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El fútbol de los barrios marginales define a la selección francesa
Fotografía de FRANCK FIFE / AFP
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Los suburbios y vecindarios que rodean a París son vistos por muchos como zonas peligrosas y fuentes de conflicto, pero son también uno de los mejores semilleros de talento en todo Europa; un tercio de los galos convocados al Mundial de Rusia surgieron de allí.
Jean-François Suner, el gerente general del A. S. Bondy —el equipo de Mbappé antes del Mónaco, del Paris Saint-Germain y del Mundial de Rusia 2018—, recuerda que solo pudo decir “wow” cuando vio por primera vez al delantero francés.
Y Antonio Riccardi, el primer entrenador de Bondy que trabajó con Mbappé, dijo que era un niño que hacía “todo mejor, más rápido, más seguido” que sus pares. Su talento sí necesitaba refinarse, pero Riccardi supo desde un inicio que no había cómo frenarlo. “Era el mejor niño que entrenaba. Probablemente siempre será el mejor que haya entrenado”.
Sabían que era especial, pero no sabían —no podían saber— hasta dónde lo iba a llevar ese talento: campeón de la liga francesa, el segundo jugador más costoso del mundo y el puntero con el que Francia espera triunfar en el Mundial de Rusia. Todo mientras sigue siendo adolescente.
Tampoco había cómo predecir qué tanto se convertiría en un símbolo de Bondy, una comuna a unos kilómetros —pero en realidad, a un mundo— de distancia del París central, y, con ello, de todos esos suburbios y barrios satelitales de los que Bondy forma parte.
Oficialmente, Bondy es parte de la isla de Francia, la región metropolitana parisina. Aunque muchas personas lo consideran en realidad una parte norteña de los banlieues: aquellos lugares de clase trabajadora y comunidades de varias etnias y razas que se han vuelto sinónimo de disturbios y descontento social, y que son vistos como semilleros de la delincuencia y el terrorismo. De ahí proviene Mbappé; ese es el mundo que representa.
Hay decenas de historias como la suya en los banlieues, los barrios periféricos. Si cambiamos a Mbappé y a Bondy, tenemos a Paul Pogba en Lagny-Sur-Marne y Roissy-en-Brie, o a N’Golo Kanté en Suresnes, a Blaise Matuidi en Fontenay-sous-Bois, a Benjamin Mendy en Longjumeau. Todos siguieron el mismo camino.
Y es que aquí, en estas torres habitacionales de los banlieues parisinos, es donde Francia tiende a encontrar a sus jugadores de fútbol; cientos de ellos van a Clairefontaine, el centro de entrenamiento nacional; decenas terminan jugando en ligas profesionales del país o en el extranjero y, este verano, unos de ellos representarán a los galos en el Mundial de Rusia 2018.
De los veintitrés jugadores con los que el director técnico francés Didier Deschamps contará en Rusia, ocho empezaron aquí, en estos barrios. Mbappé es uno, pero también Pogba, Kanté, Mendy y Matuidi, al igual que Alphonse Areola, Presnel Kimpembe y Steven Nzonzi. Muchos otros estuvieron a un paso de quedar en la lista.
El equipo francés, que involucra a una generación de jugadores considerados los mejores en veinte años —un grupo suficientemente bueno para ganar la copa— se forjó en Bondy y en lugares similares. Es una selección construida a la sombra de la Ciudad Luz.
En busca del que sigue
Hace unos meses, Huseyin Ergunes llamó a Yves Gergaud para decirle que valía la pena que visitara Argenteuil, el equipo que entrena Ergunes.
Este club fue fundado hace apenas unos años, en buena medida como proyecto social, dijo Ergunes, para fomentar la “cohesión social”: que los jóvenes tuvieran qué hacer y adónde ir.
Pero Ergunes no es solo un trabajador social, es también un entrenador. Así que cada vez que piensa que tiene un jugador con suficiente talento como para interesar a algún equipo profesional, llama a personas como Gergaud. Él fue cazatalentos juvenil para el Paris Saint-Germain (PSG) durante cinco años y ahora se encarga del reclutamiento de jóvenes de 17 a 20 años para Sochaux, equipo de la Ligue 1 —la primera división francesa— con sede en Montbéliard, cerca de la frontera con Suiza.
