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Pérez Jiménez con sus abogados defensores

Imagen del Archivo de Fotografía Urbana

09/09/2018

A las pocas semanas de estar de vuelta en suelo patrio, Pérez Jiménez había recuperado su tradicional aspecto mofletudo. El exdictador había llegado a Venezuela el 16 de agosto de 1963, al ser extraditado desde los Estados Unidos, donde se encontraba preso desde diciembre de 1962. De hecho, en su edición del 28 de agosto, El Nacional reseñaba que el reo 1.374, como lo aludía, se había sometido a un chequeo médico diario. Y que para entonces había ganado tres kilos y medio.

Al salir de la cárcel del condado de Dade, en Miami, los periodistas observaron que se encontraba pálido y había perdido mucho peso. Ya en Venezuela diría que en su presidio de Miami había “rebajado 22 kilos”; y sus familiares aprovecharon para escarnecer de la cocina del penal, a la que hacían culpable de la delgadez del extraditado, ya que sus carceleros gringos se habían negado a concederle la gracia de recibir los guisos provenientes de su mansión de Miami y lo obligaron a comer lo mismo que los otros presos.

Entre los argumentos de la defensa de Pérez Jiménez para rechazar la extradición solicitada por el gobierno de Rómulo Betancourt, resaltaba su alegato según el cual una entrega a la justicia democrática “equivaldría a una condena de muerte”, puesto que quedaría librado a la voluntad de sus enemigos políticos, a quienes habían perseguido, encarcelado, torturado e incluso asesinado. Prueba de que exageraba es que en cosa de días las escuálidas mejillas volvieron a inflarse; y muy lejos de estar incomunicado o maltratado, sus familiares y amigos pudieron visitarlo nada más llegar a la Penitenciaría de San Juan de Los Morros, su primer lugar de reclusión antes de ser trasladado a la Cárcel Modelo, en Caracas.

Pérez Jiménez fue traído a Venezuela el viernes 16 de agosto de 1963. Pasó el fin de semana y el martes 20 de agosto, en su página C-8, El Nacional publicó una nota titulada: “Familiares de Pérez Jiménez obtuvieron permiso de Justicia para visitarlo en la cárcel”. La noticia, en realidad, era que los abogados solo podrían hacerlo ante la Corte Suprema de Justicia. Para ese momento, el antiguo dictador no había nombrado defensor y más de ocho letrados habían solicitado verlo para ofrecerle sus servicios.

Finalmente, el equipo de defensores quedaría integrado por los doctores Carlos Berrizbeitia, Rafael Naranjo Ostty, Morris Sierralta y Rafael Pérez Perdomo. En esta imagen, del Archivo Fotografía Urbana, vemos (de izquierda a derecha) a Pérez Jiménez en la Corte con sus abogados, Sierralta y Pérez Perdomo.

Entrevistado por los reporteros, Berrizbeitia explicó que jamás había estado a un metro de distancia de Pérez Jiménez, pero que este lo había llamado y que, como profesional, iba a atenderlo. Al ser interrogado con respecto a los honorarios

que cobrarían los abogados por defender al de Michelena, el doctor Berrizbeitia dijo: “Como a cualquier cliente. Los riesgos que corramos, las dificultades a que podamos estar sometidos, no se cobran. Todo eso está previsto en nuestra profesión”.

Mientras Flor no estaba

Entre los familiares de Pérez Jiménez que lo visitaron en su celda desde el primer momento no se encontraba, por cierto, su esposa Flor Chalbaud, quien tuvo que esperar unos días en Miami porque las autoridades de inmigración de Estados Unidos le habían pedido el pasaporte para una revisión y tardaron en devolvérselo. Resultó que la señora tenía todavía un pasaporte diplomático, prerrogativa que había perdido desde su fuga de Venezuela. Como es natural, en 1963 ningún miembro de la familia Pérez Jiménez-Chalbaud figuraba como parte del personal diplomático venezolano.

