Armando Duran, Cristina Guzmán, Juan Liscano y Manuel Puig | Archivo Fotografía Urbana
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Este cuento tiene un desconsuelo. No se ha logrado el testimonio de alguien que hubiera estado en el curso ¡de dos meses! que el maestro Manuel Puig dictó en la Universidad de Oriente, en su sede de Cumaná.
No es la única laguna. Tampoco sabemos quién es el autor -¿será una autora?- que les sacó una sonrisa a los hombres que posan para su foto. De izquierda a derecha: tapado, de forma que solo se le ve la frente y el cabello, parece ser el escritor Oscar Rodríguez Ortiz; delante de este, el periodista Armando Durán Aché; Cristina Guzmán, librera, promotora cultural; Juan Liscano, poeta, ensayista, editor; y el novelista argentino Manuel Puig, ya entonces una leyenda de las letras hispanoamericanas. Los hombres, decíamos, miran a la cámara con expresión risueña. La excepción es Cristina Guzmán, quien parece tomar nota mental de que la copa de Liscano se ha vaciado.
Manuel Puig estuvo dos veces en Venezuela. En 1977, que fue cuando dictó ese curso en la capital sucrense; y en 1983, cuando viajó a Caracas para participar en el encuentro ‘Literatura y teatro’, que se realizó en el Celarg, en el marco del VI Festival Internacional de Teatro de Caracas, que entonces tuvo un despliegue excepcional, puesto que el evento, de suyo brillante, se sumaba a las celebraciones del bicentenario del nacimiento de Simón Bolívar. En ese encuentro participaron, además de Manuel Puig, Mario Vargas Llosa, José Donoso, Antonio Skármeta, Alfonso Sastre, Luis Molina y los venezolanos Salvador Garmendia y Luis Britto García.
La sexta edición del FITC tuvo lugar entre el 24 de abril y el 9 de mayo de 1983. De manera que en esos días se hizo esta foto, que Cristina Guzmán asegura tuvo lugar en la sede del Celarg, en Altamira.
Amores impuros
A comentarle que algunas personas que han visto la foto piensan que fue hecha en la librería Cruz del Sur, Guzmán explica «que esos paneles eran movibles; y los tuvimos en la librería, así como el Celarg. Yo estaba al frente de la Librería Cruz del Sur, aquella ventana abierta a la literatura del mundo en pleno Sabana Grande. Nos frecuentaban escritores, artistas, políticos, editores, intelectuales, profesionales. Me había propuesto, y lo logré, que fuese un espacio innovador, de vanguardia, también para el arte y creadores, como aquellos primeros expositores, entre otros, Claudio Perna o Miguel Von Dangel. Los libros y el arte otorgaron a la atrevida Cruz de Sur su sello tan particular . Pero, aún así, en Cruz del Sur no se hicieron encuentros internacionales».
—Armando Durán -evoca Cristina Guzmán- quien en ese momento era mi esposo, y yo conocimos a Manuel Puig gracias a Tomás Eloy Martínez, su amigo desde que coincidieron en Buenos Aires a finales de los años 40. En Caracas, exiliado, Tomás Eloy estaba enfrascado en el desarrollo del El diario de Caracas, cuando Puig fue invitado a Venezuela. En el momento de la fotografía también estaba nada menos que Juan Liscano, recuerdo importantísimo en mi vida, gran y entrañable amigo, además de admirado. Elegante, simpático, controversial, educado entre Francia y Suiza. Ya, para ese instante había transitado por la comisión preparatoria del Conac. Juan es uno de los escritores más olvidados en Venezuela, a pesar de haber sido el director-fundador del Papel literario de El Nacional y su muy famosa revista Zona Franca.
«A Manuel Puig lo conocí bastante bien. Lo mismo que Armando Durán, a quien Tomas Eloy integró al proyecto del Diario de Caracas. Los tres salimos juntos varias veces para encuentros con escritores o compromisos sociales, culturales o periodísticos. Nunca olvido que María Di Masse nos reunió en su casa en ocasión de uno de los fiestones que cada noche tenían lugar en la Caracas de los años 70, aquella vez, quizás, para agasajar a Puig. La primera impresión que daba Manuel era la de ser muy tímido, pero pronto descubrí un personaje afectuoso, interesante, estupendo bailarín, guapo, de facciones algo toscas, amanerado sin disimular para nada su homosexualidad. La víspera de su regreso a Nueva York, me advirtió: “si me llamas por teléfono, ten presente que un día te atenderé como Rita u otro nombre de mujer”. En confianza, a Elisa Lerner le hizo comentarios muy similares».
