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“Poemas químicos” de Johnny Gavlovski

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29/10/2024

Tú debes escribir esto que ahora ves, para sanar a un mundo que vive de dolor enfermo [Beatrice al Dante]

Dante Alighieri – Canto XXXII, Purgatorio – La Divina comedia

«Relataré la historia algún día -entre líneas- sin palabras». Así, comienza a modo de preámbulo este libro fractal y al mismo tiempo cósmico, cuya dimensión se extiende más allá de la palabra. Aquí el lector a medida que se descubre a sí mismo como parte del drama y «la visión» de lo que aquí se narra, irá dejando de ser lector para transformarse en protagonista junto al poeta que, a modo de guía, lo va a ir acompañando en este viaje iniciático hacia la restauración de la armonía cuerpo-alma. Es imposible para mí en la crónica que me deja el libro, no asimilar la vivencia que se constituye a lo largo del recorrido lleno de imágenes hondas y fuertes, con ese viaje del alma que nos narra Dante Alighieri en su Divina comedia. El gran filósofo y poeta Mariano Pérez Carrasco nos dice en su maravilloso ensayo sobre la enfermedad y la Belleza que La Divina comedia es la historia de una cura. Dante narra cómo pasó de aquella oscura selva de las pasiones desordenadas, explícitamente comparada con la muerte, a la plena salud del deseo y de la voluntad, que han alcanzado su armonía al encontrar su origen, primero, a través del conocimiento del mal en el Infierno, y, luego, a través de una ascesis del propio deseo en el ascenso al monte del Purgatorio. La Divina comedia narra cómo Dante ha alcanzado la salud y superado la enfermedad, es decir, cómo, de ser esclavo de sus propias pasiones desordenadas, ha encontrado la libertad. Esto se pone de manifiesto en las palabras de Dante al despedirse de Beatriz en la cándida rosa del Empíreo, hacia el fin de su viaje celeste:

Oh, dama y sibila en quien mi esperanza se fortalece, y que has soportado dejar tu huella en el infierno para que pueda recobrar mi salud, reconozco la gracia y la virtud de tu poder y de tu bondad. De siervo que yo era, me has conducido a la libertad, por todos los caminos y en todos los modos que estuvieron en tu poder. Conserva en mí tu magnificencia, para que mi alma, que tú has vuelto sana, siéndote grata, se separe del cuerpo.

Johnny Gavlovski, el Dramaturgo, se desdobla en este libro al igual que el Dante en su drama o comedia [Dante la nominó «comedia» como era costumbre en la baja edad media, pues a diferencia de las tragedias que tenían un final terrible, los dramas de final luminoso eran llamados Comedias]. Así, el dramaturgo extendido y desdoblado en la dinámica de transmutación de la palabra finalmente alcanzará la dimensión de la última belleza replicando así la integración especular Dante-Virgilio, para devenir poeta y arrojar su canto sublimado de redención. «Como todo inicio, Umbral, Página en blanco, No era yo, eran los tiempos» nos dice el poeta, quien inicia el viaje desde el centro del alma, ahí, donde al paisaje lo delimita «Los días oscuros». En el drama que nos plantea este libro, muchas son las referencias cruzadas con la comedia del Dante: la imagen de una katábasis necesaria, descender al inframundo, al Hades, bajar a los infiernos para entender al cielo, mediante un proceso de purificación. Se reproduce aquí de manera íntima y al mismo tiempo abierta, la trilogía infierno-purgatorio-paraíso: Asombrosa aquí la metáfora del Huracán que marca el capítulo segundo del poemario y la correspondencia con el canto quinto del infierno del Dante:

y llegué a un sitio donde hirieron mis oídos grandes lamentos. Entrábamos en un lugar que carecía de luz, y que rugía como el mar tempestuoso cuando está combatido por vientos contrarios. El huracán infernal, que no se detiene nunca, envuelve en su torbellino a los espíritus; les hace dar vueltas continuamente, y les agita y les molesta: cuando se encuentran ante la ruinosa valla que los encierra, allí son los gritos, los llantos y los lamentos