El sitio más fértil para el reclutamiento es justamente aquí, la isla de Francia, porque es quizá el sitio con la mayor concentración de talento en prácticamente toda Europa. Y también es donde hay mayor competencia: muchos aseguran que hay más cazatalentos en los alrededores de París que en cualquier otro lugar del mundo fuera de São Paulo.
“Cuando trabajas con jugadores jóvenes lo último que quieres es perderte al próximo grandioso”, dijo Gergaud.
O, lo que sería peor, que alguien más lo contacte antes. Los clubes parisinos, sobre todo el PSG, buscan el oro escondido en los banlieues, claro, pero lo mismo hacen los grandes equipos franceses, hasta Lyon y Marsella, que tienen zonas de reclutamiento propias.
Ahora también llegan cazatalentos de la Liga Premier inglesa. La competencia es tal que equipos como Sochaux mandan a personas —incluido Gergaud— a buscar a jugadores desde que tienen 11 o 12 años.
Lo que atrae a todos es la cantidad de talento, pero, sobre todo, el tipo de jugador que sale de estos barrios. Mohamed Coulibaly, entrenador en el A. A. S. Sarcelles, lo describió como “atlético, vigoroso, dinámico, técnico, agresivo: el tipo que busca la selección nacional”.
Y no solo la nacional. En el Mundial de este año habrá jugadores que crecieron en la isla de Francia representando a Marruecos, Portugal, Túnez y Senegal.
El estilo de juego es el típico de los banlieues: equipos pequeños, fútbol rápido, personas de varias edades y todo en un espacio pequeño de canchas de concreto.
“Tenemos a los mejores jugadores juveniles enfrentándose cada fin de semana”, dijo Coulibaly sobre los partidos entre los clubes formales de los banlieues. “Eso es lo que hace la diferencia”.
Los sueños
Unos días antes de un partido clave de la copa local, Riccardi, el exentrenador de Mbappé, tomó una decisión. En vez de entrenar en el pasto artificial del estadio Léo Lagrange, donde se realizan casi todas las sesiones del Bondy, sus jugadores practicarían en un campo de tierra. Ahí el balón rebota con trayectorias inesperadas. La superficie está desnivelada. El polvo salta hacia la cara de los jugadores.
Riccardi no perdona si un toque de balón no sale como debe; dice que ha descubierto que los jugadores de los banlieues responden mejor a los regaños que a las promesas vacías: muchos saben que no se trata solo de un partido.
“Kylian es el ejemplo más claro para ellos. Es su luminaria, hizo lo que ellos podrían hacer mientras estaba en las mismas canchas y en los mismos vestidores. Hace apenas unos años estaba aquí, igual que ellos”, dijo.
Tener a una estrella guía tan clara es una inspiración poderosa. Al Bondy han llegado muchos jóvenes que esperan inscribirse desde que Mbappé pasó por ahí, con la creencia de que podrán seguir su camino.
Sin embargo, eso también tiene un aspecto negativo. Como hay tantos jugadores en estos barrios que ya lo han logrado, como la posibilidad parece tan real, el sueño se ha vuelto objetivo de muchos. Pero no todos podrán lograrlo. Riccardi intenta advertirle a sus jugadores, pero es difícil.
Y el sueño también puede volverse casi una meta para toda una familia. Coulibaly, del Sarcelles, recuerda casos de padres que “se han vuelto algo locos en la última década”. “Se dan cuenta del dinero que podría conseguir su hijo”, indicó, y se vuelve casi una obsesión intentar que lo logren. “Un padre me preguntó cuál era el proyecto para su hijo. Le respondí que el proyecto se llama escuela. El niño tenía 12 años”.
Todos creen que van a logarlo, o que tienen un hijo que va a lograrlo, y con ello llevar a toda la familia a una mejor vida. Pero solo unos pocos pueden.
La cruda realidad
Riccardi no cree que su función sea enseñar talento, sino direccionarlo y afinarlo. Pero también considera que es de suma importancia inculcarle valores a sus jugadores, sin importar si se mantienen dentro de las canchas en el futuro. “Puntualidad, cortesía, juego limpio, autoridad, respeto por la camiseta”.
