COVID-19
Los corredores de los aeropuertos parecen haber aumentado de tamaño // Diario de la peste
Fotografía de Sébastien DUVAL | AFP
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Los corredores de los aeropuertos parecen haber aumentado de tamaño.
Están vacíos y brillan. Están limpísimos.
La limpieza hace crecer el espacio, hace crecer el metro cuadrado.
Un marido y una hija no quieren abrir la puerta.
La mujer es enfermera en una residencia para ancianos y está infectada.
La llave no entra.
El timbre suena y, desde adentro, el marido y la hija dicen: no abrimos.
La mujer se queda afuera, del otro lado de la puerta.
Vuelve al trabajo y duerme en la residencia.
Mi pastora de Berna, Roma, ya está casi curada de su herida en la pata.
Pero hace falta tiempo.
Algunos ancianos van a la ventana y se despiden del espacio vacío, como si el espacio vacío fuera un familiar cercano.
En el Reino Unido se postergó el maratón de Londres, y una maratonista corre, en torno a su casa, la distancia exacta de la prueba.
Son muchas vueltas a la casa.
Puedes correr la distancia de un maratón alrededor de una mesa o hasta de un plato.
Hay que ser disciplinado, como si la disciplina fuera la alucinación de un loco.
A animales del zoológico de Nueva York no parece importarles la peste.
Pero no todos los animales son iguales.
Hay unos que están deprimidos, dicen los que los cuidan.
Les falta el aplauso de los humanos.
Un hombre de 83 años dice: «vivo solo y debido al virus evito salir. Estoy casi siempre sentado frente a la televisión. Apenas si puedo levantarme. Cuando salgo a la calle es tan triste, no hay nadie.»
Por otro lado, la policía vigila los caminos.
Pregunta: ¿A dónde vas? ¿Cuál es tu objetivo?
Europa está cambiada.
En poco tiempo, el miedo obliga al ser humano a aceptar la pregunta: ¿A dónde vas?
Todos tenemos de nuevo cinco años.
E incluso alguien de noventa va por la calle como si se le hubiera perdido a su padre.
Puede suceder más pronto o más tarde.
Pero todo mundo se le pierde a su padre.
Por lo menos una vez.
Los anuncios anuncian un cierto futuro dentro de dos semanas o un mes, y me imagino una multitud de seres humanos saliendo a la calle para aplaudir a los animales.
A los gatos, a los perros, a los animales de la calle.
Y después tomando por asalto el zoológico para aplaudir a los animales salvajes.
Es necesario aplaudir a los animales, pienso.
Y sé que esto es fuerte, pero es difícil explicar por qué.
Como si los animales se hubieran portado bien durante estas semanas de sobresalto humano.
Como si hubieran sido valientes.
O comprensivos.
***
Este texto fue publicado originalmente en portugués en el diario Expresso de Portugal el 27 de abril de 2020. La traducción al español es de Paula Abramo.
Gonçalo M. Tavares
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