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Sobre el fotolibro «Pueblos», de Martín Vegas, Ramón Paolini y Federico Vegas
por Xiomara Jiménez
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En esta vigésima octava entrega, compartimos el fotolibro Pueblos (Venezuela 1979-1984), de Martín Vegas, Ramón Paolini y Federico Vegas. Fue editado por la Fundación Polar y diseñado por John Lange con la colaboración de Pedro Mancilla e impreso en Editorial Arte, Caracas, en 1984. Al fotolibro lo acompaña un texto escrito por Xiomara Jiménez, antropóloga, artista y curadora de arte.
Imágenes de viajero
Podría decir que el paseante se distingue del viajero por dos razones; un paseante deambula, su recorrido es vago, él está de paso. Mientras por el contrario, el viajero mira con atención y su mirar es siempre muy interesado. Al viajero le atañe el territorio, le importa llegar a él y estar ahí por muy breve que sea la estancia. Con su presencia el sentido de lugar adquiere un cierto espesor de experiencia viva, porque lo que transcurre de manera natural y cotidiana en esa geografía tan distinta a la de donde procede, se vuelve más inestimable. A diferencia del paseante, es decir, del que va de paso, en el viajero todo adquiere la escala de un primer plano; personajes, calles, casas o lugares donde la naturaleza es una franja imponente, se tornan en representaciones de un todo a desentrañar.
Pero, reparemos en ¿qué es un pueblo más allá de ser un paraje campero que se encuentra en la antesala de la ciudad? ¿Cómo acercarse a esa porción de espacio interior con una vida propia y diferente a la metrópoli? El recorrido, la libreta de apuntes, el relato fotográfico de cómo van apareciendo sitios o figuras prominentes, además de otras referencias notables, son expectativas propias del que viaja con propósito. La cámara para el registro de esa memoria es un elemento indispensable. Sobre eso pensaba hace varios años atrás, en ocasión de un breve ejercicio de campo, cuyo objetivo fue precisamente levantar los rasgos antropológicos de un pueblo localizado en el límite entre los Estados Lara y Trujillo. También llegué a pensar en la espiritualidad que la geografía modela en las personas. El recuerdo viene a propósito del acopio de imágenes recogidas en la publicación, Pueblos. Venezuela 1974-1984, en ese entonces como ahora que reviso estas páginas, he terminado concluyendo que en la experiencia de contar algo sobre el mundo rural, siempre ha estado presente el tema de la ciudad estableciendo su jerarquía e imponiendo sus intereses.
Lo que despunta en el registro de este foto-libro, es lo que ve el ojo citadino. Tal como en las Geórgicas de Virgilio, la vida agraria resulta de una interpretación urbana, y ese es el miramiento que reina en los parajes retratados por el trio de fotógrafos formado por: Martín Vegas, Ramón Paolini y Federico Vegas. Quiero decir, que la visual más dominante en estas páginas, es la de un equipo de viajeros que divisa el lugar con mirada paisajística (págs. 19, 24-25, o 36) para luego ir en pos de retratos más próximos (como se ilustra en las págs. 50, 54-55, ó 112). De esta manera el repertorio dibuja un perfil de panorámicas, arquitectura, costumbres, creencias y faenas, (las páginas 12 y 13 son muestras excepcionales) ordenando esa entidad llamada pueblo.
Desde la ciudad se suele cargar la tinta del agasajo, esa valoración lírica tan virgiliana sobre la vida campestre, y esa manera de mirar lo bello con distancia urbana, terminan siendo puntos de vista un tanto inhumanos, porque en pocas palabras, la representación, que casi siempre responde a la necesidad de marcar los supuestos de una tradición, omite el drama y las circunstancias dolorosas e injustas de sus pobladores.
Ahora, volviendo a la colección de fotos, sospecho que estamos frente a una noción de belleza demasiado bien arraigada como para pasar por alto escenas plácidas y pastoriles, así como esa naturaleza deslumbrante que, junto a su arquitectura y a los rostros bonachones de la gente del pueblo, ofrecen una condición especial a estos lugares. Las fotos me hacen pensar en el poema Cavando de Seamus Heaney, donde el poeta emprende una especie de “retorno” a un sitio entrañable; el campo, la tierra, su padre: “…El olor frío del mantillo, el chapoteo y el golpe / De la turba empapada, los secos cortes del filo/ Atravesando las raíces vivas despiertan en mi cabeza. / Yo no tengo una pala con que seguir a hombres como ellos. / Entre el pulgar y el índice / La regordeta pluma se acomoda. / Yo cavaré con ella”.
Finalmente, el drama del aislamiento y el abandono del lugar, se cuelan entre los grandes temas que estas imágenes traen consigo. La elección apunta hacia espacios abiertos, casas levantadas en medio de grandes contrastes; la resolana hace estallar colores y la aridez del suelo, calles en donde la presencia humana es algo prácticamente ausente. Entonces recuerdo y confirmo en la geografía de las fotos, una zona decisiva para el lugar, su carretera; el punto de llegada, el acceso, el gran portal por el que casi siempre ocurre un desangramiento, pues esa misma carretera también suele trazar la línea de un camino sin retorno al pueblo.
Xiomara Jiménez
Xiomara Jiménez
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