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Esta es la primera entrega de una serie sobre la vida y obra de la escritora Ida Gramcko, en ocasión del centenario de su nacimiento, en Puerto Cabello, estado Carabobo, el 11 de octubre de 1924. Las imágenes que acompañarán las notas integran la nutrida carpeta de Alfredo Cortina en el Archivo Fotografía Urbana.
Alfredo Cortina, autor de esta fotografía de 1960, conocía a Ida Gramcko Cortina desde niña porque era hermano de su madre, Elena Margarita Cortina Gramcko (sí, los padres de la gran poeta eran primos). Y desde pequeña la fotografió. De manera que esta imagen tiene un significado muy especial, que trataremos de expresar. Alfredo Cortina había nacido en Valencia, estado Carabobo, en 1903; de manera que este día tenía 57 años y, dado que Ida tenía 36, él la capta casi justo en el momento en que ella dejará de ser joven o, al menos, de verse joven y glamorosa. No por nada, la foto es la estampa de un eclipse, la mitad luminosa, la otra mitad, en sombras.
Esa cintura fina que el conjunto tailleur de chaqueta y falda enfatiza está cercana a ensancharse, al tiempo que su dueña se va descarriando por pasillos de luz artificial a toda hora y medicamentos para el alma.
La foto dice mucho. Una mujer que recuerda las actrices del cine negro del Hollywood de los años 40 (una Lauren Bacall fugitiva de las peluquerías), aferrada al cigarrillo y de mirada esquiva. Pero sentada en una butaca de cuero rermachada con inmensos clavos, una vieja pieza de familia, sin duda; en una habitación atestada de muebles, artefactos y adornos de diversas época; tiene las uñas recortadas y sin esmalte, y no se ha molestado en cubrir con maquillaje las ojeras de los sempiternos trasnochos. Las hombreras no ayudan: acentúan la dejadez de la pose. Y, sin embargo, el conjunto es interesante, incluso atractivo. Eso es lo que ve Cortina, una criatura hermosa y cautivadora, pese ¿o quizá debido? a su tendencia al desaliño y a la melancolía.
Para ese momento, 1960, Ida Gramcko ha publicado buena parte de su obra. Fue poeta desde su infancia, carente, por cierto, de educación formal, pero gran lectora en la biblioteca de su familia. «Durante su infancia», resume el Diccionario de Historia de Venezuela de Polar, «transcurrida junto con su hermana, la pintora y escultora, Elsa Gramcko, y sus padres, Enrique José Gramcko Brandt y Elsa Margarita Cortina, no acude a la escuela. Posteriormente, estudia un año en un colegio de comercio y se dedica desde muy temprano a escribir poesía y a la lectura sistemática de los clásicos de la lengua española: Góngora, Quevedo, Cervantes, Jorge Manrique, Garcilaso de la Vega y los novelistas contemporáneos, adquiriendo una sólida formación intelectual que puede verse en su extensa obra ensayística y periodística. A los 15 años viaja a Caracas y entra en contacto con la intelectualidad de la época. En 1942 publica Umbral, poemario que recibe el premio de la Asociación Cultural Interamericana.
Sus siguientes libros: Contra el desnudo corazón del cielo, Cámara de cristal y La vara mágica, aparecieron en 1944.» De “La vara mágica” escribiría Juan Liscano, en su libro “La poesía hispanoamericana en los últimos 15 años” (1959), «…hay [en el citado poemario] un constante hallazgo de la belleza y de la ternura. No se puede pasar fácilmente sobre la obra considerable de Ida Gramcko, una de las revelaciones fundamentales de los últimos años de vida literaria venezolana».
De hecho, ya ha sido la gran reportera de escritura formidable de El Nacional, cuya plantilla integró desde la fundación de este diario, en Caracas, en 1943. Y ya se ha desempeñado como encargada de negocios con rango de embajadora en Moscú, en 1948, enviada por Andrés Eloy Blanco, canciller del presidente Rómulo Gallegos (nótese el line up de grandes ligas que Venezuela ostentaba en Miraflores y en el cuerpo diplomático).
