Perspectivas

Tres vidas dedicadas a las tradiciones: Corpus Christi, San Juan Bautista, y la Parranda de San Pedro

Desarrollo de la celebración del Corpus Christie por los Diablos Danzantes de Patanemo. Fotografía de Diego Torres Pantin

17/08/2022

A Silvia Gómez y Pedro Rivas,

dos antropólogos cuyos consejos y conocimientos

sirvieron de vital ayuda para este trabajo.

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Cansada, Eva Daza observa la celebración desde las afueras de la Casa de la Cultura de Curiepe. Ha pasado el día tocando el tambor, bailando y cantando. Son las 12 de la noche del 23 de junio. Es el cumpleaños del santo, uno de los ritos de las fiestas de San Juan Bautista. Ve como un fuego artificial recorre el cielo, como desciende. En menos de 30 segundos, siente una explosión en la cara. A partir de ese momento, todo se convierte en imágenes borrosas. Solo recuerda una nube blanca. Mientras la suben a la ambulancia, usa sus pocas fuerzas para pedir a su hermana que cuide a Mariel, su hija. Escucha a las enfermeras a través de un solo oído y solo las puede ver con un ojo. “¡Mi audición! ¡Perdí mi audición!”.

Sus siguientes recuerdos no ocurren en un plano terrenal. Ve a su tío César, fallecido el año anterior, y a San Juan Bautista. Le pide al santo que le dé una oportunidad. Al día siguiente, despierta en el hospital. Se horroriza al verse en el espejo: tiene una enorme quemadura en mitad del rostro.

Sobrevivió gracias a los médicos. Al cabo de un tiempo, la cicatriz, la ceguera en su ojo y la sordera desaparecieron. Fueron meses intensos, pero al final, quedó sin secuelas.

Las experiencias que sirven de encrucijada entre la vida, el festejo y la religión son comunes en las vidas de los cultores de fiestas anuales, las cuales tienen importancia capital en la cultura tradicional venezolana. Eva, nacida y criada en Curiepe, celebra San Juan Bautista; Julián, nacido y criado en Patanemo, celebra los Diablos Danzantes; Isidro, nacido y criado en Guatire, celebra La Parranda de San Pedro. Las tres fiestas han sido reconocidas por la UNESCO como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Todos tienen historias que contar.

Julián Lugo, presidente de los Diablos Danzantes de Patanemo

Julián Lugo, de 54 años, es presidente de los Diablos Danzantes de Patanemo (Carabobo), una de las 11 cofradías reconocidas por la UNESCO como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Es ingeniero y trabaja en una planta petrolera. Tiene una esposa y dos hijos. Todos los años, pasa meses practicando con los demás promeseros para asegurar el éxito de la tradición que se realiza en Corpus Christi.

Durante su infancia, el asma sometió a Julián a períodos de reposo. Su padre, que era el capataz mayor, le prometió al santísimo que su hijo bailaría a cambio de librarse de su enfermedad. Por eso, cuando Julián tenía 7 años, fue diablo danzante por primera vez. Todos los días, después del colegio, asistía a unas clases donde le enseñaban música, danza, rituales, etc. Los ensayos se daban mes y medio antes del Corpus Christi. Por aquellos días, se hacían tres ensayos antes del amanecer. Llegaba agotado a la escuela. Todo salió bien: su vida académica no se perjudicó y bailó exitosamente. “A partir de ahí, nunca más tuve asma”.

A los 12, tras la confirmación, ingresó en la cofradía. Se sintió orgulloso de continuar la tradición familiar: no solo su padre, también muchos otros parientes eran diablos danzantes. Eso le permitió observar algunos cambios. En esa época, los trajes eran hechos con sacos de harina y las máscaras con totuma y telas metálicas. Sus escasos colores se hacían con pigmentos vegetales. En los años 70, empezaron a llegar coladores de espagueti hechos de hierro al pueblo. Fueron utilizados para confeccionar las máscaras. En los 80, al descubrir la técnica del papel maché, adoptaron esa modalidad.

El Corpus Christie conmemora que, gracias al sacrificio de Cristo, su carne se manifiesta en la comunión. Se celebra 40 días después del jueves santo. Inició gracias a la santa belga Juliana Mont Cornillon, quien propuso que se debía festejar el sacramento del altar. En 1264 el papá Urbano IV oficializó la celebración. Hoy, comunidades católicas de diferentes países lo celebran con procesiones.

