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Un museo andaluz… de arte ruso
El Museo Ruso San Petersburgo de Málaga —circunstancia más bien extraña la de que haya aquí un museo dedicado solo al arte de ese país— es una de las grandes atracciones culturales de la ciudad andaluza. Su sede es el edificio Tabacalera, una hermosa muestra malagueña del estilo arquitectónico andaluz. Además de las salas de exposición, el museo tiene un espacio de proyecciones, salones para cursos y talleres, una tienda y un café. Cada año, desde su inauguración, se presenta una exposición principal que tiene lugar en la mayoría de las estancias del edificio y se mantiene todo un año (muy razonable teniendo en cuenta el esfuerzo que significa), además de varias exposiciones más pequeñas que duran unos meses. La que da lugar a esta reseña: Radiante porvenir. El arte del realismo socialista, estará desde 10 de febrero de 2018 hasta 21 de enero de 2019 y en cierto modo completa la magnífica muestra anterior, dedicada a la dinastía Romanov. Quien venga a Málaga en ese período, no debería perdérsela.
¿Radiante?
El nombre de la muestra es una ironía. Y un anuncio de su riqueza. Radiante Porvenir es el título de una novela de Aleksandr Zinóviev, publicada en 1980, que nos deja ver la cotidianidad del Moscú de los años sesenta mientras cuenta la historia de una familia soviética ordinaria. El futuro radiante no aparece por ningún lado, desde luego. Más bien percibimos la realidad misteriosa y terrible, cruel y banal, que protagoniza un oficial, miembro de la élite intelectual moscovita, que se siente tentado a romper con su sociedad y a llevar una existencia marginal.
Ese carácter irónico del título de la muestra indica un punto de vista que se aleja de la simple crítica o exaltación del arte producido bajo la égida del realismo socialista. «Esta exposición viene a acabar con el mito por el que todo el mundo considera que todo el arte ruso de esta época es igual, cuando no lo es» —explica en una entrevista la comisaria de la muestra, Evgenia Petrova— y asegura que: «en Europa apenas se conoce el arte de la Unión Soviética»[1].
Más que propaganda
El realismo socialista surgió con el fin de superar los llamados estilos burgueses anteriores a la revolución —y también contra las tendencias vanguardistas, constructivistas y abstractas características en el primer período de la revolución rusa— y se convirtió en política oficial del Estado en 1932, cuando Stalin decretó la reconstrucción de todas las organizaciones literarias y artísticas. Se fundó entonces la Unión de Escritores Soviéticos y la nueva política cultural se aprobó en el I Congreso de Escritores Soviéticos de 1934 que estableció las normas que debían aplicarse en todas las esferas de la producción artística.
El criterio oficial, además de realismo, espectacularidad, narración y didactismo, exigía difundir la ideología del partido. El arte debía formar a los sectores más amplios de la población y pretendía crear un mito optimista sobre la utopía comunista. La exposición Radiante porvenir recoge ciento cuarenta obras realizadas en ese período de la historia rusa: muchos lienzos colosales, varios de formato mediano y pequeño, esculturas, banderolas y tapices, una cartelera escolar, fragmentos de noticieros y documentales proyectados en pequeñas pantallas o contra las paredes, el gabinete completo de un alto funcionario, radios antiguas que reproducen cantos, himnos o discursos de líderes políticos.
Los temas, como era de esperarse, son una exaltación de los líderes, de los arquetipos sociales, de la organización férrea del trabajo, del deporte y de la maquinaria militar, que aparecen todos como espacios de felicidad y plenitud. Propaganda, para decirlo en pocas palabras. Pero más allá de eso que las reúne, empieza a verse poco a poco la gran calidad de muchas de las obras y, lo más importante quizás, las diferencias y particularidades en los temas y los autores.
Conmueven, por ejemplo, los varios y enormes lienzos que cuentan escenas de la vida de Serguei Kírov: su retrato a caballo, el encuentro con los marineros en Astrakán, el desfile en el que las juventudes deportistas soviéticas le ofrecen rosas, el de su féretro abierto con la siniestra mano de Stalin sobre él. Se sabía en la época que esa mano estaba tras el atentado en el que murió Kirov en el Instituto Smolny, y también que el mítico Ballet Mariinski de San Petersburgo recibió el nombre de Kirov, por orden del padrecito, como una especie de burla por la afición amorosa del héroe a sus bailarinas. Destacan también las hermosísimas pinturas de Aleksandr Deineka, quien parece gozar de cierta libertad para elegir temas más íntimos, como el retrato de su esposa leyendo, o unos matices más suaves de rojos que tienden unas veces a rosados y otras a naranjas. Y resalta entre todas las esculturas, la famosa de Vera Mukhina, Trabajador y mujer koljosiana, exhibida por primera vez en la parte superior del pabellón soviético en la Exposición Universal de París en 1937, imagen del logo de los estudios Mosfilm, que produjeron películas de Serguéi Eisenstein y Andréi Tarkovski.
La circunstancia y el arte
Radiante porvenir exhibe obras hechas todas bajo los criterios del realismo socialista, entre ellas algunas que no fueron aprobadas ni exhibidas en la época y otras que sí lo fueron, aunque tenían discretas o evidentes anomalías. Entre las rechazadas, por ejemplo, hay cuadros de formatos pequeños, otros en los que el tema no es claramente colectivo, y algunas en las que el rojo no es el adecuado o el artista es más un ingenuo que un realista. Pero en las aceptadas aparecen elementos en los que uno ve como es burlado el censor, o quizás hasta la instancia censora en el artista: abstracción en las manchas de color o en los ritmos de las columnas de un desfile, escenas íntimas disfrazadas de logros del pueblo, esfuerzos centrados en presentar la hermosura de los cuerpos jóvenes por sobre las escenas de desfiles o de deportes, pinceladas o matices en el color que dan lugar a cierto expresionismo, impresionismo, y hasta surrealismo en los personajes secundarios o en el trasfondo de las obras.
Debe haber entre estos artistas los que se vieron apresados en una circunstancia, pero necesitaban seguir creando, seguir exponiendo, seguir investigando. Debe haberlos también revolucionarios convencidos del mensaje de sus obras y sin contradicción alguna ni intención de rebeldía. Pero eso no es lo principal. Lo principal es cómo sobrevive en ellas el arte mismo, cómo el hacer de cada uno destaca sobre la intención de ponerlos a todos al servicio de un mensaje.
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[1] https://www.laopiniondemalaga.es/cultura-espectaculos/2018/02/09/arte-union-sovietica-muestra-reglas/985954.html
Sandra Caula
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