Fotografía de FRANCESCO DEGASPERI | AFP
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LONDRES – ¿Cómo deberían las familias financiar los gastos producto de la pandemia? El Ministro de Hacienda de un gobierno conservador propone que debería ser con más ayuda del Estado. Gracias, pero no gracias, responden los miembros del congreso del país. Las familias pueden utilizar sus propios fondos acumulados en cuentas previsionales, y el gobierno debería darles acceso a dichos fondos.
Los expertos de todas las corrientes políticas señalan que el gobierno no está muy endeudado y podría gastar más. Este país está harto de expertos, replican los parlamentarios progresistas. ¡La gente quiere su dinero y lo quiere ahora mismo!
Cuando el imperio del mal finalmente se ve obligado a abrir la caja fuerte de las pensiones, la líder de los bienhechores atraviesa corriendo el hall del congreso luciendo una capa de súper héroe color magenta. Sus seguidores la aplauden a rabiar.
¿El mundo al revés? ¿Un cuento de ciencia ficción en una galaxia muy lejana? No; tan solo un día laboral común y corriente en el parlamento de la República de Chile.
Chile solía ser el país latinoamericano serio y sensato. En Argentina se idolatraba a Diego Maradona por haber metido un gol con la mano de dios. Si hubiera sido chileno, lo habrían abucheado. Pero las cosas han cambiado. Con sus payasadas recientes, los políticos chilenos de izquierda y de derecha han estado en estrecha competencia con otros demagogos latinoamericanos.
En Chile los ahorros previsionales están exentos de impuestos, de modo que cuando las personas de ingresos altos retiran sus fondos antes de llegar a la edad de la jubilación deberían pagar impuestos, ¿verdad? No, dicen los parlamentarios chilenos de todo el espectro político. Cuando un corajudo senador socialdemócrata sostuvo que debían tributar, unos matones publicaron la dirección de su casa en las redes sociales e invitaron a otros matones a hacerle una visita.
¿Por qué alguien de buen corazón induciría a los hogares a recurrir a sus ahorros previsionales para poder comer durante la pandemia, cuando hay alternativas más compasivas? La respuesta reiterada de la oposición chilena es que ante la crisis el gobierno actuó tarde y arrastrando los pies.
Algo de verdad hay en esto: el presidente Sebastián Piñera se demoró en asumir la gravedad de la pandemia, y sus paquetes iniciales de ayuda fueron escasos. Pero ya en octubre de 2020 el Fondo Monetario Internacional informaba que Chile había dedicado más del 8% de su PIB a medidas fiscales discrecionales para combatir el virus y sus repercusiones económicas –menos que los países ricos de América del Norte y de Europa, pero mucho más que la mayoría de sus vecinos latinoamericanos–. El gobierno pudo haber hecho más y debió hacerlo; sin embargo, el FMI concluye que en materia de apoyo financiero directo a los hogares, Chile ocupa el segundo lugar de la región después de Brasil.
Más aún, siempre ha habido algo de engañoso en la afirmación de que los fondos previsionales eran la única opción porque el gobierno se negaba a gastar más. El variopinto grupo de derechistas e izquierdistas que reunió una súper mayoría para enmendar la constitución y obligar al gobierno a liberar los ahorros previsionales, podría haber empleado las mismas tácticas para presionarlo a fin de que transfiriera más efectivo a las familias y a las empresas pequeñas.
La decisión de no hacerlo refleja una combinación de convicción y desesperación. La convicción –ampliamente compartida por los chilenos– es que el sistema de pensiones del país requiere un cambio. Si bien el sistema de cuentas individuales de jubilación gestionadas por administradoras de fondos privados (o AFP) suele ser el favorito de los expertos, las pensiones que paga son bajas. Ahora, lo mismo sucedería con casi cualquier otro sistema, dado que los chilenos ahorran muy poco (el 10% de sus ingresos, en comparación con el 15% o más en muchos países de la OCDE) y jubilan temprano en relación a la expectativa de vida, que va en aumento en el país (una mujer chilena que jubila a los 60 años vivirá en promedio hasta los 90).
Una manera razonable de responder habría sido llevando a cabo una reforma que aumentara el ahorro previsional y proporcionara más seguros a quienes se ven afectados por salarios bajos, mala salud o cesantía prolongada. Pero, ¿por qué negociar durante meses para llegar a un acuerdo que dejaría a todos algo descontentos (la propia definición de un acuerdo) cuando es posible vaciar las arcas ahora y preocuparse de las consecuencias después?
El congreso chileno acaba de autorizar un segundo retiro de ahorros previsionales, con lo cual casi la mitad de los afiliados –mayormente trabajadores pobres, con remuneraciones bajas y volátiles– quedarán sin fondos en sus cuentas. ¿Quién financiará sus pensiones? Nadie lo sabe.
A los promotores del retiro de fondos les gusta creer que les han asestado un golpe mortal a las AFP. No es así. Las rentas de la industria no provienen de una porcentaje del capital que gestiona, sino de un porcentaje del sueldo mensual de los afiliados. Por lo tanto, las AFP mantendrán los mismos ingresos, pero ahora con menores gastos porque los activos que administra habrán disminuido en casi 40 mil millones de dólares.
Después del primer retiro, realizado en agosto, un sondeo reveló que la confianza del público en las AFP había aumentado. Y puesto que ahora los afiliados están seguros de que el dinero es suyo (antes muchos lo dudaban), cualquier intento futuro por redistribuir de los afiliados ricos a los pobres enfrentará resistencia política. Cuesta imaginar una política más regresiva, impulsada en este caso por quienes se dicen progresistas.
Los miembros del parlamento chileno actúan de manera tan obtusa porque están desesperados. Nunca antes en la historia de Chile los ciudadanos habían tenido una opinión tan mala sobre los políticos. De acuerdo a otro sondeo reciente, la tasa de aprobación del congreso apenas alcanza el 13%, y la cifra para los principales partidos políticos es igual de baja o menor. Como en el país se realizarán 7 elecciones en 2021, muchos políticos hoy están dispuestos a hacer lo que sea necesario para seducir a los votantes.
Una actitud como esta solo puede producir políticas públicas miopes. Y aún peor es que las políticas malas rinden frutos políticos: Pamela Jiles, la conductora de televisión convertida en diputada que lució la capa de súper héroe, cuenta hoy con una aprobación más alta que ningún otro político en el país. Da la tentación de exclamar, junto con el personaje de La guerra de las galaxias Padmé Amidala: «De modo que así es como muere la libertad… con un aplauso atronador».
Desde luego que este frenesí no es únicamente chileno. La moda de vaciar las arcas previsionales comenzó en Perú. En Argentina, un nuevo gobierno peronista está empeñado una vez más en desestabilizar la economía. En Brasil y México, sus presidentes pasaron meses menospreciando a los científicos y sosteniendo que no valía la pena preocuparse del Covid-19.
Puesto que las políticas que producen son tan absurdas, los ciclos populistas a la larga chocan de frente con la realidad y llegan a su fin. Así y todo, el presidente estadounidense Donald Trump recibió 74 millones de votos luego de su grotesco manejo de la pandemia (y de muchas cosas más). Para desgracia de mucha gente –y demasiados ciudadanos chilenos– el fin del ciclo populista aún no llega. Hasta entonces, que la fuerza nos acompañe.
Traducción de Ana María Velasco
Andrés Velasco, excandidato a la presidencia y ex Ministro de Hacienda de Chile, es Decano de la Escuela de Políticas Públicas de la London School of Economics and Political Science.
Copyright: Project Syndicate, 2020.
www.project-syndicate.org
Andrés Velasco
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