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El callejón demográfico

25/04/2022

Retrato familiar, estado Táchira. Rafael Vicente Dulcey Morales, ca 1939. Archivo Fotografía Urbana

Herminia… Lastenia… Alguien cree conocer la identidad de la única mujer en este abigarrado grupo, pero no recuerda el nombre. «¿Será Hortensia o Lucrecia, quizá Rutilia?». De lo que sí tiene certeza es de que no todos los niños eran de ella. «Algunos eran de su hermana, muerta en 1932 de malaria.»

Podríamos llamarla Cariátide, nombre que daban los griegos a las estatuas que, además de decorar templos y otras edificaciones, cumplían la función de columna. Mujeres como Herminia, aludámosla así, sostenían -sostienen- el peso de sus familias y una buena porción del de sus sociedades.

Esta fotografía fue hecha por el larense Rafael Vicente Dulcey Morales (nacido en octubre de 1894), cuando Venezuela no llegaba a los cuatro millones de habitantes (el Censo de 1941 contabilizó 3.850.771 almas); si el país aspiraba a ingresar a la modernidad, tener una economía adulta y sacar provecho de sus recursos naturales debía aumentar su población: las mujeres tenían que cumplir con su parte. Su agotadora parte: elegir pareja, concebir, llevar a término los embarazos, criar el neonato y sacar de donde no había para que sobreviviera la infancia. ¿Tenía alguna ayuda de las instituciones para cumplir tan ciclópea tarea? Ninguna. De hecho, Herminia se casó con un primo o con un vecino; lo más probable es que lo hiciera con un primo, que había vivido en la casa de al lado y que, encima, era el viudo de su hermana muerta. Herminia no tenía opciones de ir un poco más allá a buscar pareja, no solo porque había abandonado los estudios en cuanto aprendió a leer, a escribir y a sacar algunas cuentas, sino porque ni soñaba conque el municipio o la iglesia organizara de cuando en cuando un baile público que atrajera a los jóvenes de otros pueblos y así ver caritas nuevas. El país que respiraba hondo tras la muerte de Gómez le exigía hijos, muchos hijos, porque como ni siquiera se los irían a vacunar, algunos morirían y ella era responsable del rápido remplazo, pero no pensaban en sus necesidades. En realidad, no era percibida como algo más que un vientre para nutrir la palpitante semilla, unos brazos para mecer recién nacidos y hervir pañales, y unos pechos para transmitir una mustia memoria de inmunidad contra las enfermedades infecciosas. ¿Servicios públicos, agua, energía eléctrica, atención sanitaria, educación…? Qué va, mijo. Para qué. Herminia es tan fuerte como sus antepasadas de mármol. Ella sola sostendrá el edificio de fertilidad que la pujante república ha echado sobre su cabeza.

El año en que Dulcey Morales hizo esta fotografía debió haber buenas cosechas. O, más bien, debió hacerse tras una seguidilla de años fecundos, no solo porque la familia creció a marchas inverosímiles sino porque los retoños lucen bien alimentados, bien vestidos y calzados, y la imagen nos entrega, además, las miradas despiertas de sus ojos brillantes. En estos años, el equilibrio entre población y recursos es muy frágil, de manera que cualquier alteración podía producir mortalidades catastróficas. Cierto es que alguien debió morir para que Herminia y su marido / primo recaudaran semejante prole en tan pocos años (tendrían que haber tenido varios embarazos múltiples para tener tal cantidad de hijos en edades tan similares), lo más probable es que en este grupo se congregue una intrincada combinación de huérfanos, que fueron a parar a esta casa como se allegan los restos de sucesivos naufragios a los recodos de los farallones.

Agricultura primitiva, cosechas de imposible previsión, pestes… son muchos los asedios que se pasean alrededor de familias como estas para echarle a un zarpazo a algunos de sus miembros. Por muy poca cosa puede desatarse una crisis de subsistencia y los bancos donde este día se apretujan los muchachitos como macetas de flores en un invernadero, quedarían medio vacíos.

