Fotografía de la Antártica de la NASA. Foto de Nasa.gov
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1.
Una noticia: “Doce personas detenidas en Italia tras haber estafado aproximadamente a 700 personas con nación ficticia”.
Prometían impuestos más bajos y otras facilidades.
Cuenta la noticia que a esa nación inventada, en una isla que no existía en un océano que pese a todo sí existe, se le designó Estado Teocrático Antártico de San Giorgio –y, según los falsificadores, tenía “soberanía y privilegios autónomos en virtud del Tratado de la Antártida de 1959”.
Los falsificadores se encargaban de todos los procedimientos “para dar la nacionalidad a quien la solicitara, a cambio de entre 200 y 1.000 euros”.
También dice la noticia que, además de haber inventado “una página en internet sobre el Estado, habían lanzado la publicación de un Diario Oficial del Estado y la creación de varias instituciones (jefe del Estado, Gobierno, Tribunal de Justicia, Tribunal Supremo, Delegaciones Territoriales…)”.
Dos personas habían comprado terrenos en esta nación Antártica.
2.
Un mapa real donde se añaden islas en los largos espacios vacíos del océano. Los inventores de islas.
Como el metro cuadrado de realidad está ocupado, pues que se inventen metros cuadrados ficcionales. Y que se vendan.
Comprar una buena ficción es a veces más compensador que comprar cosas concretas, cosas que pueden tocarse.
Y, además, mucha de la economía aparentemente real vive hoy día de detallados procesos ficcionales. Comprar una isla que no existe es una variación, visual e imaginariamente más rica, del acto de comprar ciertas acciones de ciertas empresas muy virtuales. Inventarse islas es, por lo menos, lúdico –una buena oposición, pues, relativamente a la seriedad absoluta y pesada de las grandes trampas económicas.
3.
En el fondo, aquellos que se aburren son los blancos de tiro de los timos. El aburrimiento es el terreno privilegiado para los pies del timador. Agustina Bessa Luís –hablando precisamente de los innúmeros cuentos de vicario– dice que todo es una cuestión erótica, de seducción y que nada remite a la ingenuidad del engañado.
“Nos extraña muchas veces que los más vulgares, los más ingenuos procesos de timo todavía encuentren a víctimas; pero pensemos que no son sólo víctimas, son verdaderas pasiones momentáneas bajo la influencia de un seductor”. Agustina concluye: “El estafador es un seductor, un prestidigitador de los sentimientos inmovilizados”.
Un enamorado difícilmente cae en una trampa.
Ser seducido por una isla no es, definitivamente, una de las peores caídas.
4.
Las noticias y el pensamiento; los hechos exteriores ininterrumpidos y muchas veces fútiles, y el pensamiento que se recoge en una cueva, encogiendo, a veces, terriblemente los hombros mientras el mundo, o parte de él, arde.
Selva negra, Todtnauberg, Alemania. Agosto. Montaña y bosque. Me acerco a la cabaña de Heidegger, un “espacio para pensar” como casi siempre se ha descrito este lugar mítico de uno de los filósofos malditos del siglo XX. De 6×7 metros, la cabaña fue construida por el propio filosofo y ahí fue, desde 1922, donde escribió varios de sus textos esenciales.
Tras la caída del nazismo, Heidegger se ahogó/elevó/alojó cada vez más allí.
Decía que su obra filosófica formaba parte de las montañas y que su trabajo y el paisaje eran lo mismo, eran aquello que le rodeaba, aquello que, estando siempre a su alrededor, no le dejaba caer.
Hay un famoso texto de Heidegger en el que él rodea, con el pensamiento (y pensar mientras se camina es una forma física de rodear un problema o una idea) la palabra ‘habitar’, demostrando su relación etimológica con la palabra ‘hábito’. Habitar, escribe Heidegger, sería introducir costumbres en el espacio, gestos y movimientos que se quedarían, podríamos decir, como fantasmas flotando en un espacio aparentemente vacío, fantasmas que se volverían concretos cuando la entrada del cuerpo habitase ese espacio.
Ver la morada de Heidegger sería, pues, ver sus costumbres –por lo menos sus fantasmas.
Desde el principio, desde la persona que nos informa con gentileza, pero también con prudencia, o desde los carteles que van apareciendo a lo largo del camino, es evidente que la cabaña de Heidegger está muy atenta y repite que debemos mantenernos alejados.
Los familiares del filósofo todavía son propietarios de la cabaña, que, según parece, casi siempre tiene las ventanas cerradas, no habitada. Como parecía estar también esta vez.
Una valla, que anuncia que está electrificada, parece impedir una mayor aproximación a uno de los espacios de pensamiento más perturbadores de Europa. Pero, claro, hay varios caminos posibles en la Selva Negra.
Proteger el espacio del pensamiento con una valla electrificada, aquí una hipótesis: si te acercas demasiado corres peligro, incluso puedes morir –una amenaza, sí, sin duda– y quizá una metáfora.
5.
“Por la mañana, tenía la mirada tan perdida y la postura tan muerta,
que aquellos con los que me crucé quizá no me hayan visto”.
Arthur Rimbaud
A veces así, Agosto.
***
Traducción de Leonor López de Carrión.
Originalmente publicado no Jornal Expresso
Gonçalo M. Tavares
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