Centenario de Ida Gramcko
Ida Gramcko en su centenario, un lugar constante
Retrato de Ida Gramcko del Archivo Fotografía Urbana
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El 11 de octubre de 2024 se celebró en La Poeteca un acto en celebración de los 100 años del natalicio de la poeta, periodista y dramaturga venezolana, Ida Gramcko. A continuación reproducimos el texto leído por la profesora y crítica literaria María Antonieta Flores en el evento.
Justamente, hoy, se están cumpliendo cien años del nacimiento de Ida Gramcko, una poeta con una obra, un lenguaje, un universo poético cuyo alcance está más allá del horizonte. Cien años, un siglo, cifra significativa para el mundo que mide el tiempo con el calendario gregoriano. Cien remite a un ciclo que se cierra y se abre, a la unidad y a la permanencia.
Historia y leyenda dan señales de un destino signado por la palabra poética.
Ida Gramcko nació el 11 de Octubre de 1924 en Puerto Cabello (estado Carabobo) y falleció el 02 de Mayo de 1994 en Caracas donde residía desde 1939. Vivió 69 años, pero su poesía continúa presente. Poeta, dramaturga, ensayista, narradora, periodista, también, profesora. Abarcó géneros diversos. En su poesía coexisten distintas tendencias estéticas producto de la fusión y convivencias de las diversas corrientes ideológicas y artísticas, rasgo propio de la época que le tocó vivir. Por ello, no se puede limitar su poesía al neobarroco ni a la búsqueda de lo trascendente pues el movimiento ascensional que caracteriza a su poesía no se desliga del hombre y su cotidianidad. Es una de las primeras mujeres reporteras venezolanas. Comienza a trabajar como reportera del diario El Nacional en 1943 y en 1945, con 21 años se casa con José Benavides, “el periodista del paraguas” de su relato autobiográfico Tonta de capirote (1972), uno de los fundadores del mencionado periódico y quien será su pareja por cuarenta años. Con 24 años publica La vara mágica y con 28, Poemas. Antes de los 30 ya estaba consagrada y fue denominada Décima musa por Mariano Picón Salas. Y aquí me detengo pues no es mi intención presentar una semblanza biográfica… Solo deseo enfocarme en un momento de su obra.
Hoy, su centenario y el pasado 2 de mayo se cumplieron 30 años de su muerte. En este sentido, es un año muy emotivo y exigente para mí, una de sus lectoras, He vuelto a su obra. La releo y redescubro nuevas claves para comprender su universo poético y me he planteado otras aproximaciones. Esto me ha llevado a dos de sus libros esenciales.
La vara mágica considerado por el acucioso Julio Miranda como uno de los sucesos poéticos de 1948 — y Poemas su libro más destacado según la crítica. En él, se encuentran sus poemas más emblemáticos: “El cementerio judío” y “Caracol, el hermano”. Es curioso porque son textos con estéticas complementarias, es decir, adoptan formas que podemos considerar opuestas y que, realmente, se complementan en la intención de crear una unidad, son también expresión de un dominio verbal que, de alguna manera, rechaza límites, se desborda, desea abarcar todo. Que Ida Gramcko fuera capaz de alcanzar dos registros verbales tan distintos habla de una relación rizomática, múltiple, con el mundo y con lo que percibía.
Volvamos a los dos poemas mencionados. El primero, “Cementerio judío”, es de largo aliento, de visión y tono barroco, marcado por el ritmo y la rima asonante y su tema trasciende el terreno de lo íntimo y lo personal. El segundo, “Caracol, el hermano”, es un poema breve, con lenguaje depurado, de tono íntimo, con tendencia al verso libre, con manejo de un ritmo interno discreto y cuyo tema es el otro que puede ser el mismo (con guiño para Borges) o no serlo.
