La mitad de los pacientes con VIH son mujeres, pero la mayoría de los sujetos de investigación son hombres
Fotografía de Jody Amiet | AFP
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Inspirados por los reportes de un segundo paciente que parece haberse curado de una infección con VIH, el virus que causa el sida, los científicos están buscando docenas de formas de curar la enfermedad.
Pero ahora, los investigadores deben tomar en cuenta un viejo problema: la falta de mujeres en los ensayos clínicos sobre posible tratamientos, curas y vacunas para el VIH.
Las mujeres representan poco más de la mitad de los 35 millones de personas que viven con VIH en todo el mundo, y el virus es la principal causa de muerte entre las mujeres en edad reproductiva. En África, algunas regiones de Suramérica e incluso en el sur de Estados Unidos, las nuevas infecciones de mujeres jóvenes contribuyen a mantener la epidemia.
Las mujeres y los hombres responden de manera diferente a la infección del VIH, pero los ensayos clínicos siguen dependiendo en gran medida de la participación de los hombres homosexuales. Los ensayos de curas potenciales son particularmente pobres en este sentido.
Un análisis de 2016, realizado por la organización benéfica AMFAR, reveló que las mujeres representaban un media del 11 por ciento en las pruebas que buscan conseguir una cura. En los ensayos de fármacos antirretrovirales los resultados no fueron mucho mejores: solo el 19 por ciento de los participantes eran mujeres.
Los estudios de vacunas fueron los más cercanos a la participación equitativa, con un 38 por ciento de mujeres.
“Si vamos a encontrar una cura, es importante que encontremos una cura que realmente funcione para todos”, dijo Rowena Johnston, directora de investigación de AMFAR.
Existen diferencias bien conocidas en el sistema inmunológico de hombres y mujeres. La vacuna contra la gripe produce una respuesta inmunitaria mucho más fuerte en las mujeres, por ejemplo.
La respuesta a la infección del VIH también parece ser distinta. Al principio, el sistema inmunológico de las mujeres responde con fuerza, manteniendo un control estricto sobre el virus durante un periodo de cinco a siete años.
Pero a largo plazo, ese estado de alerta máxima tiene un costo. Las mujeres progresan más rápido hacia el sida que los hombres infectados, y tienen más probabilidades de sufrir ataques cardíacos y accidentes cerebrovasculares.
“Hay todo tipo de diferencias entre hombres y mujeres, probablemente mediadas parcialmente por los efectos hormonales”, dijo Monica Gandhi, profesora de medicina en la Universidad de California en San Francisco.
Por ejemplo, los estrógenos son hormonas femeninas que parecen calmar al VIH en un estado latente. Esto puede parecer algo bueno, pero dificulta que el sistema inmunológico o las drogas puedan acabar con el virus inactivo.
Algunas diferencias pueden ser evidentes incluso antes de la pubertad: en un estudio, todos menos uno de los 11 niños que fueron “controladores de élite”, personas que parecen suprimir el VIH a niveles indetectables sin drogas, eran chicas.
Las mujeres también responden de manera diferente a algunos tratamientos farmacológicos.
Los investigadores han encontrado que el dolutegravir puede aumentar el riesgo de defectos del tubo neural en niños nacidos de mujeres que toman el medicamento. Es más probable que la nevirapina cause una erupción grave en las mujeres que en los hombres; sin embargo, los hombres representaron el 85 por ciento de los sujetos en los experimentos diseñados para probar el medicamento.
Estas diferencias son pertinentes en los ensayos de curas potenciales, la mayoría de las cuales exploran métodos para fortalecer el sistema inmunológico con el fin de matar el VIH.
El número de hombres, y en particular de hombres homosexuales, en las pruebas del VIH siempre ha superado a la cantidad de mujeres. Desde el principio, la epidemia se concentró principalmente en los hombres homosexuales, quienes se inscribían lo antes posible para tener acceso a nuevos medicamentos.
Los hombres homosexuales “literalmente se morían por participar en esos experimentos”, dijo Jeff Taylor, de 56 años, un activista de los derechos de las personas con VIH en Palm Springs, California, quien se inscribió en docenas de pruebas clínicas después de ser diagnosticado con el virus en 1982.
Ahora, 30 años después, “es el mismo grupo de personas que entienden el valor de los ensayos clínicos”.
