Composición radial de hojas ovaladas, 1963. Carlos Herrera.
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La Galería Carmen Araujo nos ofrece una muestra del magnífico trabajo de Carlos Herrera, autor de la modernidad artística fotográfica venezolana, obras que ya tienen casi 80 años de haber sido creadas.
No vamos a indagar en la interesante biografía de Herrera, la cual ha sido investigada exhaustivamente por críticos e historiadores como Josune Dorronsoro, cuyo texto acompañó la exposición de este fotógrafo en el Museo de Bellas Artes (1991), Angela Bonadies, que transcribe una conversación con dos amigos en un catálogo de la casa de subasta Odalys (2015) y actualmente Sagrario Berti, quien es la curadora de la bellísima exposición del artista que vivió en Caracas (1909-1988).
Debo aclarar lo enriquecedor que fue revisitar la obra de este autor. Lo conocíamos desde hace muchos años y de hecho lo habíamos nombrado como uno de los principales exponentes de la modernidad fotográfica venezolana junto a Alfredo Boulton, Carlos Puche, Ricardo Razetti y Fina Gómez en “Anotaciones de la fotografía venezolana” (Monte Avila Editores, 1990). Y por supuesto en la revista Extra Cámara (CONAC, Núm. 1, 1994). Nuestra memoria era la de un importante fotógrafo de esos años (30-60) con fotos bellas, significativas de la estética de la época.
Me sorprendió gratamente el método de la exposición. El recuerdo y la experiencia de montaje para exhibición fotográfica de entonces. Eran imágenes sujetas a un cartón posterior y passepartout libre de ácido, un marco adecuado posiblemente de metal o madera, fotos alineadas según el tema interno, en una pared de museo o galería.
Lo que nos encontramos en la Galería Carmen Araujo es sorpresivamente diferente y las imágenes resaltan luminosas, hermosas, magníficas. Grandes copias vintage, sin passepartout, con un mínimo y delgadísimo marco negro, un vidrio protector y expuestas a la manera de mosaico o de mural, como también encontramos en los conjuntos fotográficos que contemporáneamente se exponen para remarcar un discurso o lenguaje más que una palabra o concepto. A la manera de tantas obras fotográficas de la postmodernidad. Sin embargo, esta serialidad también la observamos en las aerofotografías cuya técnica Carlos Herrera había estudiado e implementado. Era pues una conjunción de experiencia pasada con un estilo de presentación muy contemporáneo.
A thing of beauty is a joy forever (un objeto bello produce un deleite imperecedero) decía el poeta Keats, lema que citaba Herrera entre amigos. Pero así mismo, el fotógrafo e investigador del arte, Alfredo Boulton, tenía hace muchos años en su casa de campo de Los Guayabitos, esta frase colgada en el dintel de la puerta de entrada. Frase que ahora se encuentra en la Fundación John Boulton en su memoria.
Herrera y Boulton eran contemporáneos y similarmente transitaban los caminos estéticos. De esta manera, a Herrera lo calificaron de pictorialista por sus imágenes de contrastes o de bruma. Un error de apreciación pues el pictorialimo que quería imitar a la pintura de principios de siglo XX, quizás utilizó la calidad borrosa, pero para Herrera como para Carlos Puche —también fotógrafo contemporáneo y amigo de Herrera— que fotografiaba imágenes de la naturaleza en la bruma, era una expresión del poderoso sentir de un fenómeno lumínico en relación con la naturaleza a través de la neblina. De resto, la fuerza de las imágenes de Herrera residen en lo que se acostumbraba en la modernidad: líneas geométricas, objetos cotidianos como tema fotográfico: lo que se llamaba fotografía directa (no manipulada), contrastes de luz y sombra, el paisaje con importancia de luz, alguna vez la máquina como asunto estético…
La relevancia del trabajo de laboratorio es principalmente significativo. Posiblemente sin la participación de Luis E. Contreras, su laboralista, estos trabajos no tendrían el ímpetu y esplendor que ahora podemos contemplar. Un importante oficio, devenido a menos, también de otros tiempos.
En un texto de 1989, “La mirada en el espacio fotográfico”, publicado en la revista Cultura Universitaria, Sagrario Berti expresa: “El observador permite que el objeto de la imagen fotográfica sea copartícipe de una doble presencia: por un lado presencia ‘real’ de ese fragmento ubicado en el tiempo presente de la observación, por el otro, lo reproducido en imagen aparece como presencia reencontrada”.
Boris Kossoy define este “reencuentro” como segunda realidad. Esa otra realidad, que aprecié en estas imágenes expuestas, era la admiración por fotografías magníficamente copiadas, acompañadas de una visión segura y profunda del objetivo, tomando en cuenta los efectos de las tonalidades de blanco y negro y de la presencia contundente de la luz. También la constatación de una estética y pensamiento de otro tiempo, menos intelectual, política, social, manipuladora y quizás más sensible.
María Teresa Boulton
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