En Venezuela, por la influencia africana, el Corpus Christie se festeja con máscaras de diablos. Los cultores representan a los villanos de la tradición cristiana, y como el mal nunca gana, en cada altar por el que pasan, danzan antes de arrodillarse. En Patanemo tocan el cuatro, aunque el instrumento y el estilo musical dependen de la cofradía. Los cultores hacen tres oraciones en dirección al Este, Oeste y al Norte para bloquearle los caminos a las influencias negativas. Cada diablo es un promesero. Quien baila, espera que lo solicitado al santísimo se cumpla.

—En Patanemo, cada promesero hace su propia mascara y nuestros trajes son floreados. Pero hay cosas inmodificables. Los ritos, los ensayos, son incambiables. Los trajes han evolucionado de acuerdo al tipo de tela que se consigue en el mercado. Las cosas más ligadas a la creatividad, y a las posibilidades materiales, son las más ligadas al cambio —afirma Julián.

A sus 16 años, Julián salió con sus amigos una noche previa al ritual para verse con sus respectivas novias. Creyendo que su escapada había sido un éxito, llegaron dos horas después, pero el capataz los estaba esperando. “¡Se me arrodillan ahora mismo!”, les dijo. Los muchachos obedecieron. Acto seguido, se fue. A las seis de la mañana, regresó para decirles que ya podían ponerse en pie.

Julián Lugo. Fotografía de Diego Torres Pantin

Julián se ríe al recordar ese incidente. Como presidente, él, el segundo capataz, el tercero, y el capataz perrero, también son estrictos: llevan látigos para hacer cumplir las reglas a los diablos; primero se procede con un latigazo indoloro; si el cultor no acata órdenes, el segundo se da con más fuerza. Otra figura dentro de la tradición es la Sayona, una mujer que los acompaña en el recorrido; también está el diablo suelto, quien va separado del grupo para asustar a los niños por el camino. Esos personajes pueden cambiar según el poblado donde se practique —en San Rafael de Orituco hay diablas que seducen a los bailarines—, pero existen rasgos comunes en todas las cofradías.

En los 90, empezaron en Carabobo los primeros encuentros de lo que más tarde sería la Asociación Nacional de Diablos Danzantes. Se inició una investigación para crear un expediente para presentar ante la UNESCO. En ese ínterin, a principios de los 2000 Julián recorrió diferentes instituciones de Venezuela, difundiendo la tradición. Conoció todo el país. Se hizo una gira nacional con todos los presidentes y capataces. No fue sino hasta 2011 cuando el Instituto de Patrimonio Cultural, presidido por Benito Irady, contrató a María Ismenia Toledo, antropóloga mexicana, para que asesorara a las cofradías en la creación del expediente.

Solo 11 cofradías, las más antiguas, ingresaron sus documentos: Yare, Ocumare de la Costa, Cata, Cuyagua, Turiamo, Chuao, Patanemo, San Rafael de Orituco, Tinaquillo, San Millán y Naiguatá. Fue un hecho polémico: hay quienes protestaron que faltaron algunas agrupaciones igualmente antiguas, como los Diablos de Tarma; otros argumentaron que los de Diablos de San Millán, cuya antigüedad es de solo dos décadas, no debieron figurar en la lista, pese al hecho de que la cofradía fue fundada por exmiembros del grupo de Patanemo.

En diciembre del 2012, el Instituto de Patrimonio Cultural organizó un viaje a París. Fueron dos representantes de cada una de las 11 cofradías. Al llegar a la sede de la UNESCO, los diablos realizaron una serie de bailes. Ese día, la celebración se convirtió en la primera tradición venezolana en convertirse en Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.

—El patrimonio inmaterial es la esencia de lo que somos, de los que nos heredaron nuestros ancestros, de ahí parte la fe. Son prácticas que no podemos tocar, pero que las sentimos. No es riqueza económica, sino de fe. Creo que el peligro somos nosotros cuando no transmitimos el conocimiento necesario para que nuestros hijos y nietos valoren lo que hemos hecho. El materialismo y la desatención en lo espiritual, es ese el peligro para el patrimonio inmaterial.

Desarrollo de la celebración del Corpus Christie por los Diablos Danzantes de Patanemo. Fotografía de Diego Torres Pantin

¿Qué es la celebración?

