En Brasil, el Cristo Redentor vestido de médico // Diario de la peste

El Cristo Redentor con una proyección de una bata médica en honor al trabajo del personal de salud durante la pandemia. Fotografía de Carl De Souza | AFP

14/04/2020

En Brasil, el Cristo Redentor vestido de médico.

Fotografía en el diario Folha de São Paulo.

Cristo con bata y estetoscopio.

Miramos hacia arriba y nos sentimos más tranquilos, dice un habitante de Río de Janeiro.

Otro dice: me dio susto. Significa que la cosa está grave.

Cristo vestido de médico.

Un Cristo técnico, que estudió en una escuela y salva con el auxilio de las máquinas.

«Un hombre que rompió la prohibición de estar en casa y fue a tratar de perseguir a su exmujer.»

En el norte de Portugal, otro hombre se arrodilla en la calle al paso de la Cruz en las manos de un cura.

A pesar de todo, la importancia de las manos.

Está vestido de médico, dice alguien sobre el Cristo Redentor, pero sus manos siguen igual.

Las manos siguen presentes en el siglo XXI. Ninguna máquina las ha eliminado.

En Brasil, una artista dice que descubrió en su casa sombras que nunca había visto.

Porque nunca había estado en casa a esa hora.

Me imagino un cuerpo totalmente técnico y ateo con excepción de las manos, que son creyentes.

Las manos fuera del resto del cuerpo, como si eso fuera posible.

Pete Seeger con un banjo, en los años 60 del siglo XX, pidiendo 8 horas de trabajo, 8 de esparcimiento y 8 para dormir.

Pensar en la nueva distribución del día: una hora para tener miedo.

O una hora para estar tenso.

Andrew Cuomo, gobernador de Nueva York, describió la propagación rápida del virus: «un fuego que arde a través de la hierba seca con un viento fuerte».

Atahualpa Yupanqui y una milonga para quebrar a los más fuertes. «Milonga triste.»

Los más fuertes son los que más fácil se rompen —como enseñan las parábolas de Oriente.

Es tu fuerza la que te derriba, etc.

En judo, entre más fuerte viene el bruto, más se rompe el hocico contra el suelo.

Sanders apoya a Biden para la casa Blanca.

La voz de Yupanqui parte en cuatrocientos trozos al más serio de los seres humanos.

Una pregunta: ¿conoces todas las sombras de tu casa?

En España, sólo dos personas, como máximo, pueden estar presentes en el funeral.

Dicen que el virus puede viajar de los pulmones al cerebro.

Imagen de un familiar al lado del ataúd, a dos metros, con cubrebocas.

Y un cura frente al ataúd, también con cubrebocas y a dos metros.

La decisión. ¿Quiénes son los dos que se van a despedir del muerto?

¿El hermano menor o el mayor?

¿La mujer o el hijo?

A veces otra persona se acerca. Como máximo, una.

No es un familiar, quiere presentar sus respetos.

Quien tiene el mismo miedo tiene el mismo olor, quien tiene el mismo olor tiene el mismo nombre, quien tiene el mismo nombre tiene el mismo miedo. Y quien tiene el mismo miedo tiene el mismo olor.

Las especies animales se distinguen por el olfato.

Quien pierde el olfato, pierde a su familia.

Un cura (español) dice que mucha gente no entiende estas restricciones en los funerales; otros sí.

Los funerales se han vuelto peligrosos para los vivos.

Recomiendo Tanizaki, El elogio de la sombra.

«El confinamiento en Irlanda, prolongado hasta el 5 de mayo; un inconveniente para algunos que salvará la vida de otros.»

La pequeña molestia para uno, la muerte para el otro.

Nunca habíamos estado tan separados.

Disculpe la molestia, pero prefiero estar vivo.

Cada persona, un enemigo.

Alguien me llama por teléfono y me dice que salió a la calle al cabo de tres semanas.

Y me dice también que le tiemblan las piernas.

El indigente de la calle sigue allí y asegura que él no se contagia de nada.

Ya he pasado tanta hambre, dice.

Y realmente, se ve como siempre.

La presidente de la Comisión Europea dijo ayer que los más viejos tal vez tengan que quedarse en casa hasta fin de año.

Se habla de tres vacunas y de la imposibilidad de la vacuna.

Deberíamos detenernos a mirar a este Cristo médico en Río de Janeiro.

El siglo entero, como si fuera una persona, sentado con la boca abierta, mirando al Cristo vestido como si la ciudad debajo fuera un hospital.

El siglo con la boca abierta.

Me imagino, súbitamente, en esta Pascua y en cada iglesia, a muchos creyentes haciendo lo mismo.

Una herejía ciertamente en otros tiempos, pero no ahora.

Vestir a Cristo de médico.

Las cruces, millones de cruces en todos lados, con Cristo vestido de médico.

Como antes vestían ciertos niños a las muñecas o a los muñecos.

Bata y estetoscopio.

Respiro y pienso: cuánto tiempo ha pasado en tan poco tiempo.

En un mes, mil años o más.

Tanto tiempo en tan pequeño mes.

Si viene un nuevo Cristo, que sea médico, se pide en estos días.

Se pide un medicamento o una vacuna.

Ya no aguantamos estar en casa.

***

Este texto fue publicado originalmente en portugués en el diario Expresso de Portugal el 13 de abril de 2020. La traducción al español es de Paula Abramo.


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