Poesía

Nidia Hernández: The Farewell Light

01/05/2024

Tengo en mis manos The Farewell Light, una colección de poemas de Nidia Hernández traducidos al inglés por Rowena Hill y publicados en Boston, Massachusetts, por el sello Arrowsmith Press en una atractiva edición bilingüe. Leo en la dedicatoria que Nidia Hernández nunca tuvo la intención de mostrar estos textos, se trata de su segundo libro -después de El viaje del fotón, Monte Ávila editores, 2013- y ha pasado mucho tiempo antes de que se decidiera a publicarlo. Mientras ojeo los fragmentos que quisiera comentar, pienso que este volumen le da la bienvenida a una escritura, señala un inicio, expone un trabajo interior de larga data. Sin embargo, el libro se titula La luz de la despedida, me pregunto por qué.

 

¿Mi mamá
vino a visitarme
o a despedirse?

 

Nidia Hernández dejó Caracas en 2018, emigró a Miami donde pasó dos años tratando de continuar con su tarea de promotora de poesía – con el programa radial La maja desnuda – ensanchando el archivo de voces, testimonios y entrevistas al que se ha dedicado siempre, un acervo de “bienes invisibles”, como los define.

 

era la irrealidad
mi verdadero cuarto
la inmensa irrealidad
mi único hogar

 

Lidiando con las vicisitudes de la vida de migrante, pero alojada en esa alcoba apacible que es la irrealidad (¿lo imaginario?) continuó con la escritura de sus poemas y con el ejercicio público de gestora cultural. En 2020 se transfirió a Boston, estrechó aún más su relación con un gran número de escritores de todas partes, abocada al oficio de presentar, traducir, mediar y nutrir a los lectores y oyentes interesados en el mundo de la poesía.

 

entendamos
que la introspección es la más suave
y dulce compañía.

 

Busco en estos textos el sentimiento de forastero, la emoción que comporta la vida lejos de casa, la forma de interrogar la procedencia. Sé que el exilio amplía el tiempo que se dedica a los propios pensamientos, propicia un extrañarse del entorno que muchas veces salva de la turbación de no tener palabras, las palabras necesarias para formar parte de algo. Así que el idioma en el que piensa el extranjero – y en el que calla – puede considerarse una estimable compañía.

 

la incertidumbre no mentía, la realidad desde siempre se devora a sí misma

 

En la extranjería atávica –no es necesario mudarse para descubrirse forastero- la incertidumbre nunca miente, y lo real cede, baja la cabeza, se pliega. Podemos hablar aquí de hermandades -cuando pienso en Nidia Hernández se impone, afablemente, esta palabra- lo irreal, la incerteza, el silencio, hallan morada en estos textos que, originalmente escritos en español, aparecen en uno de los paisajes del destierro, la lengua del otro.

 

¿After?
¿Before?
Es before
no, es after
– ¿por qué te confundes?
-Deja que me confunda, I love confusion

 

En 2021 la ciudad de Boston le otorgó a Nidia Hernández un premio como reconocimiento a su labor. Al preguntarle sobre el galardón -uno de los muchos que ha recibido por su trabajo-, me respondió que por un tiempo había insistido en que su profesora de inglés le enseñara el idioma a través de los escritores que forjaron el alma de América, como Emerson, por ejemplo. Meses más tarde, la maestra, oriunda de Massachusetts, reconociendo el alcance de su arrobo, decidió postularla.

 

Es enero
y los recuerdos descienden aleatorios blandos
como copos

 

Conocí a Nidia Hernández en 1985 en uno de los talleres del CELARG que dictaba Reynaldo Pérez So. Nunca me voy a olvidar de estos versos del poeta, incluidos en Para morirnos de otro sueño:

 

No hay
ningún pino
torcido en mi alma.

 

Ahora entiendo que esos recuerdos que descienden como copos son exactamente los pinos torcidos que, a diferencia de lo que pensaba Pérez So, comienzan a ocupar las almas de los migrantes. El paisaje que inicialmente parece ajeno termina por mezclarse con el entorno de la memoria hasta que se intercambian. Entonces no es extraño soñar un Tocuyo nevado o un Cabudare con cipreses. “Yo me bañé en el río turbio que atraviesa Barquisimeto y va al Orinoco”, me escribe en un WhatsApp Nidia Hernández, “recuerdo ese paisaje con nostalgia”:

 

Me detuve ante
el silencio de tanta lejanía
de mi país borrándose
y de ese río turbio de mis tías
turbio como mis ojos
en estos días
sin lentes
y sin optometrista

 

Habitualmente aprecio que la luz que suele arrojar un poema, ese halo que aguardo, se demore en aparecer. Por lo general, prefiero una iluminación sugerente, con sus espacios de sombra, que me deje recrear, descifrar. En el poema Mi tía Roque leo:

 

Entre ella y la luz algo se demoraba
(ella es mi tía)

 

quizás existe algo que separa las palabras de la luz, algo interno que se dilata, que hace que lo oscuro ceda lentamente, sin prisa. Es posible, además, que sea precisamente esa luz “parpadeante” – lo único que permanece – la verdadera retribución que obtenemos del poema

 

Todo comienza a desaparecer
salvo la luz parpadeante
de las luciérnagas
y todo se vuelve posible

 

Detalles como el paréntesis del verso anterior (ella es mi tía) me producen especial simpatía, esa manera llana de incorporar noticias, despojada de “sabiondez gratuita”, como diría Peter Handke, es algo que ilumina todo el libro, que, no solo goza de la inflexión del atardecer, sino que tiene remansos de claridad que extraen de la sombra los objetos más simples. Así lo vemos en el diálogo con el fuego que se le aparece una tarde a Nidia Hernández en su cabaña de San Diego de los Altos cuando trata de apagar un incendio:

 

sus llamas
su corona
tal vez se condolieron de mi agua y de mi olla

 

Como si no buscara méritos poéticos –como si hubiera sido escrita sin pensar en los gustos actuales o en la aceptación de la crítica- esta Farewell Light va alumbrando escenas familiares, conversaciones, evocaciones en las que siempre están presentes el mar, la casa en el campo, el paisaje.

El rechazo deliberado del artificio, esta forma de usar el lenguaje sin atildarlo o embellecerlo, nos permite aproximarnos a las palabras y a las cosas y traducirlas libremente, a nuestras anchas, de manera imaginaria:

 

Eso dice
mi traducción imaginaria
de una canción que estoy oyendo

 

Entonces le abro camino a mis propias razones, acostumbrada como estoy a que todo se oscurezca en el invierno y consciente de que ser extranjera es, como dice Anne Carson, tener que pensar un misterio casi tan inquietante como el de la muerte, entiendo que no puede haber bienvenida -el brillo deslumbrante del verano- sin ese acontecimiento que es la víspera, el ocaso, la pérdida aplacada de la luz:

 

Como en el cuadro de un país lejano,
el país de una película extranjera
donde ahora vivo
estoy a solas con los árboles
refugiada
entre sus copas
Toco la lluvia que cae sobre ellos
humedeciendo su corteza
dibujando planetas
continentes
sobre sus troncos
en la madera de un idioma
donde todo nace
y vuelve a renacer
donde la condición foránea
es un arbusto
que con su movimiento
dice -Ven.


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