Pero sin duda es en el poema que abre ese segundo capítulo: «En el ojo del huracán», donde se establece la más dura y conmovedora imagen: la de la piedra como símbolo de dolor y condena. En los cantos del Purgatorio, los pecadores de orgullo eran condenados a mover grandes bloques de piedra. La carga era pesada, eterna y orgullosos sólo podían ver el suelo. De esta forma, Dante representa la carga que el alma humana acumula a causa del ego, haciendo referencia también al antiguo mito de Sísifo. Con este canto o poema químico, nuestro poeta replica la imagen:

Sucedió

la cuesta

el dolor

no comprender

La cuesta

cuesta

el peso en el muslo

el dolor

la cuesta

cuesta

cuesta

empinada

arrastrar la pierna

arrastrarme

el dolor

cuesta

cuesta

cuesta

cuesta

Recostado contra el muro

grito auxilio

Silencio

el dolor

el asfalto me recibe

«No es posible despertar a la consciencia sin dolor. La gente es capaz de hacer cualquier cosa, por absurda que sea, para evitar enfrentarse a su propia alma. Nadie se ilumina imaginando figuras de luz, sino por hacer consciente la oscuridad», nos dice el maestro Jung. De esta manera, obtenido el conocimiento, viene la cura, el camino luminoso del ascenso, la purificación, hasta sentir en medio de la rosa abierta de la verdad, la presencia de la sacerdotisa, de la sibila, de la virgen luminosa [que en principio tiene la doble imagen de la vida y de la muerte] y de la redención del poeta que esta vez, despojado de la carga pétrea, con los ojos y la frente en alto escoge la vida. He aquí la respuesta del poeta a su sacerdotisa:

Háblame sacerdotisa conduce al pasajero de la noche al paisaje de albedo Tú mi guía háblame para aferrarme al sonido yo seguiré tu voz desde el cáliz nuestro Atanor (…) Floto, en el centro de la tierra, la enigmática isla violeta, el océano alquímico, encerrado en la vasija, Abre los ojos. Tu voz, sacerdotisa

*

El más alto grado de la medicina es el amor.
Solo el amor enseña el arte de sanar.
Sin amor no puede haber curador ni redimido.

Paracelso – Alquimia: El libro de la Restauración y la Renovación

La trinidad Infierno-Purgatorio-Paraíso que nos revelaba la Divina comedia como proceso constitutivo del Alma, tiene también una correspondencia conmovedora con la trinidad alquímica Nigredo-Albedo-Rubedo que marca el proceso alquímico. Ambas trinidades o trilogías son integradas de manera inédita por nuestro Dramaturgo-Poeta en las imágenes dinámicas que van marcando los pasos de la transmutación del alma en vía de curación. De ahí el título del poemario: Poemas químicos, evocación sin duda de la Alquimia como proceso misterioso, interior y secreto que desde tiempos inmemoriales han venido elaborado los grandes alquimistas y los sabios de la llamada filosofía perenne. Tal vez uno de los más grandes representantes de estos misterios alquímicos fue y sigue siendo el gran Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim, mejor conocido como Paracelso.

Paracelso creía que la clave para sanar era separar lo puro de lo impuro y esto se lograba a través de la alquimia.

Muchos han dicho de la alquimia que es para hacer oro y plata. Para mí no es el objetivo, sino considerar qué virtud y poder hay en la medicina […] Es de gran importancia que la alquimia se entienda en la medicina, debido a las virtudes latentes que residen en las cosas naturales, que pueden no ser evidentes para nadie, salvo en la medida en que sean reveladas por la alquimia

Así, para curar, Paracelso utilizaba tres métodos: la destilación, la calcinación y la sublimación. Todos estos procesos producían sustancias más puras, intensas y poderosas. La alquimia para Paracelso no era solo un método para adquirir medicamentos en estado puro. Era algo mucho más místico, pues se trataba aquí de las conexiones y las profundas relaciones entre el cuerpo, el alma y el espíritu. Impresionante como en estos poemas químicos nuestro poeta, re-expone esto de una manera por demás conmovedora:

