Perspectivas

Fray Juan Antonio Navarrete: Diablos en un Arca de Letras

15/07/2023

Fray Juan Antonio Navarrete (1749-1814) es como un artista plástico de nuestro tiempo colonial que con palabras de colores magníficos pinta y dibuja y hasta esculpe una estratigrafía sutil de buena parte de las gentes y las cosas de entonces…, y hace un Arca de Letras que puso a navegar en el Teatro Universal  que es toda cultura… De la obra del fraile, José Balza estructura el acertado título de un exquisito ensayo –“La imagen imaginante: Fray J. A. Navarrete” – cuya obsesión, dice de él, “es nítida: nada de cuanto sea debe o puede dejar de ser escrito.”

En esa suerte de urdimbre de nuestra cotidianidad que es Arca de Letras y Teatro Universal, Navarrete cubre una parte importante del dieciocho y los terribles años iniciales del siglo diecinueve… Convoca a la paciencia conventual de su particular enciclopedismo la historia, la filosofía, la política, las artes, la biografía, la geografía, la teología, lo anecdótico y, por supuesto, la religión… El fraile anda como con las orejas pegadas a la vida de todos y de todo, como para que nada se le escape, y en varias ocasiones pudo saber del diablo y atraparlo para nosotros en su Arca.

Navarrete declara que San Miguel –Príncipe de los Ejércitos del Señor– es su tutor y patrón cuando dice que “no es lícito maldecir al Diablo particularmente a los que están en pecado mortal: porque es maldecirse a sí mismo, por estar en el mismo estado de desprecio de que juzgan al Demonio por su pecado.” (Navarrete, J. A., I:222, Nº 14) Su base es el libro bíblico de el Eclesiástico (20, 31): “Cuando el impío maldice a su enemigo, se maldice a sí mismo. El que siempre critica a los demás se mancha a sí mismo y se hace aborrecible a todos los que lo rodean.” Y de su arcángel protector y vencedor del diablo toma el ejemplo para fortalecer la sagrada recomendación de la santa palabra, pues él, “Soberano, y celestial Príncipe el Señor San Miguel, mi especial Tutor y Patrón, benedictus sit ipse [bendito por sí mismo], que altercando con el Diablo sobre el cuerpo de Moisés para que no quedara a la pública veneración de los Hebreos por ser tan propensos a la idolatría, no se atrevió a maldecirlo como imprudentemente hacen los hombres a cada paso”… (Navarrete, J. A., I:122, Nº 14)

El demonio, empero, “No puede causar en un entendimiento la visión, o revelación pura intelectual”, pues esta visión, escribe Navarrete, “tiene su origen en el mismo entendimiento sin dependencia alguna de la operación de la fantasía que es la parte inferior”…, a la que pertenece el demonio como agente extrínseco que es… Por el contrario, Dios representa “el entendimiento racional.” De aquí “que el Demonio, ni ángel alguno bueno, no puede tocar por sí inmediatamente la parte superior del Alma, ni entrar allí de modo alguno inmediato, sino solamente Dios, que por eso se llama él solo el dueño y escudriñador de los Secretos del corazón.” (Navarrete, J. A., I:219, Nº 12)

A este escenario Navarrete arrima el asunto de las visiones, materia que también aborda, y en el que por supuesto el diablo suele tener cabida. Advierte el fraile que “cuando ocurren debemos preguntarles con ánimo y valor quién es y de dónde viene” y remite a la experiencia de Josué y su encuentro con San Miguel. “Sucedió que Josué, estando por los alrededores de Jericó, levantó los ojos y vio un hombre delante de sí con la espada desenvainada. Se dirigió a él y le dijo: ‘¿Eres tú de los nuestros o de los enemigos?’ El hombre respondió: ‘No, soy el jefe del ejército de Yavé y acabo de llegar’. Josué se postró en tierra, lo adoró y le dijo: ‘¿Qué ordena mi Señor a su servidor?’ El jefe del ejército de Yavé le dijo: ‘Quítate el calzado de tus pies; el lugar que pisas es santo’. Así lo hizo Josué.” (5, 13-15) Esta visión, por demás benevolente, depara gozo, afirma Navarrete: “si fuere Ángel o Santo del cielo para alguna revelación buena, el temor que entonces naturalmente nace, se convertirá en gozo”, pero “si fuere alguna tentación diabólica, con la pregunta se desvanece prontamente.” (Navarrete, J. A., I:693, Nº 1)