Sus parientes declararon que la ex primera dama mantenía contacto telefónico y que se había quedado tranquila al enterarse de que su marido estaba de lo más bien y que las condiciones de que gozaba, “conforme lo establece la ley venezolana”, eran “extraordinariamente superiores a las que le dieron las autoridades estadounidenses”. Por su parte, la madre del general, Adela Jiménez, entonces de 86 años, tampoco compareció en San Juan de Los Morros, pero estaba muy contenta porque le habían dorado la píldora diciéndole que la extradición de su hijo había sido posible porque él mismo había decidido venir a Venezuela para resolver su situación. Al oír esto, la provecta dama exclamó: “Ya sabía yo que a mi hijo lo que le sobran son pantalones…”. Y nadie la sacó de su error.

A falta de madre y esposa, la prima Morelia de Pérez Heredia se empleaba a fondo como miembro muy preocupado de la parentela. “Aquí estoy”, taconeó, “con el equipaje de él. No le dejaron sacar ni la pijama. Ahí le tengo su sal de frutas y su bálsamo que le mandaron para esos dolores que le dan en este brazo” (dijo señalando el izquierdo).

El director de prisiones, doctor Ramón Armando León, respondió de todo esto a la prensa, explicando que el reo había recibido todo al concluir el asueto del fin de semana. Mientras, el doctor Berrizbeitia reclamaba que a los abogados debía concedérseles el mismo acceso que a los familiares. “Es cuestión universalmente aceptada”, recordó, “que cuando un detenido trata de entrevistarse con un abogado se le dé toda clase de facilidades. Nuestra Constitución Nacional ordena, en su artículo 69, que el derecho de defensa es inviolable en todo estado y grado del procesado”. Pero, claro, esa era la Constitución del 61 (no como la Constitución Bolivariana, que consagra ese mismo derecho en el artículo 49. A Pérez Jiménez sí se lo respetaron).

Tan amplios en el acatamiento de las leyes eran los custodias de la Penitenciaria de San Juan de Los Morros que el sábado 24 de agosto le permitieron la visita “del único hijo varón de Pérez Jiménez”, quien tenía tres hijas con su esposa y una cuarta que había procreado fuera del matrimonio, con Marita Lorenz, una espía cubano-alemana, a quien había conocido en Miami, en 1961, época en la que ella se reponía del mal de amores que le había dejado su intensa relación amorosa con Fidel Castro. Por los días en que Pérez Jiménez fue extraditado y encerrado en una celda en Venezuela. Marita Lorenz le entabló un juicio por paternidad. El Nacional publicó que los guardias se habían quedado “estupefactos” al verlo leer la noticia en el periódico y reconocer que la niña, ciertamente, era suya.

El niño que lo visitó en prisión tenía 6 años y era “rubio, de ojos claros y de un extraordinario parecido con Marcos Pérez Jiménez”, según publicó El Nacional, que añadió que el preso “cargó al chico durante buen rato”. Al parecer, se llamaba Marcos Rolando y era hijo de Clara Aurora Carías Policastro, la reina del Deporte 1955, conocida en ciertos círculos como la amante oficial de Pérez Jiménez. Dicen que ella y su hijo se fueron hundiendo en la pobreza hasta el extremo de pasar hambre. Dicen que el muchachito que estuvo en la Penitenciaría de San Juan de Los Morros en 1963 moriría el 28 de febrero de 1992, “en una pensión de mala muerte en La Pastora, víctima del sida”.

El 1 de agosto de 1968, hace exactamente 50 años, Pérez Jiménez fue sentenciado a cuatro años, un mes y quince días de prisión por peculado y malversación de fondos del erario nacional. Ya tenía cinco años encarcelado, mientras duraba el juicio, de manera que fue liberado inmediatamente. Nunca se le juzgó por crímenes contra la humanidad.


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