Fotografía de Ernesto Benavides | AFP
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En un juego marcado por la situación de los migrantes en Perú, La Vinotinto ofreció rendimientos distintos en cada tiempo. Venezuela sigue sin poder ganar en Perú.
El guion previo del partido entre Perú y Venezuela sugería que el primero venía con un ciclo deportivo irregular, sin victorias ni goles anotados en la Eliminatoria Sudamericana. La Vinotinto, invicta en cuatro partidos, llegó al Estadio Nacional del Perú en buen momento y con un objetivo: contradecir la historia, esa que muestra que nunca ha ganado en ese país. Cuando la pelota empezó a rodar, este martes 21 de noviembre de 2023, poco importó todo lo anterior.
Perú salió con una actitud que no pareció propia de un equipo que, para el comienzo del partido, estaba en el último lugar de la clasificación. Fue intenso, comprometido en la presión, con un esfuerzo colectivo enfocado en recuperar rápido la pelota, a ser posible en zonas de salida de Venezuela. Ese planteamiento descolocó a La Vinotinto, que cuajó un primer tiempo malo, sin asociaciones en ataque y frágil en defensa.
Lo último cambió en el segundo tiempo. Venezuela entró en juego luego del descanso y la charla técnica de Fernando Batista y su equipo de trabajo. Entonces, el partido se pareció un poco más a ese guion previo que se imaginó. El detalle, cuando se trata de fútbol, es que no es cine; que las películas y documentales sobre deportes se suelen hacer luego de los hechos relevantes, no antes. En el viaje de La Vinotinto hacia el intento de clasificar por primera vez a un Mundial de Fútbol, quizá no haya demasiadas imágenes sobre este juego.
El shock inicial
Si hasta aquí solo se hizo referencia a lo deportivo es porque mucho de lo que ocurrió antes amerita un espacio propio dentro del análisis. Lo requiere porque es muy probable que los acontecimientos fuera de la cancha repercutieran en el estado de ánimo de La Vinotinto. Desde el banderazo inicial, en las puertas del hotel de concentración, hasta los choques con la policía, en el estadio, cuando los jugadores quisieron acercarse a la afición.
Luego de Colombia, Perú es el segundo país en el que hay más venezolanos inmigrantes residenciados. Según la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela, hay 1 millón 504 mil 4 venezolanos viviendo en Perú, de un total de 7 millones 710 mil 887 migrantes venezolanos que están esparcidos por el mundo. Si lo deseara, la comunidad venezolana en Perú podría llenar al menos 30 canchas con la capacidad del Estadio Nacional de ese país, 43.086 espectadores; serían casi 35, para ser más precisos.
Se suele decir que el fútbol es una de las maneras que la humanidad encontró para hacer la guerra por otros medios. Una consideración que, en este contexto de conflictos armados en distintas partes del planeta, carece de sentido: en los combates bélicos no hay intercambio de camisetas. En cambio, si se reconoce en el fútbol de selecciones una oportunidad para que uno u otro equipo le permita a cada comunidad reconocerse en unos colores, omitir problemas particulares, sociales y acercarse un poco a casa, este tipo de encuentros tienen un valor más útil.
En la distancia, el sentido de pertenencia se difumina con el paso del tiempo. El que migra termina en una suerte de limbo: no es por completo de una u otra nación. Solo es. Hasta que emergen símbolos específicos y se resuelve, por un rato, esa disyuntiva. La Vinotinto es uno de ellos. Eso, para los jugadores de la selección, representa una responsabilidad que se les atribuye de forma justa o no; algo con lo que están aprendiendo a convivir también.
El primer tiempo de Venezuela fue turbio. El equipo cayó de manera reiterada en el choque físico, quizá sobreexcitado por todo el clima previo al juego, incluyendo el “control de identidad” organizado por Migraciones Perú. La medida, antes que un protocolo formal, lució como una cacería de inmigrantes. A falta de políticas migratorias y comunicacionales orientadas a combatir la xenofobia impulsada por el gobierno de Perú, La Vinotinto pudo ofrecer su propia respuesta, en representación de su comunidad: goles contra la xenofobia y la discriminación.
