Perspectivas

Moreno, Blones, Cabrera: Tres fotógrafos y mil técnicas

29/04/2022

Una quincalla de Santarém fotografiada por Edgar Moreno. La imagen fue portada de su libro Memorias del agua (2003)

Edgar Moreno estaba en una quincalla en la selva en Santarém, en el norte de Brasil. Al fondo del local había varias figuras de gran tamaño de la práctica religiosa bantú conocida como Macumba, y quiso retratarlas. Sacó su cámara y, al apretar el botón, notó que el aparato no obturaba. El dueño del local, observando con cautela, interpretó el incidente como producto de la magia. Edgar salió de la tienda jurándose que no perdería esa batalla. Entró, con su cámara reparada y pudo hacer las fotos. Ya en Caracas, al revelar las imágenes, encontró que estaban veladas. Solo sobrevivió una.

La foto mostraba el interior del local: aparecían varios artículos en exhibición, parte de los espacios, y un retrato de la esposa del dueño colgaba en la pared. Tras la impresión, la llevó al cuarto oscuro para intervenirla con el viraje selectivo, su técnica característica. Aplicó compuestos químicos para escoger qué zonas de la foto destacar, logrando una imagen sin color, pero con grises más intensos que otros. Fue la portada de su fotolibro Memorias del agua, que reunió tomas de la vida de varios pueblos del Orinoco y del Amazonas. Usó lo que en fotografía se conoce como un “método alternativo”.

Años después, regresó a Santarém. Traía una edición del libro para regalar a los dueños de la tienda. “No hay brujería que pueda conmigo”, ese era el mensaje que quería dar. Al entrar, fue atendido por una anciana. Su marido había fallecido. Al referir el suceso de las fotos veladas, la señora dijo: “Esas brujerías eran típicas de mi esposo”. Se echó a llorar. Edgar tampoco pudo contenerse. Lo que empezó como una muestra de picardía, culminó en una jornada de llanto.

Edgar Moreno (1954) no es el único fotógrafo venezolano que usa métodos alternativos. El viraje selectivo, aún en la época en la que empezó a usarlo, era una técnica distinta a la comúnmente usada. En años recientes, otros dos autores se han volcado por procedimientos no mayoritarios: Julio Blones (1971) y Luis Cabrera (1979). Aunque todos han trabajado de forma independiente, se podría decir que integran una comunidad, una ramificación del gremio fotográfico. Cada metodología de trabajo involucra una expresión estética distinta, otra visión, y una serie diferente de experiencias.

Retrato de Edgar Moreno. Fotografía: Diego Torres Pantin

¿Qué se entiende por “métodos alternativos”?

Aunque muchos asocien la palabra “fotografía” con cámaras digitales, lentes, flashes y programas de edición, su definición remite a algo más sencillo. La RAE dice que es una “técnica que permite obtener imágenes fijas de la realidad mediante la acción de la luz sobre una superficie sensible o sobre un sensor”.

Generalmente se piensa que el lenguaje fotográfico representa al mundo, por lo tanto, se considera que una foto es un ícono, una encarnación gráfica más o menos “realista”. Existen otros dos tipos signos: el símbolo, que relaciona una imagen con un concepto mediante asociaciones culturales —como ocurre con la paloma y la paz—; y el índice, que se produce por un contacto físico con el referente, como lo es una huella dactilar, que suele representar a un individuo. Philippe Dubois, en su libro El acto fotográfico, señala que una fotografía es un signo indicial, una huella lumínica, pues su definición se encontraría en el resultado visual y en todo el proceso creador.

«Pues la fotografía (…) es consustancialmente una imagen-acto (…) no nos resulta posible pensar la imagen fuera de su modo constitutivo, (…) dando por supuesto que una parte que está «génesis» puede ser tanto una un acto de producción propiamente dicho (la «toma») como un acto de recepción o de difusión».

Los métodos alternativos desafían las convenciones sociales en torno a la fotografía. Muchas técnicas se relacionan más con la impresión que con la captura, e inclusive, algunas ni siquiera se hacen con lentes. También pueden variar los formatos sobre los cuales se colocan las imágenes, dejando el papel de lado. El fotógrafo que se vale de estas técnicas dirige su energía hacia la definición más embrionaria de su medio: producir imágenes mediante el contacto con la luz.

La mayoría de los métodos fotográficos involucran una cámara oscura: una caja cerrada con un orificio por donde entra la luz, reproduciendo la realidad en una de sus zonas. Fue un invento cuya primera versión fue hecha por el erudito musulmán Alhazan, y que se fue perfeccionando con los siglos. Fue DaVinci el que le añadió el lente.

En 1826, tras años experimentando, Nicéphore Niépce le incorporó una placa de peltre cubierta de betún de judea —una sustancia mineral— para crear su primera heliografía. Después, le cedió sus investigaciones a Louis Daguerre, quien perfeccionó su método para crear el daguerrotipo en 1839, invento que fue masificado una vez que el gobierno francés compró sus patentes.

Pero Niépce y Daguerre son dos padres de la fotografía entre otros inventores europeos y estadounidenses del siglo XIX. Thomas Wedgwood fue el primero en lograr impresiones sobre hojas de árboles; Henry Fox Talbot inventó un procedimiento llamado caliotipo, que, pese a que sus imágenes eran menos nítidas que las del daguerrotipo, eran reproducibles. Hippolyte Bayard creó un proceso para obtener imágenes positivas, en el que las zonas oscuras aparecían negras, y las claras, grises; todo mediante un revelado químico. Entre otros.

La historia de la fotografía está plagada de vertientes tecnológicas predominantes. Quienes utilizan las técnicas de los inventores del siglo XIX, entre otros procedimientos no masificados, utilizan métodos alternativos. Generalmente, están estrechamente ligados a la ciencia: para su práctica hay que conocer las reacciones de algunos componentes ante la luz, las propiedades de los materiales o las cantidades apropiadas de las sustancias a utilizar. Desconocer esos temas limita la labor de experimentación.

El método estenopeico usa una cámara oscura que crea un negativo sobre un material sensible, casi siempre papel fotográfico, gracias a un agujero llamado estenopo. Después, se revela con sustancias químicas. Mientras más tiempo esté abierto el orificio, más detalles se capturan. Es un procedimiento lento.

Fotografía impresa en el método conocido como clorotipia. La imagen pertenece a la serie Recuerdo lacónico de Luis Cabrera

Aventuras fotográficas

La infancia de Edgar Moreno transcurrió entre dos lugares multiculturales: primero, en el barrio 23 de Enero, —que en la época posterior a la dictadura de Pérez Jiménez albergaba un número considerable de inmigrantes—, y después, en Nueva York. Creció en una familia de doce niños, teniendo a sus hermanos mayores como padres, y a sus sobrinos, como hermanos. Además, en su familia el esoterismo y la taxidermia —dos tópicos cercanos a la Antropología— eran moneda de cada día. Su obra fotográfica tomaría esa dirección.

Nacido en 1954, estudió Música y Antropología en la Universidad de Nuevo México. También hizo cursos en diferentes áreas de las artes plásticas. Ganaba dinero con encargos musicales. El profesor Dick Knapp, que hacía fotografías para después intervenirlas en acuarela, lo introdujo en la técnica del viraje selectivo. Inclusive, gracias a unas imágenes suyas de paisajes locales y de etnias de Nuevo México —Pueblo, Apache y Navajo—, ganó una beca para recibir la tutoría de Ansel Adams, el padre de la fotografía paisajística moderna.

Ya graduado, regresó a Venezuela, donde se desempeñó como fotógrafo artístico, antropólogo y músico. Logró exponer en decenas de galerías y museos a lo largo de Venezuela, como también en multitud de países. Su obra fotográfica se compone de imágenes captadas en viajes que ha realizado en varias naciones. Él llama a su estilo “documentalismo plástico”, porque, si bien aborda temas antropológicos, sociales y científicos, lo hace desde una perspectiva autoral.

Fuera del cuarto oscuro, se colocan las fotografías impresas bajo el agua, para después verterles compuestos químicos —cloruro de oro, permanganato de potasio, cloruro férrico, entre otros—. Eso oxida las sales de plata del papel fotográfico. La técnica se usa con fines de conservación: fortalece las imágenes. También cambia sus colores. Cada papel tiene una composición química distinta, lo cual permite jugar con los tonos según la escogencia. El clima soleado causa un efecto distinto al nublado. A veces, interviene con crayones acuartelados, los cuales fija con sales. Edgar siempre elige en qué partes de la foto verterá las sustancias para destacarlas cromáticamente.

La Catedral de Caracas fotografiada por Julio Blones con una cámara estenopeica

Julio Blones, enamorado del método estenopeico tras cursar un diplomado en fotografía en la Universidad Experimental Pedagógica Libertador en el 2015, tenía años haciendo fotos de paisajes, insectos, plantas y material orgánico en sus salidas de campo. Es biólogo egresado de la UCV. Usó cámaras analógicas y digitales. Con cartón, creó su primera cámara casera, a la que cubrió de tinta negra. Con ella ha recorrido la ciudad de punta a punta, creando su proyecto Caracas Estenopeica.

Él se centra en el replanteamiento de la visión de los lugares icónicos de la ciudad: Las torres del Silencio, El Calvario, Parque Central. Siempre hace las fotos desde abajo, para evitar que la cámara se mueva. Fotografiando la Catedral de Caracas, un hombre lo abordó agresivamente:

—¡Hey! ¿Eso es una bomba de niple?.

Parecía ser miembro de uno de los colectivos armados. Por suerte, Julio siempre lleva sus fotos consigo, para enseñarlas si es necesario. Lo dejo boquiabierto.

Julio también se ocupa de la vida caraqueña. Cuando empezaron los problemas del transporte público, se acercó a varias paradas de autobuses. Los transeúntes no le prestaban atención a un hombre que parecía jugar con una lata negra en frente de ellos, pese a los minutos que duraba la acción. Lo tomaban por loco. Retrató de forma fantasmal la apatía de esos rostros frustrados. Su método es doblemente espectral: el fotógrafo, al igual que sus imágenes, también se asemeja a un espíritu.

—Es traer el siglo XIX al presente, pero desde un punto de vista documental. Con su grano grueso, tonos grises y su falta de nitidez, muestra una realidad distinta.  Hay una estética atemporal, de una realidad distinta —dice Julio.

Retrato de Julio Blones. Fotografía: Diego Torres Pantin

Mientras hacía Memorias del agua, Edgar visitó el estado Apure. Allí, es relativamente frecuente encontrar un hogar con un caimán de mascota. Él iba de poblado en poblado preguntando dónde había un ejemplar criado en cautiverio. En ese ínterin, fotografió a varios. No podía ignorar al más famoso de todos: Negro. Realmente era hembra. La familia se enteró de eso al ver sus huevos en su piscina, pero ya era tarde para rebautizarla. La relación que ella tenía con su dueño, el señor Faoro, era tal, que se hizo una leyenda local. Todos habían visitado esa casa para ver como ese viejo jugaba con su enorme amiga.

Cuando Edgar llegó, Faoro ya había fallecido. Fue recibido con amabilidad, pero con desdén: la viuda no le negó la entrada, pero se le notaba cansada de atender fotógrafos. Así que se ingenió una solución: tomó una enorme caja de fósforos, le introdujo un rollo de película, y le abrió un agujero que tapó con teipe negro. La señora lo vio colocar eso en el suelo. No entendía qué estaba haciendo. Era una cámara estenopeica fabricada improvisadamente. El resultado muestra a “la caimana de Faoro” en actitud de duelo. Pareciera estar llorando. Es una fotografía desenfocada en varios puntos, mientras que, en otros, se expone la textura de sus escamas. Es una de las favoritas de su creador.ç

La famosa “caimana de Faoro” fotografiada por Edgar Moreno con una cámara estenopeica