Los hombres homosexuales han creado sólidas redes de apoyo que alertan a los posibles participantes de los ensayos clínicos y, a menudo, viven en las ciudades donde se realizan las investigaciones.
Por el contrario, las mujeres con VIH tienden a estar aisladas y no pueden abogar por sí mismas. Es posible que necesiten ayuda con el cuidado o el transporte de los niños, o que se sientan más cómodas con las doctoras; unas condiciones que solo ofrecen algunos ensayos médicos.
Para las mujeres de color, existe un obstáculo adicional: la desconfianza resultante de una larga historia de explotación por parte de los investigadores médicos. “Todavía hay mucho estigma en nuestra comunidad en torno a la investigación”, dijo Ublanca Adams, de 60 años, que tiene la infección del VIH y vive en Concord, California.
Adams dijo que parece que los científicos no saben cómo ganarse su confianza: “La manera en que le dan información a nuestra comunidad y a nuestra gente no es en absoluto una forma de ser inclusivos, ni es una invitación”.
Adams comentó que se ha inscrito en algunos estudios de observación, pero no confía lo suficiente en los científicos como para participar en las pruebas de un tratamiento o cura.
En los raros casos en que los científicos hacen un esfuerzo adicional para inscribir a las mujeres, enfrentan un escrutinio adicional de la Administración de Alimentos y Medicamentos (la agencia tiene reglas estrictas para incluir a las mujeres en edad fértil).
La mayoría de los investigadores simplemente optan por la salida fácil e inscriben a los hombres, recolectando datos de mujeres solo después de que un medicamento ya está disponible en el mercado.
Dos pruebas recientes de medicamentos antirretrovirales de acción prolongada, que se pueden inyectar mensualmente en lugar de administrarse por vía oral a diario, han logrado atraer a un número significativo de mujeres: 33 por ciento de los participantes en un estudio y 23 por ciento en el otro.
Debido a la promesa de un tratamiento menos frecuente, estos ensayos fueron muy populares y, por lo tanto, fue más fácil reclutar a mujeres que en la mayoría de los casos.
“Las pacientes hacían fila afuera de la clínica”, dijo Kimberly Smith, jefa de investigación y desarrollo de Viiv Healthcare, la compañía que dirigió la investigación.
Pero, según Smith, las pruebas en Estados Unidos luchan para inscribir a las mujeres, porque alrededor del 75 por ciento de los infectados aún son hombres.
Anticipando la necesidad de probar curas en mujeres jóvenes, Bruce Walker y sus colegas del Instituto Ragon (un ente creado por el Hospital General de Massachusetts, el Instituto Tecnológico de Massachusetts y la Universidad de Harvard) ha creado un grupo llamado Fresh en Sudáfrica. Cerca de 2000 mujeres jóvenes en el municipio de Umlazi se registran dos veces por semana para hacerse la prueba del VIH.
Los investigadores brindan terapia preventiva, pero una pequeña proporción de las mujeres aún se infectan. El equipo de Walker rastrea sus infecciones desde el inicio y planea probar las curaciones en el grupo.
Sin embargo, es difícil lograr que los científicos entiendan la necesidad de inscribir a las mujeres en serio, dijo Eileen Scully, profesora asistente de medicina en la Universidad Johns Hopkins.
“Algunos de los científicos duros descartan este tipo de discusión como algo más determinado socialmente, o algún tipo de cosa relacionada con la liberación femenina”, dijo.
Scully dirigió el único ensayo de cura hasta el momento para centrarse únicamente en las mujeres, y comprobar si un medicamento que bloquea los estrógenos hace que sea más fácil matar el VIH. Desde el principio, los investigadores tuvieron que hacer algunas concesiones.
Para evitar las restricciones que limitan la participación de mujeres en edad fértil, Scully y sus colegas reclutaron mujeres menopáusicas. Pero estas participantes tienen niveles más bajos de estrógenos, lo que puede alterar los resultados.
Aún así, el equipo ya hizo un descubrimiento clave.
“Fuimos uno de los ensayos que más rápido tuvo inscripciones”, dijo Scully. “Las mujeres están listas para comprometerse”.
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Este texto fue publicado originalmente en The New York Times en español.
Apoorva Mandavilli
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