Vi las gotas caer. La primera la del sueño. La segunda el inicio Cinabrio mineral agua de lluvia en vasija de piedra tiempo medido. La tercera Purificar disolver, destilar. La cuarta la advertencia Separación lo puro de lo impuro. Un río rojo después el agua -camino blanco- blanca tu voz…

«Blanca tu voz…» con certeza la voz del alma, vaso alquímico de todas las transformaciones. Según C.G. Jung, la alquimia es un proceso del alma, un proceso en definitiva espiritual en la que el ser humano al modo del alquimista inicia su transformación hasta encontrar el «Anthropos» en los elementos de la naturaleza [la materia]. Pero es en el final de esa transmutación íntima y personal, donde terminará hallándolo dentro de sí mismo. La alquimia bajo esta visión es una proyección del drama cósmico y espiritual en términos cuánticos: es por los resquicios oscuros del alma en donde está escondido este tesoro. A razón del poeta Harry Almela, yo decía que, en este plano existencial, el poeta, el artista es un buscador de honduras, es como un minero, un recio excavador del alma, que, con la palabra afilada, abre las galerías de su psique sobre la superficie circunstancial, hasta llegar al asombro de su oro. Metáfora perfecta con la alquimia como ciencia y la fenomenología de la psique humana: liberar el alma humana y sanar al mismo tiempo el cosmos. Jung veía una estrecha relación entre la alquimia y la psicología, ya que los alquimistas debían transmutar su propia alma antes de transmutar los metales. En su maravilloso libro Psicología y alquimia, Jung nos revelaba que,

la «materia» de los alquimistas era en realidad el «sí mismo», y la «obra» alquímica era un proceso de individuación y transformación de la personalidad. La última etapa de la alquimia, el opus, corresponde a la transformación final en la terapia analítica junguiana. Jung creía que la enfermedad es la que nos cura, y que la experiencia religiosa y espiritual es necesaria para la salud mental del individuo y la comunidad.

La alquimia como una metáfora del proceso de individuación y sanación del alma, donde el alquimista busca redimir la naturaleza y a sí mismo a través de la transmutación interior. La alquimia, al modo del arte que, en definitiva, es un proceso de integración y recreación, seria en este caso integrar los opuestos y alcanzar la totalidad del ser.

Antes de abordar una tercera parte y cerrar estas aproximaciones a Poemas químicos, y razón de la asimilación que se logra en este libro, es relevante citar a uno de los más preclaros continuadores del maestro Jung: Erich Neumann quien nos da un epílogo perfecto de lo visionado hasta ahora. Así, a la trilogía Infierno-Purgatorio-Paraíso y a la trilogía Nigredo-Albedo-Rubedo, habría que integrar la trilogía del alma, es decir: Inconsciente colectivo-inconsciente individual-Consciencia. A mi modo de ver, e inducido por estos poemas de consistencia inédita habría que agregarle además una cuaternidad que sería la conciencia colectiva de la humanidad. Citando brevemente pues al Maestro Neumann y su maravilloso libro Arte e Inconsciente creativo [recientemente traducido al español], cerramos este segundo paso alquímico de aproximación a los textos:

(…)La negrura, la nigredo, significa el colapso de las distinciones y las formas, de todo aquello que es conocido y definitivo. Cuando la libido psíquica refluye a la oscuridad, el individuo recae en la “prima materia”, en un caos en el que el estado psíquico original, de “participation mystique”, se reactiva. (…) La disolución del mundo exterior, de la forma y del individuo, conduce a la deshumanización del arte. La energía vital abandona la forma humana, que hasta entonces fue su máxima encarnación, y despierta formas extrahumanas y prehumanas. (…) La figura humana, que, en un sentido psicológico, corresponde a la personalidad centrada en el Yo y en el sistema consciente, es reemplazada por la vitalidad anónima del inconsciente en permanente flujo, de la fuerza creativa existente en la naturaleza y la psique (…)