Un soporte distinto, un discurso distinto

Desde su nacimiento, Luis Cabrera ha lidiado con la psoriasis, una enfermedad que mata células en diferentes zonas de su piel. A lo largo de su vida, ha visto cómo su cuerpo se va decolorando de a poco en algunas zonas, formando manchas blancas que contrastan con su piel morena. Después, la parte afectada vuelve a la normalidad, pero el efecto se repite en otra. Por eso, a sus treinta y cinco años, retrató su hombro derecho, brazo, cabeza, cuello, pie y mano. Junto a un texto que acompañaba las imágenes, envió la serie al festival Mérida Foto. Asistió como participante. Posteriormente, sus imágenes, y las de los demás participantes, se expusieron en la Galería de Arte Nacional. Así empezó su carrera.

La carrera fotográfica de Luis se dio tras cerrar dos etapas: una, trabajando en logística internacional (es egresado de Economía), ocupación que dejó tras presenciar algunas irregularidades en los predios aduaneros; y otra como comerciante. En sus viajes laborales entre Norteamérica y Europa, se relacionó con la fotografía digital. En el 2014 cursó un diplomado en Enfocarte. Luego empezó a trabajar como fotógrafo de El Carabobeño, medio del cual se hizo columnista años después. Laborando y participando en festivales, trabó amistad con personas del medio, con las cuales fundó el colectivo Sin permiso Foto en 2016. Rafael Delgado, amigo y mentor, lo inició en los métodos alternativos.

Al principio, fue haciendo experimentos con cámaras oscuras. En las imágenes, empezó a aparecer un ser de cuerpo femenino, y una calavera de toro. Buscaba una representación adecuada para diferentes emociones. Hay fotos de mujeres, y también, fotos de un ser maligno. El proyecto se llama Recuerdo lacónico.

Retrato de Luis Cabrera. Fotografía: Diego Torres Pantin

—Ahí me apoyé en rostros femeninos para hablar de nostalgias por los momentos y goces transitorios. Felicidad, tristeza, tragedia, son nombres femeninos. Entonces, ¿por qué no representarlos como cuerpos femeninos? —dice Luis.

Luis imprimió esa serie en clorotipia: puso los negativos sobre las hojas vivas expuestas al sol, y sus emulsiones produjeron sombras sobre el material; mientras se marchitaban a ritmo acelerado. Fueron apareciendo los retratos femeninos y demoníacos. Así representó la fugacidad de los sentimientos con mayor fuerza.

El demonio se llama Moatilliata. También protagoniza Akelarre, serie donde lleva un vestido en espacios cotidianos. Su nombre proviene de una canción de la banda The Mars Volta: This apparatus must be unearthed. Para Luis representa de manera orgánica el malestar, el desasosiego y la oscuridad. Imprimió las fotos en lument print: apoyadas con un sujetador, puso los negativos encima del papel fotográfico bajo la luz solar. Aparecieron colores suaves. Combinó varios negativos en una misma imagen. “Siempre está acechando, como silente. No necesariamente cuenta una historia. El espectador hace su propia historia”.

Imagen de Moatilliata realizada con la ténica de lument print de Luis Cabrera

Lucha contra la técnica

Una vez, Luis se encontraba imprimiendo imágenes para un cliente que realizaría unos obsequios corporativos. Situó 18 hojas vegetales en dos marcos grandes, esperando obtener 36 fotos. Casi todas se dañaron, puesto que el vidrio no quedó bien prensado en esa zona del marco. Solo sobrevivieron las de los extremos. Fue por la evaporación en las hojas. Tuvo que repetir el trabajo rápidamente.

La calidad estética de estas reproducciones se ve comprometida por las dificultades técnicas. Dado que suelen imprimirse en materiales sensibles, el tema de la conservación es complicado. Es “fotografía a ciegas”: el resultado no se ve hasta la hora del revelado. Cualquier cosa puede arruinar el producto final: un exceso en el tiempo, un pequeño golpe o algún elemento mal colocado.

