Lucila Palacios en la OEA. Fotografía de Archivo de Fotografía Urbana
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Aunque las mujeres eran una minoría ínfima en aquella importante Asamblea de la Organización de Estados Americanos, al fotógrafo no le pareció interesante la presencia de una mujer en la comitiva venezolana. La prueba es que la foto que escogió para copiar prácticamente no la incluye. “Te confieso”, me dijo Lucía Jiménez, curadora del Archivo Fotografía Urbana, cuando le pedí que recalcara a Lucila Palacios en el conjunto, “que no es fácil destacar una frente”.
Tenía razón Lucía. En esta imagen, la embajadora Palacios no es más que una frente, en la que hay que detenerse para establecer que pertenece a una mujer, específicamente la escritora bolivarense Lucila Palacios.
Esta es la segunda nota que dedicamos a esta imagen. La anterior abordó el conjunto completo y en esta explicaremos qué hace Lucila Palacios allí. Pero hay otra razón para volver sobre la foto de Leoni sin lentes en la OEA; y es que la semana pasada cometimos un error, escribimos que el presidente Raúl Leoni, su canciller, Ignacio Iribarren Borges, su ministro de Minas de Minas e Hidrocarburos, José Antonio Mayobre, el senador Braulio Jatar Dotti y Lucila Palacios estaban en la sede de la OEA en Washington. No es así.
Esta foto fue tomada en la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la Organización de los Estados Americanos, reunión de consulta política de los presidentes de las Américas dentro del sistema interamericano, que tuvo lugar en Punta del Este, Uruguay, del 12 al 14 de abril de 1967.
En ella participaron dieciocho presidentes: Lyndon Johnson, Estados Unidos; Gustavo Díaz Ordaz, México; Julio Méndez Montenegro, Guatemala; Osvaldo López Arellano, Honduras; Fidel Sánchez Hernández, El Salvador; Lorenzo Guerrero Gutiérrez, Nicaragua; José Joaquín Trejos, Costa Rica; Marco Aurelio Robles, Panamá; Joaquín Balaguer, República Dominicana; Carlos Lleras Restrepo, Colombia; Raúl Leoni, Venezuela; Otto Arosemena, Ecuador; Fernando Belaúnde Terry, Perú; Eduardo Frei Montalva, Chile; Alfredo Stroessner, Paraguay; Oscar Gestido, Uruguay; Juan Carlos Onganía de Argentina y Arthur da Costa e Silva de Brasil. También estuvieron presentes el Embajador de Haití en Buenos Aires, en representación de François Duvalier, que no asistió, y el Primer Ministro de Trinidad y Tobago.
Cuba, objeto de la denuncia de Venezuela por la invasión de Machurucuto, no concurrió porque para ese año, 1967, tenía un lustro suspendida de la OEA.
En la VIII reunión de consulta de cancilleres de Punta del Este, en enero de 1962, la OEA separó al gobierno de Fidel Castro del organismo continental. En los documentos se especificaba que Cuba seguía siendo miembro de la organización y que su gobierno era el que quedaba excluido, pero en la práctica tanto la cúpula gubernamental como la sociedad cubana quedaron fuera de toda cooperación económica, política o cultural dentro del sistema interamericano, con la excepción de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
Desde luego, no deja de ser una ironía el hecho de que el sistema interamericano que expulsaba la tiranía cubana fuera tolerante con dictaduras militares de derecha. El marxismo era incompatible con los valores democráticos del hemisferio, pero la falta de libertades y de elecciones confiables no. Clamaba al cielo que la dictadura de Cuba
fuera separada de la OEA por catorce votos, entre los que se incluyó el de Haití, oprimido por Duvalier. En 1967, otra vez en Punta del Este, junto a mandatarios
democráticos concurrieron presidentes militares de facto.
En esa Cumbre estaba Lucila Palacios porque era la “embajador” de Venezuela en Uruguay. La escritora nació en el lugar equivocado y con un nombre, Mercedes Carvajal Montes, que eventualmente cambiaría. Vino al mundo en Puerto España, Isla de Trinidad, el 10 de octubre de 1902, porque su madre regresaba a Cuidad Bolívar, donde residía la familia, por mar desde La Guaira “y tuvo que demorarse en la antilla inglesa porque la navegación por el Orinoco estaba impedida, a causa de sucesos políticos de última hora”, escribió su biógrafa, Carmen Mannarino.
Destacada como escritora, cuando se fundó Acción Democrática, fue invitada a incorporarse a sus filas. Ella declinó la oferta, no quería atenerse al protocolo partidista, pero comulgó con los postulados de aquel, apoyó a sus candidatos cuando se ofreció la ocasión y desempeñó la representación consular de los dos primeros gobiernos de ese cuño, el de Betancourt y el de Leoni.
Lucila Palacios llegó a Montevideo en 1959 como embajadora de Venezuela. En esa época las mujeres diplomáticas eran una rareza, al menos en América Latina, por lo que el nombramiento de la escritora se constituyó en una atracción. Cuenta la biógrafa que al hacer escala en Sao Paulo, de camino a Uruguay, la embajadora Palacios pasó entre un túnel de fotógrafos que la asediaron para captar la novedad; y cuando fue a presentar credenciales, los montevideanos la esperaron en la calle para ver a “La Embajador”, como optaron por llamarla para diferenciarla de la consorte del embajador.
Su nuevo destino le encantó. Le recordaba su Ciudad Bolívar: “Así te evoco frente a Montevideo. Tú te asomas en el espejo claro del río. La capital uruguaya se refleja en su estuario de un gris azulado como una lámina de azogue bajo el sol”, escribió.
Instalada en la representación, la recién llegada se dispuso a trabajar con el mismo personal que encontró (y que venía de los tiempos de Pérez Jiménez), al que coordinó para desplegar una gestión con énfasis en la difusión de la cultura venezolana. Entre muchas actividades en toda la república, ya en abril de 1960, puso en funcionamiento, en la sede de la Embajada, la Biblioteca “Andrés Eloy Blanco”, con 5 mil ejemplares
Y no dejó de escribir. En los diez años que duraría su actividad diplomática en el país sureño, Lucila Palacios publicó libros de relatos, como Cinco cuentos del Sur, (Montevideo,1962), novelas, poesía y una recopilación de artículos periodísticos.
A comienzos de 1969, cuando el gobierno adeco fue remplazado en las urnas por el del socialcristiano, Rafael Caldera, a quien Lucila había recibido con honores
en Montevideo, ella renunció. No porque no tuviera excelente relaciones con el yaracuyano sino por las discrepancias entre ambos partidos respecto de
la Doctrina Betancourt (sobre el no reconocimiento a los gobiernos llegados al
poder por vía de fuerza).
Lucila Palacios recogió sus cosas y se marchó. Total, su mirada estaba puesta no en el poder sino en el texto cuya lectura o escritura la tuviera retenida. Como, por cierto, parece estar haciendo en esta foto.
Milagros Socorro
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