Fotolibros

Sobre el fotolibro ‘La otra parte / L’altra parte’, de Roberto Fontana

06/03/2018

En esta entrega #29, compartimos el fotolibro La otra parte / L’altra parte, de Roberto Fontana. Fue editado por Oscar Todtmann Editores en Caracas, Venezuela en 1993. Tiene textos de Luna Benitez, Gorka Dorronsoro y Paolo Gasparini y fue diseñado por Nelson Sandoval. A continuación, un ensayo de Alejandro Sebastiani Verlezza sobre el fotolibro.

Portada de La otra parte/L’altra parte . Fotografía de Ricardo Jiménez ©ArchivoFotografíaUrbana

Cuerpos festivos, metáforas migratorias

«Si mucho nos queda por comprender en los mecanismos que rigen los transplantes de hombres, no nos extrañemos de cuán oscuros quedan todavía los que presiden al transplante de palabras»
José Solanes, Los nombres del exilio

Cada desplazamiento propicia un conjunto de metamorfosis sensibles y la vida de un país va quedando marcada por sus rastros. Muchas veces permanecen callados, casi encubiertos, detrás de la pátina cotidiana de los hábitos, pero también reaparecen discretamente y revelan toda una trama más amplia, más compleja y llena de ramificaciones insólitas. Cuando un país recibe al que viene de afuera, inmediatamente sufrirá más de una modificación. Y con el que llega aparecerán muchos (otros) más. Ya ahí, en el terreno de la misma percepción, algo está pasando: ver al que llega con asombro (y a veces cierta –o mucha– prevención), asistir a su asentamiento, la peripecia del trasplantado, tal vez la huida inminente de su origen.

Venezuela nunca ha estado muy lejos de estos asuntos. Una parte de su historia, no está de más recordarlo, como la de otros tantos países latinoamericanos, está sustentada sobre las huellas que dejan las migraciones. Sí, son huellas que van también asimilándose y permeándose al paisaje de llegada. Cómo el que llega, entonces, el extranjero, se incorpora y asimila el territorio que visita, es una de las cuestiones que más me inquieta. En el ámbito de la reflexión histórica, hay un tremendo ejercicio que retoma estas rutas necesarias (pienso ahora mismo en el libro de Elías Pino Iturrieta y Pedro Calzadilla: La mirada del otro: viajeros extranjeros en la Venezuela del siglo XIX). Pero muy en el fondo, no estoy hablando de otra cosa que del viaje: cómo cada traslado puede generar modificaciones insólitas en la experiencia y la percepción de las cosas. De hecho, alguna vez, hace un par de años atrás, si mal no recuerdo, le pregunté al propio Pino Iturrieta si estaba escrita una historia de la mentalidad de los inmigrantes italianos que llegaron a Venezuela durante los años cincuenta. La pregunta, por supuesto, no solapaba ninguna inocencia (en ese momento me ocupaba mirar las costumbres de mis parientes y sus grupos allegados). El profesor respondió no, sencillamente. Entonces le pregunté cómo podía hacerse tal cosa y él me dijo, todo calmado, es cosa de buscar a los que quedan, ponerle una grabadora y dejarlos hablar (yo, perplejo, callado, me dije: “coño, la infancia”). Y dentro de estas pesquisas, claro está, emergió una referencia mucho más reciente. Me refiero al libro de Guadalupe Burelli editado por la Fundación para la Cultura Urbana: Italia y Venezuela: veinte testimonios.

