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[Bajo el título Pequeña lámpara gemela, Fundación La Poeteca devuelve a la palestra, con necesaria y esperada justicia, a Luz Machado, una de las voces fundacionales de la poesía venezolana del siglo XX. El libro reúne dos obras esenciales de la autora: La espiga amarga (1950) y La casa por dentro (1965).
Luz Machado fue poeta, ensayista, periodista, activista política y diplomática. Nació en Ciudad Bolívar el 3 de febrero de 1916 y falleció en Caracas el 11 de agosto de 1999. Fue cofundadora de la revista Contrapunto (1946) junto a Andrés Mariño Palacio, Héctor Mujica, José Ramón Medina, Eddie Morales Crespo, Pedro Díaz Seijas, Alí Lameda, Antonio Márquez Salas, Ernesto Mayz Vallenilla y José Melich Orsini.
En 1944 formó parte del primer grupo de mujeres que lucharon por la obtención del voto femenino en Venezuela. Fundadora y primera vocal de la Asociación de Escritores de Venezuela y Miembro de la Sociedad Bolivariana de Venezuela. Inicialmente publicó su obra poética bajo la rúbrica de Luz Machado de Arnao y a partir de su divorcio en 1961, tal como la conocemos hoy: Luz Machado.
Lo que sigue es el prólogo de la propia autora y poemas de La casa por dentro, su libro más emblemático, con textos escritos entre 1943 y 1965].
Y me dije: por habitarla y por vivirla he de salvarla. Y comencé una obra que llamaría La casa por dentro.
Aparecerían en ella todas las cosas de ese mundo íntimo específico del Ama, de la Dueña de casa, en trato continuo e inmediato con los objetos que la rodean. Por supuesto, también los sentimientos, la anécdota cotidiana, las emociones. Y las imaginaciones. El mundo subjetivo en su extensión y en su profundidad estarían presentes, tanto como el tiempo y la experiencia sucesiva lo determinaran, mientras la Poesía fuera poseyendo instantes y objetos.
Casi veinte años —que señalo con las fechas al pie de cada poema, aunque sin seguir orden de años sucesivos— han transcurrido. Esa edad tiene más de un poema de estas páginas, muchos de ellos publicados. Pero las impostergables urgencias de la madre, dueña y ama verdaderas, hicieron que el Poeta fuera apartando imágenes. Y sueños. Porque los días transcurriendo pedían su comparecencia inmediata en la responsabilidad humana con lo que era lo suyo familiar. Así, de las primeras tentativas logradas en Poesía, realizadas con tanta emoción como para haber aparecido más pronto este volumen, hube de pasar a la lentitud y postergación obligadas.
Entre tanto vi aparecer las Odas elementales de Neruda, con poemas sobre motivos iguales, algunos de los cuales rompí, naturalmente; un libro extranjero referente a decoración interior con el mismo nombre que había escogido para este y secciones en los periódicos y revistas de aquí con el mismo nombre. Por supuesto, poemas con parecida intención. Sirvió el título también para comentarios de modas en un suplemento aquí.
Me sostuvo la fe en lo que quería decir y saber que alguna vez lo diría, como propósito entrañable e irrenunciable, por ello mismo. Y a mi modo. Y aquí está al fin el libro. Con su poco de ayer y de hoy. Con cuanto logré rescatar en el intento inicial. Con lo que me permiten nombrar las mismas urgencias de ayer y la certidumbre de la vida en futuro. No tienen sus páginas todo cuanto hubiera querido reunir. Tan ambiciosa es la vida cuando la Poesía la reclama para ella como una casa por dentro. Quienes han debido sostenerla de una o de otra manera lo saben como yo. Me duele porque quise la posesión íntegra de una realidad trasmutada y trasmutable hasta obtener el derecho a entregarla con orgullo en manos de la Belleza.
