Telasco Segovia celebra después de anotar el gol del empate para Venezuela en el juego de eliminatorias contra Brasil en el Estadio Monumental de Maturín, este jueves 14 de noviembre de 2024. Fotografía de Miguel Gutiérrez | EFE
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Venezuela sigue invicta en el Estadio Monumental de Maturín y alimenta las posibilidades de ir al próximo Mundial de Fútbol, con más corazón que juego.
Telasco Segovia soñó ese gol. Su primero con la selección de mayores. La presentación en sociedad de una de las promesas deportivas del país. Y antes de esa anotación, hubo ocho pases. Se recuperó el balón en terreno rival y fue del centro a la izquierda para volver al centro. La presión en territorio hostil y la capacidad asociativa de la Vinotinto han sido uno de los pendientes durante la Eliminatoria Sudamericana. Más pudo el sueño de Segovia, en el momento menos pensado, cuando el segundo tiempo estaba iniciando y contra uno de los rivales más importantes de la zona, un arrebato colectivo propició una buena jugada que él finalizó de manera estupenda. Empate a uno. Por primera vez en su historia, la selección de Venezuela no pierde contra Brasil en un ciclo clasificatorio.
El gol firmado en el minuto 46 sirve de argumento cuando se discute sobre la calidad técnica de la Vinotinto para poder evolucionar en sus planteamientos de juego. El premio más evidente es el punto sumado, sobre todo si atiende a que fue un partido a contracorriente, con más ocasiones para el visitante. Pero no todo queda ahí.
Cuando la euforia postpartido pase, quizá viajando hacia Chile para el próximo encuentro (martes 19 de noviembre a las 8:00 pm), o en cada casa donde haya un venezolano interesado por su selección, habrá que volver sobre la gestación de la jugada del gol para reconocer que si Venezuela quiere llegar al próximo Mundial de Fútbol necesita de más arrebatos de ese estilo.
O mejor aún: le urge que dejen de ser arrebatos y pasen a ser un recurso. Está claro que, al igual que en sus clubes, los seleccionados pueden asociarse y crecer. Ahora la pelota está en los pies del cuerpo técnico y su capacidad para fomentar contextos en los que esas habilidades puedan ser explotadas. La Vinotinto necesita dejar de ser un conjunto de jugadas para convertirse en una selección que juega.
Venezuela y el primer tiempo (de cada partido)
Sigue siendo un misterio saber qué ocurre con la Vinotinto durante el primer tiempo de los partidos. En ocasiones los regala y en otras parece sufrirlos en demasía. Ante Brasil, ocurrió un poco de ambas cuestiones. Quizá el asunto radique en el planteamiento.
Antes de la globalización, cuando las ideas y métodos no circulaban con la facilidad de ahora, se solía decir que las selecciones reflejaban el espíritu de sus sociedades. La industrialización del futbol trastocó parte de esa visión. Pero, en el caso de Venezuela, parece que no tanto. Al igual que el país, los futbolistas ven en cualquier oportunidad la solución a múltiples problemas: cualquiera puede ser un mesías. Tiene sentido, si se atiende la crisis contemporánea y la falta de resultados deportivos.
Sin embargo, volviendo a la cancha, la Vinotinto tiende a confundir intensidad con precipitación y dinamismo con descontrol. Deseando alcanzar la pelota o sacar provecho de los espacios que dejó Brasil, se desbocó y desorganizó en exceso. Ese performance favoreció al visitante, que tuvo varias ocasiones para sacar ventaja, aunque sólo lo pudo hacer con un tiro libre de Raphinha (43’).
La suerte de Rafael Romo
Escribiendo sobre los arqueros, Juan Villoro dijo:
«El portero es el hombre amenazado. En ningún otro oficio la paranoia resulta tan útil. El número 1 es un profesional del recelo y la desconfianza: en todo momento el balón puede avanzar en su contra. La gran paradoja de este atleta crispado es que debe tranquilizar a los demás».
Contra Brasil, Rafael Romo transmitió múltiples estados de ánimo, en buena medida propiciados por la inferioridad colectiva de Venezuela. En ocasiones, precipitado; en otras, un poco más calmo. Tuvo que salir varias veces fuera del área chica y de la grande. Despejar centros. Ver una pelota estrellarse en un palo. Rechazar remates venidos desde otro continente y salvarse a sí mismo de un error, tapando el penal que cometió contra Vinicius Jr. Esa acción, consecuencia de la paranoia sobre la que escribió Villoro, le salvó de la condena hasta convertirlo en uno de los nombres propios de la jornada. El arquero que llevó a Venezuela por primera vez a un Mundial Sub-20 (2009) está empeñado en volver a hacerlo, ahora con la selección de mayores.
Si la secuencia de pases en la acción del gol es una muestra de que la Vinotinto puede jugar mejor, la actuación de Romo representa esa capacidad de adaptación de la que se habla tanto en relación con los venezolanos dentro y fuera del país. Unos le llaman resiliencia, otros lo definen como una actitud vitalista ante la adversidad. Se lea de la manera en que se lea, puede que al final sí: pese a la globalización, la Vinotinto es como su gente; caótica y emotiva; con potencial colectivo, pero mayor suerte en las individuales; una sociedad y una selección que sufre más de lo que desea, a la que le faltan recursos (y juego), pero no corazón.
Nolan Rada Galindo
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