El sacerdote brasileño Francisco Taborda, en su libro Sacramentos, praxis y fiesta comenta que el festejo está hecho para volver comunicables las experiencias más profundas del ser humano. Al festejar, es común llorar, carcajearse, recordar a los difuntos, comentar ilusiones, manifestar inseguridades o emocionarse. Se recuerda el pasado con nostalgia y se afrontan los conflictos con esperanza. Es una representación de la vida en sí. Se sustenta en la teoría, es la praxis espiritualizada: los valores de una cultura se desarrollan en ella, al contrario del trabajo, que busca una finalidad material y económica. Existen las fijas y las ocasionales. Ese “descanso” relaciona a la fiesta con lo sagrado, por lo que es un fenómeno sujeto a la religión.  Para él, toda celebración tiene tres características:

  • El Hecho valorado es la motivación de la fiesta. Al no buscar la producción de bienes, es expresión de gratitud. Se separa de lo cotidiano y establece un vínculo entre el tiempo histórico y el futuro, confrontando los conflictos de la comunidad: es memoria y esperanza simultáneamente. “Pertenece al terreno de lo inútil, de lo simbólico, por lo no funcional”.
  • El Gesto simbólico es una manifestación material que expresa una emoción común entre los participantes. Trasciende lo físico para aludir a una realidad más grande, y vuelve comunicables las experiencias inconscientes del ser humano. El rito es un gesto simbólico reglamentado, pues involucra acciones normativas.
  • La Intercomunicación solidariaes un sentimiento compartido por todos los participantes, ya que “(…) sin haber quien coincida en dar valor al hecho y sin haber personas a las que el gesto hable, nadie se reunirá para celebrar, ya que no habrá tampoco qué ni cómo celebrar”. Todos festejan la identidad comunitaria, pues se recuerda la narración histórica del grupo y se reafirman sus valores.

Es necesario mencionar que el gesto simbólico tiene tres niveles comunicativos. En lo referente al Corpus Christi, tenemos el nivel universal, pues es una fiesta del mundo católico; pero únicamente en el caso venezolano operan los diablos danzantes; es ese el nivel cultural; sin embargo, los diablos de Patanemo son distintos a los de Tinaquillo —solo por dar un ejemplo—, tienen trajes y ropajes distintos, pues existe el grupal.

Las fiestas en torno a San Pedro de Lisboa y las de Atacama (Chile) son diferentes las que se llevan a cabo en Guarenas y Guatire, pero todas festejan el 29 de junio. Las celebraciones de San Juan Bautista de Québec (Canadá) y las de Manila (Filipinas) son muy distintas a las de Curiepe. Producto de la colonización, varios países de América Latina comparten un mismo calendario festivo con naciones de la Europa occidental y algunos países de África y Asia.

El Centro Regional para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de América Latina considera que este tipo de bien “comprende también tradiciones o expresiones vivas heredadas de nuestros antepasados y transmitidas a nuestros descendientes”. Refiere a elementos culturales que se pueden transferir de una persona a otra, de una generación a otra. Esto aplica para tradiciones, festividades, leyendas, rituales, cantos, saberes, prácticas, etc.

En Venezuela, durante la dictadura de Pérez Jiménez, los militares desterraron a Diablos Danzantes de Turiamo de su pueblo para construir una base naval. Los cultores perdieron los lugares en los que celebraban el Corpus Christi. Se mudaron a Maracay, y aunque tienen seis décadas siendo ciudadanos de esa ciudad, la cofradía se mantuvo fiel a sus saberes, los cuales siguió transmitiendo. Dado que sabían cómo eran sus trajes, máscaras y canciones, pudieron mantener a flote su identidad como los Diablos Danzantes de Turiamo.

El patrimonio material, tanto cultural como natural, se enfrenta a peligros físicos, como desastres naturales, gobiernos negligentes o mafias del oro. Pero el inmaterial, se enfrenta a otros peligros, todos ligados a comportamientos sociales.

El Centro para la Diversidad Cultural ha desarrollado campañas para que la institución reconozca varias tradiciones venezolanas. En la última década, además de las tres celebraciones abordadas en este texto, también se han inscrito en las listas de la UNESCO los conocimientos y técnicas tradicionales vinculadas al cultivo y procesamiento de la curagua, el carnaval de El Callao, los palmeros de Chacao, los cantos llaneros y la tradición oral de los indígenas mapoyo.

