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Dos balas se llevan a Daniel Torres, el fixer de los periodistas extranjeros
por Kejal Vyas
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A Daniel Torres le gustaba contar a sus amigos que su nueva vida comenzó cuando anunciaron la muerte de Hugo Chávez.
Pero el 5 de marzo de 2013, un día de pérdidas para millones, se convirtió en una bendición –decía a menudo– persignándose con la señal de la cruz.
Daniel había trabajado gran parte de su vida como taxista nocturno en una de las ciudades más peligrosas del mundo. Y esa noche, siendo el único conductor esperando en Plaza Altamira en la tensa calma, recogió por casualidad a dos corresponsales de la BBC, desesperados por cruzar Caracas para cubrir el fallecimiento del emblemático líder.
Daniel parecía digno de confianza. Los esperó hasta altas horas de la noche. Así que los reporteros lo contrataron para recoger a un equipo de producción que volaba desde Londres al día siguiente. La idea era conducirlos y mantenerlos seguros durante una semana en la ciudad. No les falló. Y lo que se convertiría en un hito en la historia de Venezuela y en el punto de inflexión de una penosa depresión económica, para Daniel se convirtió en el día en que se ganó su profesión: transportar, guiar y proteger periodistas.
Durante los siete años siguientes, Daniel se hizo el conductor de confianza, amigo, compañero de tragos, querido narrador de cuentos y embajador del barrio ante periodistas y fotógrafos. Desde El País de España a France Presse. De la Folha de São Paulo al Financial Times pasando por The Wall Street Journal.
Daniel se convirtió en el hombre de confianza de equipos de cine brasileños hasta escritores de revistas danesas que trataban de narrar la caída de Venezuela. Quien haya leído la cobertura extranjera de Venezuela en los últimos años, es probable que Daniel haya jugado algún papel haciendo posible cualquiera de esos reportajes.
Fue una carrera que le permitió ayudar a mantener a varios de sus hermanos y hermanas mayores, así como a sus dos hijos pequeños que criaba Daniela, su pareja, y a muchos vecinos y amigos de Carpintero, su sección de la barriada del cerro de Petare, hasta el viernes por la noche cuando fue asesinado por disparos en la espalda y la cabeza, tras una presunta discusión con un asaltante no identificado. Tenía 47 años.
Fue un golpe devastador para sus amigos y familiares, enamorados de su perpetuo optimismo, su forma de contar chistes y su contagiosa risa, la cual podía aliviar instantáneamente las tensiones en una tierra caótica.
Tal vez su tamaño ayudó a muchos de los reporteros que guió por Venezuela a sentirse seguros: la cabeza afeitada y un cuerpo corpulento que le hacía parecerse a La Mole, el personaje de los Cuatro Fantásticos. Pero para sus amigos era conocido simplemente como «El Gordo».
Lo que hizo de Daniel un héroe silencioso para docenas de periodistas fue su talento natural para la conversación y hacer amigos en el lugar que fuera. Tenía un don especial para hablar en los controles policiales. En una oportunidad, al ser detenido por un oficial adolescente de las FAES con un pasamontañas negro que se le metió en el carro, Daniel entabló una conversación que los convirtió en amigos por correspondencia vía SMS durante más de un año.
En una tierra polarizada, tenía la rara habilidad de mirar más allá de las ideologías. Entendió el valor de la coexistencia, porque esa era su realidad en Carpintero. El vecino chavista que distribuye los paquetes de comida del CLAP era su amigo, así como la jubilada de la oposición que quiere que Lorenzo Mendoza sea presidente. Lo mismo sucedió con los aspirantes a malandro a la vuelta de la esquina, así como con su hermano mayor, un miembro de la Milicia Bolivariana. En otra ocasión se enamoró de María Corina Machado después de una profunda charla con ella en un encuentro de periodistas.
Con cervezas frías, él y sus vecinos hablaban sobre las luchas cotidianas del barrio: falta de transporte público, falta de agua corriente, peleas entre pandillas, dónde conseguir las escasas piezas de automóviles.
