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Ednodio Quintero, novelista y ensayista venezolano, fue condecorado hace muy poco con la Orden del Sol Naciente, Rayos Dorados con Roseta, que confiere el Emperador Naruhito por su contribución al intercambio académico y la difusión de la cultura japonesa en lengua español. Ricardo Bello logró contactarlo desde Sevilla, estando Quintero en Mérida, Venezuela, para conversar y sobre su relación con Japón.
¿Qué te hizo acercarte a Japón? ¿El cine japonés, Kurosawa, Ozu, algún otro arte? ¿O fue su literatura o quizás una persona?
A mis dieciséis años en un cine de Boconó vi Cuatro confesiones, un western de Martín Ritt. Yo no sabía que aquella película era un remake de Rashômon, el famoso film de Akira Kurosawa que en 1951 había ganado el León de oro en el festival de cine de Venecia y el año siguiente el Oscar a la mejor película extranjera. Quedé fascinado por aquel relato en el que había cuatro versiones de un crimen, cuatro verdades. Algo insólito para alguien como yo de ancestros católicos que admiten una sola verdad. Más tarde en el cine universitario de Mérida vi la versión original y casi al mismo tiempo leí una antología de cuentos de Ryunosuke Akutagawa que contenía el par de cuentos (“Rashômon” y “En el bosque”) que Kurosawa utilizó para su extraordinaria película. Luego en 1970 descubrí a Junichiro Tanizaki en la primera traducción al español de sus asombrosos relatos: Cuentos crueles. De ahí nace mi afición por la literatura japonesa que ha derivado con el paso del tiempo hacia lo que he denominado como “ mi pasión nipona”. Por cierto, a Yasuhiro Ozu lo conocí años después y en una ocasión en la Fnac de Madrid compré un estuche con doce de sus películas.
Mi primero contacto con el Japón fue la película Los siete samurai de Kurasawa de Akira Kurasawa, cuando tenía 17 años y vivía en los Estados Unidos. Casi inmediatamente empecé a practicar el judo y llegué a 2do Dan. Leía lo que encontraba, desde Shogun de James Clavell, pasando por el Musashi de Yoshikawa y libro tras libro sobre la historia del Japón, los textos de Donald Keene, todo lo que encontraba. Después leí a Shusaku Endo y ya lo que me interesaba era estudiar el idioma con más seriedad. Empecé a estudiar japonés, ya formalmente, con la Profesora y artista Kodani Takako, primero en Venezuela y ahora a distancia, por Skype, pues ella está en Osaka. ¿Pero hay algún período de la literatura japonesa o algún escritor que te interese en particular.
A decir verdad me he “especializado” en narrativa clásica japonesa del siglo XX. He leído a fondo esos autores (diez o doce), y de hecho escribí un par de libros: Tanizaki, el paradigma y Akutagawa, el elegido, como parte de la investigación que realicé en Japón invitado en dos oportunidades por la Fundación Japón. Entre mis preferidos, además de los dos citados, incluyo a Natsume Soseki, Kôbô Abe, Osamu Dazai, Yukio Mishima, y por encima de todos, Yasunari Kawabata.
¿Y no te ha interesado la literatura clásica japonesa?
Por supuesto, en el esplendor de la época Heian (primera década del siglo XI) aparecen dos escritoras geniales y rivales. Murasaki Shikibu escribe el Gengi monogatari, una extraordinaria novela acerca de las aventuras de un príncipe de una inteligencia y belleza fuera de lo común que, no obstante, por su condición de bastardo no está en capacidad de heredar el trono de su padre. Esta narración es considerada como la obra cumbre de la literatura japonesa. Por su parte, Sei Shonagon escribe una especie de diario, agudo, inteligente y mordaz, El libro de la almohada, que mil años después de su primera publicación se sigue leyendo con fervor y emoción. No hay que olvidar a Ihara Saikaku, novelista de Osaka, que vivió en el siglo XVII y dejó obras inolvidables de carácter erótico como Cinco amantes apasionadas y Amores de un vividor.
¿Cuáles son a tu juicio los autores más relevantes que deba leer alguien que busque acercarse por primera vez a la literatura japonesa?
