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En el centro, sentado y escoltado por nietas a quienes él abraza con gesto cariñoso, está el doctor Rudolf Jaffé, fundador de la patología en Venezuela. Es el patriarca de una familia que, en la tercera generación, la de sus nietos, se ha hecho numerosa y celebra con él un aniversario de vida laboral en el Hospital Vargas o en la Universidad Central de Venezuela. Algo así. Esa ha sido su vida. Así lo encuentra Tito Caula, quien ha ido a fotografiarlo en la casa Rudolf Jaffé, donde permanecerá hasta su última hora.
Aparecen, de izquierda a derecha: Helmut, el mayor de los hijos del profesor Rudolf, empresario; los nietos: Emely, estudió arqueología; Mariana, diseñadora; Érica, neurofarmacóloga; Walter, biólogo; Rolf, químico-biólogo; con traje negreo y sonrisa serena, Werner Jaffé, hijo de Rudolf, bioquímico-nutricionista; a su lado, más alto, en camisa blanca, Erwin, también hijo, empresario; en el extremo derechos, los nietos: Bitti, empresaria; Klaus, biólogo-etólogo. En la fila delantera, todos nietos: Betina, traductora; Angelina, abogada-internacionalista; Verónica, escritora, y Peter, químico-ecólogo. Diez. Todos los niños y jóvenes que aparecen en la foto tienen el apellido Jaffé.
Son hijos de los tres hijos varones de Rudolf: el mayor, Helmut, luego Werner y luego Erwin. Su hija Ilse, destacada trabajadora social, no tuvo descendencia. Casada con Roberto Goldschmidt, abogado, creador del Código Mercantil venezolano, Ilse Jaffé fundó el Centro Comunal de Catia.
«Esa foto fue tomada —precisa Verónica Jaffé— en la terraza de la casa de mis abuelos en La Florida. Ya mi abuela había muerto y mi abuelo estaba en silla de ruedas, pero disfrutaba mucho de su jardín lleno de matas y pájaros y recuerdo que aún vivía un perro pastor alemán allí. La casa, quinta El Descanso, en la avenida Los Mangos, la habían construido ellos. Dos plantas, gran jardín, cuando La Florida solo tenía calles de tierra».
El doctor Rudolf Jaffé había nacido en Berlín (Alemania) el 4 de octubre de 1885. Su padre, Benno Jaffé, era químico y propietario de fábricas y su madre, Helene Salomon, era una pianista destacada, alumna de grandes figuras entre quienes se cuenta Brahms, que terminaría en Caracas tocando con el maestro Ríos Reyna, entre otros.
Médico e investigador científico, se graduó de doctor en Medicina de la Universidad de Freiburgo (1909) y luego siguió estudios de postgrado en las universidades de Berlín y Múnich. Según dice el Diccionario de Historia de Venezuela, de Fundación Empresas Polar, trabajó como asistente en el Instituto de Enfermedades Tropicales de Hamburgo y, al hacerse médico de barco, en uno de los buques de la Hapag, con destino a India, Ceylán, China y Japón, recorrió el Lejano Oriente. Fue asistente en el Instituto de Anatomía Patológica de la Universidad de Fráncfort (1912), se desempeñó como patólogo militar durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Fue profesor de patología de la Universidad de Fráncfort (1922) y director del Instituto de Anatomía Patológica del hospital municipal de Berlín Moabit (1926-1935), puesto al que había llegado por concurso. Allí estaba cuando lo llamaron por teléfono para notificarle que estaba botado: su puesto sería ocupado por un patólogo nazi, quien, en efecto, se presentó en la oficina en uniforme de la SA —los paramilitares nazis— y, personalmente, expulsó al doctor Jaffé del hospital. El 1 de abril de 1934 se le notificaría oficialmente que debía retirarse de todo servicio público. Ya no había espacio para él en Alemania, su país.
Semanas después, en 1936, le llegó una carta de un lejano país caribeño donde le proponían que fuera a aplicar sus valiosos conocimientos. Llegaría a Venezuela en 1936, contratado por la Policlínica Caracas como técnico en patología. Curioso esto. Un profesional de tantos méritos y lo contratan como “técnico”. Pues sí: en Venezuela había xenofobia y quién sabe si cierto antisemitismo… A los pocos meses, lo nombraron director técnico del Servicio de Patología del Hospital Vargas, del Instituto Anticanceroso y médico forense en la Medicatura Forense. Ya para 1937, era profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela (1937), diseña el Instituto de Patología de la Ciudad Universitaria, donde funda un departamento de Patología Experimental. Autor de 199 trabajos científicos y de tres libros, condujo investigaciones en los campos del cáncer, cirrosis hepática, miocarditis, bilharziasis, enfermedad de Chagas y las afecciones autoalérgicas. Fue cofundador y presidente honorario de la Sociedad Venezolana de Patología.
En la biografía del profesor y doctor, Rudolf Jaffé (1885-1975), escrita a cuatro manos por su hijo, el profesor y doctor Werner Jaffé, y su nieta, la poeta, ensayista y traductora Verónica Jaffé Carbonell, para la serie Cuadernos de la Asociación Cultural Humboldt que esta asociación dedica a sus fundadores, se precisa que Rudolf, su esposa Emelie Fellner —natural de Fráncfort, ciudad donde su esposo se hizo patólogo— y los dos hijos menores (Erwin e Ilse) llegaron a Venezuela el 11 de marzo de 1936, cuando el barco H.H. Horn atracó en el puerto de La Guaira. Ahí estaban esperándolos los doctores venezolanos José Ignacio Baldó, Alberto Fernández, Bernardo Gómez y Miguel Pérez Carreño. “Huían de una dictadura triunfante, de una persecución antisemita y de un continente entero en preparativos para una guerra mundial”.