Esto y cuanto dije en párrafo anterior —¡oh, coincidencias, oh, imponderables!— me hizo abstenerme de algunos temas de objetos. Y la vida misma, su inminencia, la inmediatez de la rutina doméstica, de otros del afecto familiar: la muerte de la hermana y de la madre, las bodas de las hijas, la otoñal maternidad, ya tratada en la juventud, en otros libros y el cántico o la elegía de esa antigua ceniza resplandeciente que derrama sobre nuestra cabeza el abuelazgo. Libro este, pues, de sentimientos, que ha nacido y ha vivido entre la mengua diaria las insobornables aspiraciones humanas, lo publico por obligarme a seguir en un oficio de hermosura al que no he aprendido a renunciar. Con la tristeza que otorga el trato grosero con la temporalidad y sus vínculos. Y con la esperanza de que en alguna forma complazca a quienes me han acompañado, cerca o lejos, a sostener esta casa por dentro.
La casa por dentro
A la Poesía
La casa necesita mis dos manos.
Yo debo sostener su cal como mis huesos,
su sal como mis gozos,
su fábula en la noche
y el sol ardiendo en mitad de su cuerpo.
Deben dolerme las cortinas y sus gaviotas
muertas en el vuelo.
Conmoverme el jardín y su antifaz de flores dibujado,
el ladrillo inocente acusado
de no haber alcanzado los espejos,
y las puertas abiertas para las recién casadas
con su rumor de arroz creciendo bajo el velo.
Debo atender su réplica del universo,
la memoria del campo en los floreros,
la unánime vigilia de la mesa,
la almohada y su igualdad de pájaros dispersos,
la leche con el rostro del amanecer bajo la frente
con esa yerta soledad de una azucena
simplemente naciendo.
Debo quererla entera, salida de mis manos
con la gracia que vive de mi gracia muriendo.
Y no saber, no saber que hay un pueblo de trébol
con el mar a la puerta
y sin nombres
ni lámparas.
(1948)
Ruego a la poesía
Un día te dije: ya no vengas.
Entre agujas y escobas voy y vengo en la sal del día
como cáscara alzada en el oleaje.
No podía recibir tu cabeza pensativa,
tu suave cabellera constelada,
tus pasos fraternales
y tus manos, tus manos,
en las que el mundo parecía detenerse para las ofrendas.
Yo te sentí, sin embargo,
ir y venir conmigo sobre mis hombros
como un pájaro, pegada a mi espalda, inseparable
como mi propia sombra,
plegada en un rincón
mientras alzaba el alma de los floreros
con un ramo
y descubría palabras a los hijos.
En algún sitio hallaba tu sombrero de fragancia,
tus guantes para recordar los lirios
y tu nombre, para dormir con él
sobre mis sueños.
Mas, ahora estás triste. O estoy ciega.
Porque apenas te veo para esperarme
a la puerta del crepúsculo,
y el camino es tan largo
que ya no creo alcanzarte
para sentarme junto a ti y hablar contigo,
bajo la última estrella,
hablar de lo que es mío y es tuyo y nos importa
porque yo te conozco y me conoces,
oh, mi pequeña lámpara gemela, poesía,
ante quien solamente me arrodillo,
pecadora.
(1951 / 1956)
Luz Machado. Pequeña lámpara gemela. Fundación La Poeteca (2023).
Tríptico de la casa y el sonido
i
Elektron obliga.
Servicio de sonidos, cerrado.
Veleta que gira en ciclo
para limpias transfiguraciones.
Agua girando en mediaslunas
o viento hacia afuera, exilado invisible.
Por número y por fórmula
lavadora.
No lavandera de orilla del río,
cantando entre piedras
y sol y saurios.
Sonaja de vértigo.
ii
Elektron te ordena: aspira.
Silbas, sierpe, sonando;
y engulles la caída,
su vencimiento de ceniza.
Eres otra forma de la hembra
del mundo maquinal.
Cuando me sirves sobre alfombra
resoplas ruidosamente
en la habitación
y los muebles se pasman ante ti.
Inculta.
Ineducada.
iii
Porque naciste para sobar y sobar
suelos como a piel de varón
avasallante,
te pusieron gigante la cabeza
para que puedas resistir
al revés del mundo.
Pie deforme,
mano deforme,
hongo pacífico,
sello corazón de colmena,
que solo sirves en manos del oficio
de la Dueña.
(1963)
Luz Machado
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