—Cierta noche -sigue Guzmán- me correspondió llevarlo en mi automóvil de regreso al Hilton, donde se hospedaba. A punto de llegar me pidió que lo dejara en el Parque Los Caobos, pues seguramente se encontraría con policías muy atractivos. Confesó sentirse condenado a los amores impuros.
Juan Manuel Puig Delledonne nació en General Villegas, Argentina, el 28 de diciembre de 1932. Y falleció en Cuernavaca, México, el 23 de julio de 1990. Siete años después de su muerte, Tomás Eloy Martínez publicó, en La Nación, de Buenos Aires, una nota donde contaba que Puig le había hecho la siguiente (y melodramática) confesion: «Soy una mujer que sufre mucho. Si pudiera, cambiaría todo lo que voy a escribir en la vida por la felicidad de esperar a mi hombre en el zaguán de la casa, con los rulos hechos, bien maquillada y con la comida lista. Mi sueño es un amor puro, pero ya ves, estoy condenada a los amores impuros”.
En ese mismo obituario tardío, Tomás Eloy cuenta otra anécdota que, según él tuvo lugar en el Caracas Hilton… la cuestión es que dice que fue en diciembre; no sabemos, pues, si es que se confundió de mes o si es que ese año, Manuel Puig fue dos veces a Caracas, en abril/mayo, para el VI Festival Internacional de Teatro Caracas, y en ese supuesto diciembre donde habría ocurrido lo siguiente: “Una noche de diciembre, en el vestíbulo del Caracas Hilton, vimos a una mujer muy hermosa que pocos años antes había sido Miss Universo. La belleza trabajada y un tanto boba de la mujer me dejaba frío, pero Manuel quedó seducido. «¡No sabés cuánto daría por ser ella!», me dijo. Sentí una invencible curiosidad y me atreví a preguntarle: «¿Alguna vez hiciste el amor con una mujer, Manuel?¿Alguna vez lo harías?» Me miró y, con toda seriedad, me dijo: «Cuando era chico soñaba con eso. Ahora pienso que, si lo hiciera, sería sólo una vez, por curiosidad, para saber cómo es. Dos veces me parecerían una perversión».
La bella boba pudo ser Maritza Sayalero, Miss Universo 1979, o Irene Sáez, quien obtuvo el título de Miss Universo en julio de 1981, de manera que en 1983 no tenía ni un año de haber entregado la corona. Claro que puedo ser una Miss Universe no venezolana.
Cumaná
En 1977, Manuel Puig había publicado tres de sus ocho novelas: ‘La traición de Rita Hayworth’ (1969), ‘Boquitas pintadas’ (1969), y ‘El beso de la mujer araña’ (1976). Ese año fue invitado por la Universidad de Oriente a dictar ese curso de ocho semanas del que no hemos encontrado un testigo. Consultado al respecto, el novelista cumanés Rubi Guerra respomdió: «Lamentablemente, no hice el curso, porque me parecía que yo no tenía ningún mérito para sentarme frente a Puig. Fue una de las decisiones más tontas de mi vida. Dos de mis amigos de entonces lo hicieron. Ambos murieron, uno en Cumaná y otro en El Tigre, ambos asesinados por el hampa».
Tomás Eloy Martínez publicó, en 1979, uno de sus mejores libros, un libro venezolano, por cierto, Lugar común la muerte (Monte Ávila Editores, 1979). Allí hay un relato sin ficción acerca del poeta José Antonio Ramos Sucre (Cumaná 1890- Ginebra 1930). Es perfectamente posible que dos años, en 1977, Martínez estuviera en la capital sucrense en trabajos de investigación para ese texto. El caso es que Martínez coincidió allí con Manuel Puig.
