Perspectivas

La nueva fragmentación latinoamericana

Fotografía de Cancillería del Ecuador | Flickr

30/08/2018

estas alturas la pregunta debería ser si alguna vez hubo verdadera integración. Aceptemos, no obstante, que en la actualidad los consensos que permitieron la existencia de diversos foros comunes (Cumbres Iberoamericanas, Unasur, Alba, Celac, OEA, Cumbres de las Américas…) se encuentran más deteriorados que nunca. ¿A qué se debe esta crisis en todas las plataformas regionales y continentales de integración?

Hace días supimos que el gobierno de Ecuador, que encabeza Lenín Moreno, anunció su retiro de la Alianza Bolivariana (ALBA). Se supuso que la decisión tenía que ver con la crisis fronteriza por el aumento de inmigración ilegal desde Venezuela. Pero el diferendo entre Ecuador y Venezuela tiene raíces más profundas en el distanciamiento político que se produjo tras la salida de Rafael Correa del gobierno ecuatoriano.

Ahora llega la noticia del abandono de Unasur por Colombia, anunciada por el presidente Iván Duque. En su explicación a la comunidad internacional, el nuevo mandatario ha dicho que Unasur es incapaz de promover iniciativas diplomáticas eficaces para enfrentar la crisis venezolana. A su juicio, la instancia multilateral que sigue ofreciendo mayores posibilidades para concertar posiciones hemisféricas es la OEA.

Ya desde principios de año, otros cinco países habían anunciado la salida de Unasur: Brasil, Argentina, Chile, Perú y Paraguay. El colapso de Unasur es la más clara señal de las amenazas que se ciernen sobre cualquier modelo de integración latinoamericana en nuestros días. Si los miembros de Unasur no se ponen de acuerdo en ese foro, inevitablemente plural, tampoco lo lograrán en la Celac o en las cumbres iberoamericanas.

Pero la tesis de Duque y otros líderes de la derecha regional de que, ante el fracaso de las redes latinoamericanas, se fortalece el perfil de la OEA y de las Cumbres de las Américas, tampoco es plenamente válida. La OEA no ha podido dar respuesta eficaz al desafío de los nuevos autoritarismos de izquierda, que en Venezuela y Nicaragua desembocan en oleadas represivas, crisis humanitarias y éxodos masivos.

La fragmentación latinoamericana también aqueja a la OEA, aunque se trate de un foro interamericano. Los gobiernos de la región trasladan sus diferencias a Washington, Nueva York, La Haya o Bruselas, sin el menor escrúpulo. Muchas veces son los propios gobiernos bolivarianos, es decir, los que cultivan retóricas más integracionistas, quienes fomentan el divisionismo en esos escenarios.

No hay una explicación fácil para esta lógica centrífuga. Habría, sin embargo, que constatar, una vez más, la excesiva dependencia de las coordenadas geopolíticas tanto de las izquierdas como de las derechas latinoamericanas. En este sentido, cabe la posibilidad de que la desintegración latinoamericana, más que reflejo de las tensiones entre las izquierdas y las derechas regionales, sea expresión de la nueva multipolaridad global.


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