La no menos grandiosa escritora, Elisa Lerner, también nacida en el estado Carabobo (en Valencia, el 6 de junio de 1932), conoció a Ida Gramcko cuando aquella era una niña y ya estaba enterada de la existencia de esta. «Debo haberla conocido cuando mis padres me llevaron a una presentación del famoso poeta español León Felipe», recuerda Lerner. Radicado en esa época en México, León Felipe se tomó dos años (1946 a 1948) para viajar por América Central y del Sur, donde dio conferencias y recitales, e incluso publicó un libro, su antología “El viento y yo”, editada en Caracas, durante su estadía en 1946.
—Yo era una niña de 13 años y recuerdo que todos estaban muy conmovidos, a punto de sollozo, comenzando por el poeta español. Cuando terminó ese gran lamento que eran sus poemas, donde él se sentía perteneciente también a una larga diáspora judía. Para mi sorpresa y alegría reconocí a la Gramcko. Me fui detrás de ella y me encontré con una joven de pocas palabras. Había una sorprendente tristeza, inexplicable en una joven en quien triunfaba alguna belleza y, sin duda, un talento deslumbrante para la escritura. De hecho, sus reportajes en El Nacional eran preciosas piezas del lenguaje. Yo tenía un pequeño, muy a la moda, libro de autógrafos; le pedí uno, ella me preguntó mi nombre y creo recordar que escribió: Para Elisa Lerner cordialmente. Eso fue todo. Mucho para mí porque había conocido personalmente la brillante escritora que embelesaba mis fines de semana en el Papel Literario, pero añoré un poco de mayor cercanía…
Esa vocación de remotidad es la que observa Alfredo Cortina en esta fotografía.
«Nadie durante sus melodiosos días de juventud logró una prosa tan original, tan rica», sigue Elisa Lerner. «Además de ser una prosista fuera de serie y muy precoz, Ida fue una poeta importante. No entiendo mi adolescencia sin la lectura de sus dos poemarios “La vara mágica” y “Poemas” (México, Edit. Atlante,1332). En estos últimos valoro, sobre todo, los poemas breves, de un ingenio y profundidad verbal increíbles.
Después de que la psicosis quiso oscurecerla y de que ella luchara bravamente para que eso no sucediera, muchos le dieron la espalda y la trataron mal, con crueldad.»
—Volví a verla en el Venezolano-Francés, cuando asistíamos a un encantador ciclo de cine mudo francés. Como la vez anterior, Ida no fue fácil al principio, pero luego me pareció una mujer maravillosa. Ida fue muy importante para que yo comenzara a escribir y, cuando de 19 años, estuve un año trabajando en la revista Mi Film, todo lo que pude hacer estuvo impulsado por lo que había sido un aprendizaje desde niña, leyendo con inmensa devoción a nuestra gran escritora Ida Gramcko.
Da la impresión de que Elisa Lerner podría evocar cada ocasión en la coincidió con Ida Gramcko. «El bautizo de su libro Juan sin miedo (Premio de Novela José Rafael Pocaterra en 1957), la vi aparecer muy elegante con un traje de terciopelo verde musgo. Me emocionaría mucho al ver que Ida se apartaba de su fiesta para venir a saludarme al fondo del salón, que era una galería de arte donde se encontraban personalidades como Don Mariano Picón Salas, Alejo Carpentier y, creo, el sabio y generoso Ángel Rosenblatt, quien fue uno de los que no le dieron la espalda. Ida no era mujer de confidencias, pero alguna vez me dijo, y había dolor en su voz, por demás clarísima y vigorosa, que quienes más daño le habían hecho eran mujeres.»
Cuatro años después, en 1964, publicará su libro “Poemas de una psicótica”, donde dice: “Que mis dedos, mis ojos, mis uñas, mi boca y hasta mi corazón, donde el duelo no cabe, son como la carga triste, innecesaria, sobrante, de una fábula. Siento como si las montañas decidieran hacer un nudo en mi garganta. Siento también que el lloro es un reguero inútil y engañoso. ¡Ah, porque todo un infierno, todo un infierno horrible por su aparente transparencia, debía brotar con cada lágrima!”
Milagros Socorro
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