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El Jurado del Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas, organizado por La Poeteca, Autores Venezolanos, Team Poetero y Banesco, anunció el ganador de su novena edición. De 220 textos recibidos, el poema “La letra m” de Johan Alexander Reyes Reyes obtuvo el primer lugar. El jurado otorgó el segundo lugar al poema “Araya” de Oriana Soledad Nuzzy Briceño, y el tercer lugar a Leonardo Javier Rivas Lobo con “Grafía salvaje”. A continuación publicamos los tres textos ganadores.
1º Premio
LA LETRA M / Johan Reyes
en casa
mamá es un animal vacío
subjuntivo
horizontal
existe porque lo nombro
su herida supura desembocando leche
por el pecho
por la boca
por los ojos
sus miembros colgantes
sin mi hocico de perro
que la sepa beber
las estrías son memorias
decía sí preguntaba
memorias de cosas vivas
cosas que fueron creciendo
convirtiéndose en machetes
que se acicalan con la carne
hasta que duele la lengua
en casa
la voz humana es un grito
la m no existe
por eso -a-á es un ani-al
que ya no -i-a
que ya no a-a
que ya no
cerrando las puertas
sin saber de su letra acuática
punzante ondulada
su día en mayo de Maya
su acepción senil
como el idioma
he vuelto a soñarla
para temerle al peligro de las sábanas limpias
que hacían las veces de soga
como hacía cuando le era
difícil volver
se lanzaba al abismo
sorda
dormida
creando nuevas reglas
que la enterraban con mis manos de hijo
para que entre ellas
siempre estuviera la culpa
—madre, si yo te saqué los ojos,
no sé cómo devolverlos.
no sé a quién.
no sé quién quiere los ojos de alguien
que no
es
en casa
la m ya no se busca entre las flores
ni en los atardeceres de pan y café con leche
se busca en lo que persiste de la miseria vulgar
de lo no trascendente
gusanos carroñeros
astillas
mordidas de zamuros
o peces salvajes
con el estómago relleno de sus larvas
y todavía me pregunto
qué será una letra
y el animal responde animal
el sonido que forma una boca
el chorro seco
de sangre
de una cosa
muerta
*
2º Premio
ARAYA / Oriana Nuzzy B.
Reverón diría: yo quedé cegado, completamente cegado con la luz del litoral. Más bien queda el blanco, quedan las formas.
Margot Benacerraf, a propósito de Reverón
La orilla es tendedura de sustancia almacenable y alguna equidad. Los crustáceos, como ojos, se acostumbran. Por acuerdos, lo intentan. Aguarda —la sal— su momento de habitar canastas. Dispuesta a confabular el terror sobre un horizonte ampliamente llano. Órbitas oblicuas, destierros en la arena.
[La escena anterior se repetirá a cada comienzo, sin dejar escapar generación alguna. Como imagen solapada, evadirá al espectador, pues su recorrido, él desconoce].
narradoras: la intensidad fue, alguna vez, semejante a latitudes marinas. Inclinados estarán, deseosos por clarividencias. Ellas —han dominado la transmutación de los tiempos en cuerpo vivo, cuyo idioma será, más adelante, luminiscencia.
daria—
a razón de un resquebrajamiento
hubo mi piel de lado desteñida.
Se dirá: sobre esta tierra nada creció.
A quienes benefician mis omisiones,
“la que sopla el fuego”, en lo laberíntico de esta sal, me llaman.
Reiterados sean mis incrementos
narradoras: ¿de qué viven las cármenes?
incertidumbres a las que intentan aferrarse. Como si bajo este sol se pudiese escoger
pero hemos de seguir, mientras continúe la fatiga al ser cúmulo de luz,
sin poder tocarme el rostro de madre y se filtra
narradoras: enfocada la huella, anticipa los espectros
difuminado transcurrir que me desaloja el mar sin concurrencia
“¿a cuánto el carite y la chicharita, ¿a locha?”
un diálogo arrinconado a fondo, en una proyección que sigo creciendo a niebla fina,
voluptuoso tráfico donde —juntos sus veleros estarán.
[Ocurre bajo esos pies —el acoplamiento en la serenidad de planicie reseca. El viento y a lo lejos la costa —retumban de ese lado. Son varias sus cuevas].
luisa—
reúnalas todas posteriores a mí
a un ritual que sobrepasa la sal.