Digo todo esto porque llevo rato detenido en la pregunta por las migraciones italianas y su presencia en Venezuela, no solo las que contribuyeron –como toda migración, independientemente del país donde venga– con sus costumbres, ritos y oficios a modelar un conjunto de experiencias en el país, sino también desde el terreno propiamente artístico, intelectual y cultural, justo por donde va el libro de Burelli. Quisiera, así, trazar un breve mapa de varias generaciones que puede fácilmente abrirse, al menos ahora, con Vicente Gerbasi, la familia Gasparini, Victoria de Stefano. Dentro de esta región, aún incompleta, pero con muchas posibilidades de expansión, quisiera colocar a Roberto Fontana. Poco sabía del fotógrafo, hasta que Vasco Szinetar puso en mis manos un fotolibro suyo: La otra parte/L’altra parte [1]. El bilingüismo del título, muchas veces inscrito en la lengua del que llega, justamente, dialoga con la foto de la portada y ofrece toda una línea de sentidos, muy sugerente: Fontana capta un trozo de muro, en Florencia, lleno de huellas, lleno de tiempo (los zapatos que han sostenido alguna espera, las rasgaduras del ocio, la transparencia del papel que insinúa la tipografía velada). Si debajo de todo muro callejero se esconden cientos más, acá salta a la vista otra escena, la de un beso. Tal vez el emigrado sea solo eso: un trozo de papel tostado que se adhiere al muro, sin saber con claridad si partirá o fijará raíces. No es azar que Fontana haya captado esta imagen. Tal vez cierta predisposición sensible lo haya conducido, los regalos de la intuición y el azar. No sé si será demasiado fácil hablar de la alternancia entre la exaltación y la melancolía. Tal vez la sensibilidad de Fontana se detuvo en ese péndulo, tan lleno de peligros. Esta línea perceptiva mira hacia la calle, capta duras experiencias de la pobreza, la desolación, la alegría fraterna. Pero este libro que mira a dos lados, a las imágenes venezolanas y las italianas, tiene un costado más sensual y erótico, tal vez el más interesante para mí en este momento. Aparece con claridad cuando hace el retrato en Venecia de una mujer. Desnuda en la cama, inmersa en la penumbra de la habitación. Ella solo lo espera, tendida, con una mirada tal vez furtiva; esconde cierto juego entre la pose y el deseo. No importa el desorden de las sábanas, no importa si ya ocurrió algo, o tantísimo, el caso es que Fontana –en la vitalidad desenfrenada que muestra su rostro– dio en La otra parte con el propio atlas que tal vez toda memoria necesite para sostenerse a sí misma y resistir el paso del tiempo, sus arrases imparables.

7 Venecia, 1983 ©ArchivoFotografíaUrbana

4 Belluno, 1982 ©ArchivoFotografíaUrbana

5 Belluno, 1982 ©ArchivoFotografíaUrbana

Hay otras escenas que dan cuenta de lo que bien podría comprenderse como una fascinación ante la delicadeza de las formas que van difuminándose. Ocurre en otra escena veneciana: otra mujer, rubia, delgada, parece estar entusiasmada sobre el piano. Su rostro, borroso, por la transfiguración que está experimentando en su contacto con el instrumento, parece estar raptado por la pura experiencia del sonido y el ritmo. Justo detrás, dos o tres hombres beben en lo que podría ser una barra. Pero la atención principal, el deseo que mueve a Fontana está en el toque y sus imantaciones. No de otra forma se explica que el mismo beso de la portada del libro aparezca, de nuevo, pero esta vez en Anare. Ya no se trata de captar la lengua de los muros y las reproducciones que hay en sus costuras, presiento más bien como el apetito de retener los instantes compartidos que dotan de insólita belleza la vida con los otros. Esta vez Fontana parece que está en una fiesta (la imagen tiene cuatro testigos que parecen difuminados y algo misterioso en la escena hace pensar que todos miran el beso con gracia). Ahora bien, sería exagerado decir que Fontana está exclusivamente tocado solamente por la captación de escenas amorosas. Quizá su verdadera pasión, al menos en este fotolibro, esté en el movimiento, sus múltiples gradaciones y estaciones. Una mirada traviesa, vagante, llena de ternura muchas veces, dúctil. Pasa en otro instante italiano, lleno de desparpajo, cuando una mujer está abalanzada –y con los ojos cerrados– sobre un hombre (“una pareja haciendo el amor como en broma”, dirá Dorronsoro sobre esta imagen dotada con un curioso sentido teatral, como casi todas las de Fontana). Hay aquí al menos dos complementos silenciosos: lo que podría ser un pastor alemán y otro hombre, muy cerca, como a punto de ponerse una franela. Las escenas podrían prolongarse en una sola secuencia: como la cinta de Moebius, la exaltación y la melancolía –cierto lujo nocturno y la radiación voraz del sol– van permeándose, rotan y se difuminan en una escena solitaria de mar, la noche y sus infinitas ocasiones con los faroles de testigo; el rostro que se esconde durante el viaje en el tren, la falda levantada que oculta un trozo de risa; la mesa llena de cigarros, tazas y copas; las máscaras que bailan a su antojo; el abandono al cuerpo, al sinsentido, la soledad, incluso, en un café ya solitario y fantasmal; el agua como una presencia calma y ductora que va integrando cada secuencia. En El Tigre aparece un perro frágil, desbordado por un paisaje árido, lleno de huellas y marcas superpuestas en la tierra, justo como ocurre en los gestos y guiños que guían la experiencia de L’altra parte.

8 Florencia, 1983 ©ArchivoFotografíaUrbana

3 Anare, 1980 ©ArchivoFotografíaUrbana

9 Venecia, 1981-1985 ©ArchivoFotografíaUrbana

12 El Tigre, 1980 ©ArchivoFotografíaUrbana

Funciona como una suerte de epílogo visual la foto que hace de contraportada. Tomada por Josef Koudelka en Venecia, Fontana reaparece –ya en otros momentos el cuerpo entero de Fontana se había asomado ante un espejo– con sus amigos y una máscara de carnaval colgada en su rostro redondo y plácido. Abajo, ya fuera de la imagen, en sus bordes, aparece –a mano– la dedicatoria del checo: viva Roberto.