Se toma el tiempo para saber exactamente cómo es la vida personal de sus jugadores. Algunos, como Mbappé, tienen familias fuertes que les dan seguridad. Otros están en situaciones más complicadas.
Hay unos 30.000 entrenadores en los banlieues para 235.000 jugadores registrados; más de un tercio tiene menos de 18. Eso significa que los entrenadores y el deporte desempeñan importantes papeles sociales. “Puede que estos niños batallen en la escuela, pero al ser excelentes jugadores de fútbol consiguen legitimidad y son respetados”, dijo Cyril Nazareth, profesor de sociología que estudia el papel del fútbol en esos barrios.
Francia, por muchos años, ha tenido una relación incómoda con su selección, no solo por malos desempeños en varios torneos, sino por escándalos como la huelga de jugadores durante el Mundial de Sudáfrica 2010 o cierto resentimiento porque algunos de los jugadores no entonan el himno nacional antes de los partidos.
Pero al centro de esas controversias se juegan prejuicios sociales. Los jugadores que encabezaron la huelga de 2010 crecieron en los banlieues. El capitán de la selección, Hugo Lloris, hijo de abogados de clase media en Niza, siempre entona La marsellesa; Karim Benzema y Franck Ribery, chicos de los banlieues, no.
“Así va la cosa: el fútbol en Francia significa clases trabajadoras, que significa banlieues, que implica rufianes”, dijo Stéphane Beaud, profesor de sociología en la Universidad de Poitiers que ha escrito sobre los vínculos entre la selección gala y la migración.
Beaud afirma que los crecientes temores sobre delitos y terrorismo, con los prejuicios vinculados a suburbios multiétnicos, así como el ascenso de políticas nativistas, han atizado la idea de que los jugadores de los banlieues, y por tanto los mismos barrios, solo causan problemas.
¿Un cambio mundialista?
Los deportes y la infraestructura que estos requieren han tenido un efecto en los intentos de estimular el crecimiento en esos barrios. La construcción del estado nacional, el Stade de France, en Seine-St.-Denis (del que forma parte Bondy y que en 2005 fue sede de varios disturbios) para el Mundial de 1998 tenía la pretensión de transformar la vida allí. Aunque eso fracasó, Francia espera que los Juegos Olímpicos de 2024 tengan éxito: en esa misma zona estarán el centro acuático, la Villa Olímpica y el centro de medios.
Sin embargo, quizá el efecto más potente es el de Mbappée y los demás jugadores como él. Esta selección francesa, además de que tiene varios jugadores de los banlieues, es vista como joven y, sobre todo, simpática. Es posible pensar que una victoria francesa en Rusia lograría mejorar la perspectiva de zonas como esas al igual que sucedió cuando el país fue campeón por última vez: la generación del 98 incluía a jugadores como Zinedine Zidane, Thierry Henry y Patrick Vieira, muestras de una Francia multicultural.
En Bondy no albergan muchas esperanzas. Así como Francia no renació después del triunfo de 1998, será necesario más que un buen Mundial para deshacerse de décadas de estigma y desdén. “Cuando las cosas les salen mal a los jugadores jóvenes, la gente dice que son malos chicos y culpan a los suburbios”, dijo Suner, el general del A. S. Bondy. “Y cuando todo sale bien, no dicen nada”.
Y es que el fútbol solo no puede lograr tanto. Líderes locales y trabajadores comunitarios como Riccardi y Coulibaly señalaron varias veces que los jóvenes de los banlieues necesitan más que una extremadamente improbable vía de salida.
“El éxito en lo deportivo ayuda a esconder el amplio fracaso social”, dijo Beaud. “La cantidad de talento futbolístico no debería hacernos olvidar que hay una escasez de oportunidades para la juventud aquí”.
Sin embargo, el que Mbappé y sus pares no puedan transformar por completo a la sociedad no implica que significan menos para estos lugares: son fuente de orgullo y de esperanza, evidencia de que los estereotipos no son la realidad.
“En el Mundial, algunos de los jugadores serán nuestros vecinos o nuestros hermanos pequeños”, dijo Coulibaly. “Son las personas de nuestro universo y por eso representan a Francia”.
Rory Smith y Elian Peltier
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