Perspectivas

Recordar y olvidar

22/06/2024

Memoria. 1948. René Magritte

Los italianos son tan sentimentales y sofisticados que recuerdan con el corazón (ricordare) y olvidan con la mente (dimenticare). Los venezolanos estamos tan enrollados que ya no sabemos si recordar o intentar olvidar un pasado omnipresente, impertérrito, atascado y terriblemente pegostoso. Quizás este quinto adjetivo resulte ser el más apropiado, aunque la Real Academia no lo incluya en su diccionario. En la sección de “americanismos” solo aparece el cacofónico “pegosteoso”:

Cosa pegajosa, embadurnada de alguna sustancia viscosa.

Ciertamente nuestras mentes y nuestros corazones están empegostados con una grasa que nos lleva a desconfiar de nuestros anhelos y hasta de los recientes efluvios de nuestros entusiasmos. Pero retornemos al italiano, tan cercano al fundamental latín. Aparte de ese revelador dimenticare, los italianos cuentan también con scordare. Si un idioma debe ser un sofisticado arsenal para enfrentar diversas situaciones, esta pareja de verbos son un estimulante ejemplo. Presentan ideas similares, pero hay pequeñas diferencias que pueden ser gigantescas si les prestamos la debida atención.

Dimenticare: alejarse de la mente, de los pensamientos, de los razonamientos.

Scordare: alejarse del corazón, de los sentimientos, de la memoria afectiva.

Cuando Roma era el centro del mundo se creía que la sede de la memoria estaba ubicada en el corazón. Los anglosajones aún utilizan la fórmula “known by heart” (conocido a través del corazón), sobre todo en relación a esos poemas que amamos al punto de jamás olvidarlos.

Siento que nuestro criollo “recordar” va más allá de un simple archivar sucesos en la memoria. Creo que implica revivir lo vivido, volver a estrujarlo con el corazón y repensarlo con la mente. Marguerite Yourcenar lo explica desde la vecindad del francés. Traduzco:

Lo que hoy siente tu corazón, mañana lo entenderá tu cabeza.
Hay que escuchar a la cabeza, pero dejar hablar al corazón.

En muchos pueblos y ciudades de España y América, recordar significa «salir del sueño», «espabilarse», “avivarse”. Hace unos cinco siglos, Jorge Manrique escribió, a la muerte de su padre, unas líneas que leí cuando dejaba de ser un niño:

Recuerde el alma dormida
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando.

Añoro aquella juvenil sensación de miedo y estupor. Existen otras variantes, menos dramáticas. Hay tantas personas (me incluyo) que se dan cuerda con lo que recuerdan y sienten la potencia de la vida cuando intentan olvidar. Lo cierto es que si no hay recuerdos no puede haber olvido, y sin el olvido los recuerdos no tienen ni gracia ni mérito.

Nuestro verbo olvidar viene de oblitare (enfrentar algo denso, oscuro, viscoso). Según esto, podría equivaler a oponerse a que desaparezca algo que está en nuestra memoria. Pero, ¿cómo puede ser que olvidar signifique oponernos al olvido? Quizás más que liberarnos de sufrimientos asociados a ciertos recuerdos, el olvido es ese dolor, menguante o creciente, al no lograr revivir imágenes, palabras, sentimientos.

Para hacer el asunto aún más enigmático, olvidar también puede tener que ver con no poder dejar de recordar. Un proverbio anónimo lo explica: “Tratar de olvidar a alguien es querer recordarlo para siempre”. ¡Son tantas y tan ciertas las verdades sin dueño!

Cicerón nos ofrece una variante: “Recuerdo incluso lo que no quiero. Olvidar no puedo lo que quiero”. Marco Antonio no quiso olvidar las críticas que Cicerón escribió contra Julio César y envió dos sicarios a cortarle la cabeza y las manos para exhibirlas en Roma. En este asunto de la memoria los romanos utilizaban medidas muy drásticas.

Quisiera explorar cuál es nuestra responsabilidad histórica frente a nuestros recuerdos y olvidos, ahora que en Venezuela se han ido acumulando dramas y expectativas más allá de lo que somos capaces de manejar, de digerir. Debemos tomar en cuenta que enfrentamos a un gobierno incalumniable, pues no pareciera existir algo que sus adláteres no sean capaces de hacer para seguir siendo lo que realmente son. Su principal arma es la desproporción de sus delitos, las cifras inconcecibles, un cinismo lapidario.

Y perdonen esta pasión por la etimología. Es un vicio que adoro. ¿Cómo no amar el origen de las palabras, sus primeros significados, las razones de su existencia y persistencia?

La palabra responsabilidad, por ejemplo, tiene una composición muy reveladora: re (reiteración, vuelta al punto de partida), spondere (comprometerse a algo), able (que puede). En resumen: ser capaces de responder a nuestros compromisos.

Leo también, con prisa y voracidad, lo que el filósofo Hans Jonas escribió sobre este tema:

Obra de tal manera que los efectos de tus acciones sean compatibles con la permanencia de una vida auténticamente humana sobre la Tierra.

Cuando aplicamos semejantes exigencias a nuestras vidas ciertamente surgen retos enormes. Un ruso que vivió y escribió libros que aún pesan en nuestras mentes y almas nos ofrece una pregunta y una respuesta:

Si somos capaces de formularnos la pregunta:
¿soy o no responsable de mis actos?,
significa que sí lo somos.

Fiódor Dostoyevski

Creo ser capaz de hacerme esta pregunta, pero no sé si me atrevería a compartir la respuesta. Solo puedo aferrarme a una responsabilidad humana, auténtica, plena, justa y renovadora: votar el mes que viene.

¿Les parece banal este cierre, con mucha cabulla para tan poco nudo y demasiadas citas para terminar en un cajón con una papeleta?

No logro, en este momento de nuestras vidas, encontrar una acción más trascendente que votar. Entiendo que damos bandazos entre un sueño imposible y una certeza que debe fundamentarse en la voluntad de la mayoría. Es suficiente que se haga realidad en cada uno de nosotros para que siempre recordemos lo que nunca más podremos olvidar.


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