Fotografía de Loic Venance para AFP
Destacadas
Te puede interesar
Los más leídos
PARÍS — La joven pareja pasó al frente de la multitud para ver la pintura. Después de unos segundos, la mujer volteó, sonrió a su celular y se tomó unas selfis. Después, le dio el teléfono a su esposo y él le tomó más fotos en frente de la obra de arte. Ambos posaron juntos para más selfis, voltearon para echarle un último vistazo a la pintura y se fueron.
“La pintura es demasiado pequeña y la sala demasiado concurrida para observar los detalles”, dijo Jeannie Li, de 28 años, una analista financiera que vive en Shanghái, poco impresionada por la primera vez que vio la Mona Lisa de Leonardo da Vinci. “Puedo verla mejor en un libro o en internet”.
La manera en que la pareja interactuó con la pintura de quinientos años de antigüedad es un ejemplo de cómo la generación digital vive el arte. La mayoría de las casi 150 personas que rodeaban la pintura en el Louvre tomaban fotos de la pieza o de ellos frente a la obra. Ante la Mona Lisa, la fotografía digital se ha convertido en la experiencia principal, en vez de simplemente verla.
Li y su esposo, Steven, estaban en París por su luna de miel. ¿Por qué querían visitar el Louvre y ver esta obra de arte en específico? “Porque es famosa, por su sonrisa misteriosa y porque leí El código Da Vinci”, dijo Li refiriéndose a la exitosa novela de Dan Brown, la cual comienza con el asesinato de un curador en la Gran Galería del museo.
En 2017, el Louvre atrajo a 8,1 millones de visitantes, por lo que sigue siendo el museo más visitado del mundo. El retrato enigmático y reproducido un sinfín de veces que Da Vinci pintó de una mujer que se cree que fue Lisa Gherardini, la esposa de un comerciante florentino de telas, es la principal atracción. Pintada en óleo sobre madera a principios del siglo XVI, la pintura se exhibe dentro de una cabina con control de temperatura detrás de un cristal blindado y una cerca protectora.
“Muchas personas toman fotos y las publican en Twitter o Facebook”, comentó Li. “Es la prueba de que han estado aquí”.
En octubre de 2014, las megacelebridades estadounidenses Jay-Z y Beyoncé, junto con su hija Blue Ivy, tuvieron el privilegio de visitar el Louvre a puertas cerradas. La sesión de fotos que tomaron con su celular fue muy vista en Instagram, por lo que Buzzfeed declaró: “No hay foto más importante que la de Beyoncé y Jay-Z posando frente a la Mona Lisa” y agregaron: “Podría ser la mejor fotografía de nuestra generación o cualquier otra”.
Sería muy fácil que un crítico o un curador tache la “experiencia de la Mona Lisa” como nada más que turismo de autorretratos. Sin embargo, Jay-Z y Beyoncé, como casi todos los demás que visitan el Louvre, sí vieron la pintura.
De hecho, la forma en que observamos la Mona Lisa es representativa, de manera aleccionadora, de cómo se aprecia la mayor parte del arte en la cultura visual, saturada y digitalmente mediada de la actualidad. ¿Cuántos segundos más (o menos) pasan los visitantes con celular en la mano viendo las obras en una feria de arte o una exposición que en el Louvre? ¿Cómo se construye una reputación artística hoy en día sin tomar en cuenta Instagram?
“Es más antigua que las rocas que la rodean; como un vampiro, ha estado muerta muchas veces y aprendió los secretos de la tumba”, escribió el crítico británico Walter Pater en 1873, evocando la atemporalidad de la Mona Lisa mucho antes de la llegada del turismo masivo, los celulares, las aplicaciones y los periodos de atención fragmentados.
La descripción tan citada de Pater sobre La Gioconda recuerda a una cultura en la que unos cuantos privilegiados pasaban horas con obras maestras para intentar averiguar sus más profundos significados.
No obstante, la reproducción mecánica —y digital— ha cambiado todo. Otro crítico británico, John Berger, escribió en su influyente libro, Ways of Seeing(1972), que, en la era de la reproducción digital, “el significado de las pinturas ya no forma parte de ellas; su significado se vuelve transmisible”.
Berger, que murió el año pasado, habría notado con interés que la publicación de 2014 que hizo Beyoncé en Instagram, en la que está haciendo el símbolo de la paz frente a la Mona Lisa, ha recibido casi 840.000 me gusta.
De manera similar, un coleccionista adinerado de arte no necesita pasar horas frente a un Christopher Wool, Rudolf Stingel o Gerhard Richter que acaba de comprar por unos cuantos millones de dólares. El coleccionista sabe exactamente cómo es, pues ya vio muchas veces la reproducción digital de la imagen.
Aunque la calidad instantáneamente reconocible del arte contemporáneo de marca reconforta a los coleccionistas —y por extensión aumenta el valor de las piezas— otras obras pueden sufrir por su reproducibilidad. La Mona Lisa es un ejemplo magnífico.
“Es algo decepcionante. Es pequeña y oscura”, dijo Katie Qian, de 33 años, una ingeniera de Salt Lake City, después de ver la obra por segunda vez en su vida.
En contraste, Christie’s ofreció a los espectadores una experiencia casi religiosa en la muestra previa a la subasta del lienzo restaurado Salvator mundi, que hace poco, no sin controversia, se había vuelto a atribuir a Da Vinci. La casa de subastas, con la ayuda de la agencia publicitaria Droga5, promovió lo que llamó “el último Da Vinci” con un video de gente conmovida hasta las lágrimas por la pintura. Se vendió por la cifra récord histórica de 450,3 millones de dólares.
“La falsa religiosidad que ahora rodea a las obras originales de arte”, escribió Berger en Ways of Seeing, “al final depende de su valor en el mercado” y “se ha convertido en el sustituto de lo que perdieron las pinturas cuando la cámara las hizo reproducibles”.
En el Louvre, los millones de visitantes que recorren la Gran Galería cada año camino a ver la Mona Lisa tienden a pasar de largo La virgen de las rocas, una obra maestra de Leonardo totalmente documentada de principios de la década de 1480. Sin embargo, quizá no muchos turistas saben que es una pintura que, si saliera a la venta, algo muy poco probable, también se vendería por cientos de millones de dólares.
“Por lo menos millones de personas quieren verla”, dijo Dulce Leite, de 63 años, una italiana que pareció asombrada por la multitud frente a la Mona Lisa. Había pasado los últimos quince minutos contemplando La virgen de las rocas sin gente a su lado (y sin tomar fotos).
“Ahora ven la pintura y tienen la posibilidad de tomar una foto y publicarla”, agregó. “Nosotros debíamos verla y recordarla”.
Aprisionada por su reputación como la pintura más famosa del mundo y también por su cabina de seguridad, la Mona Lisa ya no es una obra de arte original, según toda finalidad y propósito. Se ha convertido en una idea y en una oportunidad para tomar una foto.
¿Acaso hay una manera más contemporánea de ver el arte?
***
Este texto fue publicado originalmente en The New York Times en español.
Scott Reyburn
ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR
Suscríbete al boletín
No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo