verdad, en todo caso, una cosa: su reconocimiento “oficial” como historiador vino después, cuando ya no formaba parte de AD. Entró a la Academia Nacional de la Historia en 1997, pero estoy seguro de que, para incorporarlo, la Academia tomó en cuenta sus trabajos de investigación de toda la vida, no solo los que suscribió tras su ruptura con el partido y su abandono definitivo del ejercicio de gobierno.

—También me doy cuenta de que su interés pareciera haber sido la primera mitad del siglo XX, ¿por qué? Se afincó bastante con Gómez y con venezolanos que muchas veces han pasado por debajo de la mesa para la historiografía por dedicarse a otras áreas: Gallegos, Otero Silva, Pocaterra…

—Sospecho que su experiencia personal y su formación periodística lo movían, como historiador, a poner el foco en nudos de las décadas inmediatamente precedentes de Venezuela. El siglo XX era su siglo y, para la comprensión de ese siglo, Juan Vicente Gómez es una figura fundamental. Por esa vía, también Pocaterra, víctima testimonial de Gómez; y Gallegos, que representó un auto sacramental (o sacrificial) en la ruta de la aspiración democrática; y Otero Silva, el periodista-escritor, uno de los padres de la prensa política y moderna venezolana. Al margen, no estoy muy seguro de que la historiografía haga pasar por debajo de la mesa a Gallegos. Todas las reflexiones que se acumulan sobre el llamado Trienio Adeco, que no son pocas, abordan el rol que Gallegos tuvo no solo en 1948 sino incluso antes. Pongamos por caso la candidatura simbólica de 1941. Por lo demás, toda la fuerza alegórica de Doña Bárbara ejerce una influencia tremenda en el trasfondo de la interpretación histórica de Venezuela a partir de la publicación de esa novela, en 1929. ¿No se ha escrito más sobre Gallegos que sobre Pérez Jiménez? Ciertamente allí están la impresionante bibliografía editorial de José Agustín Catalá y libros como Los años del Buldozer, de Ocarina Castillo, pero ¿una biografía de Pérez Jiménez, por ejemplo? La que publicamos en la Biblioteca Biográfica Venezolana es una biografía insuficiente. En cambio de Gallegos están la biografía que escribió Juan Liscano y la que escribió el propio Consalvi, etcétera. Pero Consalvi no le dedicó un libro directamente a la dictadura de Pérez Jiménez. No digo que tenía que haberlo hecho. No es más que un dato. Tal vez era una experiencia que, a pesar de los años, seguía estando demasiado cerca como para que SAC escribiera sobre ella con serenidad. Estoy pensando en voz alta. Lo hago en este caso como biógrafo que he sido de Consalvi porque no me había percatado de este asunto hasta ahora.

—Sí, me refería a que son personajes que han trascendido más por su obra literaria que por su actuación histórica. Pero ahora que tocas a la BBV, ¿qué representó ese proyecto para él? Dentro de su legado historiográfico, esa obra es un aporte para conocer a Venezuela desde un género que los historiadores venezolanos muchas veces dejan de lado, la biografía.

—La BBV se inscribe dentro del currículo de SAC como editor, un currículo que él inauguró en su juventud y que reúne hitos de un alcance tremendo. Pienso en la fundación de Monte Ávila Editores Latinoamericana –con la conducción del editor hispano-uruguayo Benito Milla– y de la revista Imagen –con la dirección literaria de Guillermo Sucre–, cuando Consalvi era presidente del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (el recordado Inciba), a mediados de los años 60. Pero antes, en el 52, él había colaborado con la edición de Venezuela bajo el signo del terror, mejor conocido como el Libro Negro de la dictadura perezjimenista –junto con Ruiz Pineda, Ramón Jota y Catalá, entre otros–, una de las empresas editoriales más arriesgadas y heroicas del siglo XX venezolano. La publicación de ese libro hizo que Pérez Jiménez decidiera afincar aún más sus garras sobre los integrantes de ese grupo. Lo que ya sabemos: a Ruiz Pineda lo mató a tiros en una calle de San Agustín del Sur, en Caracas, y a los demás los destinó a horrores indecibles: persecución, cárcel, tortura, exilio. Pérez Jiménez era una máquina de pulverizar gente. No podemos olvidar eso, tenemos la obligación histórica, moral y espiritual de recordarlo. Para seguir con SAC, luego de Monte Ávila e Imagen formó parte de comités editoriales muy importantes, como el de la Biblioteca Ayacucho. Y entonces doy un salto para decir que después de su incorporación a la Academia Nacional de la Historia, en el 97, llegó a desempeñarse como director de Publicaciones de esa institución. La BBV, para volver a tu pregunta, no fue más que una consecuencia coherente de ese interés y de ese empeño. Y todavía hubo tiempo para concebir otro proyecto más, un proyecto que se vio frustrado con su muerte. Se llamaba “200 años de artes y letras en Venezuela” y consistía en una colección de 10 tomos cuyo objetivo era registrar el curso de la cultura del país desde la Independencia hasta la actualidad, historia contada –en ensayos de 50 cuartillas– por investigadores calificados en las distintas áreas de interés: literatura, historiografía y pensamiento, artes plásticas, música, artes escénicas, arquitectura, cine, diseño y fotografía. La tarde en que SAC falleció, dejó abierto en su computadora un documento de trabajo sobre ese proyecto, en el que ya habíamos avanzado considerablemente. Como la BBV, iba a ser copatrocinado por la Fundación Bancaribe y la editorial Libros El Nacional.