*

A nosotros, los legos, siempre nos intrigó poderosamente averiguar de dónde esa maravillosa personalidad, el poeta, toma sus materiales -acaso en el sentido de la pregunta que aquel cardenal dirigió a Ariosto-, y cómo logra conmovernos con ellos, provocar  en  nosotros  unas excitaciones de  las  que quizá  ni  siquiera  nos  creíamos  capaces

Sigmund Freud – El creador literario y el fantaseo [1908]

Voy a cerrar esta tercera y última visión, mi aproximación a este libro, con unas consideraciones que hace muy poco escribí a razón del arte como proceso sanador del alma en el ensayo Caín más allá del Jardín o el Ulises de Homero: El médico psiquiatra C. G. Jung, decía que «la psique solo puede entenderse a través del arte» como el camino hacia la individuación, proceso que desarrolla en el ser humano la propia identidad. A través del arte, podemos explorar nuestro inconsciente, confrontar nuestras sombras y descubrir aspectos de nosotros mismos que permanecían en lo más interno y oculto, para iluminarlos de manera integrada en la conciencia. En su libro El hombre moderno en busca de su alma el Maestro Jung dijo sobre la creación poética que

el artista, el poeta ha extraído su visión a través de las fuerzas curadoras y redentoras de la psiquis colectiva que subyacen en el alma humana. Con su aislamiento y errores penosos ha penetrado en esa matriz de vida en la que todos los hombres están incrustados, la que imparte un ritmo común a toda la existencia humana y permite al individuo comunicar sus sentimientos y luchas a toda la humanidad.

Por su parte y desde la otra orilla de un mismo lago, el artista visual Marc Chagall nos revelaba que el arte no es solo una técnica o habilidad, sino una profunda expresión del espíritu humano o el aspecto más elevado en colectivo de la condición humana: «el arte es, sobre todo, un estado del alma», otorgándole así el poder de trascender lo material y tocar lo más profundo de nuestro ser, como una forma de liberar las emociones y conectar con lo espiritual. Así, el artista o creador, a través de su obra reflejará su propio viaje interior y su búsqueda de la belleza y la verdad. Aquí Chagall nos invita a ver el arte no solo como un objeto estético, sino como una experiencia que nos transforma y nos conecta con algo más grande que nosotros mismo. Haciendo una síntesis entre ambas visiones, podríamos decir que el arte, además de ser un «estado del alma» o el camino que nos llevará a la individuación, es en suma, toda la dinámica incesante de creación, que vincula de manera vital y alternante la luz y la sombra en infinitos estados que van desde la génesis u origen, hasta la fragancia o el «material subliminal» desplegado de esa flor que llamamos alma y cuya perfecta belleza se encuentra [como diría Heidegger] en el centro vital que vincula la raíz con el fruto. Referenciando de seguidas a los creadores bajo la advocación de poetas y músicos y, al inefable misterio que encierran el arte y la belleza, en la pieza sinfónica El poema del éxtasis de Alexander Scriabin se evoca una imagen muy poderosa que abre de par en par las puertas de ese misterio. No hay contraste, a pesar de las ascensos y descensos, de la profundidad de sus graves y la levedad de los agudos casi inaudibles. Lo que hay, lo que se siente es unidad. El éxtasis es unidad, es abrazo: La luz entonces no será ese fenómeno puramente lumínico que se contrapone a la sombra [eso es apenas lo que vemos con los ojos del cuerpo]. La luz es hija de la sombra, pues nace de ella y hacia ella retorna. La verdad contiene toda la luz y toda la sombra. Así, la luz es apenas el aspecto luminoso de esa verdad. Aunque la luz pareciera ser el final, o aquello último que expresa la verdad por su atributo de diafanidad, la luz también es el principio. Así pues, por su parte y ya sobre la energía sonora de la palabra, el poeta Odiseo Elytis decía que:

esta verdad se contenía en el poema… es la poesía el único lenguaje que expresa esta totalidad: Así la luz, que es el principio y el final de cada descubrimiento, se manifiesta de una manera abarcante, en una visión totalizadora, una perfecta transparencia en el poema que permite mirar al mismo tiempo, dentro de la materia y dentro del alma.

