Fotografía de GSK / Flickr
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Paraguay ha eliminado la malaria y, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), es el primer país de América en lograrlo en casi cincuenta años.
No obstante, en todo el mundo se ha detenido el avance contra la enfermedad. Hubo un incremento en los casos de malaria entre 2015 y 2016, pasando de 211 millones a 216 millones.
Nueve países de América reportaron un aumento de al menos 20 por ciento en los casos de malaria durante ese periodo, un incremento más alto que el de cualquier otra región.
“Esta es una de esas enfermedades que se aferran”, afirmó Luis Alberto Moreno, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, que financia los principales esfuerzos para combatir la malaria en América.
“Si no aceleramos a fondo —si no nos concentramos profundamente en el asunto— la malaria regresará”.
Según la OMS, la malaria —una enfermedad de la sangre que se contrae mediante la picadura de un mosquito infectado— mata alrededor de 445.000 personas cada año, principalmente niños. Sin embargo, se conocen bien los tratamientos y las herramientas de prevención asequibles.
Los funcionarios de salud pública que asistieron al primer Congreso Mundial sobre la Malaria esta semana atribuyeron el éxito de Paraguay a la capacidad del sistema nacional de salud para detectar los casos con rapidez e investigar si la enfermedad se había transmitido en forma local o había sido importada.
Los expertos de la OMS esperan poder certificar a Argentina como un país libre de malaria a fines de este año, según Marcos A. Espinal, director del Departamento de Enfermedades Transmisibles en la Organización Panamericana de la Salud.
No obstante, otros países están recayendo en toda la región. Panamá, Nicaragua, Perú y Venezuela reportaron más infecciones de malaria en 2016 que en 2010. En Colombia, los casos se duplicaron de 2015 a 2016.
Los funcionarios afirman que el principal obstáculo es la autocomplacencia: a medida que ha disminuido el número de casos, en muchos países se han destinado a otras prioridades los recursos internos que se usaban para combatir la malaria.
“La voluntad política es el aspecto más importante para eliminar la malaria”, dijo Espinal. “Poseemos herramientas eficaces: mosquiteros, métodos de control de los vectores, tratamientos. Llegamos hasta un cierto punto —vemos el final del túnel— y entonces corremos el riesgo de dejar de sentirnos comprometidos con la causa”.
La situación es más grave en Venezuela, donde el presidente Nicolás Maduro se ha rehusado a aceptar la mayor parte de las donaciones médicas en medio de una crisis económica. Las infecciones de malaria, junto con la hambruna y la tuberculosis, han aumentado desde 2008.
Cuando los venezolanos cruzan las fronteras hacia Guyana, Colombia y la parte norte de Brasil, quizá se llevan consigo la infección. Según Alexandre Macedo de Oliveira, un investigador de malaria de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, las condiciones son favorables para la reproducción de los mosquitos en esas regiones, lo que puede aumentar la transmisión.
“Hasta que no haya un gobierno en Venezuela dispuesto a hacer algo al respecto, lo único que se puede hacer es esperar”, señaló Moreno, quien también participa en el Consejo para la Erradicación de la Malaria, un grupo de coordinación de acciones dirigido por Bill Gates. “Los mosquitos no respetan fronteras”, agregó Moreno.
En años recientes, se ha vuelto más complejo el combate contra la malaria en Centroamérica. Los casos persistentes se concentran en las áreas rurales, en donde las comunidades carecen de acceso inmediato a la atención médica y es difícil detectar y detener la transmisión.
Las inundaciones extremas pueden extender las áreas de reproducción de los mosquitos, y los dos tipos que son los principales causantes de malaria en la región —Anopheles darlingi y Anopheles albitarsis— han empezado a mostrar resistencia a los insecticidas.
A principios de este año, la Fundación de Bill y Melinda Gates, el Banco Interamericano de Desarrollo y la Fundación Carlos Slim anunciaron una aportación conjunta de 83,6 millones de dólares para eliminar la malaria de Centroamérica y la República Dominicana.
Una prioridad máxima es controlar al insecto en sí. Las personas que trabajan en salud ambiental reducen al mínimo las poblaciones de mosquitos recubriendo con insecticida las paredes de escuelas y casas vulnerables, una técnica llamada fumigación residual en interiores.
También drenan el agua en donde se podrían reproducir los mosquitos como los estanques calurosos, bloques de hormigón huecos y tapones de botellas desechadas.
Pero mientras sigan existiendo los mosquitos, incluso en los países donde se elimine la malaria persistirá el peligro de que reaparezca. Paraguay, como cualquier otro país con condiciones favorables para los mosquitos, tendrá que mantener un sistema de vigilancia exhaustivo.
“Prevenir una enfermedad es una inversión económica mucho mejor que combatirla con toda la fuerza”, señaló Moreno. “Lo peor que se puede hacer es eliminar la malaria y luego hacer que regrese”.
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Este texto fue publicado originalmente en The New York Times en español.
Emily Baumgaertner
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