Eva Daza, cultora del ciclo festivo de San Juan Bautista en Curiepe

Eva Nazareth Daza, de 32 años, es parte del grupo bailadores, tocadores y cantadores de las fiestas de San Juan Bautista en Curiepe, Barlovento, pero no es miembro de la Sociedad, la institución dedicada a organizar los festejos. Toca varios instrumentos, tanto el tambor de mina como el culo e’puya, y colabora en la planificación. Estudió Educación Musical en el Instituto Pedagógico Siso Martínez.

“Malembe malembe malembe no ma” es un canto que Eva ha escuchado desde niña. Luisa, su madre, ha presidido varias veces la Sociedad, como también ha dirigido La Muchachera, institución de enseñanza musical para niños y adolescentes del Estado Miranda. Desde su infancia ha estado en contacto con la tradición musical y dancística de la zona de Barlovento, de notoria influencia afro.

Eva tenía 14 años cuando se acercó por primera vez a un grupo de tocadores (que casi siempre son hombres), para pedir tocar el tambor culo e´puya. Los golpes en el instrumento se dan con batchis (palos). Todos la miraron dudosos, pero le dieron la oportunidad. Empezó a tocar. “¡Saquen a la niña!” dijo uno. “¡Déjenla, está tocando bien!” respondieron. Para hacer eso, es necesario contar con cierta resistencia física. Después de 20 minutos, la bañaron en ron y la aplaudieron.

—Si no sabes tocar, no puedes tocar —refiere Eva—. No se puede ser permisivo. Hay gente que usa vestidos más tradicionales y gente que se pone ropajes más actuales, pero con los colores, y eso no hace daño. Los cambios tienen que ser colectivos. Cada ejecutante tiene su estilo, pero se tiene que mantener en el canon de las fiestas de San Juan.

En el calendario católico, las fiestas de San Juan Bautista se celebran del 23 al 25 de junio, seis meses antes de navidad. Honran el nacimiento de quien bautizó a Jesús, uno de los pocos santos cuyo nacimiento es conmemorado, en lugar de su muerte. Hay autores que las relacionan con los solsticios de verano e invierno: casi todas las culturas tienen celebraciones para esas fechas, para honrar el cambio de las estaciones y pedir por las cosechas. En la Edad Media, la Iglesia buscó convertir a la población europea dándole un significado cristiano a esas tradiciones, estrategia que al parecer se habría repetido durante la colonización de América.

El ciclo festivo de San Juan Bautista tiene lugar en varios estados venezolanos, casi todos costeros. Tiene dos colores: el blanco, cuyo significado litúrgico alude a la pureza y la luz, y el rojo, porque el santo murió decapitado, por lo que es un mártir.

La estatua de madera del santo, ubicada en la casa de la familia Tovar, guía la celebración:  primero, se le pone la vestimenta, además de prepararle las ofrendas de flores para disponer en su altar. El 23, es transportado hasta la Casa de la Cultura de Curiepe. El 24, el día de más adrenalina, lo van paseando por todo el pueblo, y en cada casa que contenga adornos del santo, es necesario pararse a bailar; después, la multitud les da el paso a los que llevan los tambores y el altar, quienes comienzan a correr a gran velocidad. Cada trayecto involucra danzas y cantos. En el proceso, los promeseros buscan tocar al santo para hacer realidad sus peticiones.

“San Juan nos une y nos separa”, dice Eva al hablar sobre su relación con Guillermo, su esposo. Él es de Tacarigua, y su familia es la que resguarda la estatua de San Juan de su pueblo. Del 23 al 25 de junio, cada uno disfruta de la fiesta de su respectivo hogar. En su primer año juntos, se apareció en la noche con un regalo: una rosa del altar del santo de su localidad. “¡Este es el indicado!”. Es una tradición que han mantenido hasta ahora. Durante las noches, ella va a Tacarigua a cantar.

Se casaron en 2015. Un año después emigraron a Punta Cana, República Dominicana. Él consiguió trabajo como saxofonista y ella como profesora de música.  Se fueron en febrero y regresaron en junio para las fiestas. “¿Tú no te acababas de ir?”, le preguntaban. Ella siempre decía que no podía vivir sin San Juan. En 2017, al volver para la celebración, terminaron quedándose. Después de eso, San Juan Bautista les dio dos hijas que actualmente tienen 3 y 2 años. Forman una familia junto a las hijas en edad escolar que Guillermo tuvo en su matrimonio anterior. Actualmente, ella trabaja en diferentes oficios ligados a la música y es directora musical de La Muchachera.