Creo que en la pregunta anterior esbocé una pequeña guía de autores. No obstante, señalaré unos cuantos libros. Yo, el gato de Natsume Soseki (una maravilla), La casa de las bellas durmientes de Kawabata (mi novela predilecta, no sólo de la literatura japonesa sino de toda la literatura contemporánea), Hay quien prefiere las ortigas y El elogio de la sombra (ensayo) de Tanizaki, La mujer de la arena de Kôbô Abe, Confesiones de una máscara de Mishima, El ocaso de Osamu Dazai, Una cuestión personal de Kenzaburo Oé, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, de Haruki Murakami, Tsugumi, Amrita, N.P. y Sueño profundo de Banana Yoshimoto, El embarazo de mi hermana de Yoko Ogawa. El genial Ryunosuke Akutagawa se dedicó a las formas breves. Recomiendo la antología (El mago—trece cuentos japoneses), traducido por Ryukichi Terao con mi colaboración y prólogo, publicado por Candaya. Les garantizo que si alguien que no conozca nada de literatura japonesa contemporánea lee todas estas obras se convertirá en adicto.
El idioma japonés está considerado como uno de los idiomas más difíciles de aprender para los occidentales, ¿no supuso eso un esfuerzo adicional? ¿Cuántos años llevas estudiando la lengua?
A muchas personas les sorprende mi escaso conocimiento del idioma japonés. Llegué a Tokio en 2006 con un japonés básico, elemental. Por suerte para mí, la Fundación Japón no me exigía un alto conocimiento de la lengua japonesa. Mis informes mensuales los escribía en inglés. Comencé un curso de japonés llamado Kumon, basado en la enseñanza de las matemáticas para niños. No había clases propiamente dichas sino tareas de escritura y pronunciación en casa a diario y dos días de control con los profesores. Mis progresos fueron extraordinarios al punto que al final del año podía leer trozos de algún escrito de Natsume Soseki. Regresé a Mérida y me olvidé de continuar estudiando. Cinco años después se me presentó de nuevo la oportunidad de volver a Tokio invitado por la Fundación Japón. Y para mi sorpresa, lo que había aprendido antes del idioma japonés se me había borrado casi por completo. Tomé un curso más bien ligero con una chica de Yokohama, y más bien fue ella la que terminó mejorando su español. En la práctica me convertí en Tutor de su tesis sobre las onomatopeyas en español. ¡Cataplún! ¡Kikiriki!
Yo me resigné a no pasar las pruebas N5 y N4 de dominio de la lengua. Inicialmente me inscribí en Caracas, pero los disturbios políticos hicieron lo necesario para suspender la prueba. Y luego, el año pasado, fue la pandemia, que interrumpió todo de nuevo. De manera, que sigo estudiando sin pretensión de lograr un título o certificado, pero ya con un poco más de dominio y escribiando un diario en japonés. Y empecé a practicar Shodo, la caligrafía japonesa.
Yo no, me resigné a no seguir golpeando mi cabeza contra lo que he llamado la Muralla Japonesa, es decir, la lengua japonesa.
Lezama Lima argumentaba que sólo lo difícil es estimulante. Creo que es importante transmitir la idea del esfuerzo y fuerza de voluntad requerida para acercarse a una cultura tan diferente a la nuestra, ¿qué nos puedes decir de tu trayectoria de aprendizaje en ese encuentro tuyo tan constante y amoroso con la literatura japonesa?
Sabes, nunca he pensado que me haya esforzado para leer a los autores japoneses ni para ver casi un centenar de películas made in Japan. Lo hice por el placer de leer y por mi fanatismo por el cine en general. Y mis dos años en Tokio fueron para mí una época de un aprendizaje placentero. Por supuesto, la Muralla Japonesa fue una especie de frustración mínima, pues me enteré que el inglés de mi admirado Kôbô Abe era casi inexistente (lo cuenta Donald Keene, el extranjero que mejor conocía la literatura japonesa). Además, se sabe que Gregory Rabassa, el famoso traductor de García Márquez al inglés no hablaba ni papa de español. A propósito de las traducciones que vengo haciendo desde el 2006 con mi pana nipón Ryukichi Terao, parto de una teoría según la cual lo más importante es el idioma de llegada: una traducción al español se lee en español. Y en nuestro caso, aunque Ryukichi conoce bastante bien el español, yo le doy el toque literario por ser escritor y conocer a fondo mi propia lengua. Por supuesto, el hecho de haber estado inmerso in situ en la cultura japonesa me aporta un plus que supone una ventaja para las traducciones y para la enseñanza de la literatura japonesa.
