Fotografía de Mandel Ngan | AFP
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LONDRES – Después de las “guerras monetarias” de la década pasada y de las “guerras comerciales” que desató el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, hoy surge un nuevo tipo de conflicto entre dos de los bloques más poderosos del mundo. O, por lo menos, sobre eso se especuló ansiosamente durante el Foro Económico Mundial de Davos, en que tanto expertos como autoridades manifestaron preocupación acerca de la llamada “guerra de los subsidios”.
La primera salva se disparó con la aprobación por parte de Estados Unidos de la Ley de Reducción de la Inflación (LRI), que incluye US$ 369 mil millones en subsidios y beneficios fiscales para las compañías estadounidenses que empleen tecnologías verdes. En respuesta, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, prometió relajar las reglas que limitan las ayudas que los gobiernos de la Unión Europea pueden entregar a las empresas de sus países. El cambio permitirá que los estados miembros inyecten efectivo en sus industrias verdes. “Para mantener atractiva la industria europea, se precisa que sea competitiva con las ofertas e incentivos que actualmente existen fuera” de la Unión Europea, afirmó, haciendo lo posible por defender el giro proteccionista del bloque.
Para ser justo, quienes manifestaron preocupación acerca de los costos de una guerra de subsidios europea-estadounidense fueron, en su mayor parte, los académicos. Los subsidios desagradan a los empresarios solo cuando ellos no son sus beneficiarios. Tras la LRI “estamos jugando otro juego”, oí decir a un magnate. Añadió que su empresa hace poco había decidido realizar cuatro enormes inversiones verdes en Estados Unidos, y que consideraría hacer lo mismo al otro lado del Atlántico siempre que la Unión Europea pusiera suficiente dinero sobre la mesa.
Con estas movidas de Estados Unidos y la Unión Europea se está calentando el debate acerca de los subsidios verdes. Sus promotores los describen como una respuesta indispensable ante la amenaza existencial del cambio climático, mientras que los escépticos afirman que la movilización masiva de recursos inevitablemente conducirá a la búsqueda de rentas y a la ineficiencia.
La duda no es si los gobiernos deberían subsidiar a las industrias que son amigables con el medio ambiente. Existe amplio acuerdo en que dado que los beneficios sociales de las inversiones verdes son mayores que los retornos que fluyen a las empresas, los gobiernos tienen que proveer incentivos financieros para evitar la subinversión. El debate, en realidad, es sobre si los gobiernos deberían ofrecer dichos incentivos exclusivamente a las empresas nacionales.
En Davos, von der Leyen hizo un llamado a que el gobierno del presidente Joe Biden otorgue a las compañías europeas que operan en Estados Unidos acceso a los mismos subsidios que reciben las empresas locales. Sin embargo, incluso en el improbable caso de que Biden accediera, ello seguiría dejando en desventaja al resto del mundo. Si un automóvil eléctrico ensamblado en el Estado de Michigan por una empresa estadounidense produce la misma reducción en las emisiones que un automóvil semejante ensamblado en Seúl por una empresa surcoreana, ¿por qué subsidiar a una y no a la otra?
Existen por lo menos tres razones por las cuales una guerra de subsidios podría causar perjuicios económicos. La primera es la represalia. Si bien los subsidios verdes podrían fomentar una mayor inversión, también podrían consolidar a operadores ineficientes. Si Estados Unidos y la Unión Europea, en conjunto, decidieran el nivel de dichos subsidios, optarían por lo que es aconsejable para ambos bloques. Pero así no operan las guerras de subsidios. Los incentivos que aplica una parte para atraer inversiones verdes, gatillan una reacción en la otra parte. La consiguiente escalada de subsidios y contrasubsidios puede llevar a una situación en que los costos superen los beneficios y todos pierdan.
El segundo problema reside en que lo que es bueno para Europa y Estados Unidos no es necesariamente bueno para el resto del mundo. Si el objetivo es la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel global, es posible que lo más ventajoso para la Tierra sea que los subsidios en dólares y euros se destinen a adquirir paneles solares chinos, que son de menor costo. De ese modo, con el mismo gasto se lograría una mayor reducción de las emisiones y una menor temperatura ambiente para toda la humanidad.
El tercer riesgo es que una guerra de subsidios lleve a desperdiciar recursos fiscales. Si las tasas de interés real a largo plazo en Estados Unidos y en la Unión Europea permanecen por debajo de la tasa de crecimiento de sus economías, como proyectan muchos economistas eminentes, entonces lo anterior carece de importancia, dado que esos gobiernos pueden gastar y endeudarse sin tener que elevar los impuestos en el futuro. Por el contrario, si la era de las tasas de interés bajas ha terminado, entonces el enorme costo fiscal de los subsidios debería ser motivo de preocupación.
¿Cuán graves son estos riesgos económicos? Nadie lo puede saber con certeza, pero existen razones para tomar las advertencias calamitosas con cierto escepticismo. Por ejemplo, ciertas estimaciones recientes sugieren que la guerra comercial de Trump contra China tuvo consecuencias menores en la economía estadounidense, con una pérdida de bienestar de apenas alrededor del 0,1% del PIB. Y esa guerra se libró con aranceles, los cuales desalientan el comercio, mientras que los subsidios alientan la beneficiosa reducción de emisiones. Además, los requisitos para recibir subsidios dependen de complejas exigencias de “contenido nacional”, las que se pueden relajar si se vuelven demasiado onerosas.
Más aún, es muy probable que una guerra de subsidios entre Estados Unidos y la Unión Europea tenga consecuencias económicas limitadas para el resto del mundo. Es posible que resulten perjudicadas algunas empresas domiciliadas fuera de dichas regiones, pero, si los subsidios aceleran la transición a la energía limpia y ayudan a contener el calentamiento global, todo el mundo se beneficiará.
Lo mismo vale para los riesgos fiscales. Es posible que a la larga tanto Estados Unidos como la Unión Europea enfrenten problemas si las tasas de interés reales continúan aumentando y permanecen altas. Pero, de llegar ese momento, hay muchas otras partidas de gastos superfluos que se podría y se debería reducir antes de recortar los subsidios verdes.
El riesgo más inminente es de orden político. Los subsidios estadounidenses infringen las reglas de la Organización Mundial del Comercio que prohíben la discriminación contra productos o empresas sobre la base del país de origen. La Unión Europea no debe actuar de la misma manera que Biden. En un momento en que las tensiones geopolíticas han aumentado, las principales democracias del mundo no deberían socavar sino fortalecer un sistema global basado en reglas.
Lo más preocupante es que una guerra de subsidios podría agriar las relaciones políticas y diplomáticas entre Estados Unidos y la Unión Europea en el peor momento posible, cuando las democracias liberales enfrentan la agresión rusa contra Ucrania, el expansionismo chino, y regímenes iliberales en Europa Central y Oriental, Asia y América Latina. Si se han de mitigar las peores consecuencias del cambio climático, las autoridades estadounidenses y europeas deben trabajar en conjunto, en lugar dedicarse a librar batallas mezquinas en torno a los subsidios verdes.
Traducción de Ana María Velasco
Andrés Velasco, excandidato a la presidencia y ex Ministro de Hacienda de Chile, es Decano de la Escuela de Políticas Públicas de la London School of Economics and Political Science.
Copyright: Project Syndicate, 2023.
www.project-syndicate.org
Andrés Velasco
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