El prólogo que Mariano Picón Salas escribe para Poemas, se rinde ante el símbolo del caracol, lo diferencia del caracol de “la extraña monja de México” como denomina a Sor Juana, quien lo presenta como símbolo de la armonía, y señala que el de Gramcko “parece un símbolo existencial” para luego vincularlo a la soledad. Ante la lectura que hace nuestro notable Picón Salas no hay nada que agregar. Pero me quedo pensando en “el mismo yo, mas caracol.” y pienso en el espejo, pero no en uno que devuelve el reflejo de quien se mira en él, sino en uno que refleja lo distinto: el mismo yo, pero es un caracol. El plural de la primera persona me habla de un nosotros, de una pareja: “Cálmate, amor;” y del reconocimiento de la individualidad y la soledad presentes incluso en el vínculo con el otro. No se nos olvide que el poema data de la década del 50 del siglo pasado y que su autora tiene menos de 28 años cuando lo escribe: sorprende la sabiduría poética y vivencial que posee y que ya mostró en La vara mágica y, ahora, en este libro editado en México en 1952, con segunda edición en Madrid en 1955 y una tercera, en 2016, por Letra Muerta en Caracas.
Y es oportuno recordar lo que señala Guillermo Sucre sobre el soneto Caracol de Rubén Darío: “El caracol no es tanto una imagen como el espacio donde se producen las imágenes; un espacio que evoca otros. Las imágenes son de naturaleza doble (física y mítica)” porque siguiendo lo que plantea el poeta y ensayista venezolano, el mundo puede ser abordado por el poeta como una realidad sensible, sensorial y como una proyección en su psiquis. Y más adelante veremos cómo se configura ese espacio en los poemas de Gramcko que aquí trataré.
Quiero destacar que cuando un poema se vuelve emblemático, adquiere autonomía y parece desprenderse, separarse de los otros poemas con los que dialoga en la obra y el lector pierde un elemento importante para la aprehensión del poema.
Ahora, veamos: La última sección de Poemas se titula “El mismo yo, mas caracol”. Son 36 poemas breves. Unos hablan de la Belleza; otros, del poema, del amor y de la libertad; surgen la paz y la felicidad. Su unidad de sentido, como ocurre en la poesía moderna, es fragmentaria: le toca al lector intentar reconstruir ese sentido.
En el primero, el verso inicial es una declaración de su visión de mundo: “opulencia vital, múltiple ramo” y me viene la imagen de una cornucopia —el cuerno de la abundancia— desbordada. Se presentan los temas que se manifestarán en el conjunto de estos textos: la libertad, la luz, lo fraterno, el amor. Este poema introductorio da paso a:
Caracol, el hermano,
el mismo yo, mas caracol. Concisa
su forma sigue sin barniz ni estrago
para que el hombre sufra un alma rica,
un alma suya en el vellón y el gajo,
íntima, inmensa, siempre en sed y ahita.
Así construimos un lugar humano,
pero tan lleno de él como de brisa.
Inventamos
una pared de cal… ¡y tan distinta!
Un muro nuevo, ¿raro?
Sólo en su fresca soledad continua.
—¿Soledad, otra vez lo solitario,
otra vez la distancia? ¿Y la caricia?—
Cálmate, amor; lo nuestro es lo lejano,
toca el largo perfil, la piedra lisa
dice por voz de su vigor: yo te amo.
La forma singular es la infinita.
Y sigue un poema de cuatro líneas:
Lugar, lugar estable y cotidiano;
todo capaz bajo su gran conquista,
todo lineal bajo su terso rayo,
desde el perro hasta el sol como una chispa.
Si se considera que ese “lugar estable y cotidiano” es el hogar, adquiere sentido esa mención del perro junto al sol y la chispa. Más adelante aparecen carcajadas, la risa, la paz y un “Calma: pasión que sabe su combate”. Luego se repite más adelante, en otro poema, lo de un “Lugar constante y permanente”. Así estos poemas están ubicados en un espacio determinado, pensemos que ese lugar es simbólicamente el caracol. Y volvemos otra vez a lo distinto, lo singular:
El amante es raíz y albericoque
mas sin cesar irresistible amante
besando está su luz y todo el roce
va, por amor, librándose, alejándose…
César Dávila Andrade, el poeta ecuatoriano que vivió y murió en Caracas, al señalar los elementos de poesía mística que se observan en su obra, se refirió a una desbordada “sensualidad transmutada”, la cual es una cualidad que impregna toda su obra aún en aquellos textos donde el sexo no se enmascara ni el amor. Y esta afirmación me permite detenerme en uno de los poemas más largos del conjunto que estamos tratando. En él, las imágenes nos construyen una escena íntima, privada, donde la costumbre se revitaliza por obra del misterio.
