El equipo venezolano festeja el segundo gol contra Jamaica, anotado por Salomón Rondón, durante el tercer partido en fase de grupos de la Copa América en Austin, Texas. Fotografía de Adam Davis | EFE | EPA
Venezuela ganó su grupo, evitó a Argentina en los Cuartos de Final, y enfrentará a Canadá este viernes.
Ni la mente más optimista imaginó a la Vinotinto ganando los 9 puntos por primera vez en la historia de la Copa América, incluyendo un 3 a 0 contra Jamaica, para cerrar la Fase de Grupos. Venezuela participa desde 1967. Uruguay y Colombia, por citar dos casos, sólo hicieron pleno de puntos en dos y tres oportunidades por lado. Entonces, ¿cómo se cuenta y festeja algo que ningún ciudadano venezolano, dentro y fuera del país, vivo o muerto, había visto hasta ahora?
Si un extraterrestre caía en el Q2 Stadium de Austin, Texas, mientras la Vinotinto jugaba contra Jamaica, no habría entendido que sólo hubiera venezolanos en las gradas, migrantes de un país que queda a casi 4.200 kilómetros de Venezuela. Su sorpresa habría sido aún mayor al escucharles gritar «Invictos, invictos, invictos…» hacia el final del segundo tiempo. ¿Cómo esta gente, que parece tan apasionada por el fútbol, jamás experimentó algo así? Ninguno de los presentes, y quizá tampoco quienes lo vieron por computadora, en una televisión recién estrenada en un país desconocido, a través del satélite, o en un celular, tal vez pedaleando para entregar un pedido, habría sabido qué responder con serenidad.
Como fuerza colectiva, los logros de Venezuela no son tan frecuentes. Si a esto se suma la sinergia con la sociedad, quizá no se halla más antecedentes que los de la propia selección hace unos años, cuando el boom, y luego con la Copa América 2011, con un equipo que defendía mejor, pero gustaba menos cuando atacaba. Aún no se sabe si esta selección de Fernando Batista podrá alcanzar las semifinales, como lo hizo el equipo de César Farías. Sin embargo, pase lo que pase en Cuartos de Final contra Canadá, es evidente que la Vinotinto ha vuelto a ser un símbolo de integración para un país desgarrado.
¿Cómo pasó esto? Fernando Batista y su cuerpo técnico han dado forma a un equipo que, hasta el momento, lleva ocho partidos consecutivos sin perder. Un récord, de acuerdo con datos de Renzo Di Vicenzo. Esa imbatibilidad se explica por la estabilidad defensiva, a partir de la cual el equipo crece. Pilares como Rafa Romo, Yordan Osorio, Jon Aramburu, Eduard Bello y Salomón Rondón le han permitido a Venezuela competir y amarrarse a partidos que, en otros ciclos, quizá terminaba perdiendo.
Romo tuvo intervenciones fundamentales. Osorio se consolidó como el referente de la saga. Aramburu, con 21 años, está teniendo un impacto pocas veces visto para un joven en la selección de mayores. Desde que emergió contra Ecuador, Bello no para de ofrecer herramientas al equipo. Rondón terminó la Fase de Grupos con tres MVP’s para su vitrina. Cada uno merece un capítulo aparte en esta historia, aunque hacer un análisis individual sería faltar a la idea de equipo en esa microsociedad que, en contraste con lo que ocurre fuera de la cancha, sí funciona y avanza hacia una misma dirección.
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Aún dejando primeros tiempos difíciles de ver, con tramos en los que el conjunto parecía perdido, la Vinotinto se sobrepuso a esos escenarios y encontró maneras para resistir la adversidad y aprovechar las oportunidades. Esa irregularidad bien encaminada se explica por los nombres mencionados, sí; también desde el funcionamiento colectivo que tapó los huecos que han dejado varios y el rendimiento individual de otros que terminaron siendo diferenciales.
Así, remontó un partido, venció a un rival al que nunca se había superado y ganó por tres goles, 57 años después de la última vez. Parecen lejanos aquellos días de una Federación Venezolana de Fútbol acéfala, de cartas públicas firmadas por jugadores, de improvisación y apatía en la afición y en los futbolistas. Pero no hay tanta distancia entre ese tiempo y este. Recordarlo da perspectiva a todo cuanto está pasando, facilitando reconocer lo que se debe hacer, aquello que no debería volver a verse y el pendiente que representa el torneo local.
Intentando responder a la pregunta acerca de cómo se festejan estos logros, habría que consultar a las otras selecciones. Los que ya saben de esto, aquellos países acostumbrados a este tipo de logros, sugerirían no hacer mucho alarde, que el torneo de verdad recién empieza. Otros, esas voces de naciones que viven estas dichas cada tanto, recomendarían chocar un par de cervezas en un brindis, destapar una botella de vino, poner música y sonreír hasta el próximo viernes, cuando se jugará el partido contra Canadá. Si aún con un manual de acción alguien no sabe qué hacer durante estos días, convendría decirle que no se preocupe: puede que ni los propios futbolistas tengan mucha consciencia de cuánto está ocurriendo. Al fin y al cabo, la historia no se cambia siguiendo un guion, sino rompiéndolo.
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