Juegos Olímpicos de Tokio 2020

Robeilys Peinado: la niña de La Vega que sólo quería saltar

Robeilys Peinado. Fotografía de Andrej Isakovic | AFP

05/08/2021

Cuando Robeilys Peinado falló en su tercer intento para superar la marca de 4.70 metros de altura, sonrió y observó hacia su lado derecho. Buscó con la mirada a Wiaczesław Kaliniczenko, el entrenador junto con quien llegó hasta esta final olímpica de salto con garrocha, el 5 de agosto de 2021. En la mirada, breve y cómplice, no pareció haber mayor lamento y su rostro tampoco transmitió una frustración evidente, como si al chocar contra la colcha recordara eso que declaró luego de clasificar a esa instancia: esto ya era un sueño y sólo quiero disfrutar

En la primera ronda, de 4.50 metros, hubo 17 fallos. De quince participantes quedaron trece. En la segunda, sólo avanzaron cuatro mujeres luego de que la barra transversal se elevara hasta los 4.70 metros. Hubo 31 intentos fallidos. Ellas son conscientes del fallo un poco antes que nosotros, espectadores, por puro tacto: es posible que puedan recordar con precisión con cual parte de su cuerpo tocaron esa barra que, cuando cae en el tercer intento, se convierte en una guillotina. 

¿Qué piensan mientras caen, durante esas fracciones de segundo a través de las que se diluye su meta olímpica? Quizá, si se tratara de una sucesión de imágenes, Robeilys pensó en esa niña que fue hace unos años, cuando tenía doce, y comenzó a entrenar salto con garrocha. Sus primeros saltos en el Estadio Brígido Iriarte. Las primeras alegrías hechas medallas. La herida que la sacó de los Juegos Olímpicos Río 2016. El miedo y las lágrimas. La recuperación progresiva de la movilidad y de la fuerza. Los entrenamientos en estadios olímpicos en Europa. La pandemia. El regreso a Caracas. Los entrenamientos en casa, dentro de un apartamento, en la terraza y en el estacionamiento del edificio.

Cuando ese paquete de imágenes concluye y Robeilys se vuelve a descubrir ahí, sobre la colcha de la final del salto con garrocha de los Juegos Olímpicos de Tokio, tiene sentido que lo primero que haga sea sonreír. 

Robeilys Peinado. Fotografía de Andrej Isakovic | AFP

Sangre en Río 

Robeilys corría hacia la barral para saltarla. Mientras se acercaba a su objetivo, inclinaba la punta de la garrocha hacia el suelo. La sostenía como de costumbre, con la mano izquierda en la parte de adelante y la derecha en la de atrás. La mano izquierda es guía mientras la derecha hace de contrapeso. En la izquierda recayó la fuerza y el peso al encajar la garrocha en la base, casi paralela a la barra transversal, para iniciar su rutina de ascenso. Al hacerlo, su cuerpo comenzó a despegarse del suelo, como otras tantas veces ocurrió, buscando el cielo sin tocar la barra transversal. Pero, durante la transición del peso y la fuerza hacia su mano derecha para terminar de arrojarse a sí misma, la garrocha se rompió a la altura de su mano izquierda. 

Ese entrenamiento, dos días antes de su debut en Río 2016, se interrumpió de forma súbita. Hace más de ochenta años, las garrochas se hacían de bambú y algún metal; en la actualidad, se suelen hacer con fibra de vidrio y carbono. La garrocha, al romperse, cortó la mano izquierda de Robeilys. Cuando ella la miró, observó un canal de varios centímetros de largo cerca del dedo pulgar. En esa zona pueden coincidir al menos tres músculos. La herida fue tan evidente y sangrante que, en vez de una garrocha hecha pedazos, parecía que por la mano izquierda de Robeilys había pasado una motosierra. 

La herida espantó a quienes vieron la escena y a quienes observaron las fotos que circularon por las redes sociales. Antes de que eso ocurriese, el entrenamiento de ese día había terminado. Entonces, Kaliniczenko se le acercó.

–Vamos a hacer uno más. Un salto más para tener más confianza –le dijo. Ambos estaban probando una nueva garrocha.

–¡Ok! Uno más –dijo Robeilys. La garrocha no había tenido problemas hasta ese momento, cuando estalló cerca de su mano. 

Esa lesión la mantuvo inactiva durante seis meses. Luego de la cicatrización, Robeilys no podía sostener nada con la mano izquierda; incluso scrollear la pantalla del teléfono no era posible: el aparato se le caía. Se fue de los Juegos Olímpicos Río 2016 sin conocer el Estadio Olímpico João Havelange, donde representaría a Venezuela por primera vez en unas Olimpíadas. Tenía 18 años.

La niña que creció en el Brígido

Para llegar a esas Olimpíadas, Robeilys pasó por donde tantos atletas venezolanos lo hacen, el Estadio Brígido Iriarte, en El Paraíso, cerca de su casa en La Vega. Lo hizo siete años antes de esa lesión en Brasil.  

A ese estadio llegó luego de decidir dejar la gimnasia, la disciplina que comenzó a practicar desde los tres años hasta los 13. Entre el año 2008 y 2009, se lo comentó a su mamá. 

–Ok. Pero no te quedarás sin hacer nada –le dijo la señora, cuando supo que ya no quería seguir haciendo gimnasia.

–Está bien –dijo Robeilys. 

De camino al Brígido Iriarte, tuvieron otro diálogo: 

–Vamos al Atletismo –dijo la señora.

–Pero no quiero correr, mamá –dijo la hija.

