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1.
Una noticia científica: “Investigadores han logrado resucitar la actividad celular de los ojos humanos tras la muerte”.
La noticia apunta también: “Este estudio se añade a otros que han creado debate sobre la naturaleza irreversible de la muerte, como una investigación de Yale donde los investigadores han resucitado los cerebros de cuatro cerdos cuatro horas después de la muerte.”
Las técnicas son varias y complejas, pero hay en esta noticia algo perturbador.
Si puedes reparar y resucitar la parte (los ojos), quizá puedas también, un día, recuperar, resucitar, el todo (el humano entero, de los ojos a la nuca, de la cima a la planta de los pies).
2.
En portugués, la palabra “cucurucho” parece el nombre de un pájaro, pero no lo es.
Pero si pensamos que quien tiene nombre de pájaro tiene que serlo, todos los humanos tendrán la inmerecida suerte de nacer ya con un cierto emisor de melodías calladas en la cima exacta de la cabeza.
O si no pensar en el cucurucho de la cabeza como si este fuera, sí, un animal sensato que en lugar de trinar melodías, produjera argumentación.
En mi caso, que en una línea recta me pierdo excesivas veces, quizá pediría, si fuera posible, que el cucurucho que traigo, sin sentir su peso, tuviese la modesta función de orientarme entre norte, sur, este, oeste, a dónde voy y de dónde vengo – porque la orientación en el espacio – de dónde vengo, a dónde voy – es evidentemente orientación metafísica.
Quien sabe exactamente hacia donde va, y no se pierde por el camino, o es un sabio clarividente o un evidente tonto.
A quien está entremedias, como billones de humanos y yo, poco queda que hacer además de “estar perdido” en un lugar mínimamente cómodo.
Si vas a pasar mucho tiempo en un sitio, instala en él sillas y ventanas; y que en lugar de gritar por socorro quien esté perdido se siente en silla decente (frase rápida terminada con rima corta).
3.
Otra vez la noticia: “Científicos han logrado resucitar la actividad celular de los ojos humanos tras la muerte”.
Una noticia importante. El ojo no es, en la anatomía, una parte cualquiera.
El ojo es un sitio que piensa.
Una parte mental del cuerpo.
El cerebro no está cerrado en una caja, todos lo sabemos; sale fuera de muchas maneras, una de ellas la curiosidad óptica.
También hay curiosidad táctil, olfativa, auditiva, etc. y en todas maneras de traer el mundo hacia el cuerpo, el cerebro está presente.
La curiosidad es la forma de que el cerebro exista en el exterior; es la forma – si necesario, incluso sentada – de que el cerebro de largos paseos o avance en huida veloz.
La única forma de que una cabeza salga de casa es siendo curiosa. No necesitas caminar; la inquietud es suficiente.
La falta de curiosidad es la falta de cerebro.
4.
El cerebro quiere ver, por eso existen en los humanos y en otros animales, los ojos – dos, uno o muchísimos.
Y el cerebro quiere tocar, por eso existe la piel.
La mano, por ejemplo, es un pedazo de cerebro con cinco dedos hábiles y astutos.
No tocar es abdicar del pensamiento táctil. Y así sucesivamente.
5.
Una rápida historia conocida.
Dos fútiles humanos hablando:
– ¿Qué te parece peor: la ignorancia o el desinterés?
Y el otro contesta:
-Ni lo sé ni me importa.
6.
Hay un Ejército de personas que podrán ser designadas como los “Ni lo sé ni me importa”. Ignorancia intelectual defendida como quien defiende el último castillo de la nación.
Los “ni lo sé ni me importa” están por todas partes, como una secta secreta, pero cuya identidad, sin embargo, es enseguida revelada por los ojos. Contrariamente, pues, a la importante noticia científica de la semana (de la resurrección de la “actividad celular de los ojos humanos tras la muerte”) ya que en los “ni lo sé ni me importa”, bastante muertos están los ojos mucho antes de que el cuerpo entero fallezca.
Los ojos de los “ni lo sé ni me importa” son una especie de acuario de aguas paradas y límpidas donde entran ganas de poner un pequeño pez rojo para dar algún color y movimiento.
7.
Dos versos de Carlos Drummond de Andrade.
“Tantos pisan este suelo que quizá
un día se humanice.”
Somos humanos de los ojos a los pies.
¿La humanización del suelo como buena o mala noticia?
Eso, por supuesto, es otro asunto.
***
Traducción de Leonor López de Carrión
Originalmente publicado no Jornal Expresso
Gonçalo M. Tavares
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