Todos los fotógrafos de métodos alternativos se ven obligados a lidiar con las dificultades técnicas. En la captura, en la edición y en la impresión. Encontrándose en Borobudur —ciudad indonesia dueña del templo budista más grande del mundo—, a Edgar Moreno se le apareció una niña con ropa tradicional de la zona. Usaba una cámara de película infrarroja —que detecta y mide la energía calórica y la traduce en datos visuales—. Por un descuido, el rollo fotográfico se expuso a la luz por un tiempo mayor al debido, mientras era trasladado de su estuche a la cámara. Después, fotografió una pared de rocas. Ya en Caracas, revelando, descubrió que todas las imágenes de esa película eran cuadros blancos; sin embargo, una se salvó: debido al intensísimo calor local, la pequeña y los familiares que la acompañaban estaban reflejados en la pared de piedras, mostrándose como espíritus. Son esa clase de giros los que marcan el estilo de Edgar.

Niña indonesia fotografiada por Edgar Moreno en Borobudur con una cámara infrarroja

—Yo soy distraído, siempre jodo lo que hago sin querer. No tengo tanto orden como debería. Pero me encantan los accidentes. Salen unas manchas, unas luces, unas sombras, unas rayas… Siempre aparece algo en la foto, algo que le da misterio. No sé si eso me gusta porque yo alucino mucho, quizás porque en mi casa se hacía mucha brujería y juegos parapsíquicos cuando era chiquito. Creo que es por eso que siempre busco a la muerte en mis fotos. En mi trabajo siempre está el último aliento. Y la fotografía es muerte reflejada en papel —afirma Edgar.

En el sótano de un museo de ciencias de Indonesia, escondiéndose de los guardias, Edgar Moreno observó a un zorro volador disecado, una suerte de murciélago gigante. Recordó a varios que él había disecado en el 23 de Enero, y a dos que había adoptado cuando vivía en un pueblo del norte del Zulia. Hizo la foto. Siempre hace eso en todos sus viajes, le encantan los depósitos con animales muertos (en Berlín, tuvo que huir de la policía por eso). Así es como ha construido su serie Body and Soul y los taxidermistas. Durante el revelado —para variar—, notó que un exceso de luz había velado la foto. Pero le encantó el resultado: en primer plano había una cafetera a punto de culminar la ebullición. Era como si el humo marcara el momento final de la criatura. Había logrado un balance entre la luz y la oscuridad.

Entre ciencia y arte

Hoy, de adulto, Julio Blones es católico practicante. Suele citar pasajes bíblicos en sus estados de WhatpsApp y trata de ir regularmente a la iglesia. Siente afinidad por José Gregorio Hernández, pues ambos han sido hombres de ciencia que no se han deslastrado del sentimiento religioso. Además, dos personas importantes en su vida, en su crianza, le enseñaron sobre el beato: su abuela materna, que era una fervorosa creyente, y su padre. Ella le contó la historia de su vida, sus hazañas, sus milagros y, por supuesto, la incidencia de su arrollamiento. Su padre lo llevaba de paseo  al mismo lugar de La Pastora donde el beato fue atropellado: la esquina de Amadores. Incluso colocó una litografía en su honor.

Imágenes de José Gregorio Hernández impresas por Julio Blones en formatos no tradicionales. Universidad Simón Rodríguez. Fotografía: Diego Torres Pantin

Faltando poco para la beatificación del doctor Hernández, Julio imprimió imágenes del personaje y las dispuso sobre materiales médicos, como gasas, algodones y adhesivos, entre otras, en combinación con pigmentos vegetales. El soporte sería el medio para su discurso: en una cápsula de Petri, añadió un retrato en fototipia, “en alegoría a su actividad como cultivador de bacterias, pues él fue el primer microbiólogo de Venezuela”. Para dar aliento a los enfermos de covid, expuso el proyecto en los espacios del servicio médico de la Universidad Simón Rodríguez, en Los Jardines del Valle, su lugar de trabajo. A los pacientes les encantó. Después, en febrero del 2022, la muestra llegó al CELARG.