Herminia nos mira levantando un poco la barbilla. ¿Para evitar un cabezazo del bebé?, puede ser. Pero lo más probable es que se haya propuesto fijar, con ayuda de la cámara, su orgullo. ¡Todos los suyos tienen zapatos! No solo están vivos, que ya es mucho decir, son despiertos, en pocos años estarán listos para dar su propio aporte a la sedienta demografía de Venezuela. Piénsese que, entre el primer censo, hecho en 1873, y el siguiente, de 1891, pasamos de 1.7 a 2.2 millones de venezolanos. Todo ese territorio vacío. Silencioso.

Herminia contiene la respiración y mira la cámara. Varios niños están vestidos con chivas (la ropa heredada del hermano o primo mayor), incluso ella; esas mangas zanconas se explican porque su pobre hermana, la que sucumbió a la malaria, era igual de delgada, pero con las extremidades más cortas. Pero van limpios y peinados con esmero. Es un logro. Como titánico va a ser el salto que el país dará en los años siguientes. A partir de la década de los 40, se les meterán las cabras para el corral a las enfermedades endémicas e infecciosas; mejorará la salud pública y los servicios; habrá una migración internacional creciente; habrá cada vez menos “angelitos”, inertes en sus cajas blancas, porque muchos más niños alcanzarán la edad adulta y recibirán cada vez mejor educación. El Estado se hará cada vez más presente y, claro, más responsable.

Pero este día no. Este mediodía tachirense, el país, una enormidad rural, tiene unas condiciones de vida muy precarias, lastradas por un desastre sociosanitario. No hay quien gestione el suministro de agua potable; y el alcantarillado, así como el sistema de cloacas, es una antigualla remanente del siglo XIX. El Ministerio de Sanidad y Asistencia Social se acabe de crear (en 1936), con la guía del doctor Arnoldo Gabaldón, pero a Herminia y su familia todavía no le llegan los beneficios. La lozanía que vemos en la foto es a pulmón. Pero, pensándolo bien, quizá les han puesto ya una primera tanda de vacunas. Quién quita que Dulcey Morales ande por ahí, con su cámara, en la retaguardia de la Dirección de Malariología, que quizá ha pasado por allí como una cabalgata salutífera. Algunas niñas tienen una gota de luz en la mirada. La luz de la confianza. En 1941, la expectativa de vida al nacer venezolano era de 40 años (39 para los hombres y 41 para las mujeres), pero en 1950 aumentará a 51 años para ellos y 54 para ella. Y, si a finales de los años 20 las mujeres tenían un promedio de seis hijos, estas, nacidas entre 1936 y 1940, parirán cuatro veces; y las que vengan al mundo entre 1946 y 1950 tendrán tres. Muy distinto, diría Herminia. A ella le tocó la parte difícil. Sin contar que en 1936, los venezolanos alfabetizados no pasaban de 38% (al concluir los años 60, siete de cada diez venezolanos podíamos leer y escribir. Nada menos). No por nada, en la segunda mitad del siglo XX, Venezuela cuadriplicó su población, lo que las investigadoras Brenda Yépez y Gloria Marrero califican de “regalo demográfico”. «Los cambios de la población venezolana durante el siglo XX son excepcionales. No existen evidencias de transformaciones tan singulares en la historia de la dinámica poblacional del país», afirmaron Yépez y Marrero en estudio publicado en Prodavinci, al que esta nota debe todos los datos.

Por suerte, Herminia no vivió para ver vaciarse el callejoncito de su casa en Táriba o La Grita. Los descendientes de estos niños crecieron en Venezuela, muchos persistieron en la agricultura, pero otros se hicieron petroleros y algunos llegaron a formarse en la ULA, pero entre sus bisnietos son muchos los que integran la estampida de venezolanos fugitivos de la devastación chavista que, según dio a conocer el sociólogo Tomás Páez, director del Observatorio de la Diáspora Venezolana, este sábado 23 de abril, ya supera los 7 millones.

—El número de migrantes venezolanos en el mundo -puntualizó Paéz- subió a 7.200.000; y se distribuyen en 91 países, ya que se sumaron algunos ciudadanos en Estados africanos. Solo en enero, 25.000 venezolanos pasaron por la frontera a Estados Unidos.

Es como si Herminia le estuviera diciendo al mundo: ahí tienes el regalo demográfico. Venezuela no podrá disfrutarlo. Será para otros 91 países. Y yo di mi aporte. Un óbolo de sangre y ojos como jagueyes. Que me quiten lo bailao.


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