No sucedió. Al menos no hasta el punto de una victoria. Perú, probablemente más enfocado en el juego que en todo el ruido previo, ofreció un mejor rendimiento durante el primer tiempo. Se fue con un solo gol anotado, el primero en la Eliminatoria Sudamericana, firmado por Yoshimar Yotún; pero lo visto sobre la cancha dejó la sensación de que pudieron ser un par más.
El reacomodo de La Vinotinto
Una de las figuras más expuestas durante el primer tiempo fue Wilker Ángel. Perú reconoció que, de la pareja de centrales conformada junto con Yordan Osorio, es al primero a quien más le cuesta salir jugando. El central estuvo errático en defensa e intentando sacar al equipo desde el fondo. Su rendimiento fue el reflejo de un fracaso colectivo notable: no había muchas opciones de pase ni una estructura sobre la cual crecer. Todo ese desorden fue propiciado por la desconcentración de Venezuela y la puesta en escena de Perú, con futbolistas intensos en la marca y rápidos cuando se trató de presionar y atacar espacios.
El segundo tiempo motivó un cambio de planes en La Vinotinto. La idea inicial propuesta por Fernando Batista pareció ser un plan de repliegue para luego salir al contraataque. Al igual que en otros partidos jugados como visitante, la estrategia comenzaba con la estabilidad defensiva. Sin embargo, al no haberla, la estructura en ataque tampoco funcionó.
Esto se alteró en el complemento, con Venezuela intentando proponer mucho más que Perú. Yangel Herrera y Darwin Machís comenzaron a tener más contacto con la pelota, a tenerla en vez de verla pasar, y el equipo se asentó en Lima. Fue a través de una internada de Machís por el sector izquierdo, dando profundidad al equipo hasta la raya final, que Jefferson Savarino pudo rematar para empatar el juego en el minuto 54.
Savarino sigue sin ofrecer un rendimiento sostenido en La Vinotinto, un partido acorde con el talento que se le reconoce. Pero acciones específicas como la del gol le dan crédito. El 1-1 en el marcador ya era toda una singularidad para la hemeroteca Vinotinto: cuando el local anotó primera que Venezuela en Eliminatorias Sudamericanas, la selección perdió 62 veces y sólo alcanzó a empatar 5 veces.
La estadística, recopilada por Renzo Di Vincenzo, se sumaba a otra: Venezuela nunca ganó en Perú. El gol de Savarino puso a La Vinotinto ante la opción de romper ambos registros, el no haber podido remontar un partido como visitante y ganar por primera vez en Lima. El desarrollo del juego dejó alguna opción más para hacerlo, pero no se logró. Teniendo en cuenta que los equipos se repartieron los tiempos de juego, el único perdedor fue Migraciones Perú.
El resultado, junto con lo ocurrido el resto de la jornada, dejó a Venezuela en el cuarto lugar de la tabla. La Vinotinto pasará casi un año en puestos de clasificación al Mundial, con cinco fechas consecutivas sin perder, siendo uno de los cinco equipos que menos goles ha recibido, 3 —junto con Argentina (2), Colombia (3), Ecuador (3) y Paraguay (3).
Si todo esto se enmarca dentro de la tradición futbolística de la selección, hay más razones para aplaudir que para sospechar sobre lo visto. Aunque de esta doble fecha queda una certeza: la mejor respuesta que el equipo puede ofrecer, para asuntos deportivos y extradeportivos —rechazados por la FVF en un comunicado—, viene desde el juego y las asociaciones; no desde el choque dialéctico y físico. Una conclusión que, quizá, se puede extrapolar a distintos aspectos relacionados con Venezuela: el talento, bien expresado, dice más que cualquier miedo o trauma.
Nolan Rada Galindo
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