Fotografía de Jorge Humberto Cárdenas / Archivo de Fotografía Urbana
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La gráfica de Jorge Humberto Cárdenas es esperpéntica. Cuatro mujeres disfrazadas avanzan hacia él, que parece intentar detenerlas a golpe de flash.
La comparsa, que quiere pasar por alegre, acaba de llegar a la fiesta de carnaval. El fotógrafo está emplazado justo a la entrada, de manera que los invitados son recibidos por él. No sabemos cómo son las imágenes resultantes de los otros arribos, pero este, de las negritas, no es divertida ni rumbosa. Es simplemente violenta. Quizá porque el relumbrón de las bombillas le aporta esa textura policial de quien ha sido descubierto en nocturnidad (más que en la noche). O quizá porque el estrafalario grupo compone una especie de piquete ideológico para burlarse sin ahorro de crueldad de las mujeres negras.
Dado que el modelo del carro nos sitúa en la década de los 50, podemos afirmar si temor a inexactitudes que las mujeres de la foto, que entonces están sujetas al dominio masculino, hacen mofa de un colectivo todavía más sometido. La mujer blanca o mestiza se traviste de otra, todavía más oprimida, para tener un paréntesis de libertad en el que pretende escapar de los códigos impuestos por sus padres y maridos.
El fotógrafo capta una caricatura irrespetuosa. En primer plano, la mascarada sazonada con pañoleta, clavel en la sien y abanico; esto es, negras que imitan lo europeo, percusias en quienes lo bonito, lo deseable, lo delicado, subraya su naturaleza lastimosa.
Al incluir en su encuadre una palmera, el autor de la foto subraya que esto ocurre en el trópico. Las cuatro máscaras son disímiles en el grado de violencia. La primera, contando desde la izquierda, ha sido dibujada a los mamonazos, como si aludiera a un rostro no del todo humano; y la última, en el extremo derecho, es directamente simiesca, al punto de presentar un hirsutismo inexplicable.
En segundo plano y en la sombra está la dictadura… El policía vestido de caqui y correaje terciado, con corbata negra y rolo colgado del cinturón, cuchichea con el civil de flux que no falta en las estampas represivas. O puede ser el chofer del carro. El caso es que la gorra con desproporcionado alero –donde lleva el escudo de la policía- domina el conjunto de ese plano.
Si la foto es de los años 50, como creemos, fue captada exactamente a un siglo de la abolición de la esclavitud en Venezuela, promulgada por ley del Congreso de la República, el 24 de marzo de 1854, en tiempos del presidente José Gregorio Monagas. Habían pasado cuarenta años desde que Bolívar había hecho el mismo decreto, en 1815, durante la Expedición de los Cayos, voluntad que repitió en dos ocasiones un año después, el 2 de junio en Carúpano y el 6 de julio en Ocumare de la Costa, donde dictó una proclama donde aludió a aquella ignominia en estos términos: “Esta porción desgraciada de nuestros hermanos que han gemido bajo las miserias de la esclavitud, ya es libre. La naturaleza y la política piden la emancipación de los esclavos: de aquí en adelante sólo habrá en Venezuela una clase de hombre, todos serán ciudadanos”. Como se sabe, tampoco en 1816 logró ese objetivo, por lo que en febrero de 1819, en discurso ante el Congreso de Angostura ratificó su talante antiesclavista en términos así de dramáticos: “Yo abandono a vuestra soberana decisión la reforma o la revocación de todos mis estatutos y decretos; pero yo imploro la confirmación de la libertad absoluta de los esclavos, como imploraría mi vida y la vida de la República”. En 1821, después de la Batalla de Carabobo, y para predicar con el ejemplo, Bolívar otorgó la libertad a sus esclavos. Y nunca abandonaría esa bandera, que mantuvo hasta su muerte.
Recordamos esta brega de Bolívar para ilustrar el hecho de que la sensibilidad frente a la esclavitud y a la porción negra de nuestros hermanos nunca ha sido monolítica. Ha variado, pues, en todas las épocas.
Esto, visto el asunto con perspectiva histórica. Pero si la vemos desde la actualidad, la lectura es igualmente estremecedora puesto que, a siglo y medio de la iniciativa abolicionista de Monagas, se ha vuelto a hablar de esclavitud en Venezuela. Exactamente con ese términos se refiere la Red Latinoamericana y Caribeña de Migración, Refugio y Trata de Personas al abrupto éxodo de nacionales, víctimas de la espantosa crisis humanitaria creada por las dos décadas de dictadura chavista, que han tenido que someterse a nuevos modelos de explotación laboral y sexual.
Es posible que los vejámenes a venezolanos, de los que cada día tenemos noticia, ilumine esta fotografía con la luz del horror. Quizá por eso, lejos de ver en ella una gracia, percibimos una morisqueta.
Milagros Socorro
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