En cuanto al esfuerzo, no quiero que me entiendan mal. En japonés existe el término “gambate” que significa precisamente esforzarse. Y aunque no me puedo jactar de tener una disciplina espartana, cuando ha sido necesario me he portado como un arquero zen. Durante mi estancia en Tokio me empeñé como el que más. ¡Gambate!
Recuerdo que mientras escribía mi primera novela (la mayoría sigue creyendo que es la mejor), La danza del jaguar, solía tener jornadas de 14 horas seguidas, de 6 de la tarde hasta las 8 de la mañana, fumando como un chino, bebiendo café y escuchando Pink Floyd. ¡Gambate! Siempre he pensado que valió la pena.
Cuéntanos de tus viajes a Japón, ¿qué te gustó y no te gustó?
Se me hace difícil intentar recordar algo que me haya disgustado de Japón. En cambio podría hacer una larga lista de las muchas cosas que continúo apreciando de aquella cultura. Llegando de un país como el nuestro donde te pueden asaltar o estafar a las primeras de cambio, la seguridad que se respira en las calles de Tokio es impresionante. Algunas veces, los fines de semana cuando salía con mi amigo Ryukichi Terao a cenar y a tomarnos unos sakes de más y ya había pasado el último tren, regresaba a casa a pie de madrugada utilizando mi paraguas a modo de bastón, una travesía de cuarenta minutos, y ni siquiera se me pasaba por la cabeza que me pudiera suceder algo malo. De igual manera, ver a la salida de clases a niños de cinco o seis años caminar por las aceras y abordar el metro sin compañía es un espectáculo insólito para la mirada de un occidental.
Podría seguir agregando cualidades. Me limito a las más conspicuas: El respeto por los demás. La devoción por la naturaleza. La puntualidad. La sinceridad (se dice que en japonés no se puede mentir). La absoluta prohibición de adquisición y uso de armas de fuego, razón que reduce la criminalidad a porcentajes mínimos. La labor de la policía, entrenada para proteger a los ciudadanos. La perfecta red de transporte. Y un largo etcétera.
¿Cuáles serían para ti los contrastes más notables entre la cultura japonesa y la nuestra?
Son varios y notables. Destacaré uno que me concierne en particular. En Japón se siente un profundo respeto y consideración por el trabajo de los artistas en general. En abril de 2012 me hicieron una entrevista para el Mainichi, el segundo diario de Japón, con un tiraje de nueve millones de ejemplares al día. El fin de semana siguiente me llamó Ryukichi para pedirme el número de mi cuenta bancaria. Cuando le pregunté para qué lo quería, me respondió de lo más natural: “Pues para el pago del Mainichi ”. En resumidas cuentas, me pagaron el equivalente a 500 dólares por la entrevista. Por contraste, los medios en mi país pretenden que uno escriba para ellos de gratis, y cuando te ofrecen algún pago, la remuneración es lo más parecido a una limosna. Por otra parte, en Venezuela el mecenazgo se confunde con la caridad.
¿Nunca te han dado ganas de dejar Mérida e irte a vivir al Japón? Y si fuera así, ¿a qué región te irías?
Por supuesto que he soñado con vivir en Japón, en el centro de Tokio. Allí viví dos de los mejores años de mi vida. Ahora en el otoño de mi existencia terrenal y reconociendo los límites impuestos por mi deteriorada salud, espero no salir de la ciudadela de Mérida, mi herida.
¿Mantienes hoy una relación de trabajo y traducción con japoneses?
Sí, me mantengo al día con las novedades de literatura japonesa. Mi biblioteca de autores japoneses ya ha superado los cuatrocientos ejemplares. En cuanto a las traducciones a cuatro manos con mi súper amigo el doctor Terao, tenemos varios proyectos. Uno de verdad muy importante en una prestigiosa editorial española verá la luz pronto.
¿Qué significa para ti la concesión de este reconocimiento otorgado nada menos que por Naruhito, el Emperador de Japón?
Un grandísimo honor. Es como nos enseñaba el profesor de Mecánica racional, lo maximo maximorum. Equivalente a la Orden del Mérito otorgada por Francia y a la Orden del Libertador concedida en Venezuela. Con la diferencia de que entre nosotros se entregan símbolos de guerra: espada, lanza y flechas, y el gobierno japonés te condecora con una medalla que lleva la imagen del sol y una flor.
Un sola palabra de despedida, por ahora: 頑張って!
Ricardo Bello
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