Fotografía de Xavier Galiana | AFP
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1.
“El secretario general de las Naciones Unidas ha avisado que “el planeta está enviando una señal de sufrimiento”, en un mensaje en vídeo dirigida a los “participantes en la Cumbre del Clima COP27, en Egipto…”
Dos canales de información, y dos emisores. Uno, el secretario general de las Naciones Unidas, el otro, el planeta mismo. Un planeta que, como en la ciencia ficción o en los dibujos de la televisión, de pronto empieza a hablar. En qué lengua, esa es otra cuestión. La respuesta: quizá no en una lengua de diccionario, sino en una lengua más sensitiva: la temperatura. La temperatura del vasto mundo habla y dice que es fuerte, según parece.
De todos modos, la tierra, el agua, el aire y el fuego –los viejos cuatro elementos– parecen estar temblando, en modo de susto; algo ocurre en el espacio que parecía estar sólo quieto, doméstico y disponible para que el cerebro y la mano humana decidieran sobre él.
En la cumbre se ha alertado sobre “inundaciones históricas” y “repetidas olas de calor en Europa, además de huracanes, incendios o sequías.” Muchas plagas de nuevo casi bíblicas andan ahí, anunciadas no en papel y lenguaje, sino muchas veces en estadísticas concretas. Y sí, los insectos también andan atontados: algunos, en lugar de reproducirse en cantidades diabólicas y atacarnos, como en el antiguo Egipto, solamente parecen estar desapareciendo del paisaje. En lugar de atacar, se evaporan.
Algunas de las nuevísimas plagas del clima moderno post bíblico –un apocalipsis muy moderno– son, pues, desapariciones. Nos asustamos con lo que aparece con demasiada fuerza y con lo que desaparece sin hacer ruido alguno.
2.
Las señales enviadas por el mundo están ahí –por la tierra, montañas y valles, aire, nubes, fuego, mucho fuego y agua o sequía, mucha sequía–.
Demasiado fuego por un lado, demasiados temblores por el otro. Lo excesivo empieza a ser el centro. Como si los días caminaran, en diferentes esquinas del mundo, hacia sus límites. Tan cercanos al abismo. Días casi suicidas, podría decirse.
3.
Pero fijémonos también en el lenguaje. La tierra “envía señales de sufrimiento”: así se personalizan, no sólo los animales o las plantas –sino también el agua, la montaña, el Polo norte y Sur, las nubes, las rocas: todo sufre y “envía señales”–.
La idea de que las ‘cosas’, desde siempre designadas como inanimadas, sufren, es una idea reciente, pero está recorriendo sólidamente su camino. El agua sufre, la piedra sufre, la montaña sufre. Pero claro que llevar esto al límite, este razonamiento, puede ponernos a hablar, por ejemplo, del sufrimiento del aire –y esto quizá sea pacífico– la contaminación es su causa evidente. Sobrará el fuego, el raro fuego.
Y sí, la conclusión quizá sea la siguiente: de los cuatro elementos clásicos con los que los griegos organizaban un universo –tierra, agua, aire y fuego– quizá los tres primeros sean aquellos que sufren y la gran causa de ese sufrimiento sea el fuego, es decir, traduciendo a algo más evidente: la temperatura, sí, de nuevo. Según “datos difundidos por la Organización Meteorológica Mundial (OMM), los ocho años entre 2015 y 2022 serán los más calientes nunca registrados”.
Como un nuevo diablo muy disponible para ser medido, la temperatura está ahí: incendia y derrite; amenaza y después destruye.
4.
El fuego se está acercando demasiado a los demás elementos: la tierra está caliente, el aire irrespirable, el hielo se derrite y el agua inunda. Todos los mitos nos han enseñado, pero somos tercos: humano, ¡no te metas, no te atrevas, cuidado, ten cuidado, no te metas con el fuego!
5.
En un clásico de estos temas de la naturaleza, “Pensar como una montaña” de Aldo Leopold, se escribe una bella síntesis: “El hombre evalúa todas las cosas por el efecto en sí mismo”.
La cuestión que surge, de este bello título, es esta: ¿seremos capaces de pensar como una montaña?
Difícil, difícil; muy difícil.
***
Traducción de Leonor López de Carrión
Originalmente publicado no Jornal Expresso
Gonçalo M. Tavares
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