Quema de los ojos, es trayectoria en un zohar que apelmaza
lo que sobre esta tierra no crece
narradoras: olvidados los niños que juegan al fondo. Esos—no crecerán por fuego avasallante, serán contenidos en su abundancia
que preserve lo excluido en la recolecta, sin costa, nunca ha habido viento
y con mi nieta las caracolas han de ser, para los muertos, sombra
las flores no proyectarán la tierra y las sobreviviré
sí habré de tomarle el agua,
estaré en cartografía que así no veo y por eso amaso el maíz
uniéndome sin sobresaltos en nuestra noche sin letargos
y vislumbro la marcha.
[Presentada diminuta, hay una distancia entre figura y paisaje, tambaleante en búsqueda de encuentro. Se volverá materialidad al momento de rememorar el rito].
Carmen—
las he escuchado de cerca
confiriendo palabras como si ellas fuesen.
Lo mío, no obstante, es arqueología marina sobre tierra,
narradoras: su revolución ocurre cada tanto, a ritmo de pisada insondable
costumbre de suma entre quema y suspiro
volando y rodando las caracolas en la canasta investida por la abuela
traerán aguas quietas y transparentes
remolinos de aire que disiparán mi niñez juntando los difuntos
narradoras: fueron tomadas las colinas por las jornadas sin brazos
y las luciérnagas no serán invisibles
el mar está lejos y lo veo
¿será de mí la sombra?
en nosotras lo copioso perpetuará esta tribu
lo que no ha de crecer, ha muerto ya
y mi colecta es de espuma.
*
3º Premio
GRAFÍA SALVAJE / Leonardo Rivas Lobo
Horada el silencio o la tierra
con ese pulso cursivo de sus garras;
apresurada atarraya
para rasgar luciérnagas o garabatos.
Aprendió que huir es olvidar al sol,
cruzar la elipsis de la noche
con la sobreesdrújula fuerza de la gravedad
sin dejar de (ex)cavar:
dinamitar fronteras,
sortear historias.
Hay una inclinación tenue en las consonantes que labra.
En sus L
late una tendencia a reclamar mares o cielos
que no le caben en el pecho —viajero frustrado—;
también hay cierta displicencia ante lo rígido, lo dictado por otro
en los manuales de cómo hacer túneles —escribir—.
Su lengua de arcilla apenas hace ruido
entre la grava y el corazón de mamífero ermitaño;
sostiene lo hallado en la complicidad de lo subterráneo,
resguarda lo dicho por otros, que se filtró como agua de otro tiempo.
No hay sonido que no lo inquiete, rayos o aullidos;
piensa que todo lo que (re)suena
es el jirón de un grito derrumbando paredes.
Pocos lo han visto ahondar entre las vocales
para dar con el inicio de una madriguera —poema—.
Sus e
se deshacen con la lluvia,
son débiles y variables
parecen diluirse ante cualquier adjetivo.
Nunca escribe —cava— de la misma forma,
desconfía de todo lo que hacemos
hasta el cansancio del hueso.
Le inquieta escucharse o verse,
es frágil, torpe y sensible ante luces o rostros;
se conforma con intuir.
Su escritura —el túnel— revela esa especulación;
el inusitado deseo de nunca ser el mismo.
(Ex)cava porque es curioso,
a veces piensa en la soledad de los satélites;
sus órbitas mendicantes, alrededor de enormes planetas desconsiderados
y se pregunta: ¿quién estudia u ordena
los átomos de la periferia?
Es una espera su vida, y el verso
un germen que invade, que se cuela como gusano entre raíces.
Cree que tiene voz, la escucha serpenteando junto a él,
amaestrando oclusivas velares sordas y puliendo nombres.
Sus o
son tímidas y siempre parecen ser otra letra,
acaso el sueño de un abismo o el ronco trote de un elefante.
Nadie se ha detenido a descifrar sus onomatopeyas extrañas;
oraciones imbuidas con los secretos de manantiales no descubiertos todavía.
Horada la tierra o el silencio
para formar sus grafías del topo: revelar constelaciones en el vidrio
—quien lee: funde arena—.
Monitor ProDaVinci
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