–No. Ahí hay muchas especialidades. Ya vas a ver –dijo la mamá.

Cuando entraron, la primera persona con la que se cruzaron fue el doctor Rolando Cruz. La mamá de Robeilys le preguntó acerca de las opciones que tenían, los horarios y los entrenadores. Cuando Rolando Cruz miró a Robeilys, le dijo: “Tú tienes que hacer salto con garrocha. Por tu físico, tienes que hacer salto con garrocha”. Ella, delgada y flexible, parecía preparada para esquivar la barra transversal. 

Al escuchar el nombre de la disciplina, madre e hija se miraron sin entender a qué hacía referencia el doctor. Una de ellas preguntó qué era eso. Entonces Rolando Cruz les explicó que debía saltar una barra usando una garrocha, para luego caer en un colchón. Puede que ni madre ni hija salieran muy convencidas con la recomendación. Pero, en su casa, Robeilys comenzó a investigar acerca de la disciplina y se animó. Volvió al Brígido unos días después, habló con el entrenador para conocer si podía ingresar y para saber cuáles eran los horarios de las prácticas. 

Luego de esa conversación, comenzó a entrenar. Aunque el primer día no tomó la garrocha, salió encantada del Brígido Iriarte. Robeilys llegó buscando una disciplina en la que no tuviera que correr y eso fue lo que más hizo durante las primeras prácticas. Pasaron varios entrenamientos. Se preguntaba hasta cuándo correría y si en algún momento le darían una garrocha. El fastidio era tanto que llegó a decirse si no me dan una garrocha, no vengo más nunca. Ese día se la dieron. 

Así comenzó una relación que la llevó a ganar un Campeonato Juvenil en Donetsk, una medalla de plata en los Juegos Olímpicos Juveniles organizados en China, otra medalla de plata en el Mundial Sub-20 realizado en Polonia y un bronce en otro Mundial, el de Londres. 

Robeilys Peinado en Tokio 2020. 5 de agosto de 2021. Fotografía de Ina Fassbender | AFP

La pandemia y el estacionamiento que se hizo pista

Durante todo ese trayecto, una de las primeras veces en la que saltó hacia Europa fue cuando se mudó para Polonia en el año 2015. Lo hizo a través de una Beca Olímpica para entrenar con Kaliniczenko. Él contribuyó a que Robeilys evolucionara hasta ganar todo lo anterior. Kaliniczenko también la acompañó en el proceso de recuperación, luego de la lesión: Robeilys no quería escuchar hablar sobre Río. Estaba frustrada porque no había podido competir durante sus primeros Juegos Olímpicos, esos por los que ya había dedicado seis años de su vida. No fueron pocas las voces médicas y deportivas que le recomendaron dejar la disciplina por la gravedad de la lesión. 

En Polonia, Robeilys mejoró su técnica y el tono físico luego del tiempo de rehabilitación. Lo hizo a través de Kaliniczenko, quien la abrazó como si fuera una hija más dentro de su familia. Así lo describen los periodistas especializados Andrea Herrera y Cándido Pérez, quienes también recuerdan que el Estado venezolano aún le debe dinero al entrenador.

Juntos se clasificaron a Tokio 2020, luego de que Robeilys saltara 4.70 metros en los Juegos Sudamericanos organizados en 2018, en Bolivia. Durante 2019, siguieron en la misma línea de progresión. La lesión, aquella herida que puso en riesgo su carrera deportiva, se hizo cicatriz. Poco a poco, la barra transversal se fue elevando hasta los 4.78 metros que saltó en Francia, marcando un nuevo récord nacional. 

A las pocas semana de esa marca, el mundo se detuvo por la pandemia de la covid-19. Durante el primer trimestre del 2020, Robeilys estaba en Europa. Regresó a Caracas para intentar seguir con sus entrenamientos y encontró espacios deteriorados, incluyendo el Brígido Iriarte, ese estadio en el que entra y todo el mundo la saluda. Robeilys estaba en una encrucijada, sin poder volver a Polonia ni entrenarse en Caracas.

Se quedó en casa, haciendo rutinas de ejercicios para fortalecer la espalda baja y otras zonas del cuerpo. A esto, como también apuntan los periodistas Andrea Herrera y Cándido Pérez, sumó jornadas de preparación física en la terraza y se puso a entrenar en el estacionamiento del edificio donde vive su familia en La Vega. Para facilitarle las cosas, los vecinos y amigos del lugar liberaron de autos un carril entero. De esa manera, la niña que ellos habían visto crecer podía correr una y otra vez sosteniendo la garrocha. 

Esa rutina sólo se alteró cuando el Institucional Nacional de Deportes le facilitó un espacio para que pudiera entrenar. En abril de 2021, más de un año después de la última vez que estuvo en Europa, volvió a Polonia y a las competencias. El enésimo salto lo dio hasta llegar a Tokio y clasificarse con una marca de 4.55 metros. 

Cinco años después de Río 2016, la venezolana sí pudo conocer el Estadio Olímpico y deja Tokio con un diploma por su participación. Un comentario de la transmisión televisiva internacional sugiere información sobre cómo es vista, más allá de que en la actualidad ya sea una de las diez mejores garrochistas del mundo. Las palabras fueron de un británico, quien explicó que sólo faltan tres años para París 2024, su próxima oportunidad olímpica. Robeilys, con 23 años, podría llegar a ese torneo en el comienzo del pico físico y mental de los atletas, ese que suele ir entre los 27 y los 32 años. Si nada se tuerce en el camino, es válido pensar que no sólo irá para disfrutar su sueño olímpico. Irá para ganarlo.

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