Los médicos de la recién creada Policlínica de Caracas, y en especial el doctor José Ignacio Baldó, se habían propuesto la modernización de la medicina en Venezuela. Hicieron una pesquisa y encontraron en el exdirector del Instituto de Anatomía Patológica de Berlín-Moabit el candidato ideal. Contaron, para hacer realidad esta idea, con los buenos oficios del joven doctor Carlos Ottolina, quien para el momento era estudiante de posgrado en Berlín.
Hecho el contrato y arregladas las condiciones (el doctor Jaffé exigía que el traslado incluyera a su familia en riesgo por las acechanzas antisemitas), el profesor empacó su inmensa biblioteca y su no menos enorme colección de láminas microscópicas, los muebles, su ropa y hasta el carro. “Todo está listo para fines del 35. Ya habían ardido las sinagogas, ya se habían quemado los libros, ya se habían ‘depurado’ las universidades”, puntan los biógrafos.
Rudolf Jaffé aceptó la misión que le habían encomendado con un férreo compromiso que celebran los autores de la nota periodística para la que se encargó esta gráfica. Entraba todos los días, sin faltar ni una sola vez, a las ocho de la mañana en punto al Hospital Vargas y salía a las 12 del mediodía, siempre a bordo del viejo Ford gris un poco abollado. “Reorganizará, ordenará, acondicionará, sistematizará y hará autopsias sin descanso, para descubrir y diagnosticar todo tipo de dolencias y enfermedades”.
El viejo Hospital Vargas —contaría luego el recién llegado— era primitivo, el mal llamado “servicio” de patología era un cuarto de dos por tres sin nada adentro y una “sala de disección” que parecía una cochinera. Había un solo asistente, un joven médico recién graduado.
“Las cosas en estos tiempos”, apuntan Werner y Verónica Jaffé en la biografía, “eran de tal manera improvisadas e informales que el profesor espantado observa cómo autopsias y embalsamamientos eran realizados por médicos sin experiencia alguna en anatomía patológica, ocasionándose así heridas e infecciones graves. […] Con muy escasa ayuda —a veces, en los primeros tiempos, se llevaba a su hija de quince años— comienzan los trabajos y los días de construcción, y al año de encontrarse en Venezuela el profesor presenta un informe de una reunión sabatina con los médicos de la Policlínica Caracas que lo habían contratado. El informe era un ‘Resumen del material de anatomía patológica recogido durante mi primer año en Venezuela’, donde se registran 361 autopsias: dicho informe conmueve los cimientos de la ciencia médica que en Venezuela no estaba acostumbrada a recibirlos ni a relatarlos. Al año siguiente las autopsias han subido a 475. Y hasta 1956 son 10.500 autopsias y 39.000 biopsias”.
De hecho, el propio Rudolf perdió un dedo de la mano derecha (que no se ve en la foto) a consecuencia de una grave infección contraída en una autopsia.
A los cinco años de estar en Venezuela, en 1941, el doctor Rudolf Jaffé se nacionalizó. Por eso, cuando regresó por pocos días a Alemania, años después de concluida la guerra, lo hizo con pasaporte venezolano.
En 1962, sufrió un accidente cerebro vascular severo que le dejó una hemiplejia espástica hasta el final de sus días, lo que implicó el uso permanente de una silla de ruedas. Ha tenido que ser muy duro para él, el trotamundos berlinés que se hizo caraqueño. Mientras estaba en coma por el ACV, murió su esposa, de manera que al salir de ese estado se encontró que ya su compañera no estaba. “Se echó a morir de tristeza”, dice Verónica Jaffé, “creyó que no se recuperaría”.
No fue así. Se recuperó. Al menos lo necesario para tener esa cara de alegría y satisfacción que captó Tito Caula. Rudolf Jaffé murió el 13 de marzo de 1975, en Caracas. En 51 años de trabajo (23 en Alemania y 28 en Venezuela), hizo decenas de miles de autopsias (le hizo, por ejemplo, la autopsia al Loco Urbina, el que mató a Delgado Chalbaud, y no pudo revelar que era mentira lo que decía Pérez Jiménez, quien aseguraba que Urbina murió por un tiro por la espalda mientras huía) y cientos de miles de biopsias, más de trescientas publicaciones solo en Venezuela.
Fue Doctor Honoris Causa de la Universidad Central de Venezuela y de la Universidad de Fráncfort en Alemania, profesor honorario de la Universidad de los Andes y de la Universidad del Zulia (a él le debemos la creación de servicios patológicos en las universidades de Mérida y del Zulia); miembro honorario de la Asociación Venezolana para el Avance de la Ciencia, de las Sociedades Venezolanas de Neumonología, Gastroenteritis, Endocrinología y Nutrición, de la Sociedad Cubana de Patología, de la Sociedad Alemana de Socorro, merecedor de diversas distinciones y medallas, fundador y presidente de la Sociedad Venezolana de Patología y de la Asociación Cultural Humboldt.
«Nunca quisieron regresar a vivir en Alemania, —dice Verónica Jaffé— aun cuando viajaron allá después de la guerra, años después de huir de ahí en el 36. Venezuela fue su país. Hoy todos los que aparecemos en la foto, con excepción de Érica y Klaus, quienes siguen en Venezuela, están muertos o fuera del país. No sé qué dice eso del país o de la familia. En todo caso, era un país muy diferente ese de la foto, uno que, según el abuelo, era hermoso y muy hospitalario».
Milagros Socorro
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