UN HOMBRE PURO, UN ENCENDIDO CUERPO
de panes, frutas, copas,
se va tendiendo en el mantel abierto
por cada objeto en sucesivas bocas.
¡Voy!, le grita una voz desde muy dentro
y una mujer o las pintadas rosas
del delantal que cruza el aposento
sube al amor con las fronteras rotas.
Fuerte, vivaz, inagotable sexo también entre las cosas.
El sueño de la unión plasmado en gesto
se descubre formal cuando las gotas
van de la jarra hasta el cristal sediento
y surgen dos amantes que se tocan.
Parejas vulnerables al desierto
de sí mismas, se ligan, se desposan,
porque de pronto un corazón, un tiesto
mira el jarro vertiéndose y lo invoca
y el agua acude hasta su llamamiento
y un nuevo amor disfruta en lo que agota:
un íntimo hontanar entre el concierto,
la voz secreta, al fin… ¡vertiginosa!,
pues la maceta apóyase en el viento
cual pie desnudo en fugitiva roca.
Y todo así, ya siendo y deshaciendo
su ser por otro ser… Cuando reposa
el orden familiar, el limpio medio
en donde el fin se sabe y se coloca,
un hábito; el azar, vuelca su estruendo
y vibra en la costumbre silenciosa.
Un hábito: el azar, nuestro misterio
colgando en el percal, entre la ropa
que suda el sol… Y muchedumbre, incendio….
El hombre afuera, ¡afuera! Y sin derrota.
Ya a esta altura puedo afirmar tentativamente que “El mismo yo, mas caracol” se revela como la elaboración de un universo hogareño, estable, cercano, fraterno y, también, erótico, un eros reposado, y desarrolla el complejo aspecto de los vínculos humanos que oscilan entre la cercanía y lo lejano con una perspectiva próxima a la psicología profunda. Así, desde la perspectiva simbólica del caracol como casa, podemos comprender lo de “pausa en el desastre”. Así ese carácter existencial marcado por la soledad que le atribuye Picón Salas, se enriquece al sumarle lo distintivo, la individualidad suma que posee el caracol similar a la de una huella digital, con el diluido sentido de casa o de hogar que vamos descubriendo al leer los poemas que dialogan con “Caracol, el hermano”.
¿Por qué destaco esto? Por dos razones: demostrar que la poesía de Gramcko no es lo abstracta que nos han querido hacer creer algunos discursos interpretativos del pasado como un mecanismo de masculinizar su voz, y la segunda, porque como hija de su tiempo que no se enfrentó abiertamente a la sociedad y a lo institucionalizado, escribió sobre temas considerados “femeninos” y “domésticos” y, por lo tanto, menospreciados por ciertos círculos literarios en el pasado y, quizás, aún en día todavía.
Y podríamos decir que Poemas tiene un final feliz, que Ida Gramcko no es una poeta atrapada en el drama ni en la tragedia sino un ser humano, una mujer que reconoce su fragilidad y su fortaleza. Años después escribirá: “Con piedras de entereza hice los muros.”.
Y es esto lo que quiero celebrar hoy: el temple de una poeta que desde la infancia fue llamada por la Poesía y fue fiel a su destino hasta la muerte para dejarnos una obra de carácter universal, dotada de una inmensidad verbal que nos invita una y otra vez a leerla, a escrutar sus palabras, sus imágenes y metáforas, su universo poético desbordado con fervor.
***
Texto leído el 11 de octubre de 2024 en La Poeteca de Caracas
María Antonieta Flores
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