En la entrega #41, compartimos el ensayo de la artista y fotógrafa Ángela Bonadies sobre el fotolibro Duraciones visuales. Este proyecto editado en Caracas en Junio de 1963 es un dinámico y poético compendio visual que surge como un diálogo coreográfico entre las fotografías de Bárbara Brändli, los textos de Sonia Sanoja y el prefacio de Alfredo Silva Estrada. La maestría de John Lange estuvo a cargo de la diagramación y el engranaje de una obra inigualable para el diseño venezolano.
«Más allá de los movimientos con finalidad o sin sentido de nuestro estar cotidiano, el bailarín se mueve desde y hacia un espacio que se ritma de tiempo, que se respira en tiempos: un pensamiento creándose ante nuestros ojos.»
Alfredo Silva Estrada
Fotografías de Bárbara Brändli (Schaffhausen, Suiza, 1932 – Caracas, 2011)
Textos de Sonia Sanoja (Caracas, 1932 – 2017)
Prefacio de Alfredo Silva Estrada (Caracas, 1933 – 2009)
Diagramación de John Lange (Caracas, 1932 – 2018)
Editado en Caracas, en Junio de 1963
Este es un libro que requiere ser visto y leído.
No es un libro ilustrado, es un libro que ilustra una idea.
Una idea sobre lo que construye el cuerpo en la danza, en la fotografía, una escritura del cuerpo. Un libro que es un cuerpo de trabajo construido a varias manos y un registro de un tiempo sin tiempo.
Virgilio Piñera escribía en uno de sus cuentos, El conflicto, algo que parece explicar la fotografía: «no un suceso que se detiene, sino una duración que se enamora». Y en el prólogo del libro Duraciones visuales, Alfredo Silva Estrada señala: «duración vertiginosa o lentitud que no dura». Así describe, respectivamente, la fotografía y la danza.
Por eso de este libro deben ser leídas las páginas de fotos y las páginas de texto. No hay una imagen, son imágenes que encadenan un movimiento. Son frases que construyen una coreografía, como gestos que dan cuerpo a los cuerpos que se muestran en alto contraste y que levitan, herederos de tradiciones. En este libro vive la línea de la Bauhaus, la de los fuertes contrastes y el claroscuro que resalta las formas, donde el diseño del espacio vacío que ocupa la imagen es tan importante como el cuerpo de la imagen, donde la página hace un trabajo de equilibrio, como los trabajos de Moholy-Nagy. A partir de ahí, la línea referencial nos lleva a la Nueva Bauhaus, fundada en Chicago, y a uno de sus profesores, Aaron Siskind, quien atrapó en el aire figuras flotantes en su serie «Pleasures and Terrors of Levitation» (1953-1961). ¿Cómo no leer hacia atrás y hacia adelante este libro?
Bárbara Brändli realizó las imágenes de Duraciones visuales siguiendo las líneas de la tradición bauhausiana de representación y también evocando los movimientos de sus tempranos estudios de ballet clásico en Ginebra y París, antes de radicarse en Venezuela, donde decidió dedicarse a la fotografía. Entre lo hecho y lo visto, con la inspiración de las coreografías y pensamientos de Sonia Sanoja, de los cuerpos de los bailarines, de la distribución en equilibrio de John Lange, el libro se convierte en un baile de caracteres, los bailarines hacen las veces de texto, imagen, letra, idea, y la obra se hojea y ojea a un ritmo que la convierte en escritura continua, en partitura, en danza. Por eso también, es un libro musical, desde la elección del título hasta la distribución de los pesos. Es un libro ingrávido donde «el vuelo tiene su tierra en el aire», como señala uno de los brillantes textos de Sonia Sanoja, «pero el pie roza el suelo y se aferra».
Este es un libro que resiste al tiempo, que resiste a los golpes del tiempo, que se mantiene allí, en movimiento, mostrando que «si un cuerpo hace resistencia, el espacio se crea.» ¿Cuánto podemos aprender de cada una de las ideas de Sonia Sanoja, bailarina, coreógrafa, pensadora y maestra? Ella llena las páginas de un libro arriesgado que cuestiona las formas de observar: «dificultad de la visión: el ojo ve en un solo tiempo. El objeto de la visión transcurre en infinitos tiempos y en infinitos planos. Lo traducimos en un solo tiempo y en un solo plano. Se crea lo aparente. Cada ojo mira distinto.»
En este libro los problemas modernos se resuelven en la línea, el encuadre, los blancos, la distribución de los pesos. Y los problemas contemporáneos se mueven siguiendo la sombra, el lado que no se dice: «hasta el silencio está cargado de vibraciones», solo hay que «levantar un brazo, y vencer la resistencia y llegar a ver.»
Más allá del baile, nos dice, «hay un bloque denso de huecos, la danza.» La danza como resistencia, «una fuerza dura que se impone al espacio». El movimiento permanente y la entrega, «estoy como una playa después de las olas, sin relieve.»
De alguna manera este libro muestra lo que Agamben señala, «puede decirse contemporáneo solamente quien no se deja enceguecer por las luces del siglo y alcanza a vislumbrar en ellas la parte de la sombra, su íntima oscuridad.» Así, en respuesta que presiente y se adelanta, Sanoja dice al final, «la danza es vértigo. Vértigo de caer instante por instante en una eternidad cada vez distinta.»
¿Cómo no leer este libro de atrás hacia adelante? ¿Cómo no escribir sobre él como un homenaje a esos cuatro venezolanos, nacidos entre 1932 y 1933, que hicieron del arte una resistencia? ¿Cómo no ejecutar una extensión de esa danza sobre sus hombros? ¿Cómo no seguir adelante a partir de la extensión de sus palabras? «Uno amaría detenerse en ella para siempre. Pero otra extensión viene ya y hay que apresarla».
Ángela Bonadies
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