—También vi que fue un hombre que se reunió con todo el mundo, en tu libro y en el de María Teresa Romero, hay fotografías con muchísima gente, desde Fidel Castro hasta Ronald Reagan… Y eso es ejemplo del país que fuimos, a pesar de las diferencias políticas siempre había respeto a la altura del momento.

—Consalvi entendía muy bien cuál era el papel de un diplomático, y él lo era a carta cabal: servir de puente para intentar conciliar diferencias históricas, políticas y culturales, porque antes que las inclinaciones personales está la pluralidad que es fundamento de la democracia, la cual a su vez impone sus propios límites. Fue una lección que él aprendió y fijó, en medio de inmensas dudas y desconciertos, en el transcurso de varios años, sobre todo entre finales de los 50 y comienzos de los 60. No te olvides de que cuando Acción Democrática sufrió el revés histórico de la creación del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (el MIR), con el que AD perdió a un sector muy valioso de su dirigencia juvenil, SAC decidió permanecer dentro del partido, donde sin embargo algunas figuras lo veían con desconfianza debido a su temprana edad y a sus aún recientes andanzas como “cabeza caliente” junto a Domingo Alberto Rangel. Pese a que durante su exilio en La Habana Consalvi había participado en el movimiento insurgente contra la dictadura de Fulgencio Batista (incluso estuvo preso en el Castillo del Príncipe), luego del triunfo de la Revolución cubana y, sobre todo, luego de la ambiciosa visita de Fidel Castro a Caracas en enero de 1959, Consalvi finalmente decidió apegarse a la línea política de Betancourt. Es decir: aquí, con la Revolución cubana, mucho cuidado. Claro que eso en SAC fue progresivo. Todavía quiso que Betancourt lo mandara de embajador a Cuba, pero Betancourt, en una jugada muy inteligente, le dio la vuelta y lo mandó de embajador a la Yugoslavia del mariscal Tito, como si le dijera: “Si tú quieres ser revolucionario, primero ve y vive la experiencia, no en Cuba, que recién se inicia, sino allá lejos donde plan está avanzado”. ¿Y qué pasó? Que cuando Consalvi se enfrentó con la situación de la Yugoslavia comunista, la realidad le hizo dar un paso atrás. Algo que Domingo Alberto Rangel nunca le perdonó porque consideraba que su viejo amigo había traicionado los ideales de juventud que habían compartido. No era cierto: Consalvi no traicionaba sus ideales de juventud, nunca lo hizo. Lo que traicionaba era la ideología, lo cual es muy distinto. No transigió con la perversión de esos ideales en nombre del poder. No haberlo hecho sí que hubiera sido una traición: no haber traicionado la ideología habría significado traicionar el derecho de los hombres a la libertad, el derecho a decir no ante la injusticia. Una imagen, una sola imagen fue el origen de todo, y es que la llegada de Consalvi a Yugoslavia coincidió con una de las tantas persecuciones de las cuales había sido y seguía siendo víctima Milovan Djilas, otrora aliado principalísimo de Tito y luego uno de sus críticos más acérrimos. Un día Consalvi vio a Djilas en un rincón de un hotel en Belgrado, contaba él, “aislado por el miedo ajeno” y, como se dice coloquialmente, le cayó la locha. SAC se dio cuenta de que Djilas estaba aislado porque la gente tenía terror de acercarse a un “enemigo del Estado” o “de la Patria” o de cualquiera de esos eufemismos que usa el poder autocrático para justificar sus desmanes. A partir de allí todo cambió en Consalvi. Por supuesto, cumplió con su función diplomática y ¡hasta fue condecorado por Tito!, pero al regresar a Venezuela había adquirido una experiencia política invaluable. Fue esa experiencia la que le permitió, por ejemplo, dirigir el Inciba en una década tan difícil como la de los años 60, cuando la mayoría de la intelectualidad venezolana seguía siendo comunista o viendo con entusiasmo el comunismo, mientras el gobierno de Leoni, heredero y continuador del de Betancourt, se oponía firmemente a la Revolución cubana y luchaba a muerte contra los movimientos guerrilleros venezolanos que adoraban esa revolución. Con respecto a Fidel Castro en particular, una vez pasado el tiempo, durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, Consalvi, precisamente por su trayectoria, fue uno de los ejecutores de la reanudación de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Venezuela. Entonces se consideraba que era posible que ambas naciones llegaran a un acuerdo de convivencia que sirviera de provecho a toda la región. Yo creo que en ese caso se imponía la idea de que un país como Venezuela, que era una de las democracias más sólidas de América Latina, cumpliera una labor conciliatoria. La llamada Pacificación era un hecho consumado, o al menos así lo parecía. Reanudar las relaciones diplomáticas era como sellar para siempre ese logro que tanta sangre había costado. Era como decir: “Bueno, ahora podemos vivir en paz”. ¿Ingenuidad? Sí. No. No lo sé. Hoy en día, visto el horror que ha supuesto la conchupancia entre Cuba y Venezuela durante el chavismo, muchas personas afirmarían que aquello fue un error. Pero la Venezuela de 1974 no era la Venezuela de Hugo Chávez, por más que queramos hallar una solución retrospectiva satisfactoria a nuestra reciente desorientación aún actual. No soy historiador, pero comprendo que los hechos históricos merecen ser estudiados en función de su contexto. Si no, corren el riesgo de hacerse materia para panfletos.