A propósito del desenfado y su expansión festiva en cada uno de los instantes que recogen estas fotografías, quiero recordar parte del comentario que Paolo Gasparini hace sobre Fontana y sus imágenes que se mueven entre el barrido, el temblor, cierto jadeo ofuscado, propio del temperamento más dado para el tremor:

“Las fotos de Roberto existen por sí mismas, en su justo lugar y con intensidad plena. Es evidente que no le interesaba impresionar con efectos espectaculares o persuadir con luces extrañas y exageradas. Es evidente que, a pesar de dominarla, le tenía sin cuidado la técnica fotográfica. No le preocupaban mucho las profundidades en los tonos negros o los detalles en las altas luces: cierta oscuridad de sus fotos es, simplemente, falta de luz, o porque era de noche”.

6 Venecia, 1983 ©ArchivoFotografíaUrbana

10 Venecia, 1981-1985 ©ArchivoFotografíaUrbana

11 Venecia 1981-1985 ©ArchivoFotografíaUrbana

Tras repasar La otra parte/L’altra parte, como si se tratara del álbum familiar de una educación sentimental perdida, o mejor, encontrada a ratos, no dejé de recordar una referencia (tal vez resulte obvia para los más entendidos): se trata de  Henri Cartier-Bresson y Fotografiar del natural, una obra compuesta de imágenes comentadas en prosa fluida, sensible y poética muchas veces. No hay tanto azar en este puente que trato de tender, después de todo, porque Fontana también cultivaba la expresión escrita y de esto da cuenta su Jardín de invierno/Il giardino d’inverno [2]. De hecho, hasta podría pensarse en una relación más que especial con el lenguaje, vinculada por el sonido y la canción. El mismo Gasparini habla de Lucio Dalla, “un cantante que Roberto amaba mucho”. Esta podría ser, por qué no, su altra parte: la del hombre con mirada, lengua y expresión bifronte, capaz de dar con las mejores metáforas para dar cuenta de sí mismo en los días de esa “vita” a la que Dalla lo invitaba con sus teclados y percusiones retro. Oigo una y otra vez sus canciones, para intentar dar con aquello que podía emocionar a Fontana. Tal vez así pueda comprender mejor la pasión el hondo desparpajo que condujo su hambre visual. Eso sí: la “respuesta” más aproximada la encuentro en el poema suyo que abre este singular fotolibro. Todo el ánimo del bon vivant y la gravedad oculta que va y viene en las imágenes aparece traducido en una voz ganada para la aventura bohemia:

Moriré un día

no será en París

seguramente no será jueves

ni lloverá

simplemente haré un crac

Será una noche de luna

su luz me dará la misma que hoy

moriré de noche

oiré maullar los gatos

hacia el amanecer los gallos cantarán

traerán el vacío silencioso o el encuentro con el descanso

no más vómitos de pecho

será en diciembre, espero, es más claro el cielo en las noches

será como deshojar margaritas en un abril que no existe

nos miramos en años luz, nos medimos en los sentimientos

era una premura contar nuestro afecto

viajamos sin compasión en una noche

recordando la historia.

Adiós.

1 Anare, 1980 ©ArchivoFotografíaUrbana

2 Anare, 1980 ©ArchivoFotografíaUrbana

13 Paraguaná, 1982 ©ArchivoFotografíaUrbana

***

[1] Editado por Oscar Todtmann Editores (Caracas, 1993), La otra parte/L’altra parte viene con una introducción de Carsten Todtmann, el fragmento de una entrevista que Luna Benítez le hace a Gorka Dorronsoro –además de una reflexión de la propia editora– y una evocación de Paolo Gasparini. Los textos están traducidos al inglés por Usha Bali.

[2] La edición de Todtmann Editores (Caracas, 1994), comentada y compilada por Daria Fontana y Pascual Estrada, está acompañada por algunas fotografías. Los textos poéticos están escritos mayormente en español, aunque algunos fueron escritos en italiano y en un caso hasta en dialecto véneto. Dice Estrada sobre la relación del fotógrafo con sus orígenes: “Es necesario saber que Roberto Fontana nace en Venezuela de familia italiana originaria de una localidad muy cercana a Venecia. Ser de cualquier sitio y sentirse de ese lugar es importantísimo a efectos del peso específico del individuo ante la vida; ser véneto no difiere, así, de ser de cualquier lugar del mundo; pero en este caso el recuerdo del origen se refuerza además por la imagen universal de Venecia”.


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