En Curiepe, San Juan es un integrante más de la comunidad. Hace unos años, Eva y su madre recibieron a un equipo de la gobernación en la casa en la que guardaban la imagen del santo para la realización de una sesión fotográfica. Por órdenes oficiales, el rojo debía destacar. Ellas no estaban contentas. El fotógrafo empezó a trabajar, pero a medida que pasaba el rato, se frustraba más por no lograr la imagen correcta. “Chico, ¿a ti qué te pasa?”, preguntó Luisa. Finalmente, optaron por ponerle un ropaje blanco. Él lo volvió a intentar. “¡Esta es la foto!”, gritó emocionado.

Eva Daza. Fotografía de Diego Torres Pantin

—Yo creo que hay dos peligros que tiene el patrimonio inmaterial. Uno es la globalización: nuestros muchachos siempre están viendo muchos contenidos, pero ninguno relacionado con sus tradiciones, y eso les hace perder interés en su propia cultura. El otro se da al querer convertir estas tradiciones en show. Entonces se pierde el lugar privilegiado que da la fe. Se pierde el significado. Se convierte en algo para vender y, por lo tanto, la gente adquiere el derecho a decir que no le gusta el producto. No podemos dejar que se pierda esa sustancia.

En el 2018, a Eva se le encomendó dirigir la música de la eucaristía para la misa del 24, que siempre es interpretada por un cumulo de cultores que canta entre el español y fonemas congoleños. Se sintió bendecida. Escribió una obra llamada “La cantata del Bautista”. Añadió otro idioma: latín, legua litúrgica por excelencia, e hizo una convocatoria para varios grupos de Curiepe. Quería que la tradición del pueblo estuviera representada.

En 2021, Eva recibió una noticia de parte de su madre: el IPC se encontraba haciendo los trámites para declarar las fiestas de San Juan como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad ante la UNESCO. Le asignó la tarea de participar en el expediente que recopilaría documentos comprobatorios de las expresiones culturales en torno al santo y a su fiesta. Era una tarea colectiva. Ella recogió fotografías, testimonios de cultores y recortes periodísticos. Diferentes personas hicieron sus aportes. Cuando descubrió que alguien incluyó su cantata, sintió un sentimiento de autorrealización. Ese año, los representantes durmieron en la casa de los Nazareth Daza durante las celebraciones.

Finalmente, el 15 de diciembre del 2021, llegó el día en que diferentes sanjuaneros de varias poblaciones de Venezuela se dirigieron hasta la Casa Cultural Aquiles Nazoa para reunirse en un acto por zoom con las autoridades de la UNESCO. Por la lluvia, todos llegaran empapados. El acto, gracias al deficiente internet, se realizó a duras penas. Cuando aprobaron la convocatoria, Eva y sus compañeros empezaron a llorar. Todos los presentes salieron a tocar. No les importó seguir mojándose. Para ellos, esas aguas parecían estar bendecidas por San Juan Bautista, “el que todo lo tiene y todo lo da”.

Desarrollo de las fiestas de San Juan Bautista en Curiepe. Fotografía de Diego Torres Pantin

Isidro Vilera, testigo del desarrollo de La Parranda de San Pedro en Guatire

Isidro Vilera tiene 74 años y es cultor de La Parranda de San Pedro, que se celebra cada 29 de junio en Guatire y Guarenas. Es profesor de historia y miembro de la Fundación Parranda de San Pedro del 23 de Enero de Guatire. Cada año, durante los primeros seis meses, recibe a muchachos para instruirles en valores e historia, mientras que otros profesores les enseñan danza y canto. También ha enseñado en colegios y universidades. Disfruta narrar el origen de la celebración.

Se dice que, en tiempos coloniales, la esclava María Ignacia suplicó a unos brujos que salven de una enfermedad a su hija, Rosa Ignacia. Fue inútil. El 29 de junio, día de San Pedro, ella le prometió al santo que cada año en su fecha, bailaría en su honor. A cambio, pedía la salud de su niña. Al llegar a la hacienda, se impresionó al verla recuperada. Los demás esclavos también se impresionaron, por lo que decidieron acompañarla en el cumplimiento de su promesa.

