¡Hey, hey, aquí estoy! // Diario de la peste

Sede de la Opera de París Garnier, durante la cuarentena, el 1 de abril de 2020. Fotografía de Bertrand Guay | AFP.

05/04/2020

¡Hey, hey, aquí estoy!

Desde Francia, un sms en la mañana. En París no hay chalecos amarillos.

Noticias a la distancia.

Muchos ventiladores llegan este domingo a los aeropuertos.

Trump anuncia que no va a usar cubrebocas.

Manu Chao va publicando canciones en su canal de Youtube.

Coronarictus Killer Sessions. Y se ríe.

En El País hablan de la vuelta de un cantante que se ocultó durante años.

No tiene celular.

Abandonó los espectáculos.

«No quiero sentirme como un muñeco en la tempestad»

Actúa oculto en pequeños bares.

Ya lo hizo en Lisboa, en el bar BUS.

Roma, mi pastora de Berna, está bien.

Está presente y cercana.

Los animales hacen esto mejor que los hombres.

O duermen o están presentes.

Jeri, la golden, la recibe con alegría y asombro.

El veterinario le abrió un claro en la pata para que la herida quedara visible.

Un claro para revelar mejor el problema.

Lección de medicina y de biografía.

Claro y clarificar tienen el mismo origen.

En Londres hay drones que casi hacen discursos a la altura del bajo cielo.

El bajo cielo es el cielo al que las máquinas tienen acceso.

Los drones dicen en una grabación:

Sólo debes salir de casa por cuestiones de salud, alimentación, etc.

Una grabación muy extensa con recomendaciones para la seguridad.

Parece un instructivo para el funcionamiento de una máquina.

Sólo que éste es el instructivo de una máquina para que los humanos funcionen.

Imagino drones que dan instrucciones para el funcionamiento de las personas en actividades simples.

Un dron encima carpintero dándole instrucciones sobre cómo usar sus herramientas.

Un dron encima un ministro dándole instrucciones sobre el discurso adecuado.

Un dron encima un pintor sugiriéndole colores, trazos, líneas.

Olvidar lo que está allá afuera.

Hace unos pocos días vi la película Ebrio de mujeres y de pintura, de Im Kwon-Taek.

El pintor preparado para pintar, el lienzo en el suelo, pero la mujer le susurra algo al oído.

Como si le diera instrucciones para el cuadro.

Una mujer, no un dron.

Hacer un performance así.

Imagino que la mujer tiene un secreto que hace que el pintor pinte.

Éste sólo vendería un cuadro que le gustaba mucho «cuando el mar se secara», se dice en la película.

Sustituir las clases presenciales por clases dictadas por drones.

Un dron encima cada alumno hasta que lo aprenda todo.

De la A a la Z y del cero al infinito.

Si el alumno no aprende, el dron envía una pequeña descarga eléctrica— dice alguien.

Idea sensata, pero técnicamente difícil —dice otro.

Ideas perversas para un nuevo siglo que está ansioso por empezar antes de tiempo.

En Estados Unidos, en dos semanas, diez millones de nuevos desempleados.

Hans Magnus Enzensberger.

«Que hay que hacer algo y ya

eso ya lo sabemos

que no obstante aún es pronto para hacer algo

que no obstante es demasiado tarde para hacer algo

eso ya lo sabemos»

Exigir drones que transmitan música en la vía pública.

Por las calles de Londres, París, Roma, Nueva York, Buenos Aires y Madrid. 

Alguien me recomienda «Twist and shout» de los Beatles, pero sin despegar los pies del suelo.

Un hombre baila en pareja una salsa frente a un espejo alto.

Un espejo de altura bípeda y con el ancho correcto.

Baila consigo mismo, pero está entusiasmado.

Toca el espejo como si el espejo también tuviera manos.

Sin espejos estar en casa sería mucho más duro.

Mi amiga griega me manda un mensaje.

«Mi padre (salida por motivo 4) me recibe todos los días en su patio (ya no entro en la casa) con una copa de aguardiente.»

Se llama raki, el aguardiente.

Los padres saben, pese a todo, recibir a sus hijos.

***

Este texto fue publicado originalmente en portugués en el diario Expresso de Portugal el cuatro de abril de 2020. La traducción al español es de Paula Abramo.


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