Navarrete se refiere, asimismo, a la piedra preciosa que llaman demonio, estrechamente vinculada a “la virtud de hacer invisibles a los hombres y seguros y vencedores contra cualquier enemigo”, según piensan “los supersticiosos y embaucadores”. Interesante el comentario, particularmente ahora cuando ha resurgido la litoterapia que, en esencia, propugna las mismas cualidades curativas y, en general, protectoras, con las que algunas piedras o preparados con ellas se usaban en la antigüedad y en el medioevo… Hildegarda, la Abadesa de Bingen –maravilloso personaje, por lo demás, del siglo XII– dejó claro para la mentalidad cristiana, por ejemplo, que “el demonio aborrece las piedras preciosas, las odia y las desprecia, porque recuerda que su belleza se manifestaba en él antes de su caída de la gloria que Dios le había dado; y también porque algunas piedras preciosas nacen del fuego en el que él recibe su castigo.” Y en sus recetas recomendaba que a la menor sospecha de posesión demoníaca se colocara en la boca de la persona un diamante… (Hildegarda de Bingen, versión electrónica)

En otras materias que igualmente nos interesan para este trabajo, especial cuidado dedica Navarrete al asunto de los condenados, punto al que remite al lector desde la entrada Infierno, de su Arca. Mucha e interesantísima información acerca de ese binomio ofrece este particular enciclopedista, toda ella apegada, según lo demuestra con el soporte bibliográfico, a la doctrina cristiana… Destaca en sus apuntaciones el papel que en la salvación de los hijos de Dios desempeña la Santísima Virgen y los atropellos que el diablo procura infligir a la existencia humana… La Virgen es misericordiosa para con los hombres y esta doctrina es “digna de saberse”, escribe Navarrete, pues “la Señora con su protección abrevia la vida a los hombres que se han de condenar, porque el Diablo procura que vivan mucho tiempo, porque sabe que mientras más tiempo viven, más pena, dolor y tormento tendrán; y como la Señora no puede evitarles la condenación porque ellos mismos la quieren con su continua mala vida sin enmienda, hace lo que puede para siquiera librarlos de mayor tormento en el mismo infierno.” (Navarrete, J. A., I:195) Recordemos la controversia que se presentó con la imagen de Nuestra Señora de la Luz…

Navarrete, asimismo, remite a varias fuentes que tratan tanto del tamaño del infierno –“una superficie de mil seiscientos estadios” (Apocalipsis 14, 20), o sea, 5 pies, equivalentes a 1,393 m.– como el asunto de si hay en el infierno personas en cuerpo y alma o si otros han regresado o resucitado de él…

Finalmente, Navarrete resume en el peculiar estilo que caracteriza su discurso, el tema de los endemoniados, e informa de un caso de posesión demoníaca en Caracas y de otro en España… “En orden a Endemoniados –escribe– se debe advertir que, como hay obsesos y posesos, los exorcismos de la Iglesia no son, ni sirven, para los obsesos, que suelen ser Almas Santísimas, como el Santo Job y San Antonio Abad. (Navarrete, J. A., I:225) Y en cuanto a una suerte de “sabiduría” que a veces despliega el diablo, afirma el fraile “que los Demonios cuanto por sus encantadores, hechiceros, magos y adivinos, pronostican cosas futuras y se cumplen, es porque ya Dios los ha hecho sabedores y autores de lo mismo que dicen para castigo de los mismos que invocan a sirven al Demonio. Y de allí la causa antigua, de darle Dios a los Demonios, poder sobre los hombres.” (Navarrete, J. A., I:225)

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 Del libro de Rafael A. Strauss El Diablo en Venezuela. Certezas, Comentarios, Preguntas. Fundación Bigott, Bigotteca, Serie Orígenes, Caracas, 2003.


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