Para los periodistas que trabajaban con él, seguir esas conversaciones se convirtió en una ventana vital para conocer el costo humano en un país incomprensible que atraviesa una crisis inimaginable. Desde Caracas a las zonas de guerra de Oriente Medio, los reporteros internacionales confían en conductores y fixers como Daniel para encontrar contactos y abrir puertas que, de otra forma, permanecerían cerradas. En Venezuela hay muchos fixers talentosos, pero Daniel se destacó en hacer que los periodistas se sintieran bienvenidos. Era alguien a quien llamabas incluso cuando no estabas persiguiendo una historia.
«Tal vez no lo sabía», dijo Abraham Zamorano, uno de los dos reporteros de la BBC que se topó con Daniel por primera vez hace más de siete años. «Pero era de los mejores periodistas de Caracas».
Con el paso de los años, Daniel, que había abandonado la escuela, se fue convirtiendo en un adicto a las noticias. Recibía llamadas de las oficinas de noticias de Londres, Miami y Brasilia, buscando tener una idea de lo que estaba sucediendo en el terreno. Cuando recogía a sus colegas en el aeropuerto, estaba listo para explicar los últimos efectos de la inflación, las maniobras políticas entre el gobierno y oposición, así como el tipo de cambio diario.
A medida que la crisis se profundizaba, su operación se expandió. Cuando las elecciones o los picos de disturbios atrajeron una oleada de periodistas extranjeros, Daniel reclutaba a otros residentes del barrio y a sus familiares –básicamente a cualquier conocido que tuviera un carro o una motocicleta en funcionamiento– y rápidamente reunía una impresionante flota de conductores que transportaban a los reporteros por todo el país.
Daniel nunca imaginó tener su propio negocio cuando trabajaba en el servicio de taxis al pie de la Plaza Altamira. Sin saberlo, se había estado entrenando toda su vida para eso.
Una vez le dijo al corresponsal de Bloomberg, Andrew Rosati, que estaba agradecido por el giro que había dado su vida. «Trabajé en el turno de la noche», dijo. «Las únicas personas que recoges son los borrachos y las putas. Ahora trabajo con mis amigos».
Según él mismo admitía, había vivido una vida salvaje. Padre de al menos siete hijos con varias mujeres, también era un hombre religioso. Una cruz colgaba a menudo de su cuello y en el espejo retrovisor de su último auto que le costaba mantener.
No se avergonzaba de su pasado ni juzgaba a los demás. En su Venezuela, todo el mundo tenía voz y él estaba dispuesto a escucharla.
En los últimos años, a menudo se refería a sí mismo como un hombre reformado. Decía que su dominio del periodismo le había inspirado a dejar atrás una juventud de mujeriego, para dedicarse a lo que él llamaba un trabajo honesto para sus dos pequeños. Mostrando frecuentemente fotos de su hija, Danielita, y su hijo, Danielito, decía que volver a casa para estar con ellos era la mejor parte de su día.
Soñaba con enviarlos a buenas escuelas y reunir el dinero para arreglar los pies arqueados de Danielito. Por ellos justificó cada riesgo que corrió conduciendo cientos de kilómetros en Venezuela, muchas veces con bidones de gasolina en la maleta para poder seguir el trayecto, o incluso a través de impredecibles controles policiales en Petare, a altas horas de la noche, regresando de una larga jornada de trabajo.
La pandemia de este año y el cierre de los vuelos internacionales habían dejado a Daniel luchando con poco trabajo. Su auto se averió y apenas fue capaz de mantener su motocicleta en marcha. El viernes visitó a algunos amigos y en los mensajes de audio de WhatsApp transmitió lo aliviado que estaba de que le pagaran por un trabajo reciente.
«Con esto voy a tomarme dos frías», dijo feliz en un mensaje. Esa noche, después de compartir con amigos en una licorería de Petare, miembros de su familia dicen que tuvo una discusión con el conductor de otro auto en su camino a casa alrededor de las 10 p.m.
Con dos balas, el asesino de Daniel no sólo le robó a Petare un ser humano extraordinario. También cerró una importante lente a través de la cual el mundo vio a Venezuela y su barrio pobre con más hondura y detenimiento.
Kejal Vyas
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