—Una noche, -escribió Tomás Eloy Martínez- en un hotel de Cumaná (lo habían invitado a dictar un taller literario de dos meses en la Universidad de Oriente), le referí con exagerada simplicidad las ideas sobre la creación del mundo que el cabalista Yitshac Luria había imaginado en Safed, una aldea mística de Galilea, entre 1566 y 1572, cuando tenía poco más de treinta años. Luria se había preguntado cómo era posible que Dios pudiera existir en todas partes. Si Dios era Todo en todo, ¿cómo se explicaba la presencia de seres y objetos que no eran Dios? La respuesta de Luria era que Dios, hospitalario, se había contraído a sí mismo para abrirle un sitio al mundo. Luria pensaba -le dije- que el En-sof, el Ser Infinito, se había replegado hacia lo más recóndito de sí para que la creación fuera posible. Se había retraído en un movimiento semejante al del aspirar el aire y al final de los tiempos volvería a exhalarlo, recuperaría su ser original.
–Nunca sentí -sigue Martínez- a Manuel tan hipnotizado por una idea como esa noche. Me pidió que le diera más detalles. Yo los había olvidado. Lo único que mi memoria lograba recuperar era la palabra hebrea tsimtsum, que en el lenguaje de la Cábala significa «retirada», o más bien, «retraimiento». Contra la más remota ortodoxia, le dije, el tsimtsum de Luria no era el punto infinitamente sagrado donde Dios se había concentrado sino el lugar del que se había ido. El tsimtsum éramos nosotros. «¿Cómo se puede ver la creación de esa manera?», me dijo. «Es maravilloso. Ahora entiendo el sentido de las cosas.El fin del mundo va a ser, entonces, la fusión de todos en el Todo. Todos seremos Dios».
Martínez concluye estableciendo la rareza de aquella reación en un hombre “a quien las teologías y el más allá lo dejaban indiferente”. Pero que resplandecía cuando contaba sus victorias de amor. “Conocí”, aseguró Tomás Eloy, “a dos o tres de sus pasiones en el Village de Nueva York, donde volvió a vivir en 1976 y a un ex albañil que lo acompañaba en el hotel Hilton de Caracas. Todos eran, como él decía con falsa modestia de conquistador, ‘casados y muy varoniles’». Aclaratoria: esta alusión al hospedaje de Puig en el Caracas Hilton con un albañil es posterior a la conversación sobre Luria en Cumaná, puesto que en 1977, cuando es sabido que fue ese curso, Venezuela no tenía ninguna Miss Universo.
Entre gustos y colores
El 30 de mayo de 1977, el entrevistado de Sofía Ímber y Carlos Rangel, en su programa Buenos días, en Venevisión. En realidad, entrevistado es mucho decir, porque la verdad es que casi no lo dejaron hablar. Por lo menos, Rangel lo presentó como uno “de los dos ó tres primeros novelistas de lengua castellana actualmente”. Tremenda deferencia, sin duda. Mas, viniendo de un intelectual de la talla de Carlos Rangel. En sus escasas intervenciones, Puig tuvo palabras de reconocimiento para Salvador Garmendia, de quien dijo que tenía “gran crítica en Italia”. Ya hacia el final, Sofía puso en duda que el éxito de Cien años de soledad fuera “proporcional a su calidad”
S.I: ¿Es tan bueno ‘Cien años de soledad’ y otros libros de García Márquez, como para que todo el mundo esté muriéndose por él?
M.P: Yo no soy crítico, yo soy autor y estoy en mala posición para opinar sobre colegas.
SI: Póngase cómodo y contésteme.
MP: A mí me parece una gran obra.
SI: Es fastidiosísima.
MP: No.
El curso
Algún día lo sabremos. Alguien debe tener esos apuntes. A falta de ellos, consignemos aquí lo que Manuel Puig le dijo a Saúl Dosnowski, cuando este, en entrevista, lo sondeó acerca de su método de trabajo.
—Lo más difícil es concentrarse -admitió Puig-. Tardo por lo menos una hora en sacar punta al lápiz, acomodar el papel, cualquier excusa para no enfrentar la página en blanco. Nunca escribo sobre hojas en blanco. Siempre escribo sobre hojas que están del otro lado escritas. No sé por qué. No puedo poner una hoja nueva en la máquina, excepto cuando ya paso en limpio la versión final.
En 1978, escribió ‘Pilón. Lírica Cumaná’, un espectáculo musical basado en canciones folklóricas venezolanas. “La obra”, apuntó un especialista en la obra puigiana, “está construida a modo de collage, los diálogos se arman con la canciones”.
Tampoco hemos podido ponerle la mano a esa pieza.
Milagros Socorro
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