En ambos lugares, Julio presenció cómo su proyecto Luz, santidad y grafos ha logrado hacer reaccionar a muchos creyentes. La rectora de la Universidad dijo haber visto a su espíritu caminar en el pasillo, y en el CELARG, una chica, con lágrimas en los ojos, le narró la historia de cómo fue salvada por la intervención del beato tras sufrir de una enfermedad de la piel durante la pandemia le contó. Su cuerpo padeció una despigmentación, quedando completamente blanca.

En el 2019, la Asociación Cultural Humboldt realizó una convocatoria para conmemorar los 250 años del viajero. Julio, aprovechando su doble perfil, subió al Ávila para recoger las mismas plantas que el naturalista registró. Las dispuso entre dos láminas de vidrio exponiéndose al sol, para que sus sustancias reaccionaran a los haluros de plata, produciendo una coloración en el papel fotográfico que dejo abajo. La técnica se llama lument print. Luego intervino digitalmente los contrastes. Las envió con sus nombres científicos. Ganó una mención honorífica.

Fotografía de Julio Blones hecha con lument print

La obra fotográfica de Edgar ha sido causa y efecto de sus problemas de salud. A inicios de los 2000, tras un viaje a Nepal en el que contrajo malaria, empezó a sufrir mareos. Creyendo que se trataba de las secuelas de su enfermedad, fue al médico. Resultó que su hígado estaba sufriendo los efectos de pasar años haciendo el viraje selectivo sin protección: sin guantes ni lentes especiales, y siempre colocando su taza de café, expuesta a salpicaduras de las sustancias.

Por eso empezó a usar el método digital para diagramar algunos de sus libros. Memorias del agua (2003) es una recopilación de fotografías hechas en poblados del Orinoco y de ríos de la Amazonia; El pozón y la mesita que camina (2008) expone sus recorridos en un pueblo de la cuenca del lago de Maracaibo.  La contrahuella (2007) es sobre las barriadas populares de Caracas. Esos son solo tres ejemplos destacados. También edita libros de otros artistas.

Cada vez que Edgar va a imprimir, le exige algo a la imprenta: él tiene que ser testigo de la impresión. “Tinta, papel fotográfico y pantalla, son cosas distintas”. Es un proceso en el que la imagen se ve alterada. Eso le fascina. Por placer, compara sus fotos guardadas con las que aparecen en publicaciones. Y cuando está viendo el nacimiento de un libro, siempre guarda el material sobrante: las maculaturas. “Son pliegos que limpian la máquina y los papeles, o papeles que salieron mal impresos. Esas primeras copias, las botan. Siempre crean fantasmas”. Él los colecciona.

La experimentación no se detiene

Actualmente, Edgar está trabajando en un proyecto con las maculaturas que ha ido guardando con los años. Las que contienen versiones “defectuosas” de sus imágenes. Las está organizando junto a sus fotos comunes.

En las oficinas de El Carabobeño, recientemente a Luis Cabrera le regalaron una buena cantidad de papel de acetato sobrante. Supo de inmediato que contaba con material para su próximo proyecto. Pensó en una nueva variación del lument print. Ahora prepara una serie que va en contra del máximo dogma fotográfico: la figuración. Se trata de fotografía abstracta. Aún es muy pronto para hablar de un resultado final.

En el 2019, Julio perdió a su padre, Víctor Julio Blones. Queriendo homenajearlo, en el 2021 ideó el “tipograma”, una técnica con la que aún se encuentra experimentando, la cual combina lumen print, fotograma y clorotipia, usando como soporte y material fotosensible películas de film de 35mm, sobre los cuales dispone retratos en acetato de quien fue su progenitor y mentor, impregnándolos con solución de revelador, para después exponerlos a la luz solar durante veinte minutos. También lo ha hecho con algunos de sus objetos. Está buscando crear un álbum familiar alternativo. Sus primeros intentos resultaron infructuosos, pero poco a poco ha ido obteniendo algunas imágenes de su agrado.

Los tres, Moreno, Cabrera y Blones, están a la espera de un corpus completo para sacar a la luz pública sus nuevos proyectos. De momento se concentran en lo que constituye su cotidianidad como fotógrafos de métodos alternativos: el ensayo y el error.


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