Hay por supuesto muchos ejemplos de esta cualidad del arte y sus relaciones con la psique y la alquimia. Pero creo indispensable aquí, tratándose de un dramaturgo devenido poeta mencionar al gran Antonio Gamoneda, premio Cervantes de literatura y sus exóticos textos: El libro de los venenos. Hay aquí una asimilación completa entre la alquimia, la medicina sanadora y la poesía. Dice la sinopsis editorial sobre este libro:

Un códice del botánico y médico Dioscórides (siglo I d. C.) acrecienta y ordena la ciencia médica y la botánica aprendidas en Plinio y Kratevas. Este códice fue adulterado por las innumerables versiones y copias medievales –latinas y árabes– hasta que, en el siglo XVI, Andrés de Laguna, segoviano, aventurero, traductor de Galeno y médico del papa Julio III, lo deja, fiable y enriquecido, en versión castellana. Antonio Gamoneda recoge el Libro Sexto, acerca de los venenos mortíferos y de las fieras que arrojan de sí ponzoña de Dioscórides, más las notas y comentarios de Laguna; consciente de que el tiempo ha convertido la ciencia en poesía.

Ya para cerrar, la última referencia es la del propio autor de estos poemas químicos. Dato por demás interesante, el hecho de que Johnny Gavlovski, haya incursionado originalmente como escritor en el género poético [1978] para luego dedicarse a la dramaturgia y al ensayo. Ha sido sin embargo después de cuarenta y seis años, [larga elipsis de tiempo] que retorna en una especie de odisea al origen de la palabra poética, una especie de mandala anímico y cronológico, que me recuerda a la imagen alquímica del Uroboro [la serpiente que se come la cola]. Para Jung el Uroboro representa un símbolo de la asimilación e integración de los opuestos luz y sombra, de la inmortalidad, de la constante auto-renovación: el que se mata a sí mismo, se da vida a sí mismo, se fecunda y se da a luz. Lo uno que surge de la unión de lo que está en disputa consigo mismo, el misterio de la prima materia, que en cuanto proyección procede inequívocamente de lo inconsciente humano.

A razón de una explicación del hecho poético, nuestro dramaturgo y poeta ha señalado en una entrevista reciente sobre los textos que hoy prologamos que:

Muchos afirman que la poesía está en la palabra. Pero yo creo que tú puedes perfectamente tener una imagen poética sin palabras en el hecho sublime que ocurre sobre la escena, mediante la presencia de los dispositivos escénicos sobre algo que es profundamente poético, que es el espacio vacío. Un espacio vacío, con una iluminación ajustada, donde está toda la gama emocional, eso es poesía. En ese sentido, no soy de los que cree que la poesía se centra en la palabra. La poesía también se centra en la imagen, en los silencios, en lo que quieres trasmitir, y que toca el alma, la psique de una forma muy particular.

Así, y a modo del Uroboro, queremos cerrar este Proemio con la «declaración de principios» que antecede a los poemas con el que el poeta cierra la elipsis a manera de «eterno retorno» del alma para sí mismo y para el lector:

 

Me gusta leer poesía con los niños,
los locos
los analfabetos.
Me gusta escuchar poesía de boca de los inéditos,
los inseguros,
los que no saben “que-es-eso”
Me gusta leer poesía con mis colegas actores
son niños, son locos,
juegan
están vivos.
Me gusta escuchar poesía
de boca de quienes no saben
que son poetas.
Detesto escuchar poesía en medio de los cenáculos,
en el festín de los caníbales.
Detesto escuchar poesía
en boca de aquellos
que cargan sus plumas con la sangre del poeta.
Detesto escuchar poesía
de quienes deambulan como zombis
en el desierto de la auto conmiseración,
ofrecen trampas de oasis
a un séquito
oídos hambrientos de mañana.


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