Años después, la primera cultora falleció en pleno embarazo por una enfermedad. Por eso, su esposo tomó sus ropas para cumplir la promesa. Desde entonces, un hombre viste de María Ignacia durante la Parranda, llevando consigo el pecho abultado y cargando una muñeca de trapo de Rosa. Los sanpedreños se pintan con betún para representar a los esclavos mientras cantan y bailan al son del cuatro y de las maracas.

Dos de los sanpedreños se colocan en los pies cuadros de cuero para danzar: son los cotizeros. También bailan los tucusitos, niños con ropajes rojos y amarillos; se dice que esos colores se establecieron porque en la época colonial representaban los poderes políticos. No puede faltar el cargador del Santo, quien lleva a San Pedro durante la procesión. Y el abanderado es quien va izando la bandera para guiar al grupo. Existen algunas diferencias respecto a la Parranda de Guarenas.

Previamente, la Parranda no se había institucionalizado. Antes, el 28 de junio se organizaba una reunión para planificar la fiesta. En 1948, los sanpedreños, junto a otros grupos de danzas folklóricas, fueron invitados a bailar en la inauguración de la Terminal de Nuevo Circo. Solo cuatro guatireños llevaban los trajes de levita. En ese momento, Felipe Eleazar Muñoz decidió ponerle un orden.

En algún momento de la década de los 50, durante el carnaval de Guatire, Felipe Eleazar Muñoz se cayó de un carruaje: al despertar en el hospital, descubrió que quedó con el rostro desfigurado tras pasarle encima las ruedas traseras. Le prometió al santo que su devoción sería aún mayor si su cara se recuperaba. Ya para 1958 existía un equipo de cultores. Él escribió la obra teatral Leyenda, pueblo y tradición, que cuenta la historia de María Ignacia, que desde 1977 es presentada por los cultores del 23 de Enero en la plaza 24 de julio antes de la fiesta. Isidro tenía 10 años cuando se convirtió en uno de los niños reclutados por Muñoz.

Retrato de Isidro en la Fundación Parranda de San Pedro del 23 de Enero. Fotografía de Diego Torres Pantin

En el 2012, Isidro les narró esta historia a los representantes de la UNESCO. Ellos visitaron a varios cultores para las entrevistas. Les contó que Felipe recuperó su rostro. El IPC presentó un documento conformado por textos de investigadores. Él les contó que los ropajes se empezaron a usar después de que los esclavos de las haciendas amenazaron a los hacendados con hacer una insurrección si estos insistían en negarles el derecho a celebrar. Les exigieron prendas para la fiesta. Los amos, en son de burla, les donaron sus trajes viejos y desgastados, asumiendo que los negros se verían ridículos al ponérselos.

Isidro recuerda que, durante sus primeros años como sanpedreño, no todos los cultores podían permitirse llevar el traje de levita. A medida que pasaban los años, el equipo liderado por Muñoz crecía e iban mejorando sus condiciones económicas. Ya para los años 70, todos los cultores tenían su traje. Y del grupo original, se desprendieron otros. Hoy, hay cinco en Guatire y uno en Guarenas. Comparten algunas actividades durante la celebración, pero cada uno tiene su propia procesión.

Desarrollo de la Parranda de San Pedro en Guatire. Fotografía de Diego Torres Pantin

Isidro cuenta que la sede de la Fundación Parranda de San Pedro del 23 de Enero de Guatire —llamada así en 1991—, antes era un basurero. Los parranderos le solicitaron la propiedad, los recursos y las maquinarias al Concejo Municipal, pero ellos mismos hicieron los trabajos. La donación se hizo en 1983, su primer piso se construyó en los 90 y el segundo a principios de los 2000.

Felipe Eleazar Muñoz murió el 28 de febrero de 1999. A su muerte, todas las cofradías encargadas de mantener la Parranda de San Pedro le rindieron homenaje. Con los trajes del 29 de junio, le hicieron una procesión para honrarlo.

—La Parranda está sujeta a varias recomendaciones de la UNESCO, y si no se cumplen, ellos pueden anular el nombramiento. Si yo me quito el sombrero y me pongo una cachucha, o me tomo una cerveza durante la celebración, es motivo de amonestación. Otra cosa: tú no puedes ligar lo religioso y lo tradicional con una marca comercial, puede que una empresa nos apoye, pero no podemos convertirnos en un vehículo publicitario porque eso desvirtúa el significado.


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