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Roland Barthes en su libro indispensable, La cámara lúcida, expresó que la fotografía era la emanación de su referente. El “eso fue” era su ineludible relación con el estar, memoria, presencia, existencia. Pero, ¿qué pasa cuando esa memoria no es presencial? Puede ser un sentimiento, un sueño, una emoción, un invento, un cuento personal… Tantas cosas que se nos aparecen desde el espíritu, la imaginación, la creación. También la fotografía sirve para esto y, para expresar estos sentimientos, se utilizó la naturaleza como metáfora espiritual; asimismo la abstracción, figuras del entorno… Más adelante también el color. Sin embargo, algo nuevo ha surgido en la fotografía venezolana.
Últimamente hemos apreciado varios trabajos fotográficos que pertenecen a este ámbito espiritual, que no al referente concreto, y que están en la idea, en el devenir, pero esta vez utilizando un personaje, medio que habíamos conocido en dibujos de las tiras de los comics o en obras pictóricas quizás surrealistas, pero difícilmente en fotografía.
Uno de estos trabajos es el producido por Mauricio Donelli, Sócrates Serrano y un tercer autor imaginario-histórico, José Gregorio Hernández. Grego se titula esta magnífica e importante publicación que recorre e imagina fotográficamente, la presencia terrenal de este personaje mítico, santo venezolano. Las fotografías de Donelli, la actuación de Serrano, la estampa de nuestro médico, los textos de Erik del Búfalo, Milagros Socorro, la experiencia sanadora de Raymar, el estupendo diseño de Gisela Viloria, la imprenta Editorial Arte, componen, este especial fotolibro que narra imaginariamente y fotográficamente el tránsito e impronta físico-religioso-milagrosa de J.G. Hernández.
Lo personal se mezcla con lo histórico-onírico-religioso produciendo un libro que podemos llamar excepcional en muchos sentidos. Es un compendio de fe, sanación, espiritualidad, actuación, fotografía y creación. Un recorrido fotográfico no presencial de este ser especial. Pero como es fotografía, que aun persiste en su relación con lo real, la curiosa lectura que se produce es simbiótica entre lo real y lo ficticio. No sabemos si es o fue gracias al soporte fotográfico que produce este enigma, además de las interesantísimas situaciones que otra vez quizás fueron o son. Una dualidad, surrealista, teatral, verídica, fotográfica. Como también es el recorrido del tercer protagonista cabalgando en el terreno de la fe y el milagro, el deseo y lo concreto, Dios y el ser humano, la ciencia y la compasión.
Otro trabajo que también recorre la vía de producción del personaje a través de la fotografía es el que pudimos apreciar en la exposición, Limbos, de Alejandro Escalante, en la Hacienda la Trinidad, Escuela Roberto Mata, curaduría de Ricardo Jiménez.
Esta obra con notable influencia del surrealismo, significativamente de Magritte, la constituyen, según Lucía Jiménez, “imágenes (que) ya bautizadas emergen del proceso creativo, cada una cargada con el peso de la catarsis, interrogando qué hay dentro cuando la mente se fragmenta, explorando tanto lo físico como lo espiritual”. El personaje construido oníricamente por Alejandro Escalante se forma en el subconsciente del autor buscando su otro yo de las distintas maneras, situaciones, que éstas pueden ser imaginadas y sentidas. El juego de la imaginación, la identidad, la introspección, curiosamente producido fotográficamente, mecanismo que tradicionalmente fue aliado de lo concreto, lo real, la presencia, hasta del documento. Situaciones, unas fabricadas, otras encontradas, para expresar con el (los) personaje(s) aquello que fue intuido, sentido, identificado psíquicamente.
En el primer trabajo, el personaje fue revivido fotográficamente con toda la carga espiritual, hasta sanadora, que conlleva la memoria de José Gregorio Hernández. En el segundo trabajo el personaje es extraído del deseo del autor, de su búsqueda catártica, del “No-Yo”(otra vez Jiménez) buscando su Yo. Pero el efecto anímico es igual: “Es o no es?” Solo surgió de una idea y un querer que se hizo fotografía.
Estos trabajos son también consecuencia del avance tecnológico que ha sufrido el hacer fotográfico, utilizando los beneficios digitales, quizás el Photoshop. La fotografía directa, la cual defendía Stieglitz en USA, Boulton y la belleza en Venezuela y tantos otros en los tiempos de la modernidad fotográfica, ha dado paso a la invención, el juego, para plasmar sentimientos, memorias, búsquedas, creando otro personaje “real” que vive estas situaciones.
No por azar vivimos los tiempos del mecánico robot, hasta del humano no “real”. Según Lyotard estas expresiones harían parte de la posmodernidad que buscaría nuevas presentaciones, no para gozarlas, pero en orden de impartir un sentido de lo impresentable, obviando reglas preestablecidas, cuestionando la verdad, creando nuevas subjetividades, abandonando estructuras fijas. Estos trabajos son parte quizás de una nueva visualización y percepción fotográfica que trascendería lo hasta ahora experimentado.
María Teresa Boulton
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