—En efecto y eso me hacer ver que, en retrospectiva, la vida de Consalvi se asemeja mucho al devenir de Venezuela en los últimos cien años y aunque como historiador estoy absolutamente claro de que la historia no se repite, como periodista no puedo dejar de ver un ciclo que sirve de comparación: él nació en 1927 bajo un régimen dictatorial, y murió en 2013 en otro de carácter similar, pero parte de su vida la vivió en democracia.

—Sí, SAC nació bajo la dictadura de Gómez y murió una semana después de la muerte de Chávez, en 2013. Además, sufrió la dictadura de Pérez Jiménez. Ahora, más allá de lo que hemos conversado sobre Consalvi desde un punto de vista personal, su vida en ese sentido no se diferencia de la de cualquier venezolano que haya nacido en la década de 1910, 1920 o 1930 y que haya muerto en la década del 2000 o en la de 2010 o no haya muerto y ande por ahí. Mi abuela materna, que nació en 1926 y que ahora mismo, en 2020, está viva, atravesó el mismo siglo venezolano; desde luego, con las diferencias del caso: mi abuela nunca estuvo presa ni fue torturada ni vivió en el exilio, como Consalvi y tantos otros. Pero todo ese destino junto pertenece a una generación. Una generación de la cual nosotros somos herederos. Que nos guste o no es irrelevante. Es nuestro legado y, como tal, lo llevamos con nosotros y tenemos que ver qué hacemos con él. Mi apuesta es que se haga memoria para el alma. No somos solo la vida que vivimos, también somos la vida que vivieron nuestros ancestros.

—Periodista e historiador. Consalvi demuestra todo lo contrario a lo que piensan algunos historiadores sobre el periodismo, que lo desprecian por su inmediatez y superficialidad a diferencia de los estudios históricos que son más profundos, pero él logró unir ambos oficios, sobrepasó los límites entre una formación y otra y el resultado fue bastante positivo.

—A veces el periodismo es visto como un oficio menor por disciplinas que se ocupan de asuntos más duraderos. Porque da la impresión de que lo que ofrece el periodismo se agota como se agotan las noticias del día. Y es cierto y no. De alguna manera los historiadores son periodistas del pasado y los escritores, periodistas de la pasión humana. No hay que hacerse demasiada cabeza con eso. Es mejor renunciar a esa diatriba y hacer cada cual su trabajo. Así procedía Consalvi, que no en vano solía repetir la famosa frase de Terencio: “Nada humano me es ajeno”.

***

Notas:

1: Otro importante esfuerzo biográfico sobre Consalvi lo hizo María Teresa Romero en El enigma SAC. Travesía vital de Simón Alberto Consalvi, publicado por la editorial Alfa en 2013.


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